La muerte es otra forma de vida (34)

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Poppy rodeó la taza de té y se la llevó a los labios, no sin antes aspirar el vapor que subía desde el interior del líquido. Dune, que se había tomado la molestia de preparárselo, se sentó junto a ella en un sillón de dos plazas, en donde él ocupaba más espacio que ella y los hacía tener que acercarse demasiado. Cuando dio el primer sorbo, observó a su compañero por encima de la cerámica. Sus ojos inspeccionaban la alfombra del despacho de Charlie, donde se hallaban, esperando.

Minutos atrás, habían estado en la habitación, ella limpiando su herida, y él asegurándose de que el pulso no fuera un artificio de su imaginación.

—No lo entiendo —murmuró entonces, mesándose el cabello. Poppy alzó las cejas solo para escucharle decir—: Tendría que haber...

—La muerte es otra forma de vida, Duncan —dijo ella—. Es el mejor té que he probado en mucho tiempo.

Él torció una sonrisa diminuta.

Poppy, que siempre lo había visto como a un ser carnal lejano a sus posibilidades, se dio cuenta de que los eventos de aquella noche habían roto ese prejuicio. Ella se sentía más confiada y, Dune, que no había reparado en ningún momento en la ausencia de Carice, se dedicó a hacerle preguntas. Su repentino interés por el bienestar de ella, sin querer, le había hecho sentirse más presente en el mundo terrenal; aquello le pasaba con pocas personas. Charlie y tal vez su abuela. Sí: eran pocos los que la trataban como si no fuera un bicho raro. Y aunque ella era consciente de su naturaleza, no se exentaba de la inseguridad.

Dune se arrellanó en el asiento y la miró a los ojos.

—Hiciste brujería con él... Para sanarlo.

Ella sonrió.

—Fueron Alex y Nazareth. Yo tuve poco que ver con ello. —Dio otro trago al té y después añadió—: No es nada del otro mundo.

—Bueno, cuando un médico le vea la cicatriz en el pecho, se preguntará por qué carajos no murió —respondió, escéptico, y la miró con desanimo—. Lo siento.

—En nuestro mundo, la sangre tiene el poder vital en la existencia; un corazón envenenado no puede sobrevivir demasiado tiempo. Y el de Charlie estaba moribundo. Nazareth hizo lo que era correcto; no para ella, pero sí para él.

—Sigue pareciéndome algo extremo.

—Porque no lo entiendes. Dune, las catástrofes no-terrenales se salen de nuestro poder. Pero el método de renacer es habitual desde los tiempos de los grandes imperios. Muchas civilizaciones han pasado información que llega hasta nuestros días. El problema, no obstante, no es la información en sí, sino la incredulidad de en quien está esa información. Los libros prohibidos que posee la familia Mornay asustarían a más de uno. Ponen rituales terribles; es inaudito lo que se puede hacer con un poco de fe... Sin importar hacia qué lado la inclines.

—¿Te refieres al infierno?

Cautelosa, Poppy lo analizó con esmero. Sus ojos demostraban una fatiga más bien interna, pero no su cuerpo; iba con la ropa desgarbada, manchada de sangre, y arrugada; el pelo lo traía alborotado y la parte más larga del frente provocaba que pareciera salvaje, casi un demente. Se rio de su propia comparación y recordó que no se podía permitir mirarlo así.

—En parte —dijo luego— me refiero al infierno y en parte al paraíso.

—La gente debería saber todo esto. Los que permanecen escépticos...

—En los tiempos de Jesucristo hubo muchos milagros, y lo crucificaron; ¿qué te hace pensar que nos creerán ahora?

Con aspecto resignado, Dune se recostó en el espaldar del sillón y contempló en silencio, por largos minutos, el techo del despacho. Iban a subir en cuanto Carice les avisara que Charlie había despertado, pero los ánimos de Poppy estaban lejos de quererlo mirar a los ojos. Cuando eso ocurriera, ella tendría que ir y llevarle el mensaje a Nazareth para que esta pudiera marcharse a gusto. O en determinadas cuentas, para que pudiera irse sabiendo el resultado de su sacrificio.

Hombres OscurosWhere stories live. Discover now