Lento, lento, lento (40)

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Antes de acudir, Eco le pidió a Charlie que investigara a quién pertenecía aquella propiedad en las fueras de Bath. Se mantuvieron encerrados en el despacho del conde hasta bien entrada la noche; y esa fue la misma noche en la que recibieron una llamada, en palabras de su empleador, «preocupante». Era de parte de Elmar Kramer y lo citaba en América porque quería dejar algunos puntos claros de su libro; un compendio de pensamientos que había empezado a escribir nada más ingresar en la clínica.

Al colgar, el semblante del hombre demudó en tonalidad y afectación; Eco Wallace se sorprendió a sí mismo intentando sonsacarle la verdad.

—Quiere que vaya —se excusó el conde.

—Por azar del destino, tienes que ir —aseguró, más severo de lo que esperaba.

—Sería bueno que le advirtiera a Nazareth... Es decir: Elmar me explicó que quiere vernos a ambos. Principalmente porque lo que cuenta en ese libro nos concierne.

Eco sopesó aquellas palabras.

—Tú quieres verla.

—Sí. Pero ella no quiere verme a mí aún.

—¿No te dijo Poppy que te avisaría de si Naza querría venir? Ya sabes, a lo de Dune.

En silencio, Charlie movió ligeramente la cabeza y se irguió de su silla. Por esos días no se tomaba la molestia de vestir tan abigarrado a los modales de su padre, sino que era más suelto y libre de sus acciones, como un pajarillo enjaulado. Y también era más frío y calculador. Casi un mes atrás había enviado a freír espárragos al duque de Argyle, después de que este insultara a Poppy.

Dune no lo había sorprendido quedándose callado como un crío que todavía bebe leche de la teta de su madre. No. Más bien Eco se había puesto muy feliz de que Poppy viera al bebé asustado que, en presencia de su padre, podía llegar a ser.

—Aún no me llama.

—Ya veo —susurró Eco, repantigándose en la silla—. Entonces, sí, haz el enésimo intento de llamar a Nazareth por teléfono.

—Gracias por los buenos ánimos.

—Te prometí sinceridad. Eso haré.

Y lo cumplió.

Cuando el duque de Argyle le contactó Eco rompió su código de discreción de cazatesoros para hablarle a Charlie de su nueva situación; le enviaron una carta a su departamento privado en Invernes, a donde fue el fin de semana que Charlie partió. Luego buscó en los mapas correspondientes, se armó con una mochila de viaje, guantes de piel, un abrigo para el invierno que azotaba Escocia por esos momentos y sí, su revólver de confianza.

Tuvo que dejar el auto en una especie de posada en el pequeño poblado y seguir a uno de los campesinos campo a través. Lo guiaron a la cabaña, semiderruida para entonces. Friedrich Swift lo aguardó en el borde de un río de cuyo muelle quedaba nada más el vestigio y los postigos que antes lo habían sujetado.

Con las manos guardadas dentro de la chaqueta de deporte, Eco se encogió entre la lana del interior y el calor de su bufanda. El duque iba vestido como una gran oveja lanuda negra. Incluso llevaba un gorro de croché en la cabeza. La pomposidad de su vestimenta lo hizo recapacitar. De todos los Miembros Ocultos, el duque había sido el único que no tenía ningún objeto preciado que recuperar del mercado negro o de antiguas familias judías. No. Tampoco en los museos. El clan Swift tenía una larga lista de corrupciones en Westminster; los reyes siempre habían abogado por ellos, pero Eco tenía la duda de si era porque el primer duque había sido primo del rey consorte, o porque guardaban algo en su inmensa propiedad.

Hombres OscurosOnde as histórias ganham vida. Descobre agora