La hermana de mi novio [Dispo...

بواسطة Luisebm7

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Tras superar mi etapa de rebeldía, mi vida de adolescente se convirtió en un sueño hecho realidad. Mis padres... المزيد

Notas
La Alumna Nueva
Adiós Privilegios
Intenciones
Intimidad Violada
Insatisfecha (I)
Insatisfecha (II)
Preámbulo de la Fiesta
La Fiesta (I)
La Fiesta (II)
La Fiesta (III)
*Intermedio*
¿Y ahora?
Domingo de Cine
Pena y Rabia
¿Cuánto dolor puedes aguantar?
Consuelo (I)
Consuelo (II)
¿Quién fue? (I)
*Intermedio II*
¿Quién fue? II
Daño Colateral
Paseo en patines (I)
Paseo en patines (II)
Noche de exilio
De citas y misterios (I)
De citas y misterios (II)
Cita de Amigas (I)
Cita de Amigas (II)
Cita de Amigas III
Postcita
Epílogo de Postcita
Pasión Confundida (I)
Pasión Confundida (II)
Pasión Confundida (III)
Pasión Traicionada
Epílogo de Pasión Traicionada
Distanciamiento... ¿o no? (I)
Distanciamiento... ¿o no? (II)
Distanciamiento... ¿o no? (III)
Masaje con final... ¿feliz?
Amarga Distancia
Estaca en el Corazón
Agresividad
Violencia vs. Pasión
Solo una vez...
Bye, exámenes
Entrenamiento Peligroso
Cita Encubierta
Semana Trascendental (I)
Semana Trascendental (II)
Semana Trascendental (III)
Descontrol
Disgusto Férreo
Enferma de Amor
Recuperación
El Pacto
Confesión Carnal
Corazones Abiertos
*Intermedio III*
Encuentros, travesuras y tormentos
Sometida
Pasado y Presente
Pelea y Castigo
Juego Sucio
Ante todo, placer
Tarde con Víctor
A solas con el demonio
Pre-Halloween
Halloween (I)
Halloween (II)
Halloween (III)
Planes Inesperados
Descubiertas
Regalo de Cumpleaños
Una Verdad
Cumpleaños Travieso
*Intermedio IV*
Dominada
Liberación
Cicatriz del Alma
La verdad tras el dolor
Entrenamiento... ¿en el vestuario?
Travesuras
Partido de Vóley
Paseos Memorables
Amistad Rota
Alivio para la ira
Paseo de Amigas
*Intermedio V*
Personaje Asignado
Conflicto de Intereses
Fin de Trimestre
Año Nuevo
Acoso y Amor
Infieles
Ruptura
Venganza
Disculpas
Disculpas (II)
Monstruo
Homofobia
Perdonada
La Obra
Tras el telón
Legado de rencor
Justicia
Culpable
Vuelta a la Normalidad
Vuelta a la Normalidad (II)
Feria del Amor
Feria del Amor (II)
La cara oculta de la luna
Adiós
Aceptación
Por ti
Puñalada
Eric
Eric (II)
Un San Valentín inolvidable
Corazones Rotos
Epílogo: 9 de junio
Agradecimientos
Q&A
Gala de Nominaciones
¡Feliz Halloween!
¡Noticias frescas!
¡Especial 3M de lecturas y San Valentín!
¡Concurso de memes!
¡Concurso 2!
¡Lanzamiento final de LHDMN!

Cuñadas

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بواسطة Luisebm7

Esta mañana me resultó menos violenta cuando sonó el despertador. En realidad, pensar eso es mentirme a mí misma. El despertador y yo somos enemigos mortales. Pero hoy no me moriré de sueño porque me acosté temprano anoche.

Estoy en la tercera hora de clase y me siento espabilada. El profesor de Biología parece que habla de alienígenas. ¿Protozoos? ¿Eucariotas? ¿Parásitos? Me suena a una invasión de seres microscópicos que se meten en nuestros cerebros y nos infligen daño desde dentro. Por lo menos miro atenta al profesor.

Si Laura supiera lo que pasa por mi cabeza, seguro que se reiría de mí. Tanto que la he juzgado y soy la primera que se distrae con tonterías. Ella está sentada a mi lado tan concentrada como ayer. Su facilidad para responder a todas las preguntas que formula el profesor me abruma. Levanta la mano con suavidad, como una pluma mecida al viento. Contesta una cuestión tras otra como si recitara un poema. Es, de lejos, la mejor alumna de mi grupo. Me hace pensar que es una superdotada en los estudios.

A Eric y a mí se nos había olvidado mencionarle que nos levantaríamos pronto para que él tuviera tiempo de repasar antes de sus exámenes. Tuvimos que despertarla, al menos para avisarle de que nos íbamos, pero quiso acompañarnos. Turnarse para el baño, preparar el desayuno, todo fue un caos. Pero aquí estamos.

La clase de Biología termina por fin. Toca el recreo, se nota el estruendo por los pasillos después del timbre. Recojo mis cosas a toda prisa, parece que quiero huir de un tornado. Mi apuro se debe a que tengo ganas de encontrarme con mi amiga Claudia, quiero contarle todo lo de ayer con lujo de detalles. Me echo la mochila a la espalda. Estoy a punto de correr.

—Ana...

Esa melódica voz me frena.

—Esto... No conozco a nadie. ¿Puedo ir contigo? Por favor...

Laura me lo pide con tal amabilidad que me hace recapacitar. Si es que soy una maleducada. Es mi cuñada y he estado a punto de abandonarla como un perro.

—Claro. Ahora somos familia, no tienes que pedirme una cosa como esa —digo.

—No quiero ser una molestia. Supongo que tienes tus propias amistades. Por eso pregunto. A lo mejor no les gusta relacionarse con una extraña como yo. No me gustaría dañar tu imagen.

Laura me sorprende con su comentario. Creo que, de algún modo, quería hacerme saber que había escuchado mi conversación con Claudia ayer. Me sabe tan mal.

—Oye, no eres una extraña. Te vienes conmigo a partir de ahora. Y no soy tan popular como crees, solo tengo una amiga de verdad y me llevo bien con casi todos mis compañeros, pero eso es todo. Venga, vamos, que el recreo dura un suspiro.

Le froto el hombro. Su ánimo se estabiliza, me sonríe con gentileza.

Marchamos juntas al patio en medio del tumulto que me recuerda a un rebaño de ovejas. Distingo a Claudia junto a nuestra pared favorita cerca de las puertas al aire libre; es como si llevara nuestros nombres grabados. Intuyo que Claudia también nos ha visto terminando de bajar las escaleras. Esa mirada burlesca suya lo dice todo.

***

—Claudia, te presento a mi cuñada Laura.

La conozco muy bien, no le ha gustado la sorpresa. Muestra su sonrisa forzada intentando camuflar su expresión de asco.

—Así que esta es la famosa Laura —dice Claudia con su tono sarcástico.

—Laura, esta es mi amiga Claudia.

—Encantada, Claudia.

Se dan dos besos, prácticamente por impulso de Claudia. Su rostro malicioso me preocupa.

—Tienes cara de rompecorazones. ¿Qué tal tu primer día? ¿A cuántos has dejado con la bragueta apretada hasta ahora? —pregunta Claudia.

Los ojos de Laura se le quieren salir de las cuencas.

—¡Claudia! —exclamo y le insinúo un gesto a espaldas de Laura. ¿No se da cuenta de que eso es demasiado intimidatorio para esta chica?

—Yo no...

—No le hagas caso, Laura. Claudia es así de confianzuda, pero es una buena amiga. Te caerá bien —digo.

—Lo siento, estoy de broma —dice Claudia, pero ríe descaradamente—. Pero algo de razón tengo. Laura, eres carne fresca, carnada para estos tiburoncitos que apenas saben morder. Espero que lleves algo más que bragas debajo de esa falda porque aquí hay muchos mirones que no pierden oportunidad en las escaleras. Bueno, a menos que seas una pervertidilla que le gusta que la miren.

Claudia consigue que me ría, aunque no era mi intención. Es verdad que hay mucho espabilado mirón, pero los ignoro y me ajusto la falda cuando los veo.

Laura luce incómoda. Su mirada se extravía en todas direcciones. Rasca los tirantes de su mochila con las uñas.

—No soy una...

—Es broma, chica —dice Claudia.

—Dale un respiro, Claudia. La vas a asustar.

—Y no ha visto nada todavía —insinúa Claudia.

—Lo dicho, Laura. No le hagas caso. Está loca.

—¡Oye! —exclama Claudia y reímos, pero Laura sigue ajena a nuestra química—. Vale, me comportaré. La culpa es de los exámenes. Me tienen quemada.

Me intereso por los resultados de mi amiga, así también desvío la atención que recae sobre Laura. Claudia se convierte en un loro. Empieza a escupir por su boca hasta la última pregunta con respuesta incluida de sus exámenes recientes. Por suerte, como propio de ella sus explicaciones parecen chistes. Aprovecho que estoy en modo receptiva para beberme mi batido de chocolate. Ella devora una barrita energética en segundos mientras habla; es un milagro que no dispare las migas sobre mí. En medio de su monólogo, suena el estómago de Laura como el rugido de un león.

—¡Vaya! No sabía que el insti estuviera construido sobre un volcán —bromea Claudia.

Laura se sonroja. No sabe a dónde mirar.

—¿No has cogido algo en casa para merendar? —pregunto, aunque intuyo la respuesta.

—No tuve tiempo para preguntar y no quería coger algo vuestro sin permiso —responde Laura.

Es demasiado buena, en parte me irrita. Y Claudia me mira con sarcasmo.

—Laura, no tienes que pedir permiso para coger comida en casa. Coge, queda medio batido. —Le ofrezco.

—Es tu merienda, no puedo...

—¡Qué drama! —murmura Claudia.

—Vamos, Laura. No vas a pasar hambre y yo estoy llena. —En realidad, no lo estoy. Ella coge el batido prácticamente obligada—. Claudia, ¿tienes algo de dinero que me puedas prestar? No llevo nada encima y no puedo interrumpir a Eric en medio de un examen.

—Lo único que tenía era esta barrita y no creo que le guste regurgitada —dice Claudia—. Y va siendo hora de que regrese a clase. El recreo está por terminar y me espera otro examen.

—Pues mucha mierda. Veré si alguien de mi grupo me puede prestar algo —digo.

—Suerte —dice Claudia y lanza esa mirada burlesca.

—Suerte en tus exámenes... —dice Laura.

Claudia se aleja diciéndonos adiós con la mano.

—Ven, Laura. Por allí veo a Patricia. A ver si me presta dinero para comprarte algo en el bar.

—Ana, no. Por favor, no. El batido es suficiente, de verdad. Por favor, no te molestes más por mí. Aprecio mucho que te preocupes por mí, a pesar de todo...

La veo posar sus labios carnosos sobre la pajita. Me hace pensar en una mariposa sobre una flor, igual de delicada. Levanta y arruga las cejas. Me mira mientras chupa. El chocolate líquido sube por la pajita hasta desaparecer en el interior de su boca. Ella traga y se moja los labios con la lengua. Ahora, humedecidos, le resplandecen.

—¿A pesar de todo? —pregunto como única reacción.

—No quiero hablar de eso para no hacerte sentir mal...

—Quizás lo mejor es que empecemos a ser más abiertas entre nosotras. Sé que nos conocimos ayer y las circunstancias no han sido las mejores para empezar, pero te pido que me digas lo que piensas.

—Si de verdad es lo que quieres... Espero que no me odies. Sé que te resulto un estorbo y que te parezco una friki. Te he causado problemas desde mi llegada. Lo siento, solo quería ser amable con la novia de mi hermano —expresa Laura sin apenas mirarme a los ojos.

Suena el timbre en ese instante. Me devuelve a la realidad. Pero, antes de que pueda asumir las palabras de Laura, ella huye entre la multitud.

***

He perseguido a Laura por las escaleras y el pasillo, pero estos pitufos han sido un estorbo como siempre. No pude alcanzarla. Ha entrado en el aula y hay demasiada gente como para seguir con el tema. Su confesión me ha dejado claro que le debo una disculpa. La veo dirigirse a nuestra mesa.

—Oye, bombón, ¿cuándo daremos una vuelta? —Oigo el comentario del pesado de Mario. Aborda a Laura con su actitud de matón barriobajero.

—Lo siento, no me interesa —dice Laura y se sienta como toda una buena estudiante.

—¿Vas de durita? —Mario se acomoda sobre la mesa y convierte las pertenencias de Laura en cojines. Adopta una postura chulesca como si fuera un casanova, cuando no es más que un imbécil—. Chicas más duras que tú han caído ante mí. ¿Tanto te pongo que me tienes miedo?

—Por favor, levántate. Estás arrugando mis cuadernos —dice Laura. La noto incómoda. Me apresuraré.

—Y si no lo hago, ¿qué vas a hacer? ¿Te pongo nerviosa? Se me ocurren unas cuantas cosas para ponerte más nerviosa —dice Mario.

—Deja de incordiarla, payaso. —Aparto a Mario de la mesa con un empujón.

—A mí no me empujes así. Que no se te suban los humos —dice Mario con su patético tono de amenaza, sacando el pecho como un gallo cuando no tiene ni espuelas, y niega con un dedo.

—Ni a ti. Vuelve a tu sitio con tu noviecito Carlos. —Le planto cara. Mi vieja impulsividad se reaviva.

—¿Qué cojones? —dice Carlos desde su puesto—. ¿Me estás llamando marica?

—Lo que está es celosa porque ya no es la más buena de clase. Eres historia, Ana —dice Mario.

—Eres realmente un idiota si eso es lo que pasa por tu cabeza. Venga, lárgate de nuestro sitio y deja de ser tan baboso. Eres un moscón repugnante que se tiene que conformar con su mano para calmar sus hormonas —lo insulto como se merece, tenía ganas de hacerlo.

Nuestra acalorada charla despierta risas de otros compañeros que aprovechan para tomar asiento como si estuvieran en un teatro y el espectáculo en marcha.

—¡Puta! Te salvas por ser chica porque te partiría la cara aquí mismo —dice Mario alterado. Intenta salvar su ego herido delante de los demás.

—Abofetéala. Está deseando que le cierren esa boquita de zorra —lo incita Carlos.

—¿Por ser chica? Excusa de cobarde. No tienes huevos. Te crees muy hombre y eres un gallito desplumado como Carlos que solo habla desde su silla. —Ataco verbalmente.

—¡Uf! ¡No me toques los cojones, Ana! —Mario patea una silla con violencia.

—¡Zúrrala de una vez! —dice Carlos.

—¿Estás ciego o qué? Eso es una silla, yo estoy aquí —lo provoco y me satisface ridiculizarlo.

—Chicos, dejadlo ya. Somos todos grandecitos para esto —interviene Patricia.

Ella es una buena estudiante y muy buena compañera. Sus intenciones suelen ser nobles, por eso le tengo aprecio. Pero ignoro sus palabras esta vez. Me mantengo firme delante de Mario. No puedo quitarme de la cabeza el rostro angustiado de Laura por culpa de este idiota.

—¡Tú no te metas o vas a recibir también! —la amenaza Mario.

—A ver, a ver. ¿Qué está pasando aquí? Espero que estéis debatiendo sobre Filosofía. —Aparece el profesor de Filosofía. Su presencia cerrando la puerta nos dispersa.

—Eres una zorra, Ana —me murmura Mario al pasarme por el lado.

Yo, más tranquila, me limito a mostrarle el dedo.

—¿Estás bien, Ana? —me pregunta Laura cuando me siento a su lado. La noto preocupada con sus cejas arrugadas y sus labios arqueados hacia abajo.

—Sí, no ha sido nada. Ese payaso de Mario es un imbécil. No dejes que te moleste y si lo hace, dímelo.

—Lo siento por causarte más problemas. No tenías que hacerlo.

—Laura...

—A ver, esos cuchicheos. Parecéis gallinas cacareando. ¿Hay algo que queráis poner en común? —dice el profesor Ricardo y todos nos silenciamos—. ¿Mario?

—Nada —dice el imbécil.

—Con lo inspirado que te veía. A ver... ¿Ana? ¿La manzana de la clase tiene algo que aportar a esta encrucijada silenciosa? ¿Algo endulzado por tus palabras? —dice el profesor.

«La manzana del grupo A». Ese es el apodo que me puso Ricardo desde que comenzó el curso. Si creía que tenía suficiente con la profesora de Lengua, este hombre rompió los esquemas. Me utiliza para todos sus símiles y ejemplos que, curiosamente, terminan teniendo una connotación sexual. ¿Por qué lo hace? No lo sé. Lo que sé es que me abruma y en más de una ocasión me he sentido avergonzada. Claudia me dice que le gusto, que lo que quiere es postrarme en su escritorio y... ¡Qué asco! Es un cuarentón con más barriga que Sancho Panza. Me trata con amabilidad y tiene humor, pero me produce náuseas solo de pensar que imagina cosas pervertidas conmigo. Espero que no sobrepase su papel de profesor de Filosofía con sus escasos diez minutos de clase y cuarenta de chistes aborrecedores.

Muevo mis labios para articular palabras, pero no me da tiempo a arrancar. Ricardo continúa y lo hace plasmando su nuevo foco de atención.

—Pero si tienes nueva compañera. Tú debes ser Laura, la alumna nueva de la que nos habló la directora en la junta. Se espera mucho de ti. Subirás la media de este grupo. Una alumna tan especial y tan radiante como una flor de primavera se merece estar a la altura de Ana. Tú serás... la cereza del grupo A. Dulce, roja y tentadora como una cereza. Mirad cómo se sonroja. ¿No os parece una apetitosa cereza? ¿Qué dices, Mauro?

Se expresa con esa sonrisa traviesa. Esto es ridículo. Más de uno asiente y le sigue el juego. ¿No se da cuenta de que la está avergonzando?

—Ya lo creo —responde Mauro, otro compañero de clase con cierta popularidad.

—Anda, Laura, parece que hemos encontrado un posible pretendiente para ti —bromea el profesor Ricardo y los alumnos se comportan como corderos murmurando insinuaciones—. ¿Qué dices tú?

—Yo... no tengo nada que decir —responde Laura y evita las miradas que la acosan. Puedo sentir su vulnerabilidad, su grito interior de auxilio.

—Parece que he dado en el clavo. No seas tímida. Aquí puede surgir una bonita relación de adolescentes. Mauro, pídele una cita oficialmente, pero pórtate bien —dice Ricardo.

—¿Podemos empezar la clase? Siento que no estoy aprendiendo nada —intervengo. No podía soportarlo más.

—Manzana, no seas tan seca y egoísta, eso es de frutas podridas y tú no lo eres. Estás jugosa. Laura se merece una bienvenida a su nivel. ¿Por qué te pones tan seria? —El profesor Ricardo no piensa parar. Esto es cada vez más patético.

—Lo que pasa es que está celosa. Ya no es la belleza del aula. Ha sido destronada. —El cabrón de Mario me lanza una sonrisa burlesca. Ha aprovechado la situación para devolverme el golpe.

—Mario, mejor cállate. No creo que estés en posición de hablar —digo.

—Sin malos rollos. ¿Eso es verdad, Ana? ¿Te sientes en desventaja? ¿Laura supone una rival para ti? —me cuestiona Ricardo.

—¿Por qué iba a ser una rival para mí? Se supone que somos compañeras y las compañeras se apoyan, no compiten entre sí. Además, ¿de qué estamos hablando? ¿En qué se supone que estamos compitiendo? ¿Estamos en un concurso de Miss Universo o me he perdido algo? Que yo sepa, somos estudiantes —digo indignada.

—No te calientes tanto que te vas a derretir, helado de manzana. —Me tiene cansada con sus bromitas absurdas. Estoy por irme de la clase si sigue así—. Vamos a ponerlo fácil. ¿Qué te parece Laura? ¿Es una cereza o no? ¿Es bella o no? Responde.

Las preguntas me obligan a mirar a mi cuñada. Ella me devuelve la mirada. Sus ojos verdes me observan serenos. Sus labios se separan ligeramente en el centro, descubriendo una pincelada de sus dientes perlados. Me absorbe el silencio que se genera y se prolonga en mi interior. Mis ojos la contemplan con calma como si fueran escáneres. No me gusta el flequillo, pero a ella le queda tan bien en su cara redondeada de ojos saltones, nariz pequeña de gnomo y labios carnosos. Es bellísima.

—Laura es... muy bonita —respondo y me doy cuenta de que me había quedado completamente ausente.

Laura sonríe y agacha la mirada mientras en un gesto desliza sus cabellos por detrás de la oreja.

—¡Ahí está! —exclama el profesor Ricardo—. Te habría suspendido de haber dicho lo contrario. Y todo esto sirve para iniciar el debate de hoy. La belleza. El concepto de belleza. La belleza concebida como idea abstracta. Seguro que todos o la gran mayoría apostarían a que la belleza es subjetiva. Y lo es hasta cierto punto. Cada uno de vosotros interpretáis la belleza de una manera diferente. Pero seguro que todos los aquí presentes no podéis negar que Ana y Laura son bellas. ¿Por qué creéis que pasa esto? ¿Por qué, a pesar de que seáis muchos con gustos variados, coincidiríais en que manzana y cereza son bellas?

—Pues... porque están buenas —responde Mauro y muchos ríen.

—No digas obviedades que sabemos todos —dice Ricardo con su socarronería—. Eso entraría en la idea preconcebida que se tiene de la belleza física en la época actual. Aquí vamos un poco más allá, algo que trasciende entre épocas y que se aproxima a la idea de belleza como la belleza abstracta del mundo de las ideas de Platón.

—Mmm creo que ya me he perdido —comenta Roberto y sigue el buen humor de la clase, aunque todos están atentos.

—Existen patrones que influyen en nuestras percepciones sensoriales del mundo que nos rodea. En lo que a belleza humana se refiere, se ha demostrado que las personas percibimos mayor belleza y atracción por caras simétricas. Si nos fijamos en nuestra manzana y nuestra cereza, podemos apreciar que sus rostros son muy simétricos si los partiéramos por la mitad y los juntáramos —explica Ricardo. Como era de esperar, soy la mona de feria y Laura ha caído en el mismo plato—. Por supuesto, hay más elementos que influyen, pero no entraremos en esos detalles. Vamos a centrarnos en ese rasgo de belleza que trasciende entre épocas y etnias. Para Platón, eso sería la idea de belleza, la belleza en sí misma, pura, como si fuera divina, injuzgable, y que solo puede existir en el mundo de las ideas.

Los aproximadamente diez minutos de clase de Filosofía han comenzado. Laura está tomando apuntes. Yo no sé ni qué apuntar. Si escribiera algo, seguro que al releerlo me encontraría con un poema de frutas en el que muerdo una cereza. A la mayoría de mis compañeros les gustan las clases del profesor Ricardo porque les resultan divertidas y hay poco que hacer. Luego las notas hablan por sí solas, de las peores, y los excelentes se los rifan los que más le hacen la pelota. No termino de tragarlo, aunque yo sea una de los que se llevan un excelente por ser la manzana del grupo A.

***

No veía la hora de que llegara el segundo recreo. Al menos puedo decir que sobreviví a la clase de Filosofía y Laura también.

Después tuvimos Inglés. La profesora es británica y sus clases son amenas. Empezamos con vocabulario nuevo, un par de reglas gramaticales y ejercicios para repasar lo aprendido. Lo mejor es que los hacemos durante la clase y los corregimos aquí, así no tenemos deberes. La gran revelación de hoy fue Laura, por supuesto. Se nota que estuvo viviendo en Inglaterra porque habla como una nativa. La profesora se quedó maravillada con ella, incluso la entrevistó en inglés. No pude entender todo, pero sí lo suficiente para saber que Laura limitó sus respuestas igual que hizo con su hermano.

Ahora se marchan todos al patio. Laura está recogiendo sus cosas y yo gano tiempo. Tengo la sensación de que no va a esperar por mí. ¿Qué pensará hacer? Eric está de exámenes, no podremos verlo hasta la salida. Me fijo en la chapa de su mochila. Colorida y con la foto de unas chicas asiáticas, pero es muy pequeña como para distinguirla mejor.

Laura se echa la mochila al hombro. Se dispone a irse sin mí de verdad.

—Laura, espera —le digo y se detiene—. Siéntate conmigo un momento.

Deja la mochila sobre la mesa con sumo cuidado y se sienta, pero no me mira. Nos hemos quedado solas en el aula.

—Quiero que sepas que no era mi intención que te compararan conmigo. No he venido aquí a usurpar tu posición en nada —dice tan apenada como si hubiera cometido un delito.

—Laura, no digas tonterías. Lo sé bien. No hagas caso a ninguno, mucho menos al profesor Ricardo. Eres mejor alumna que yo y eso es digno de admiración. No me ofende ni estoy celosa por eso.

—Me tranquiliza no ser una piedra en tu camino. Tampoco me considero guapa, y menos aún tanto o más que tú —dice Laura y me mira durante un milisegundo.

—Olvídate de esa tontería también. Y siéntete hermosa porque lo eres.

A lo mejor tiene algún complejo. Sé tan poco sobre ella...

—Gracias, Ana. Me alegro de que esté todo aclarado. Me voy al patio, si no te importa. —A pesar de decir palabras amables, destila cierta congoja.

—Espera, espera. Realmente no era de esto de lo que quería hablarte. Creo que... te debo una disculpa —digo con mucho esfuerzo. Es algo que me ha costado verbalizar. Incluso se invierten los papeles; ella me mira y yo bajo la mirada.

—¿Por qué? —pregunta Laura.

—Yo no quería... insultarte, llamarte friki a tus espaldas. Eso estuvo mal por mi parte. Cuando Eric lo mencionó en la mesa... me quería morir. Lo siento mucho, Laura, de verdad. Me he portado muy mal contigo. Me siento fatal...

Laura desliza una mano atrevida por mi mejilla, forzándome sutilmente a levantar la mirada y encontrarla con la de ella.

—Reconozco que... me hirió, pero no te guardo rencor. De todas formas, no me convertiré en una carga y una molestia para ti. Tú no te juntarías con una chica como yo. Creo que lo que has hecho por mí hasta ahora es porque te sentías culpable. Eso no es lo que quiero. Pero no te culpo, lo entiendo, yo soy la nueva y la que ha alterado tu estabilidad. Por eso me mantendré al margen. Sigue con tu vida normal, con tu amiga, yo estoy adaptada a estar sola. Ya no tienes que sentirte culpable por nada, así que no tienes que hacer nada por mí. No te preocupes, Eric no tiene por qué enterarse. Nos vemos luego, me voy al patio. —Tras sus palabras, me da la espalda.

Laura me roba el aliento. Es como si me estuviera hablando otra persona. No sé si lo que me ha impactado más es que haya sido más abierta o que me haya hecho ver mis actos de otra manera.

Está a punto de irse. No puedo permitir que esto se quede así. Mi impulso desemboca en mi mano lanzándose a la suya para detenerla.

—¡Laura! Espera, no te vayas. Eso no es lo que quiero. —Consigo que se quede. Estoy agitada, hablo deprisa—. No quiero que pienses que actúo así por lástima o culpa. Quizás lo fuera al principio, pero te juro que no es así. Esto puede continuar como hasta ahora y mejor mientras más nos conozcamos. Yo quiero conocerte más. No te juzgo por nada, cada persona es como es. Tú eres una chica muy buena, eres alguien con quien me juntaría. Me he dado cuenta de tus buenas intenciones y las valoro mucho. Tal vez pecas de torpe, pero te acepto como eres. —Incluso bromeo y le sonrío nerviosa—. ¿Qué te parece? ¿Podemos empezar de nuevo?

—¿Por qué, Ana? ¿Por qué quieres conocerme más? —Su pregunta me inquieta, desborda mi mente.

—Laura, somos cuñadas. ¿Qué clase de cuñadas seríamos si no intentáramos llevarnos bien?

—Entonces ese es tu motivo... —dice con cierto desánimo.

Tardé en entenderla, pero lo hice. Laura busca un sentimiento verdadero, una razón más fuerte que la impuesta por el mero hecho de que seamos cuñadas.

—No es el único, Laura. Quiero... que seamos amigas.

Y entonces una sonrisa iluminó su rostro.

Nos entregamos a unespontáneo abrazo. Puedo sentir el bombeo agitado de su corazón al compás delmío. Su mejilla tibia se frota con la mía. Exhala su húmedo aliento sobre partede mi cuello. Nos abrazamos con gentileza. Es el abrazo más cálido y cariñosoque he compartido en mucho tiempo.

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