Esquizofrenia (15)

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Como su nombre lo indicaba, tenía la cabeza llena de ecos. Las promesas apocalípticas de su madre eran la gran mayoría. Aunque intentaba aferrarse al pensamiento de que saldría de allí pronto y de que valía la pena por el dinero que Occultus iba a pagarle, su sexto sentido no le vaticinaba lo mismo. Allí, de pie en mitad de una tormenta y sosteniendo una sombrilla amplia mientras el duque de Argyle se despedía de su hijo Dune, solo podía pensar en voces susurrantes durante la noche, Alex hablando todo el tiempo como si hubiera alguien más a su lado, Elmar Kramer gritándole que se desataría el infierno sobre Dunross y que, si quería salir vivo, tendría que dejarlo salir.

Alexander había dicho que no le permitiera hablar, así que lo había amordazado. Pero eso no dejaba de repetirse en su cabeza. Una y otra vez.

—Estaré bien —decía Dune.

—No deberías de quedarte, no estás listo. No eres George ni Elmar y yo... No tengo fuerzas. Escúchame, Duncan, pase lo que pase...

—Entra, viejo, vas a coger un catarro.

—Me importa un pepino si me muero aquí, pero no tú.

Eco sostenía la sombrilla. Tenía acalambrados los dedos y los hombros del saco ya iban húmedos por los salpicones de agua que le llegaban.

Se preguntó por qué el duque estaba tan preocupado, y si esa preocupación tendría que ver con lo que Alex le había pedido por la tarde, después de que a Nazareth le hubiera sucedido su accidente. No paraba de cavilar respecto al medicamento. E incluso había leído por ahí algo antes de entregarlo, junto con la jeringa. Le advirtió a Alex que no era su mandadero, pero él le prometió que estaban en las últimas.

De qué, aún no lo había descubierto.

Dune Swift cerró la puerta del Camry y se volvió hacia él. Le hizo una seña para que dejara la sombrilla.

—El agua de lluvia es purificadora, Eco.

Empezó a subir la escalinata de la entrada. El chofer lo siguió. Dentro, en el vestíbulo, solo quedaban un par de hombres a quienes Charlie estaba despidiendo en nombre de su padre, que hacía rato se había ido a dormir. El castillo se iba a quedar vacío.

Eco siguió a Dune hasta la sala principal, donde solo había un par de empleados más. Un tipo con sobrero de copa se les acercó, preguntando la hora. Dune le dijo que eran casi las diez. El aliciente surgió otra vez, porque era demasiado tarde para abandonar Aberdeen. Tarde por la noche, y eso despertaba su curiosidad.

Aun así, se quedó callado, cumpliendo su frágil papel de personal de confianza, aunque ya sabía que Charlie había pedido la plantilla de todos los que trabajaban en Dunross; tal vez por eso Alex le había dicho que no les faltaba nada para llegar a su cometido. Pero Eco no tenía idea de por qué aquello se sentía tan mal, como si lo estuviera oprimiendo.

Hasta el jarrón roto por la tarde le parecía extraño. Y que Charlie, tras un paro cardíaco, pareciera más fresco y lleno de vida ahora.

—Están deseosos de saber si se les pidió que abandonaran el castillo a causa de George —murmuró Dune.

En ese momento, Charlie guio a la puerta a dos miembros del parlamento que habían sido amigos cercanos de su padre desde la infancia. Les juró que el conde se encontraba bien de salud. Y entonces Eco se dispuso a buscar a Alex con la mirada.

Carice y la pelirroja habían llevado a Nazareth a su habitación para que descansara. Tenía una herida poco profunda en el antebrazo, así que la habían enviado a reposar por orden de Dune, que le sabía algunas prácticas médicas a su padre.

Hombres OscurosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora