Charlie (28)

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La concepción que tenía Charlie sobre sí mismo era, sinceramente, bastante borrosa. En otras épocas habría dado una lista inmensa de defectos; por ejemplo, se habría llamado aburrido, amargado, extraño, mojigato, tímido, soñador, etc. Pero escuchar la opinión de Nazareth fue una cosa muy, muy peculiar.

Dolió.

A veces, cuando pensaba que a esa edad ya debería estar casado —como decía Carice— o que ya debería de haber tenido su primer hijo —como decía Carice—, terminaba desconcentrado y reacio a continuar con ninguna tarea que estuviera realizando en ese momento; le provocaba estrés el hecho de tener que seguir una línea de sangre, hasta la perpetuidad, pero, en ese aspecto, pensar en ser feliz era todavía más extraño. Y la gente también creía que eso era una obligación. Nazareth, por ejemplo.

Es demasiado para mí.

—Demasiado —se repitió en voz baja, al girarse.

No tenía idea de si se refería a su tozudez, acritud o una mezcla de ambas, pero oírlo no resultó agradable. La había tocado de una manera íntima, hasta podría decir que descuidada... Jesús, ni siquiera había pensado en eso. Hubiera podido llegar al final sin ninguna precaución: y era porque no le preocupaba en lo absoluto.

Charlie evitó volver a la estancia de la chimenea, en la que todavía se encontraban Eco y Dune, charlando en voz baja. Alex no estaba. La puerta de la salida se encontraba abierta, de modo que, impelido por la zozobra pasada, el aire comprimido en sus pulmones al imaginarse que hasta Nazareth lo hallaba aburrido —tener esa imagen de sí mismo era una cosa, pero escuchárselo decir a una mujer que le atraía intelectual y sexualmente era un golpe bastante bajo de la vida—; había salido al aire fresco de la mañana. Nubes bastas y cargadas de agua recorrían los contornos del firmamento. El viento traía uno que otro aullido del mar, pero fuera de eso, el ambiente era pacífico.

Se sentó al lado de Alex y le contó todo. Bueno, al menos la parte en la que oía cómo Nazareth le hablaba a Poppy de que ella no era el tipo de mujer que se casaba y tenía hijos. Pensar que Charlie veía aquello como su futuro de manera inminente, le pesó como una cruz en la espalda. Había sido un buen encuentro de sexo sin premeditaciones, y lo había sentido en el pecho. Una mano entera le removió las entrañas y se las apretujó hasta que estuvo pletórico de excitación, de deseo y de amor por ella.

Al pasar los minutos, Charlie contempló el perfil de Alex.

—¿Sientes algo por ella?

Alex acababa de darle un sermón sobre las cosas que debía aceptar del destino. Charlie creía en Dios.

Pero no en los hombres.

La redundancia de todo aquello era que, en efecto, había hombres oscuros y mujeres impías en el mundo. Una de ellas hasta le había dicho que era tan frío como el hielo; ahora, sin embargo, le echaba la culpa a Jane y a su recuerdo tóxico. Se preguntó si, de haber estado sano, ya estaría casado con Regina, una escultora y profesora universitaria a la que su padre había detestado. En ella había encontrado a una amiga, pero era obvio que, aparte del sexo mecánico y las cenas interesantísimas que solían mantener, charlando de historia siempre, no habían compartido nada.

Esos días, catorce si los contaba, le habían bastado para comprender que no era algo que se obligara. Era una cuestión de piel, de vísceras; le correspondía al alma. La conexión. El amor. Se salía del entendimiento humano; eso tenía mucho más sentido que lo que su padre le había dicho al enterarse de que planeaba seguir adelante con Regina.

Hombres Oscurosحيث تعيش القصص. اكتشف الآن