Epílogo

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Nazareth vio a Charlie atravesar el adoquinado del psiquiátrico Levigne. A través de la ventana de Jason Monroe, uno de los médicos que supervisaban a su padre, en su oficina, observó cuidadosamente cómo el conde le daba la mano al abogado de su padre, que por alguna razón estaba allí aquella tarde nevada de enero. Se frotó los brazos con las manos, cruzándolos. Al darse la vuelta, Jason alzó la vista desde el expediente que miraba.

—Acabas de ver un fantasma —le dijo, con toda familiaridad—. Siéntate, llegarán en cualquier momento,

—No. Tengo que hablar con él primero en privado; será demasiado incómodo tener una cita con el abogado, mi padre, y tú. No, no. Iré antes.

Caminó hacia la puerta, decidida a hacer lo que Poppy le había dicho. Desafortunadamente, tuvo la ligera impresión de que algo ocurría. Los vellos de la nuca se le erizaron. Por orden suya, la joven bruja había permanecido en su casa; no quería que el encuentro con Charlie fuera mayormente agrio. Iban a hablar y ella ignoraría su pecho. Desde su posición, le había visto la camisa negra de cuello alto; debía ser de lana, muy cara; el saco americano, gris, le hacía juego con el pantalón. En medio del paisaje blanco, la visión era aterradora.

Estaba más apuesto que nunca. Y lo había visto sonreír.

En el pasillo, cabizbaja, pidió perdón cuando chocó con otra persona; sus codos habían interceptado. Avergonzada, Nazareth lanzó una mirada breve.

Se le aguaron los ojos.

Sostuvo la imprecación en la lengua.

Y las piernas se le entumecieron.

—Alex...

—Costumbre la tuya de no mirar nunca con quién te metes —dijo él, con firmeza. La misma de siempre.

Parecía que habían transcurrido siglos. Sin embargo, en él no había señas de ningún paso de los años. Ni ojeras, ni arrugas, ni canas. Ninguna marca de expresión; todo lo que lo iluminaba era una frescura horrenda, como si fuera anormal.

No pertenecía a ese plano.

—Estás aquí —suspiró Naza; no era incredulidad lo que la había gobernado; titubeante y con un pestañeo, entreabrió los labios y miró hacia la salida. Charlie debía de estar con el otro médico. Seguro que lo conocía.

Alex, que la miraba con una especie de devota diversión, miró en la misma dirección que ella.

—Sí, está preocupado por tu padre —le dijo, como si quisiera responder a una pregunta enmudecida—. Pero ha venido por ti.

—Poppy también vino.

—Le dije que podrías ayudarla —espetó Alex.

—No entiendo cómo...

—El espíritu existe. Solo eso tienes que saber.

Asintiendo, Naza puso los brazos en jarras y retrocedió unos pasos, hasta apoyar la espalda en la pared. Un par de enfermeros cruzaron el pasillo.

—Papá dijo que descubrió algo —musitó como para explicarse—. Imagino que también se lo contó a él.

Volvió a mirar hacia la puerta, que se abrió de un movimiento lento y sutil. De inmediato, y como un acto robótico, Nazareth apartó la mirada. Alex la escudriñó con el entusiasmo de un padre que acaba de dar en el clavo del malestar de un hijo que ha estado depresivo por años.

Hombres OscurosWhere stories live. Discover now