Kimi ga suki | Tú me gustas

By Maii_y_Miri

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Son escasas las cosas que le gustan a Sasuke, y al contrario son muchas las que le desagradan. Tiene un sueño... More

Book-Trailer.
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capitulo 3
Capítulo 4
Capitulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10.
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Especial Navideño I
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Epílogo
Agradecimientos
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Capítulo 40

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By Maii_y_Miri

El mundo estaba en terrible peligro, pero ahí, en ese bosque que se volvía espeso en algunas zonas y poco frondoso en otras, parecía que las cosas no marchaban tan mal. Estaba junto al ser que había prometido cuidar desde que estaba en el vientre de su madre y lo mejor, no recibía miradas de odio o asco. Sasuke incluso le dedicaba comentarios esporádicos sobre la villa que alguna vez ambos llamaron hogar, sobre los recuerdos de su infancia y cómo debía perseguirlo para obtener tiempo de calidad juntos.   

—¿Te cansabas de tenerme pegado a ti? 

A ello solo rodó los ojos y omitió las ganas de llamarlo tonto o darle un golpecito en la frente. 

—Claro que no, pero debía cuidarte de la oscuridad que me rodeaba. Eras muy pequeño para meterte en esa guerra política. 

El más joven bufó. No ocultaba lo absurdo que le parecían sus pensamientos. 

—Podría haberte apoyado, hallar una solución —murmuró más para sí—. Dejémoslo así. No tiene caso. Ahora eso ya acabó y aunque pensamos distinto, no estamos solos. 

Lo miró de reojo. Se hallaba pensativo y quizá fue su imaginación, pero le pareció que no solo se refería a su compañía. La idea le supo agradable. Sasuke merecía encontrarse a sí mismo a través de las personas correctas, como Naruto. 

—¿Cómo está Yumi-chan?

No obtuvo respuesta inmediata, por lo cual se giró a observarlo. ¿Habría ocurrido algo? Acostumbrado a lo peor, imaginó a su hermano menor gritándole que se vaya lejos, que no la quería ver, o a la muchacha agotándose de la maldición de odio que rodeaba a los Uchiha y abandonándolo a su suerte, o peor aún, muriendo trágicamente. Estaba por preguntar e intentar unir cabos sueltos, cuando vislumbró una sutil sonrisa. Un gesto que lo dejó brevemente enmudecido por descubrir qué lo había provocado. 

—Estamos juntos. 

Sus pasos si bien siguieron siendo acompasados como sus latidos, su mente volaba lejos de ahí. Incrédulo, no pudo evitar abrir la boca en vano, buscando decir algo, pero sin lograrlo. ¿El frío, maleducado y exasperado Sasuke estaba con una dulce, gentil y paciente chica?

Esta vez él sonrió. Por más diferentes que sean, no le costaba imaginárselos tomados de la mano y avanzando a paso lento en esa montaña rusa que debía ser el amor.   

—Felicidades, Sasuke —Ante el gesto indiferente que le mostró, tuvo el impulso de continuar con una broma. ¿Hace cuánto no bromeaba? ¿Alguna vez siquiera se había permitido relajarse? No era el mejor momento para pensar en ello, por el contexto que vivían, pero al menos unos minutos, deseaba comportarse como un hermano cualquiera—. Estoy seguro que Yumi-chan debe ser una santa para soportar tus cambios de humor. 

—Qué gracioso —ironizó con un ápice de diversión para de inmediato, adoptar una postura serena, como si estuviera soñando despierto—. Cuando acabemos con esta guerra y logre que Konoha pague sus pecados, cuando me asegure que disfrutes la vida que mereces, haré renacer el clan. Lo haré con ella. 

Su visión no era la más prodigiosa en esos momentos. Es decir, había perdido la claridad en un ojo, a cambio de ganar miles de vidas; pero la cercanía con su único pariente —pues se hallaba literalmente apoyando su peso en su hermano—, le permitía notar, sin resquicio de dudas, lo sincero que era en cada una de las sílabas pronunciadas. 

—Deja de mirarme. Es incómodo. 

Soltó una risa fresca, juvenil. 

—¿Te incomodo? 

—Sí —masculló—. Como sea, se supone que debes escucharme y aconsejarme. 

Nuevamente rió. Era gracioso ser testigo de esa actitud impropia en su familia: la duda. Sasuke no estaba seguro si era digno de cumplir ese nuevo sueño que empezaba a trazarse en su cerebro. No lo culpaba. Después de lo que habían tenido que pasar, consideraba normal que esa gigantesca confianza que manejaba para batallas, le faltara en ese tipo de temas. Había olvidado cómo se debía sentir amar, cómo dar sin esperar nada a cambio, cómo proteger sin la necesidad de tomar un arma. Estaba asustado. 

—No temas —sosegó—. Sabes lo que pienso acerca de divulgar un secreto de estado que protege a miles de personas, pero en cuanto a lo último, creo que harías un buen papel como padre o esposo, siempre y cuando prometas dejar todo el odio atrás —Fijó su vista al frente, en la rama que debía pisar y luego en el siguiente árbol que debían alcanzar—. No creo conveniente que inicies una nueva historia, si no dejas de pensar en lo que sucedió en la anterior —Omitió el recomendarle hablar con algún experto en traumas psicológicos o practicar meditación, como él—. Además, debes ser tolerante con Yumi. No debes forzarla a apresurar las cosas. Dale tiempo para que... 

—Ya lo hicimos —cortó. 

El menor atribuyó el silencio de Itachi al dolor que le provocaba la herida en su costado y en su espalda. No se imaginaba que en realidad era debido a la sorpresa por lo que acababa de admitir.  

—¿Te refieres a...? —Frunció el ceño, sintiéndose torpe. Tener esas charlas con Sasuke era algo que jamás había aparecido en sus sueños—. A que ustedes dos ya tuvieron... 

—Sexo. Sí 

¿Qué le pasaba a...? Solo cuando notó sus mejillas sonrosadas comprendió y pudo reírse sin ánimos de esconder su burla. 

—No seas un santurrón, hermano —Bufó aburrido, presionando su mano en el hombro de su mayor para que este no deba esforzarse tanto en los saltos que hacían constantemente—. Te dije que estamos juntos y que quiero restablecer el clan. 

—Dime que no le pediste de esa forma que estuviera contigo. 

Negó imperturbable. Comprendía entonces eso que había oído acerca del siempre seguro Sasuke, pues daba la impresión que nada le afectaba. Aunque fuera solo una máscara como la que él había usado por muchos años, lucía muy real. Probablemente era un talento de su familia. Probablemente el hecho de ser tan buenos mintiendo y ocultando sus emociones se debía a su genética. Probablemente, en su interior, deseó no haber nacido con ese "don" que había logrado lastimar a quienes más quería, como su propio hermano y la mujer que había estado dispuesta a luchar en su nombre. 

Lejos, casi tanto que las explosiones y los daños de la pelea no se oían donde ellos seguían avanzando, los gritos de júbilo empezaban a dispersarse, mas no la emoción y el agradecimiento a ese héroe sin rostro ni nombre que los había salvado de una guerra en desigualdad de condiciones. 

—¡Podremos ganar! —gritaban los shinobis, animados.

—¡Ánimo, Akamaru! ¡No podemos quedarnos atrás!

—¡Bien hecho, chicos! —aplaudía Lee cual entrenador de un equipo que gana su primer partido.

—Alguien con una capacidad superior a la de un ninja normal debió haber desactivado el jutsu —razonó Shino en medio del breve relajo que se había armado a su alrededor.

—¡Shikamaru! —Cargó a su compañero de coleta que intentaba bajarse de sus brazos, entre protestas.

—¡Bájame, Chouji!

—¿Todo en orden, Hinat...? —la oración del genio del clan Hyūga se había visto cortada cuando su adorable prima se lanzó a sus brazos. No se esperaba una reacción tan emotiva, pero no la alejó. Comprendía el alivio que debía sentir al seguir viva.

—¡Estoy segura que ve-venceremos, Neji-niisan! —exclamó emocionada por lo que estaba pasando.

—Alguien nos ha comprado unas horas más en este mundo —lanzó Takeshi a su nueva acompañante que intentaba apartar los mechones negros de su frente.

—Aprovechémoslo dando nuestro mejor... ¡¿Qué haces?! —Lo empujó al sentir sus dedos a ambos lados de sus mejillas, ayudándole a liberar su frente del cabello rebelde.

—Calma, Meiri. Solo te doy una mano.

—Yo sola puedo peinarme —interrumpió caminando lejos de ese ninja.

—Ni que te hubiera besado —Rodó los ojos el chico para en seguida ir tras ella.

La Alianza Shinobi tenía claro que su nuevo objetivo podía ser el último. Se enfrentarían al Juubi, al misterioso enmascarado y al legendario Uchiha Madara. Quien no temiera ese destino era un tonto. Sin embargo, eso no detenía a los batallones que marchaban a una rauda velocidad hacia el frente luego que el jefe estratega hiciera un recuento sobre lo sucedido. La División de Combate de Medio Alcance, la de Combate de Corto Alcance, Combate de Corta y Media Distancia, Combate a Larga Distancia, el conjunto Especial de Batalla, de Percepción y de Ataque Sorpresa se acercaban tanto o más que los antiguos Hokages hacia un mismo punto: Naruto. 

Mientras las filas de soldados intentaban llegar a la cúspide del caos, ninjas médicos dejaban sus batas por armamento y remedios que consideraban necesarios llevar a la batalla. Quizá la última para muchos. 

—¡Han detenido el Jutsu de Resurrección impura! ¡Es hora de unirnos! Acomoden lo justo que en diez minutos salimos. Ren, Kumo, Sakura-chan, quédense por unas horas más en caso algún herido esté de camino aquí —ordenó Shizune sin alcanzar a ver el mohín involuntario que la alumna de Tsunade hizo al escuchar su nombre.

—Shizune-san, yo... debo pelear. Mis amigos están arriesgando sus vidas —intervino Sakura intentando alcanzar a su mayor que terminaba de acomodar su ligerísimo equipaje—. Además, ya terminé mis labores aquí. Permítame ser útil allá.

—Si hay alguna emergencia, te necesitarán, Sakura-chan. Compréndeme. No hay nadie mejor que tú para liderar un campamento médico.

—P-pero...

—Déjeme tomar su lugar, Shizune-san.

La mujer enarcó una ceja hacia la desconocida muchacha que reservada y atenta, se había ganado el respeto del resto. La miró largo y tendido hasta hacerla encogerse. No es que lo hiciera a propósito, pero intentaba descubrir si tenía la capacidad suficiente para confiar en ella. Es cierto que se desenvolvía bien bajo presión, había atendido eficazmente a los enfermos y no tenía dudas que tenía experiencia preparando medicinas, pero...

—¿Puedo confiar en ti, Yumi-chan?

La aludida cuadró los hombros, levantó la cabeza y asintió, mostrándose lo más segura posible.

—Confíe en mí, Shizune-san.

Y por alguna razón, le creyó. Tal vez fue esa seguridad brillar en sus iris negros, tal vez porque no había más opción. Lo que fuese, le impidió negarse. Al contrario, una sonrisa se coló en sus labios.  

—¡De acuerdo! Sakura-chan, ven con nosotros.

La pelirrosa no tuvo tiempo de preguntarle a la Hikari la razón por la que decidió tomar su puesto, pues debían apurarse y llegar al frente. Sin embargo, antes de marcharse le dedicó la mejor sonrisa que pudo, prometiéndole en voz alta que se encontrarían pronto.

—Sería un honor pelear a tu lado —le había respondido y había sonado tan sincera que no pudo seguir culpándola por ser la dueña del corazón de Sasuke.

Una vez dejó de oír los zapatos hacer contacto con los charcos de lluvia, se dejó caer en su sitio. Había terminado de limpiar las camillas vacías, Ren revisaba a los pacientes que se encontraban descansando y Kumo preparaba los ungüentos necesarios. No había hablado mucho con ellos, pero no le cabían dudas que el primero era un señor amable y el segundo, un joven maduro con pinta de haber enfrentado varias contiendas por las ligeras cicatrices que marcaban sus manos.

—¿Cuál es tu historia, Hikari? —inquirió Kumo desde su puesto lanzándole breves miradas sin cambiar la expresión de seriedad en su rostro.

Ella sonrió educada, pensando cómo resumir su dramática vida sin causar pánico, repugnancia o lástima.

—Mi historia... —Sopesó con algo de esfuerzo. ¿Cómo empezar?—. Hace meses no veo a mi familia. Me uní a alguien...

—¿Tu novio?

Esa era Ren, moviendo las cejas de manera divertida. No hubo necesidad de asentir, pues ambos captaron su respuesta en el silencio que prosiguió y el rubor que inundó sus mejillas.

—¿Él está peleando también?

—Sí —A su manera, Sasuke seguramente estaba peleando por el bando correcto—. Él debe es...

Nuevamente sus palabras quedaron en el olvido por la intromisión de dos hombres. Uno era más alto que el otro, pero al estar herido caminaba algo encorvado. Se apoyaba ligeramente en su compañero, como si no quisiera hacerlo cargar con su peso. Ambos tenían el cabello oscuro cubierto por una capa de polvo y arañazos surcando sus rostros inconfundibles.

—¿Yumi? 

El azabache apenas creía que tenía delante a la persona que aceleraba su calmado corazón. No pensaba encontrarla tan pronto, pero hasta los cielos sabrían reconocer en esa aparente indiferencia, el brillo que desprendían sus orbes negros al mirarla. 

—Ven, Itachi—dijo jalando a su hermano hacia la mujer que se había ganado un espacio en su hermética vida. Parecían años de no haberla visto. ¿Así se sentía extrañar a alguien? Era patéticamente confortable.

—No necesitas llevarme tan rápido solo porque quieres abrazarla.

La carpa parecía haberse sumido en silencio apenas el par de extraños ingresaron —sin pedir permiso— y caminaron hacia las camillas. Ren intercambió miradas con Kumo, sin descuidar su labor de revisar los signos vitales de los heridos.

—¿Los conoces, Hikari?

La única muchacha afirmó sin dejar de perder de vista al menor de los Uchiha que acomodaba a su terco hermano mayor sobre uno de los lechos. Solo cuando este se giró hacia ella, se permitió soltar el aire contenido y avanzar hacia él, deteniéndose solo a unos pasos. Unos molestos centímetros que Sasuke habría deseado erradicar de no tener testigos.

—Detuvieron el Edo-tensei, ¿cierto? —inquirió de pronto, dejándolo confundido. ¿Eso era lo que diría? ¿No se habían visto en lo que se asemejaban a horas eternas y eso era lo que diría? Esa chica nunca dejaba de sorprenderlo y eso estaba bien. Sería aburrido de otro modo.

—Las bienvenidas se te dan de maravilla —ironizó acercando sus dedos a su coronilla y dando un ligero golpecito ante la vista de tres pares de ojos, uno de ellos entre enternecido y divertido. 

La sonrisa no se hizo esperar. Con la mano sobre el punto donde él había tocado, acortó la distancia y apoyó su frente en el pecho masculino.

—Me alegra que estés bien —susurró sonrojándose muy a su pesar.

—Lo mismo digo —aseguró él reposando su barbilla en la cima de su cabeza.

Por unos segundos olvidaron donde estaban y qué sucedía. Permitieron a sus cuerpos reconocerse y hallar la calidez que tanto habían echado de menos. No eran iguales, tampoco tenían idea si el estar juntos era asunto del destino. Es más, distaban en opiniones, modales y crianza. Lo único de lo que sí tenían certeza era que no había ser que entendiera mejor al otro que aquel que tenían enfrente. Se complementaban, no se completaban. No eran rompecabezas para pretender llenar los espacios vacíos. Eran personas que se aceptaban y se apoyaban mutuamente.

—Itachi lo hizo —comentó separándose apenas para que la kunoichi viera a su hermano que fingía estar estudiando la tela de la sábana—. Detuvo el Edo tensei, pero resultó herido. 

Eso fue suficiente para ella. Reconocía el matiz preocupado en la inflexión de su voz aparentemente monótona. Caminó hacia el mayor de los Uchiha que no tardó en mirarla con esa calma que poco tenía que ver con lo que había vivido, y ante la extenuante atención que le brindaba Sasuke, se colocó nuevos guantes quirúrgicos. 

—Me agrada verlo otra vez, Itachi-san —comentó en un murmullo bajito. No quería que sus compañeros reaccionen de una forma poco amigable ante ese conocido nombre—. Déjeme curarlo.

El ninja desistió de protestar, solo le lanzó un vistazo cansado a Sasuke, quien detrás de Yumi, no dejaba de estudiarlo, como si quisiera comprobar que no tenía nada roto, lo cual le pareció gracioso. Ellos poseían el Sharingan, no el Byakugan.

—Yumi, ahora que mi hermano está a salvo —inició el que había considerado su senpai—, debo seguir mi camino. 

Eso lo tenía claro. De hecho, una parte de ella, había esperado que en cualquier momento, desaparezca. Estaban en mitad de una guerra, no podía quedarse a su lado y ser felices. Habían cosas de  las que debían hacerse cargo primero. Sin embargo, no mentiría, le dolería girarse y verse obligada a despedirse por quién sabe cuánto tiempo.   

—Quítese la camisa —balbuceó ignorando al muchacho que prácticamente respiraba en su nuca, mientras derramaba un líquido sobre una gasa.

—Mírame antes de que me vaya —pidió tomando la mano que sostenía el frasco de agua oxigenada. 

Así lo hizo. ¿Cómo podría negarse? Sí, se encontraba ligeramente avergonzada por tener público en sus demostraciones de afecto, pero eso era lo mínimo que debía interesarle teniendo en cuenta que ese podría ser el último beso en la frente que le daría en días. 

—Te quiero —murmuró lo más bajo que pudo cuando sus miradas se cruzaron en un breve lapso.

—Volveré —aseguró permitiendo que una de sus comisuras se eleve en una sonrisa torcida que impulsaba a su sangre a correr más deprisa. 

Ante la impronta de esa promesa, no hubo más que decir. Ahí se quedó ella, todavía percibiendo sus cálidos labios sobre su coronilla. Ahí se quedó Itachi, con la memoria de una chica sonriente que lo asaltaba con sus atenciones como la ola de un mar embravecido, recordando el sonido de su risa, su voz y el olor a manzanas que —estaba seguro— desprendía su piel. Ahí se quedaron los otros dos médicos que tenían sueños y personas que deseaban estén a salvo, pero que no volverían a ver más. Ahí se iba Sasuke, hacia su destino que giraba en conocer a Madara y Obito. Ese era su nombre: Uchiha Obito. 

El hombre tras la máscara, que ahora montaba al Jūbi, tenía un pasado similar al del conocido rubio que se había quedado sin energías. Había sido un niño amable con los ancianos, competitivo, algo torpe,  pero alegre y bondadoso. Había soñado con proteger y liderar a su aldea. Había querido ser el mejor Hokage de todos los tiempos, casarse con Rin y tener unos dos, tres o cuatro hijos. No había pedido tanto. Jamás había sido ambicioso. Solo deseaba ser fuerte y tener amor. Solo anhelaba ser feliz. Solo... Sí, se había quedado solo. Solo, excepto por el rencor hacia Konoha, hacia su familia, hacia su amigo, hacia sí mismo y hacia ese mundo pesimista.  

Estaba harto de su presente. Necesitaba... No, todos necesitaban una nueva y gloriosa realidad. Un plano alternativo donde existiera su Rin, donde no hubiera conocido a Madara, donde fuera un Kage, donde tuviera a sus niños corriendo por una casa de dos pisos con jardín. Ese era su nueva meta y nadie se interpondría en su camino para conseguirlo. Ni ex camaradas que apelaran a la estúpida nostalgia, ni muchachos parecidos a su "yo" del pasado, ni palabras bonitas, ni amenazas de su antepasado, ni el poder del monstruo que podría destruir su cuerpo antes de saborear la dicha, ni miles de shinobis que acababan de llegar. 

—Son como insectos —apuntó Madara, a su lado, dándole un vistazo a las filas que se formaban con el único propósito de atacarlos. 

—Pisémoslos. 

El Jūbi soltó un alarido tal que no solo arrancó árboles desde sus raíces, también los lanzó a quién sabe qué rincón. No obstante, como cucarachas que se niegan a morir, iniciaron con los comunes movimientos de mano conocidos como sellos. 

—Curioso que luchen juntos luego de siglos enemistados —sopesó en voz alta su ancestro. 

No contestó ni mostró interés, solo se limitó a observar los supuestos ataques coordinados que alguien debía estar ordenando. Un cerebro. Debían tener a una molesta persona que les susurrara cómo proceder. Montón de ninjas con más enemistades que elementos en común no podían pensar como equipo. 

Primero fue el rayo, a cargo del grupo de la Aldea Oculta de la Niebla. La luz intensa cegó los ojos de la criatura y los suyos propios por varios segundos. Luego estuvo la niebla con los insectos y el potente aire de la Aldea Oculta de la Arena, seguido del temblor bajo ellos y la tierra hundirse en un foso profundo. A continuación, notó la mezcla de cemento que lograron crear y después, decenas de hombres y mujeres descender para lanzar sus más preciados ataques, entre ellos, alrededor de una veintena de guerreros que carecían de bandanas como el resto y cuyos ojos relucían en un brillante dorado. 

—No pu...edo ver —rugió entre dientes percibiendo su falta de control sobre sus pies y manos—. Ma...

—Calla y concéntrate, Obito. Intentan anular nuestros sentidos con una clase de jutsu inusual, pero patético como los demás. 

Obedeció. Unió su fuerza en sus ojos, en el Rinnengan y entonces lo que le estaban haciendo se anuló. La vista se le aclaró tan rápido como se la habían arrebatado y logró visualizar a Naruto encabezando la emboscada. Por supuesto, todo fue en vano. El Jūbi era una leyenda mítica de inmenso poder que no iba a ser derrotada fácilmente. 

—Es nuestro turno —Oyó decir a Madara antes de que el cemento se fragmente y la vibración de poder agitara su organismo. El monstruo estaba evolucionando en el instante justo para acabar con esa tontería—. Vamos por el cerebro.  

Bijuu-damas de tamaños jamás antes concebidos empezaron a salir disparadas de la boca amorfa y llena de dientes deformes de la gran bestia. Barrieron con una montaña, con un bosque entero, fueron a parar al océano y destruyeron un pueblo. Causaron gritos desesperados, interrogantes de qué intentaban hacer, suposiciones de que ambos hombres no controlaban eficazmente al Jūbi y finalmente, en la Central de Inteligencia, la certeza de que morirían. 

—Conéctame con todos en el campo de batalla, Inoichi —ordenó Shikaku, delante del amigo de toda su vida—. Será nuestro último trabajo. Tengo un plan para detener al Diez Colas. 

Fueron solo un par de palabras las que se intercambiaron. Muy pocas para todo lo que se querían decir. Shikaku no había sido un padre muy demostrativo, pero no había habitante en Konoha que no supiera lo orgulloso que estaba de su hijo. Inoichi por su parte, sí que había dado en un sinnúmero de palabras de aliento y amor a su heredera, pero en ese efímero momento otorgado por el universo, no le alcanzó la elocuencia, no como hubiese querido. ¡Era corto el tiempo y había mucho por decir! ¡Era tanto el valor que deseaban inculcar! ¡Era tanto lo que querían vivir! 

—Eso es todo, Inoichi.

—Shikaku —preguntó algo tímido, todavía con los ojos tapados por ese aparato que le había permitido comunicarse óptimamente con la Alianza—, hicimos un buen trabajo, ¿no?

En respuesta, el hombre con la cicatriz, sonrió. Aunque dejó correr las últimas lágrimas que derramarían sus ojos, sonrió. Aunque su viejo compañero no podía verlo como en antaño cuando intentaba trasmitirle su calma, sonrió. 

En ese segundo en el que miles de ojos se posaron en el horizonte, donde sabían que se hallaban sus compañeros encontrándose con la muerte, enfrentándola cara a cara, sus corazones temblaron. Esa podría ser la victoria para el lado contrario y esa misma tragedia pudo haber caído sobre ellos. 

En alguna parte, alguien lo nombró. Seguro fue Chouji quien no dejaba de observarlo lastimeramente. Quien sea no tenía espacio en su dividida mente para atenderlo.

—Estamos en medio de una guerra —carraspeó, recabando todo su valor y el que no poseía—. El resto no tiene importancia. Lo mismo va para ti, Ino —habló hacia la chica que enjuagaba sus lágrimas—. Solo haremos lo que dijo mi padre. 

Todos supieron a qué se refería, como también que el jinchuriki del Kyūbi no estaba en su más alto rendimiento. Debía recabar energías primero y para eso, estaba el resto, para comprarle minutos. 

Un rugido captó la atención de la alianza entera. El Diez Colas era largo ahora, enorme, con un ojo rojo gigantesco que lo observaba todo y unos aullidos que asordaban al mismo planeta. Estaban perdidos. Las esperanzas que habían vuelto a sentir se habían extinguido como la llama débil de una vela. Su instinto solo les decía que ese era el final, que corran, que se esfuercen por sobrevivir; pero su fuerza de voluntad era mayor o luchaba por serlo. Esta última les instaba a sacar sus espadas, katanas, kunais, shurikens; les exhortaba a preparar sus sellos y los jutsus más potentes; les hacía pensar que la energía del Kyūbi sería un escudo protector; les rogaba que pongan las palmas al frente y usen el mejor taijutsu que tengan; les aseguraba que el Byakugan, el Nisshokugan, los kekkei genkai de hielo, lava o lo que fuese, haría competencia a esa habilidad monstruosa.

El paisaje lucía gris, pero hasta el cielo más nublado tenía su belleza escondida y esas eran sus vidas. Quizá no eran las mejores. No siempre era justo. No todos estaban contentos con lo que tenían que enfrentar a diario. No obstante, estaban malditamente vivos y mientras lo estuvieran, mientras tuvieran chakra corriendo en sus sistema, sangre en sus venas, alma en su cuerpo, seguirían peleando. 

—¿Qué significa esto? —balbuceó el rubio lanzando nerviosos vistazos alrededor. 

Se hallaba rodeado por sus colegas, pero se sentía perdido entre tanto bullicio.  

—Eres la clave de la operación.

Conocía esa voz. Se giró y ahí estaba, como sacado de una revista de shinobis famosos, el genio del clan Hyūga. En el pasado, le había parecido demasiado altanero con su porte, su forma de hablar y su mirada sobria; no obstante, ahora se alegraba de tener a alguien conocido con él. 

—¡No me refiero a eso! —se explicó sentándose sobre sus piernas entumecidas—. ¡Pregunto qué pasó con el viejo Shikaku, Inoichi y los demás!

La tan ansiada contestación no llegó a sus oídos como aguardaba, sino que un gigantesco brazo irrumpió en su zona periférica y en lo único en lo que podía pensar era en que no lograba pararse para defender a sus camaradas.  

—¡Neji, rotación hacia la derecha! ¡Usa el kaiten! —comandó el reconocido Hiashi saltando al lado de su sobrino e iniciando la rotación celestial tan reconocida en su familia que impidió el avance de esa mortífera mano—. ¡Naruto, no te distraigas! ¡Estamos en una guerra y la gente muere, pero si perdemos esta batalla, todos morirán! 

Sintiéndose regañado, asintió crispando los puños. "Concéntrate", se regañó en su fuero interno. 

—¡Por supuesto que lo sé!

—Estoy seguro de que los padres de Shikamaru e Ino estarían satisfechos de caer como ninjas antes que sus hijos —añadió Neji con la solemnidad que lo acompañaba a cualquier parte—.  Igual que pasó con mi padre —Una mano delante, la otra a la altura de su cintura, con un pie atrás y doblando sutilmente las rodillas, estuvo listo—. Para este plan necesitamos tu fuerza, Naruto, y para que tenga éxito, sea como sea... 

—¡Defenderemos a Naruto-kun hasta el fin!

—Hinata...

La muchacha había surgido de la nada y se había posicionado al lado de su primo. No figuraba ninguna duda en su dulce rostro, ni nervios en su tono de voz. Lo decía en serio y eso le asustaba. ¡Lo último que quería era ver a sus amigos morir! 

—Puedes estar tranquilo —aseguró Hiashi quizá adivinando sus pensamientos—. ¡Los Hyūga son los más fuertes de Konoha! 

¡Seguro que sí! Es decir, había visto luchar a Neji, así que claro que sabía lo geniales que eran, pero no le hacía ninguna alegría oír a Hinata decir que lo protegería hasta el fin, que moriría por su causa, que lo amaba tanto que... 

—Decide tú nuestro siguiente movimiento —sugirió Madara luego de darse cuenta que su subordinado había cambiado lo suficiente como para atreverse a amenazarlo. Aunque llevaba razón con eso que lo necesitaba si quería ser revivido correctamente, era absurdo que creyera que con ese ultimátum no se desharía de él apenas tuviera la oportunidad.  

—Van a comer la desesperación —predijo Obito, causando con su sola mención que decenas de manos con dedos largos y flacuchos se alzaran por sobre la cabeza deforme del Jūbi, pero eso no era lo peor. Lo realmente terrible era que las estacas eran cada vez más y caían sobre ellos como lluvia. 

Muchos murieron de forma instantánea, otros quedaron ciegos o sordos dependiendo dónde cayeron las varillas de madera, algunos deberían aprender a vivir sin un brazo o una pierna y los habían los que se desangrarían y no verían el final de esa guerra. Sin embargo, también estaban los que asumieron el papel de protectores y usaron sus limitadas energías para construir muros con su elemento tierra, para sacar con su fuerza bruta una roca gigante que cubriera a los indefensos, para con barreras de viento lanzar lejos las estacas y por último, los que estaban dispuestos a usar su propio cuerpo como escudo. 

—Hay demasiados —susurró para sí, digiriendo lo que eso significaría—. Mi kaiten no aguantará este ritmo.

Quedaría exhausto al cabo de unos minutos, tal vez segundos. Apenas contaba con chakra. Incluso comenzaba a preguntarse cómo continuaba de pie. Estaba a punto de perder la fe cuando una luz surgió a su lado y se elevó hacia los cielos. 

—¡Gracias, Neji! —Era Naruto y ese era un Rasen Shuriken—. He logrado activar el modo sabio —No cambiaba. Por más que pasaran los años continuaba levantándose cuando nadie confiaba en que era capaz de seguir respirando—. ¡El genio no puede seguir encargándose de todo! ¡Ahora me toca a mí! 

Uno tras otro, las masas de Rasengan combinado con su naturaleza de aire emanaron de sus manos y fueron lanzados hacia el Diez Colas. Sin querer, tocó su frente percatándose que estaba expuesta y su marca era visible para quien se dignara a dedicarle una ojeada, mas la vergüenza no lo invadió como habría sucedido bajo diferentes circunstancias. Si el Uzumaki seguía luchando, él haría lo mismo. Después de todo, confiaba en su "genialidad". Es así que volvió a su posición de taijutsu y estaba a punto de usar la Técnica de la barrera de aire de los ocho trigramas, cuando el rubio cayó y su prima apareció a su lado, cuidándolo. 

Se repitió mentalmente que confiaba en la técnica y poder de Hinata, pero eso no calmó su agitado corazón y el temor que le invadió. El instinto le gritaba alejarla de ahí, implorarle —si era posible— que se resguardara, pero era consciente que proferir esas oraciones herirían su orgullo y no deseaba volver a caer en tal bajeza. 

"Hinata-sama es fuerte. Nada malo le pasará", se autoconvenció. "Dios, no permitas que nada malo le pase", corrigió en seguida, "o de lo contrario, dame fuerzas para cuidarla". Sí, eso. Necesitaba saberse apto para cumplir esa función que tanto disgusto le había causado al inicio, pero que ahora agradecía a diario, porque ella le había devuelto la capacidad de perdonar y ser feliz. 

—¡Hinata, es un ataque concentrado!  

Sus orbes opalinos habían captado el momento en el que su tío había logrado alejar la monstruosa mano que se elevaba por los aires, pero no había comprendido lo que sucedería hasta oír el grito del padre temeroso por su hija. 

No. ¡No! ¡NO! 

El Byakugan se activó por alguna voluntad divina y sus pies se movieron sin su consentimiento. Estuvo bien. Su cuerpo comprendía su función, la cual se había alineado con sus anhelos en algún pasaje de su vida. No lo hacía porque fuera su deber, porque ella fuera su misión eterna. ¡En absoluto! Lo hacía porque cuando relacionó los hechos y supo que dos de esa tormenta de estacas se clavarían en ese cuerpo, pensó: "Ella no". Únicamente eso. "Ella no". Nada más. Nada menos. Aquel solitario susurro en su espíritu lo había impulsado a correr como jamás corrió, a extender sus brazos en un abrazo que no dio, a llenarse de satisfacción como pocos Boke lo hacían y a no tener miedo de su decisión. Su decisión. "Qué irónico", admitió, al final ella había sido su decisión. 

Por su lado, la antigua heredera del prestigioso clan Hyūga cerró sus ojos y esperó el impacto. Esperó y esperó, pero nada pasó por lo que pudo haber sido una eternidad. Una mata de cabello amarillo le gritaba que no estaba soñando, que realmente se había interpuesto en mitad de un ataque mortal. Pero entonces, ¿por qué seguía viva? ¿Por qué los ojos azules de Naruto la miraban desorbitados? Aunque siendo exactos, miraban sobre su hombro.

—Neji...

Ese nombre. Ese bendito nombre que le había causado escalofríos de pequeña, ganas de esconderse, bajar la mirada, rubor por la pena de ser ridiculizada frente a sus narices era el mismo que le había otorgado añoranza en las largas misiones a las que iba, felicidad al verlo cruzar la puerta de la mansión, ternura por su forma de tratarla y respeto por lo fuerte que era. Había jurado que jamás temería de ese sagrado nombre, ¿entonces por qué las arcadas y los temblores en sus manos? 

Solo en ese instante conoció lo que era el terror puro. Solo ahí, con los brazos cayendo a ambos lados de su cuerpo y mirando lentamente hacia atrás, supo cuál era su peor pesadilla. Sí, ser ninja significaba estar preparada para morir en acto de servicio o por consiguiente, ver morir a los compañeros. Uno debía estar preparado. Esa era una norma tácita que todos los niños crecían practicando. Sin embargo, nadie ni nada jamás la habría alistado para esa escena. Ni aunque pasaran cien años y ella viviera más de una vida podría superar aquello.

¡Un equipo médico! ¡Es una emergencia! ¡¿Dónde está el equipo médico?!

Apenas era consciente que Naruto movía a su fuerte primo como si fuera un peso pluma, un muñeco de trapo, un cadá... Sacudió su cabeza. Estaba vivo. Todavía respiraba y seguiría haciéndolo porque había jurado que estaría a su lado siempre. ¡Se lo había prometido y Neji cumplía sus promesas! ¡Todas y cada una de ellas! Había asegurado que sería él quien le enseñaría a hablar en público, a manejar la rotación, la acompañaría al festival de verano y prepararían juntos el pastel de Hanabi. ¡No podía dejarla! ¿Qué haría sin su ayuda, sin su constante presencia, sin sus palabras dulces en las noches más sombrías? ¿Quién le sostendría la mano cuando necesitara ánimos, quién la entendería antes de siquiera saber lo que deseaba, quién la cobijaría con actos nobles y desinteresados? ¿¡Quién si no era Neji?! 

¡Es una herida grave! ¡Vengan ya! 

La voz de Naruto nunca le había parecido tan pobre, tan baja. Nadie lo oía. Su padre en alguna parte buscaba entre los ninjas a un médico. No lo encontraba. Su corazón se fragmentaba y nadie lo recogía, nadie le decía "tranquila, Hinata-sama, la ayudaré con ese desastre".

Una pequeñísima parte de su cerebro, el que seguía atento al mundo real, cayó en la cuenta que su primer amor se arrodillaba sin dejar de abrazar al herido y cómo se arrastraba por el suelo hasta estar detrás de ambos, viendo el rostro de su primo como nunca se lo había imaginado: demacrado, de sus labios brotaba la sangre y sus iris carecían del brillo sabelotodo que amaba. 

—No... Yo ya... ya no...

En alguna parte, su propia boca pronunció las cuatro letras que pertenecían a ese hombre, acompañadas del honorífico que siempre usaba para dirigirse a él. 

—Naruto, Hinata-sama moriría por ti...

Su voz tan calma como el estanque más limpio e inalterable le partió el alma en cinco millones de pedazos, porque a pesar del dolor que era obvio sentía, porque a pesar de estar muriendo, porque a pesar de que la sangre que borboteaba de su boca apenas lo dejaba hablar, él seguía mirándola como en esos últimos años. 

—Así que tu vida no es solo tuya.

Dolía. Dolía como el infierno. Dolía como si esas dos estacas que se habían clavado en esa espalda ancha que por años había hallado cálida, estuvieran en la suya. Dolía porque debía ser ella. Dolía porque no quería perderlo. No concebía un mundo en el que Neji no viviera. Había imaginado uno sin ella, pero no sin él. No lo soportaría. No quería soportarlo.

Entonces la miró. La miró realmente. Usó sus últimos pedazos de vida que seguro le quedaban y la miró. A ella. A una simple kunoichi. A una heredera débil. A una mujer que lo había atado desde su nacimiento para cuidarla. La miró y no quiso que deje de hacerlo. 

—y parece que la mía tampoco lo era... 

No entendió. ¿A qué se refería? No podía estar culpándola, aunque así lo deseara. Parecía querer transmitir algo, pero estaba vacía y así sería siempre si desaparecía. En algún momento, Naruto le había preguntado el porqué de su actuar, lo cual consideró innecesario, pero aliciente al volver a escuchar su voz responderle con un matiz similar al de la ironía.  

—Neji-niisan... 

—Hinata...

Estaba por suceder. Aquello que no se atrevía a nombrar ni en su subconsciente estaba por acontecer. 

—No... no me dejes. Por favor, no te vayas a un lugar donde no pueda verte —susurró tomando la mano que le brindaba seguridad—. Necesito verte —confesó ignorando las lágrimas que no sucumbían.  

El enemigo habló. Gritó algo. Se burló porque Neji se iría para siempre y el Uzumaki no lograría evitarlo. Sin embargo, nada de eso tenía sentido, solo él, su guardián, su amigo, su... 

—¡Hazte a un lado!

Fue consciente que la habían apartado sin ningún tipo de gentileza cuando la persona que había surgido de alguna parte cargó como pudo a su primo, con la ayuda de uno de los miembros de su familia. Nunca la había visto, pero estaba segura que jamás olvidaría ese rostro empolvado, su cabello negro atado a una coleta alta, los arañazos en sus brazos y su pantalón destrozado en la parte de los tobillos. 

—No prometo nada —dijo sin dedicarle más miramientos y avanzando como un rayo hacia alguna zona desconocida. 

Sus rodillas le impidieron seguirla, pero tuvo fe. Debía tenerla si no deseaba caer en la locura de la pena. Debía evitar que el sacrificio de Neji sea en vano. Esa guerra la ganaría su bando. No permitiría que la maten. Debía volver sana y verlo porque así sería. Lo vería en esa vida o en cualquier otra. 

Continuará...

¡Hola! No creí terminar el capítulo hoy, pero me alegra haberlo hecho. ¡Cha chan! 

Obito ya fue revelado, el Diez Colas ya evolucionó una vez más y la armada ninja llegó a apoyar a Naruto. ¡Hasta vimos a Yumi cumpliendo sus labores! Así que, cuéntenme qué les pareció. Me gusta saber sus opiniones :D ¡Son lo mejor de escribir el fic! 

¡Un abrazo atrasado por Navidad y Año Nuevo! Les deseo hoy y siempre lo mejor de lo mejor <3  

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