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“Estos son los días de nuestras vidas, las cosas malas en la vida eran tan pocas. Esos días se han ido ya, pero una cosa sigue siendo cierta cuando miro y encuentro que todavía te amo.” —Queen
Rogerina cerró los ojos cuando el viento de otoño le acarició la piel y le dio la bienvenida a su nueva vida. Ya habían pasado dos años y tres meses desde que ingreso por primera vez a la clínica. Roger, como siempre en cada mes la había visitado. En muchas visitas pudo tener la oportunidad de ver a sus hermanitos y charlar con ellos, en otras más podía ver a su tía Fredderina y al tío Freddie, como ya había empezado a llamarle y también a su abuela Joahnna y al pequeño Sammy, o tío Sammy desde que él empezó a crecer más y más, pues ahora era un chico de quince años.
La rubia inhalo y exhalo en repetidas ocasiones, dejando que los rayos del sol le dieran color a su tono de piel pálido y cuando abrió los ojos, Roger estaba allí.
Corrió lo más rápido que pudo para estar en sus brazos. Roger la sujeto con fuerza de la cintura y juntos dieron miles de vueltas, besándose y mirándose a los ojos alegres porque por fin estarían juntos para toda la vida.
—Mi amor, mi amor —Roger no podía dejar de abrazarla, tenerla en sus brazos le llenaba de vida y paz—, lo lograste, juntos lo hemos logrado.
—Mírame bien, Roger, soy yo —la chica le acaricio la mejilla con gentileza, sonriéndole—, la Rogerina de quien te enamoraste hace dieciséis años.
—Siempre has sido tú, mi amor. La misma mujer a quien yo amaré el resto de mi vida —Roger también empezó a acariciarla, sus ojos azules brillaban como el oro
—¡Rogerina! —escucho tres inocentes vocecitas gritar su nombre
Eran sus hermanitos, que con los brazos extendidos venían corriendo a su encuentro, a la chica se le llenaron los ojos de lágrimas por la felicidad y los recibió a los tres de la misma manera, abrazándolos y llenándolos de besos por todas sus caritas.
—Ey ¿Cómo han estado? —Emily y Louisa eran idénticas a mamá y Jimmy a papá
—Estamos muy bien, ¿Por fin irás con nosotros a casa? Te extrañamos —Emily le acaricio el cabello—, Louisa y yo podemos dormir en una cama juntas y tú en la otra ¡En nuestra habitación!
—Así es, y yo las cuidaré a las tres para que no tengan miedo —Jimmy y Roger se sonrieron
—Toma —Louisa le entrego a su hermana mayor un dije con la letra “B” colgando
—¿Es para mí? —Rogerina lo tomo entre sus manos y analizo la joya
—Sí, la abuela Joahnna lo compró para ti, a todos nos ha comprado uno igual y a Sammy le compro la letra jota.
—Le vas a decir que muchas gracias, que está muy bonita.
—Se lo podrás decir tú, aquí viene —Jimmy apunto a la entrada del estacionamiento
Rogerina se levanto enseguida y miro a lo lejos. Podía ver a una viejecita caminando con la ayuda de un bastón lentamente. No pudo contenerse más, ahora estaba llorando porque lamentablemente ya no era la misma mujer fuerte que siempre fue a lado de John, la edad ya había terminado con ella, estaba más arrugada y llena de canas, Sammy, su hijo venía a su lado, ayudándole a caminar por el brazo, Sammy era idéntico a John, había visto fotos de su juventud, por eso podría jurar que era a John a quien ella veía y no a su hijo.
Detrás de ellos venía su tía Fredderina y su tío Freddie. Tan llenos de amor como siempre, tomados de la mano y sonriendo. Rogerina tuvo tiempo de abrazar a todos y llenarles de besos.
—Rogerina —ella se volvió a Roger
Roger yacía de rodillas sobre el césped, sosteniendo entre sus dedos un anillo ¡La joya más preciosa que ella jamás había visto!
—Hemos sufrido mucho. Lamentablemente se nos cruzaron muchísimas cosas en el camino que nos impidió estar juntos como queríamos, pero el verdadero amor todo lo puede ¡Y tú y yo somos el verdadero amor, el más limpio y fuerte que existe! Aquí, frente a tu familia, frente a tus hermanos, tus tíos y tu abuela, yo, Roger Meddows Taylor, te pido a ti, Rogerina May, que unas tu vida en sagrado matrimonio conmigo, para estar juntos hasta que la muerte nos separe ¿Aceptas?
Rogerina cerró los ojos. ¡Todo lo que era lo había hecho por él!
—¡Si, si acepto casarme contigo, Roger!
Rogerina levanto ambos lados de su vestido blanco y giro en más de dos ocasiones mirándose en el espejo ¡Lucía radiante! Se sentía eternamente feliz. Su vestido era largo, bastante esponjado y con muchas, muchas flores sobre la tela, tenía encajes hechos especialmente para ella y sobre todo diamantes incrustados en los bordados. Su hermanita Louisa esperaba ansiosa ponerle el velo debajo del peinado y Emily esperaba su turno para entregarle el ramo, Joahnna y Fredderina también la miraban encantada, Fredderina había hecho su maquillaje y su peinado, Joahnna lamentablemente ya no tenía mucha fuerza para ayudarle en algo a su hermosa nieta, pero estaba feliz por su felicidad.
—Ya es hora mi amor, te esperamos afuera —Fredderina tomo de la mano a sus hermanas y se las llevo fuera de la habitación
—Te ves muy hermosa, mi amor —Rogerina se volvió feliz después de ver su sonrisa a través del espejo, se volvió alegre
—¿Listo para caminar conmigo hasta el altar, papá? —le sonrió
Brian estaba presente. Rogerina camino a su encuentro para abrazarlo y llenarle de besos.
Freddie estaba fuerte. Sammy, Joahnna, Fredderina y él estaban frente a las fotografías de John Deacon y Brianna, Freddie había mandado a hacer un altar en honor a John y a Brianna. La muerte de Brianna había terminado por devastar para siempre a Joahnna, la muerte de su hija únicamente era algo que jamás había creído posible vivir, pero lamentablemente le había tocado ser fuerte por ella y porque aún tenía a su lado a sus dos hijos más. Joahnna llevaba en las manos una rosa blanca y Sammy otra en la suya. Ambos se persignaron y empezaron a orar por John y Brianna, tomados de la mano como siempre lo habían estado desde la muerte de John.
—Mi amor —Joahnna habló con la voz temblorosa—, está rosa es para ti, hoy como todos los días vengo a decirte que te amo y que te extraño cada vez más.
Freddie empezó a sollozar cabizbajo.
—Mi niña, te traje está rosa —dijo Joahnna, Sammy coloco la rosa frente a la fotografía de Brianna—. Te amo mi vida, hoy Rogerina por fin cumple su sueño, sé feliz por ella como todos nosotros lo estamos.
Cuando fue el turno de Freddie y Fredderina de colocar sus rosas en el altar, Joahnna les espero sentada en una banca junto a Sammy, él le daba masajes en las manos porque sabía que eso a su mamá le hacía sentir mejor después de recodar a su papá.
Joahnna observó como Freddie se ponía de cuclillas frente a ella y de como sacaba una bolsita de terciopelo color rojo, sus ojos se llenaron de lagrimas cuando lo vio sacar un anillo de ella.
—Joahnna —Freddie tomo su mano—. Esta joya que ves aquí, es la misma con la que John pensaba pedirte matrimonio, me la mostro días antes de la operación, lamentablemente con lo que paso, no pudo estar en tu mano. No sabes lo infeliz que me siento de saber que por mi culpa él ya no está más contigo y con Sammy, que por mi culpa perdí a mi mejor amigo —Freddie se dejó vencer, Joahnna rápidamente tomo su rostro entre sus manos
—No Freddie, créeme que John lo hizo por amor. Ni tú ni él sabían lo que sucedería, deja de culparte por favor ¡Él me pidió que te dijera que no te sintieras culpable! Te lo dije el día de su sepulcro, no lo olvides.
—Por eso mismo siento que es mi deber entregarte esto, porque sé que al igual que yo, él quiere que lleves este anillo en tu dedo, como muestra de que estuvieron viviendo uno de los matrimonios más hermosos.
Freddie tomo con cuidado la mano izquierda de Joahnna y en honor a John, mencionando su nombre y recordando cómo había amado en vida a la mujer que tenía enfrente, deslizó con delicadeza el anillo de matrimonio que tenía grabado las iniciales de John y de Joahnna en pequeños cortes. Joahnna no evitó las lágrimas, que resbalando por sus mejillas lloraban la pena de haber perdido al único y verdadero amor de su vida. Lo extrañaba, siempre iba a vivir el resto de sus años anhelando sus caricias, el sonido de su voz y la eternidad de su mirada. La vida había sido injusta con él, un hombre joven que estaba destinado a morir por amor; el amor de la hermandad.
—Mi amor, Dios sabe que siempre estuvimos casados —Sammy la abrazo para tranquilizar su llanto, rogando porque su madre estuviera mucho más tiempo a su lado
Brian May sonrió a la felicidad de su hija. No había podido verla nacer, tampoco dar sus primeros pasos y acompañarla en su crecimiento, pero ahora, ahora era feliz de caminar con ella sobre el camino que la llevaría a la felicidad. Roger estaba a muchos metros esperando su llegada, con una sonrisa que se podía ver a kilómetros. Cuánto estuvo equivocado, cuánto daño le había hecho a su hija, sí él hubiera permitido a Rogerina ser feliz, justo en ese momento estaría Brianna con él, todavía felizmente casados y dichosos por la alegría de su hija.
Brian sostuvo orgulloso el brazo de su hija y juntos caminaron por el pasillo de la iglesia. Cuando Rogerina llegó al lado de Roger, él sin ningún tipo de vergüenza, después de sonreírle al amor de su vida, tuvo que limpiarse las lágrimas que había provocado el verla vestida de blanco y por fin a punto de ser para él por toda la eternidad.
—Sé que la harás muy feliz, que dedicaras todos los días de tu vida a velar por su bienestar, lo único que te pido ahora es que no te preocupes por nada más que en vivir y recuperar todo el tiempo que por mí culpa no pudieron estar juntos. Ámala Roger, ama a mi hija, por favor.
—Brian, mejor amigo —Roger le estrecho el hombro con cariño—. Gracias por estar aquí en este día tan especial para Rogerina y para mí, gracias.
Brian beso la frente de Rogerina y se la entrego a Roger, ahora sí para toda la vida. Se hizo a un lado y tomó asiento al lado de Freddie, quien también con una sonrisa lo recibió con los brazos abiertos orgulloso del Brian May que ahora era. La ceremonia comenzó.
Roger oro en voz baja por sus hijos, por Mary y por Rogerina. También oro con lágrimas en los ojos por John, su mejor amigo, que seguramente yacía a lado de Joahnna y de su hijo viéndolo ser feliz.
Rogerina cerró los ojos al recordar a su madre, le dolía su ausencia.
—Ojala estuvieras aquí —susurró, juntando ambas manos para orar por el descanso eterno de su madre—. Gracias mamá, gracias por dejarme ser feliz, te perdono.
Roger y Rogerina se miraron a los ojos y, mirándose de frente, unieron sus manos con fuerza mientras escuchaban al sacerdote.
—Yo los declaro, marido y mujer —les dijo, Roger y Rogerina se sonrieron—. Puedes besar a la novia.
Se basaron. Roger abrazo a su ya por fin esposa y unió sus labios con los de ella, besándose como jamás lo habían hecho, sintiendo que por fin sus vidas se calmarían de tanto tormento y tanta infelicidad e injusticia. Ellos no merecían nada más que ser felices, desde hacia mucho tiempo que ellos no deseaban nada más que ser libres, y ahora lo eran.