Hombres Oscuros

By lizquo_

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El padre de Nazareth ha desaparecido; para encontrarlo, debe seguir una serie de instrucciones que, al parece... More

Hombres Oscuros
Prólogo
Página 545
Nazareth (1)
Alex (2)
Charlie (3)
El Ángel (4)
El súbdito leal (5)
Página 78
Nazareth (6)
Alex (7)
Charlie (8)
Jane-el-fantasma (9)
El hombre de negro (10)
Página 228
Nazareth (11)
Alex (12)
Charlie (13)
Jane-la-oculta (14)
Esquizofrenia (15)
Página 445
Nazareth (16)
Alex (17)
Charlie (18)
La Bruja (19)
El Juego (20)
Página 100
Nazareth (21)
Alex (22)
Charlie (23)
La maldición de Winndoost (24)
Sangre pura (25)
Página 459
Nazareth (26)
Alex (27)
Charlie (28)
La Torre del Reloj (29)
El pecado de Elmar Kramer (30)
Página 25
Nazareth (31)
Alex (32)
Charlie (33)
La muerte es otra forma de vida (34)
Retando a Dios (35)
Página 800
Nazareth (36)
Alex (37)
Charlie (38)
La Llamada (39)
Lento, lento, lento (40)
Página 50

Epílogo

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By lizquo_





Nazareth vio a Charlie atravesar el adoquinado del psiquiátrico Levigne. A través de la ventana de Jason Monroe, uno de los médicos que supervisaban a su padre, en su oficina, observó cuidadosamente cómo el conde le daba la mano al abogado de su padre, que por alguna razón estaba allí aquella tarde nevada de enero. Se frotó los brazos con las manos, cruzándolos. Al darse la vuelta, Jason alzó la vista desde el expediente que miraba.

—Acabas de ver un fantasma —le dijo, con toda familiaridad—. Siéntate, llegarán en cualquier momento,

—No. Tengo que hablar con él primero en privado; será demasiado incómodo tener una cita con el abogado, mi padre, y tú. No, no. Iré antes.

Caminó hacia la puerta, decidida a hacer lo que Poppy le había dicho. Desafortunadamente, tuvo la ligera impresión de que algo ocurría. Los vellos de la nuca se le erizaron. Por orden suya, la joven bruja había permanecido en su casa; no quería que el encuentro con Charlie fuera mayormente agrio. Iban a hablar y ella ignoraría su pecho. Desde su posición, le había visto la camisa negra de cuello alto; debía ser de lana, muy cara; el saco americano, gris, le hacía juego con el pantalón. En medio del paisaje blanco, la visión era aterradora.

Estaba más apuesto que nunca. Y lo había visto sonreír.

En el pasillo, cabizbaja, pidió perdón cuando chocó con otra persona; sus codos habían interceptado. Avergonzada, Nazareth lanzó una mirada breve.

Se le aguaron los ojos.

Sostuvo la imprecación en la lengua.

Y las piernas se le entumecieron.

—Alex...

—Costumbre la tuya de no mirar nunca con quién te metes —dijo él, con firmeza. La misma de siempre.

Parecía que habían transcurrido siglos. Sin embargo, en él no había señas de ningún paso de los años. Ni ojeras, ni arrugas, ni canas. Ninguna marca de expresión; todo lo que lo iluminaba era una frescura horrenda, como si fuera anormal.

No pertenecía a ese plano.

—Estás aquí —suspiró Naza; no era incredulidad lo que la había gobernado; titubeante y con un pestañeo, entreabrió los labios y miró hacia la salida. Charlie debía de estar con el otro médico. Seguro que lo conocía.

Alex, que la miraba con una especie de devota diversión, miró en la misma dirección que ella.

—Sí, está preocupado por tu padre —le dijo, como si quisiera responder a una pregunta enmudecida—. Pero ha venido por ti.

—Poppy también vino.

—Le dije que podrías ayudarla —espetó Alex.

—No entiendo cómo...

—El espíritu existe. Solo eso tienes que saber.

Asintiendo, Naza puso los brazos en jarras y retrocedió unos pasos, hasta apoyar la espalda en la pared. Un par de enfermeros cruzaron el pasillo.

—Papá dijo que descubrió algo —musitó como para explicarse—. Imagino que también se lo contó a él.

Volvió a mirar hacia la puerta, que se abrió de un movimiento lento y sutil. De inmediato, y como un acto robótico, Nazareth apartó la mirada. Alex la escudriñó con el entusiasmo de un padre que acaba de dar en el clavo del malestar de un hijo que ha estado depresivo por años.

Así, ella se percató de que él había mirado hacia un lado, y entonces su expresión cambió totalmente.

—Tu padre solo quería reunirlos aquí —aclaró él. Los pasos de Charlie se oían cada vez más cerca. A Naza le latía el corazón tan fuerte que sintió frío hasta en los muslos—. Veo que no ha perdido la astucia.

—No. —Sentía su presencia a un metro de distancia. Llegó junto a ellos apenas para oírle decir—: Solo perdió la noción de los días.

—Y tampoco han sido muchos —dijo Charlie.

Nazareth, que no conseguía escoger entre sus emociones, optó por mostrarse seria. De pronto, Alex se había retirado y ella estaba en solitario en medio de aquel corredor que daba a otro de los patios del pabellón médico. Buscó sin renuencia la vitalidad que Poppy le había descrito. Sus rasgos faciales estaban igual de intactos; llevaba un poco de barba en la cara, aunque lo demás iba impoluto.

De sus ojos, no obstante, habían desaparecido la tortura y los pesados anhelos.

—Tenemos percepciones distintas —dijo finalmente. Él torció una sonrisa y clavó la mirada en el mechón de su pelo que le colgaba por el rostro.

—Ya veo —Agarró las hebras y pasó los dedos por lo largo, antes de colocárselas detrás de la oreja. Luego la miró a los ojos, y dijo—: Tu cabello está más largo.

Sacudiendo la cabeza en afirmación, Naza corrigió el estado de sus nervios y se giró. Fue al umbral del cancel del patio. Afuera comenzaba a nevar. Charlie estaba a sus espaldas. El silencio, otras veces su mejor amigo, le jugaba en contra. Había tantas cosas que decir, que elegir una parecía una espina en la planta del pie.

Charlie se acopló a ella y, cruzándose de brazos, levantó la mirada.

—Espero que Poppy no te haya importunado —dijo él.

Naza carraspeó.

—Poppy ha sido de mucha ayuda este mes —confesó, encogida de hombros. Admiró el perfil de él—. Hasta supervisó la carta que pensaba enviarte antes de que supiera que ibas a venir.

La mueca de él era ilegible.

—No vine para presionarte —dijo Charlie—. De ser por mí, habría esperado esa carta, pero el doctor Kramer parecía ansioso por esta reunión.

—Lo sé y lo siento.

Reflexivo, él la miró de soslayo.

—Yo no —aceptó.

—Charlie, deja de ser tan... tú. Al menos por un momento.

Charlie sonrió.

—Me vendría bien saber qué quiere decir eso.

—Quiere decir —y se volvió a él, que la enfrentó con parsimonia— que no admito que me trates con condescendencia. No admito que actúes como si nada hubiera ocurrido. —Bajó la voz y trató de que el ansia amainara. Él había fruncido las cejas y la miraba, lleno de algo que ella no podía entender—. Me vendría bien que dijeras la verdad.

—No me diste oportunidad de eso porque te fuiste —le reclamó él, por fin—. No es un reclamo. —Volvió a reírse. La hacía enfurecer—. Es un recordatorio, porque no sé qué pretendías.

Para hacer gala de su decoro, hizo como que se ajustaba las solapas de la americana. El cuello alto le quedaba de maravilla. Resaltaba el color azul de sus ojos, que en ese instante la inspeccionaron, esperando una reacción positiva.

Algo dentro de ella la instó a no dar marcha atrás.

—Pretendía que olvidaras lo que pasó.

—Ah, ¿sí? —Él parecía ofuscado. Dio un paso hacia ella y la observó de cerca. Su olor le inundó las fosas nasales—. Te amo, a ver cómo que me olvide de ello. Y no me digas que todo esto es porque usaste un ritual para librar a mi familia de una maldición ancestral.

Lo mejor de su «te amo» no era lo que implicaba, o que ella sintiera exactamente lo mismo; no, era que Charlie, en su alta capacidad de ser él sin esforzarse, hablaba de amor tan bien en persona como en sus cartas. La recorrió un estremecimiento al recordar que, en la práctica, también se le daba de maravilla demostrarlo.

Y Alex había dicho que estaba allí por ella.

Aunque, pese a lo mucho que la había aliviado saberlo, tras decidir que iba a quemar el diccionario, le seguía pareciendo extraño que su padre lo citara.

No entendió por qué hasta que vio pasar a dos camilleros corriendo por el pasillo. Los siguió con la mirada, incluso cuando doblaron en otro corredor. Charlie se adelantó unos pasos y, con un gesto de suficiencia, la miró a la cara como si hubiera comprendido primero.

Se miraron así por un par de segundos.

Echaron a andar sin decirse nada.

Nazareth iba mirando de un lado para otro, intentando hallar a Alex. Pero lo vino a encontrar en el umbral de la puerta de la habitación del final de un corredor de las habitaciones. Ella conocía perfectamente aquel destino; disminuyó la velocidad de su andar y fue a ponerse delante de Alex, en total lentitud.

Dentro de la pieza, cuyos muebles eran lujosos como el que más, sonaba una alarma de emergencias; un médico estaba de pie frente a la tórrida escena. Los camilleros, tratando de hacer su trabajo. Ella, fría como el hielo, se dio la vuelta nada más enfrentarse a aquella imagen.

En el marco estaban Charlie y Alex.

Miró primero a Alexander, que dijo—: Tomó su decisión.

Luego buscó a Charlie con la mirada. Él había estado observando a Elmar Kramer.

Nazareth se le acercó; puso las manos contra su pecho, y se llenó de su presencia. Él no tardó en rodearla con sus brazos. Mientras apoyaba la cabeza contra la suya, mantuvo los ojos abiertos, recostó el oído en su tórax, y escuchó, destrozada y enamorada a la vez, cómo le palpitaba el corazón a un ritmo precioso.

Era una sensación hermosa —abrazarlo y que él la abrazara— en comparación con el horror de ver a su padre colgando del abanico en el techo: sin vida. 

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lo del título:v eso e todo por falta de inspiración en la descripción xd