Mi Último Año

Por Julie18_08

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Muchas cosas pueden suceder en un año, cosas esperadas e inesperadas; cosas afortunadas y desafortunadas; cos... Más

- Una romántica -
- Entre madre e hija -
- Misiones imposibles -
- Media naranja -
- Disciplina formativa -
- Charlas con adultos -
- El falso concurso -
- Buenos amigos -
- La primera vez -
- Conversaciones familiares -
- El drama de las citas -
- Dos besos -
- Esperando y dando noticias -
- Deja vu -
- Algunas conclusiones -
- Verdad a medias -
- La noche -
- Realidades paralelas -
- Más de un corazón roto -
- Cuentas claras -
-Ideales y expectativas -
- Suerte -
- Nuevos amores -
- Predicciones -
- Una primera cita -
- Todas las parejas -
- No hay compromisos -
- El próximo año -
- Veladas -
- Segunda primera vez -
- Sorpresas -
- Todo acorde al plan -
- No es el final -

- Caídas -

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Por Julie18_08


Por alguna razón nuestra maestra de educación física amaba hacernos trotar por cincuenta minutos alrededor de la cancha de fútbol americano; en esa pista que emulaba la de corredores olímpicos y que el equipo de atletismo de la academia usaba con mucha más seriedad que nosotros.

Como siempre mis compañeros fueron cayendo de a poco, quejándose de la falta de aire o de piernas agotadas; me gustaba verlos rendirse y echarse junto a la pista, pues me inflaba un poco el ego a pesar de que podríamos decir que tenía la ventaja de las piernas fuertes y buena resistencia que había ganado gracias a los años de ballet.

Ya eramos pocos los que continuábamos corriendo, entre ellos Henry, el amor de mi vida y dos chicas más que no necesitaba mencionar. Mi amigo siempre había sido buen corredor, le gustaba alternar entre trote y carrera rápida; él era mi verdadera competencia y ya me iba ganando por una vuelta... Sin embargo mi mente estaba muy distraída viendo la forma en la que Elías corría frente a mi como para contar las vueltas que aún me faltaba completar.

Estaba como hipnotizada sonriendo mientras miraba como el chico más lindo y tierno de la ciudad se volvía a acomodar los lentes ópticos, por lo que me sobresalté y temblé exageradamente cuando sentí una fuerte palmada en la espalda.

-¡Te llevo dos vueltas, perdedora!- gritó Henry entre jadeos.

Se me adelantó sólo unos cuantos pasos y continuó trotando de espaldas para poder mirarme, tenía el ceño fruncido y el rostro sonrosado por el esfuerzo; estaba sudando y a pesar de todo tenía una sonrisa burlesca en los labios.

-¡De ninguna manera!- exclamé y me arrepentí, pues sentí que se me escapaba el aliento.

Él rió jocoso y se llevó una mano a la frente, despidiéndose a lo militar de mi y luego dándome la espalda. Abrí la boca ofendida y miré por sobre mi hombro, vi que las chicas ya se habían detenido y que tan sólo quedábamos los tres. Una parte de mi me decía que continuara deleitándome con las capacidades físicas de Elías, que hasta el momento no había tenido la oportunidad de observar... pero había una voz más fuerte en mi interior que me pedía a gritos que le ganara esta ronda Henry.

Cerré los ojos fastidiada, respire para nivelar los fuertes latidos de mi corazón y eché a correr lo más rápido que pude. Los músculos de mis piernas protestaron por la súbita cantidad de esfuerzo que les exigí, me ardieron los pulmones y en un momento sentí que me estaba acercando demasiado a mi límite.

Escuché a mis compañeros gritar, pues tanto yo como Henry habíamos comenzado a correr en serio. Sabía que él estaba en campaña, por lo que todo lo que hacía lo hacía para impresionar a la gente y ganar votos, lo que significaba que no me lo haría fácil; pero yo quería ganar por el simple hecho de que odiaba perder y eso era tan fuerte como sus motivos.

La carrera se estaba prolongando más de lo necesario y, no podía hablar por él, pero tenía la impresión de que ambos estábamos alcanzado nuestro límite; lo cual se volvió aparente cuando doblamos en una curva y el mundo dio vueltas.

De pronto sentí que mis pies dejaban de tocar el suelo y que el cuerpo se me iba hacia adelante sin que pudiera evitarlo, por instinto me llevé los brazos a la cabeza y apreté la mandíbula preparándome para caer al suelo. Fue instantáneo, caímos juntos y por la velocidad a la que íbamos salimos disparados y enredados como dos muñecas de trapo, muñecas de trapo hechas de hueso.

Cuando el mundo dejó de dar vueltas me hallé adolorida y tirada sobre mi costado en el suelo, sentía la pierna de Henry sobre la cintura y cuando abrí los ojos vi su rodilla peligrosamente cerca de mi cara. Solté un quejido, más de fastidio que de dolor y pronto escuché a alguien más profiriendo una maldición.

Miré a mi alrededor y vi que no solo Henry y yo estábamos en el suelo, pues al parecer habíamos chocado con Elías y él había sufrido el mismo destino que nosotros.

-¡Me rompí la muñeca!- exclamó Henry con una risa delirante.

Me incorporé pestañeando varias veces, me sentía mareada; sin aire y varias partes del cuerpo me escocían; sin embargo luego de una rápida revisión descubrí que estaba entera y que no me había pasado nada grave. Miré en dirección a Elías, sólo veía su espalda encorvada y la forma en la que sacudía la cabeza en negación mientras decía "No, no, no" La curiosidad estaba a punto de ganarme, pero luego decidí que Henry había dicho algo más urgente.

-No te creo.- le dije a mi amigo cuando recobré la sanidad.

Para ese momento la maestra y mis compañeros corrían en nuestra dirección, pues habíamos caído justo al otro extremo de la pista. Me acerqué a Henry, que yacía sobre su espalda sosteniéndose el brazo izquierdo con suavidad y sonriendo mientras se quejaba, parecía un loco.

-No puedes haber... ¡Ah!- grité llevándome las manos a la boca.-¡Te la rompiste!- dije.

Si había una cosa de la que estaba segura era que no me iba a dedicar al campo médico por nada del mundo, principalmente porque no aguantaba ver nada remotamente grotesco que tuviera que ver con el cuerpo humano; y en ese momento vi que la muñeca de Henry estaba doblada en un angulo antinatural que me revolvió el estomago.

-Duele tanto...- dijo riendo, revolcándose en un suave vaivén.

De pronto todo mi cuerpo se tensó, me sentí mucho más adolorida que antes y fui consciente de las raspaduras en mis rodillas, codos y manos; de la sangre que me cubría los rasguños y el agudo dolor de cabeza. Me acerqué a Henry y porque soy buena amiga dejé que apoyara su cabeza en mi regazo mientras le acariciaba el cabello. 

-¡Ah, que asco, que asco, que asco...!- repetí mirando el cualquier dirección menos en la suya.

-¿Ah, sí?- dijo y vi que su mano entraba en mi campo visual.

-¡Maldito hijo...!- gruñí.

-¿Se quebró la mano?- escuché de pronto.

Miré en dirección a la voz y vi que Elías se había acercado a nosotros en cuclillas. Se había roto el labio y tenía las rodillas raspadas como yo, pero lo que más llamó mi atención fue la ausencia de sus gafas y que nos miraba con el ceño fruncido, tratando de enfocarnos sin ellas.

-¿Y tus lentes?- le pregunté.

Vi una mueca de disgusto en su hermoso rosto y alzó los restos de sus anteojos, cuyos vidrios estaban rayados y habían perdido una pata. Lo observé sorprendida y me sentí un poco culpable, a pesar de que no tenía idea de si la caía había sido mi culpa o no.

-Oh, no, lo siento.- me disculpé enseguida.

-No fue tu culpa.- me dijo él con una sonrisa, mirando los restos de sus anteojos.

-Si no hubiera tratado de ganarle a este...- continué.

-Por favor, Maya, no te disculpes por esto.- me interrumpió.

Tan solo escucharlo decir mi nombre hizo que me quedara callada y que me entraran ganas de chillar de emoción, era una sensación terriblemente difícil de contener; sobre todo cuando él estaba tan cerca y me observaba con una tímida y resignada sonrisa.

-Disculpen la interrupción, ¡pero se me está cayendo la mano!- exclamó Henry.

Otra vez se le ocurrió levantar el brazo y cuando volví a ver la lesión sentí que el estomago se me revolvía. Me cubrí el rostro con ambas manos maldiciéndolo mientras él seguía riendo, quería matarlo y de paso vomitarle encima, porque si volvía a verlo eso era lo que sucedería. Aún con los ojos cubiertos escuché el murmullo de mis compañeros al llegar con nosotros y las indicaciones de la maestra.

-Yo lo llevo.- respondió Alan cuando la maestra pidió que alguien ayudara a Henry a llegar a la enfermería.

Alan levantó a nuestro amigo de mi regazo y cuando miré por entre mis dedos vi que lo sujetaba con firmeza para ayudarlo a estabilizarse. Deslicé lentamente mis manos hacia abajo hasta que ambos comenzaron a caminar mientras charlaban y se reían; porque al parecer Henry era inmune al dolor y Alan inmune a las horribles fracturas internas.

Dejé escapar el aire que había estado conteniendo y me relajé un poco. La maestra estaba preocupada de reorganizar al resto de la clase, pero se dio un segundos para apuntarnos a Elías y a mi y enviarnos solitos a la enfermería, pues al parecer nuestra integridad física era menos importante que la de Henry.

-Estoy mareada.- me quejé tratando de levantarme.

-¿Quieres...?- preguntó, tendiéndome la mano.

Sentí que el calor subía a mis mejillas y me sentí tentada a sonreirle coqueta y aceptar su ofrecimiento, sin embargo me había propuesto ser menos impulsiva y con dolor en el alma me guardé la sonrisa y la frase de ligue que podría haberle dicho.

-Gracias.- dije luego de que me ayudara a ponerme de pie.-¿Sabes dónde está la enfermería?- le pregunté.

Él negó, por lo que le hice un ademán con la cabeza para que me siguiera. Ambos avanzamos a paso lento, adoloridos por la caída y probablemente evaluando qué tanto queríamos quejarnos. Si bien esa debería haber sido mi preocupación prioritaria, sólo pensaba en que esta era una oportunidad de oro para hablar un poco más con él y conseguirme una cita, pero el problema era que no sabía como hacerlo sutilmente.

-Este lugar es enorme...- comentó de pronto.

Acabábamos de salir de la pista de atletismo, por lo que íbamos atravesando las altas graderías que rodeaban el lugar y pronto nos encontramos con el gimnasio. Le eché un rápido vistazo a nuestros alrededores, los cuales estaban vacíos, y estuve bastante de acuerdo con él.

-¿No estás acostumbrado a lugares enormes?- pregunté curiosa.

-Es como un pueblito muy moderno.- describió apuntando hacia la derecha.

Seguí su mano y me encontré con el edificio de salones regulares, los cuales se encontraban separados del complejo deportivo; los cuales a su vez estaban separados del complejo artístico; que estaban separados del complejo de ciencias... La academia se asemejaba bastante a una universidad.

-Nunca he visto un pueblito muy moderno, ¿tú si?- quise saber.

-Nunca.-

-Y hablando de pueblitos, ¿qué te parece la ciudad?- pregunté.-¿Extrañas tu antigua casa?-

-A veces, pero no me arrepiento de haberme mudado.- me contó.-Aunque la ciudad es... ajetreada, con un ritmo más rápido del que estoy acostumbrado; no sé si lo entiendes.- rió mirando sus pisadas.

-Me gusta la ciudad, me gusta la gente, me gustan los espacios amplios...- listé.-Creo que me aburriría en un pueblito.- dije con seguridad.

-Te ves como alguien que se aburre rápido.- dijo.

-¿Ah, sí?- pregunté alzando ligeramente una ceja.

-Sí, digo... supe que...- se trabó.-Me dijeron que haces muchas cosas, por gusto.- dijo.

-¿Haz estado preguntando por mí?- sonreí y esta vez no pude ocultar el flirteo ni en mi voz ni en mi expresión.

-¿Qué? No, es sólo... eres popular, tú y los chicos... sabía de Henry antes de conocerlo; los chicos hablan, ya sabes, rumores...- explicó apresurado, tropezando con sus palabras.

-Si quieres saber algo sólo tienes que preguntar.- le dije.

Abrió la boca para responderme, pero en ese momento me adelanté y le abrí la puerta del edificio administrativo, lugar en el cual se encontraba la enfermería. Elías me agradeció con un inclinamiento de cabeza y entró, lo seguí al interior y luego volví a adelantarme para guiarnos a nuestro destino.

Escuché los quejidos y la risa de Henry incluso antes de abrir la puerta de la enfermería, era una extraña mezcla de gemidos adoloridos y risotadas nerviosas. Me asomé cautelosamente por la cortina que separaba las cinco camillas que habían dispuestas en el lugar y vi que un enfermero tenía a Henry sentado sobre la camilla y que manipulaba suavemente su brazo.

-Maya.- me llamaron.

Alan se levantó de una silla que se encontraba en una esquina y fue hacia nosotros echándonos un rápido vistazo. Saludó a Elías con un ademán de la cabeza y puso sus ojos sobre mí, una sonrisa picarona extendiéndose en su boca luego de mirarnos.

-¿Cómo está?- pregunté indicando en dirección a nuestro pelirrojo amigo.

-¡No me la quebré!- contestó Henry emocionado.

-Tienes oído de águila.- dijo Alan.

-¿No es "ojos de águila"?- preguntó Elías confundido.

-Sí, eso mismo.- respondió Alan sin darle importancia.-¿Y ustedes?- quiso saber.

-Oh...- murmuré, mirando mi cuerpo y de pronto recordando que me sangraban varios cortes y rasguños.

Para suerte de todos la enfermería contaba con más de una enfermera y pronto mis heridas estuvieron desinfectadas y cubiertas para evitar que se ensuciaran. No me sentía especialmente mal, pues ya me había recuperado del cansancio de la carrera y ahora estaba descansando mientras comía una gelatina roja que el enfermero me dio amablemente.

-Me van a acomodar la muñeca.- anunció Henry.-Maya, será mejor que salgas.- agregó.

No tuvo ni que decirlo, yo ya me había bajado de la camilla y me encaminaba hacia la puerta; ni loca me quedaba a escuchar el sonido que producirían sus huesos al volver a su lugar ni las risas o quejidos que se le escaparían a Henry. Me estaba escabullendo como una cobarde, con mi gelatina en las manos y a medio consumir.

-Acompáñala, en caso de que vomite con tan solo pensarlo.- le dijo Alan a Elías, en un muy bonito gesto de amistad.

Ambos salimos de la enfermería y nos sentamos en el pasillo sobre la fría cerámica. Elías también tenía una gelatina, pero la suya era de limón y aún no la había abierto, por lo que la dejó junto a él y me observó de reojo.

-¿En serio te dan nauseas?- me preguntó.

Reí sin poder controlarme y asentí enérgicamente, no le iba a mentir al amor de mi vida para que creyera que era perfecta. Mi estilo era más abierto que eso, prefería gustarle a un chico tal como era y si no funcionaba, bueno, ya vendría otro. Aún así siempre partía desde el supuesto de que le gustaría conocerme sin tapujos, aunque ya había aprendido que ese no siempre era el caso.

-Juro que no voy a vomitar.- le dije aún riendo.

-Al menos tenemos un baño cerca, creo.- resolvió.

-No voy a vomitar.- insistí rodando los ojos.-¿O sí?-

Una suave sonrisa se asomó en su boca, la cual contuvo mirando por el pasillo en la dirección opuesta a mi rostro. Tuve el leve presentimiento de que estar conmigo lo ponía nervioso, lo que en mi mente era fabuloso y lindo y tierno; cualidades que me empujaban a simplemente pedirle una cita.

-Entonces, ¿haz hecho amigos?- pregunté para romper con el silencio.

Obviamente no lo había perdido de vista desde que me enamoré de él, por lo que en realidad sabía perfectamente con quienes había estado pasando el rato durante todo este mes; de todas formas prefería que él me lo dijera.

-Bran y Lois, somos amigos.-

Asentí comprendiendo, con los perfiles de ambos viniéndose a mi cabeza. Bran era un chico callado y responsable, no le gustaba mucho hablar con la gente; y Lois era una chica nerviosa y sensible que odiaba que la miraran. No me gustaba sonar desconsidera, pero si alguien me pedía que le recitara los nombres de mis compañeros, probablemente olvidaría la existencia de esos dos.

-¿Te han estado ayudando a conocer esta pequeña sociedad?- pregunté haciendo un ademán que abarcaba a la academia.

-Más o menos.- asintió.

-¿Y lo que te quedó de mi es que hago muchas cosas?- él asintió frotándose el cuello, sin mirarme.-Es cierto, pero este año estoy dejando varias.- suspiré desganada.

-¿Por qué?-

-Porque quiero ser excelente.- sonreí.-Y para serlo tengo que concentrarme en lo que importa.- agregué llevándome una cucharada de gelatina a la boca.

-La universidad.- adivinó.

-Aquí todos queremos lo mismo.- dije.-Obtener un título que nos ayudará con los negocios...- iba a continuar, pero me callé al ver que la puerta de la enfermería se abría.

Mis amigos salieron sin prestarnos atención en un principio, pues Henry estaba muy ocupado hablándole rápidamente a Alan mientras que él estaba muy ocupado fingiendo que lo escuchaba.

-Eso fue rápido.- comenté para llamar su atención.

Enseguida Henry me observó con una sonrisa brillante y orgullosa que probablemente le aseguraría los votos de todas las chicas y chicos de la academia; y luego alzó la mano para mostrarme el trabajo de calidad que habían hecho los enfermeros al vendarle la muñeca.

-Grité como un cobarde, pero en mi interior.- anunció.-No quería que te desmayaras de casualidad.-

-Que considerado.- le agradecí levantándome.

-Lo hizo bien, como chico grande.- dijo Alan dándole una palmada en la espalda.

-Sí.- asintió él satisfecho.-Y creo que este evento amerita una pequeña celebración, ya saben, para levantar los ánimos.- dijo como si no fuera la gran cosa.

-Oh, seguro no tiene nada que ver contigo tratando de ganarte a todos con fiestas y diversión.- le dijo Alan.

-Para nada.- negó, luego asintió, luego volvió a negar.

-¿Y si es en el Eterno?- pregunté, ligeramente emocionada.

Vi que la emoción encendía la mirada de Henry y de pronto ambos nos sonreíamos mientras asentíamos, como si fuéramos capaces de planear todo telepáticamente.

-Invitaré a todos.- dijo, y sus ojos se posaron en Elías, quien había guardado silencio y que parecía no querer hablar.-Estás invitado, Marcet.- lo apuntó.-Tú y tus amigos.-

-¿Yo?-

-Tómalo como una disculpa por haberte tirado al piso, por cierto, ¿y tus lentes?- quiso saber.

-Eh... se rompi...-

-Mierda.- dijo Henry.-Lo siento, lo arreglaremos.- asintió, dándome un codazo.

-Oh, sí, sí.- concordé.-Fue nuestra culpa.- dije apenada, llevándome una mano al pecho.

-No es necesario.- nos dijo con una sonrisa incomoda.

-No puedes rechazar una disculpa.- le dijo Henry, en un tono condescendiente que no me agradó.-Dame tu número, te llamaré y arreglaremos esto ¿te parece bien?-

Dicho aquello le dio una suave palmadita a Alan en el pecho, quien pareció comprender enseguida porque sacó su móvil de su bolsillo y se lo entregó a Elías, quien lo tomó dubitativo y anotó su número con una expresión turbada. Al terminar, Alan se adelantó con Elías de vuelta a nuestra clase, contándole acerca de cómo se había visto el accidente desde las graderías.

Henry y yo los observamos alejarse, y mis ojos los habrían seguido hasta perderlos de vista de no ser porque noté que mi amigo me miraba expectante.

-¿Qué?- pregunté.

-Siento que estoy haciendo tu trabajo.- sonrió engreído.-Acabo de invitarlo a una fiesta y de conseguir su número.- canturreó.

-Trato de ser sutil, ¿ok?- dije cruzando los brazos.-Alan me desafió a ser sutil.- recordé.

-Haz sido sutil por más de un mes.- rodó los ojos.-Imagina por un segundo que él resulta ser un gran novio.- me pidió.

-Eso es fácil.- sonreí.

-Ahora imagina cuanto te vas a arrepentir cuando descubras que te quedan sólo tres meses con él porque te pasaste todo el año tratando de ser sutil.-

-Oh.-

-Olvida tu tonto trato con Alan; no eres sutil.- dijo rodeándome los hombros con un brazo.-Eres dedicada, decidida, directa...- puntualizó.

-¿Sólo cualidades con "D"?-

-Sé tu misma, vas a conquistarlo.- concluyó con confianza. 







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