La Clase del 89' (Mycroft y t...

By MSCordoba

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Mycroft Holmes es el mejor promedio del instituto Dallington. Los valores de amistad y afecto no resultan rel... More

Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 61,5
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Cartas
Epílogo
Nota de autora
Anuncio importante

Capítulo 1

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By MSCordoba

La joven recargó la cabeza en su puño cerrado, desplazando su mirada perezosamente por los muros blancos del laboratorio. La anodina voz de su profesora inundaba el salón mientras explicaba los comportamientos de los hidrocarburos en contacto con los ácidos. Su cabello canoso recogido en un apretado moño acompañaba la tensión de sus arrugadas facciones, las cuales adoptaron un aspecto todavía más severo al descubrir que nadie prestaba real atención a la clase.

Ella sabía que encontraría el tema en el manual, por lo que decidió prescindir del tedioso sermón y comenzó a intercambiar susurros con su compañera de laboratorio y mejor amiga, Erika. Muy pronto sus compañeras de mesa, Dalia y Clara giraron sus asientos y se unieron a la charla.

Se encontraban enfrascadas en su entretenida conversación, cuando de pronto la risotada de Erika se hizo oír por encima del murmullo general. La profesora Crane interrumpió su aburrido monólogo para observar a las cuatro chicas, pero sus ojos iracundos se posaron especialmente en una de ellas. A la joven no le sorprendió del todo, considerando que era la tercera vez que le llamaban la atención por hablar en lo que iba del año, el cual había comenzado la semana pasada.

— ¡Anabeth Smith! Pase al frente en este instante.

Como era de esperarse, el salón entero calló. Todas las miradas voltearon hacia ella. 

"Genial, lo que me faltaba."

Inhaló profundamente y obedeció, guardando la calma. Sus compañeros la vieron avanzar, como quien se encamina al nudo de la horca.

De pie frente a la docente, abre su cuaderno de notas y lo deja diligentemente sobre el escritorio, esperando su amonestación. Para su sorpresa, la profesora niega con la mano y señala la pizarra.

— Si se cree tan lista como para ignorar mi clase, resuelva la fórmula. Si lo hace correctamente, no la enviaré a dirección —ofreció, en aparente misericordia.

La joven guardó silencio, pudiendo discernir sus verdaderas intenciones. Ese ejercicio formaba parte de la lección del día. La cual aún no había finalizado su explicación. Esa mujer no buscaba redimirla, sino humillarla frente a toda la cursada para luego enviarla directo a dirección.

Reprimió una sonrisa.

"Lo que no sabe es que ya lo leí en el manual."

La fórmula de los alcoholes era pan comido si sabías interpretar sus componentes. La sonrisa incipiente en los labios de la mujer se fue desvaneciendo conforme la mano de su alumna se deslizaba con gracia sobre la pizarra. En menos de un minuto, completó el ejercicio.

Crane ajustó sus lentes y revisó la respuesta descubriendo, para su perplejidad y enojo, que era correcta. La joven le regaló su más grande y falsa sonrisa, para luego volverse hacia sus compañeros y hacer una reverencia con aire triunfal. Un poco de teatralidad nunca estaba de más, como pudo comprobar al provocar un par de risas y aplausos entre el alumnado.

La profesora se quitó los lentes y pellizcó el puente de su nariz, con frustración. Pese a que ahora debía cumplir con su promesa, aún tenía un As bajo la manga.

— Felicidades, señorita Smith —su elogio activó las alarmas en la mente de la chica—. Como ha podido demostrar, se encuentra bastante avanzada a la clase. Sin embargo, me preocupa que sus compañeras no puedan aprender a causa de sus constantes distracciones.

"Ni un cuerno. Todo el mundo sabe que tu preocupación por tus estudiantes es nula." 

— Así que le pediré que se cambie de lugar y venga con sus cosas al frente, de inmediato. ¡Y en absoluto silencio!

La joven abrió los ojos de par a par. Un detalle que Crane debió notar, puesto que sus labios marchitos se estiraron en una pedante sonrisa. Con los puños cerrados y dientes apretados Anabeth regresó a su lugar. Sus amigas la miraron con aprehensión mientras caminaba con sus pertenencías a cuestas hasta la mesa en primera fila. La cual era ocupada por un único estudiante; el nerd de la clase. 

Estaría sola, sola con Mycroft Holmes.

Holmes era un joven pelirrojo, alto y algo relleno. La pulcritud de su uniforme y cabello, luciendo la clásica raya al costado, eran un fiel reflejo de su mérito académico. No por nada era el promedio más alto de la clase. Su carácter, sin embargo, era un cuento aparte. Dotado de una mirada fría y calculadora, el simple hecho de ser observado por esos orbes azules te hacía pensar dos veces antes de acercarte a saludar. O siquiera de acercarte. 

La joven apretó los labios, conteniendo su enojo. De haber sabido que esto sucedería, hubiera aceptado las amonestaciones y la excursión a la oficina del director. Cualquier cosa, con tal de regresar a su mesa junto a sus amigas.

"Estúpida Crane." 

Tomó asiento, sintiendo la mirada despectiva del muchacho, un segundo antes de regresar la vista al frente. Anabeth suspiró con resignación. Él y ella nunca habían llegado a congeniar, pero las cosas que había llegado a oír por sus amigos y conocidos no eran muy prometedoras.

A pesar de que Mycroft era considerado un genio en toda regla, sus habilidades sociales dejaban mucho que desear. Por lo que le habían contado, el chico solía dirigirse a las personas de manera condescendiente, sarcástica o cortante según su estado de ánimo. Pero lo verdaderamente curioso, era su avasalladora capacidad deductiva. 

A diferencia de otros estudiantes que recurrían a los insultos y apodos hirientes, este joven tenía un método mucho más refinado, casi quirúrgico podría decirse, para instar a sus pares a mantener la distancia. Era capaz de leer a las personas y saber, en tan solo una pasada, sus personalidades; pasatiempos; virtudes y defectos. Desde calificaciones de exámenes a rupturas amorosas. Incluso lo que habían desayunado esa mañana. Nada escapaba a su ojo observador, ni tenía reparos en hacer uso de dicha información si así lo creía conveniente.

Sus modos desagradables siempre terminaban por ahuyentar a todo aquel que osara a hablarle. Cuando pasó a segundo año, ya se encontraba totalmente aislado del curso. Un hecho que, para sorpresa de nadie, parecía de su mayor agrado.

¿El motivo? Nadie lo sabía ni tampoco se tomaron la molestia de preguntar. 

La chica abrió su cuaderno y, sin darle más vueltas al asunto, comenzó a tomar apuntes. Crane le dirigió una última mirada de advertencia y retomó la clase, dando por concluido el espectáculo.

***

Sonó la campana, marcando así el final de la clase. Anabeth recogió sus pertenencias y se apresuró a salir del laboratorio en compañía de sus amigas. Caminaron hombro con hombro hacia la cafetería. Era la hora del almuerzo.

— Mierda, olvidé mi cuaderno —protestó Dalia, revolviendo su casillero.

— ¿Dónde lo dejaste? —dijo Clara, impaciente. Sabía que cada segundo de demora era otro minuto de espera en la fila de la cafetería. Odiaba comer a las apuradas.

La más bajita torció el gesto, pensativa.

— En el laboratorio. ¿Dónde sino? 

— Ya, ya... Yo voy —la castaña se ofreció, rodando los ojos—. Pero me compran un sándwich de pollo, eh.

— Gracias Anne. Eres la mejor.

— Sí, sí... Lo que sea —Anabeth movió su mano, en señal de que se adelantaran. 

Giró sobre sus talones y caminó en dirección contraria, deteniéndose frente a las puertas del laboratorio. Estaba a punto de girar el picaporte, cuando oyó voces que provenían del interior.

"Qué extraño. Crane ya tendría que haber salido."

Se asomó por el recuadro de cristal de la puerta. Reconoció a Mycroft, de pie frente al escritorio de Crane. Parecían estar teniendo una discusión. Doblemente extraño, considerando que la infame profesora solo se quedaba a charlar con los estudiantes que estaban a punto de reprobar la materia. Sería divertido enterarse de que Mycroft Holmes no era tan brillante como se presumía, pero hasta ella podía decir que eso era prácticamente imposible.

Abrió la puerta sólo lo suficiente para que pasara el sonido. De repente las voces cobraron nitidez.

— Profesora, no quiero sonar irrespetuoso ni juzgar sus métodos de disciplina. Pero no deseo tener a la señorita Smith de compañera de clase.

"Bueno, en eso ambos estamos de acuerdo." 

Mycroft procuró mostrarse tan sereno y cortés como su rostro se lo permitió. Todo este asunto era una ridiculez. La conducta de Smith no se reformaría tan solo por un cambio de mesa. Era distraída, arrogante, charlatana y, en su opinión personal, una completa inútil. Su compañía solo lo perjudicaría.

— Señor Holmes, ya le he dicho que mi decisión está tomada. La señorita Smith será su compañera por lo que resta del año. Lo lamento, pero es la única forma de garantizar que mantenga su atención en la clase y no esté pasándose notas entre sus compañeros.

"Por supuesto. Y yo debo acarrear el peso de su ineptitud como docente." Pensó para sus adentros.

Mycroft hizo uso de todo su repertorio para argumentar en contra de esa decisión. Simplemente no tenía pies ni cabeza, pero Crane no estuvo dispuesta a ceder. Ni siquiera por su alumno estrella.

— Suficiente, señor Holmes  —lo frenó—. Se está pasando de la raya. No querrá que le dé un castigo a usted también por insolencia, ¿verdad?

Y con ese ultimátum, Crane puso punto final a la conversación. 

Anabeth observó a la anciana, anonadada por lo que había escuchado. No por nada era una de las profesoras más temidas del instituto. Antes de que alguno de ellos reparara en su presencia, se apartó de la puerta y rápidamente desapareció por un corredor lateral.

Profesora y alumno salieron del laboratorio. Una vez cerciorada de que no hubiera moros en la costa, se escabulló en el interior. Tomó el cuaderno de su amiga y se largó.

— ¡Llegué! —anunció, uniéndose a la mesa. 

La cafetería estaba abarrotada de gente ese día. Los estudiantes se empujaban unos con otros, sosteniendo bandejas de plástico mientras hacían la fila para obtener su almuerzo. 

Las chicas se apartaron, haciéndole un lugar. Sobre la mesa había una bandeja extra con un sándwich de pollo, una caja de jugo y un pudín.

"Las adoro." Sonrió para sí, retirando la envoltura del sándwich. 

— ¿Qué? —habló con la boca llena al notar sus miradas.

— ¿Por qué tardaste tanto? 

— Estaba escuchando conversaciones ajenas, ¿ustedes bien? 

— Ahh, pero mírala nada más. Muy mal nena, eso no se hace —tarareó Erika en un fingido tono de regaño.

— Bueno, bueno. ¿Y quién es el afortunado? —Clara le siguió el juego.

— Mi novio Calamardo. —contestó, sarcástica—. Por favor, Clary. Sabes que no me interesa nadie del colegio.

— Bueno sí, ya sabemos que morirás sola. Pero dijiste que estabas espiando a alguien. —remarcó Dalia, sumándose a la conversación.

— Nah. Solo vi a Mycroft charlando con Crane. 

La castaña sonrió ante la decepción colectiva.

— ¿Por qué Holmes hablaría con esa vieja bruja después de clases?

— ¿Celosa, Eri? —bromeó la rubia, dándole un codazo juguetón.

— Eww, cállate.

— A lo que llega ese chico con tal de sacarse A en concepto... —murmuró Dalia por lo bajo, negando con la cabeza.

— ¿Para qué me preguntan si después no me dejan terminar? —suspiró ella, ganando su atención—. Gracias.

Les hizo un breve resumen de lo que había presenciado. La sorpresa e indignación no se hicieron esperar.

— Me hubiera encantado poder ver la cara de Holmes cuando Crane lo amenazó. —dijo la más bajita con evidente regocijo.

Anabeth rodó los ojos. El comentario no la extrañó. Su amiga tenía ciertos asuntos pendientes con el pelirrojo, pero no creyó que hasta el día de hoy le siguiera guardando rencor.

— No seas así, Daly. Técnicamente Mycroft habló por mí.

— ¿Por qué lo defiendes, Anne? Tu misma lo dijiste. Prácticamente te estaba entregando como carnada a la vieja. 

— Simplemente no lo veo de esa forma. —se encogió de hombros—. Sé que actuó en su propio beneficio, pero de haber ganado la discusión, yo habría podido volver con ustedes. Además, no cualquiera se planta frente a Crane. Debo darle méritos por eso.

Anabeth le da un mordisco a su sándwich, dando por concluido el asunto. Rápidamente pasan al siguiente tema de conversación, dejando atrás todo lo referente a Crane, Mycroft y su castigo indefinido.

***

Jueves por la mañana.

Tenían la clase de química en la primera hora. La joven contempló la solitaria mesa en primera fila. Fue en esos momentos cuando realmente se lamentó que Mycroft hubiera perdido en su confrontación contra Crane.

En cuanto la profesora cruzó la puerta, los murmullos se dispersaron y todos se sentaron correctamente en sus butacas. La mujer saludó a la clase, más por protocolo que por cortesía, y empezó a tomar lista. Al pronunciar el apellido Smith, buscó a la chica con la mirada, cerciorándose de que se encontrara en su nuevo lugar designado.

"A la vieja no se le escapa nada."

De mala gana, acomodó sus útiles, preparándose mentalmente para otra aburrida jornada educativa. Mientras la clase avanzaba, su mirada se desviaba de tanto en tanto hacia el pelirrojo, quien sí lucía genuinamente interesado en la lección. Tomaba apuntes con una rapidez envidiable, por no hablar de su caligrafía; una elegante cursiva inclinada ligeramente hacia la derecha. 

La joven siguió observando el camino de la pluma sobre el papel. No eran más que palabras en tinta, pero en ese momento su nivel de aburrimiento era tal que podía llegar a perderse en las cosas más insignificantes.

— ¿Podrías por favor dejar de mirar mi bolígrafo? Es irritante.

Parpadeó una vez, saliendo de su trance. El joven la observaba, con una expresión poco amigable en el rostro.

Ella apretó los labios, conteniendo la risa.

"Esa oración podría sonar mal si lo piensas en otro contexto."

— Tienes linda letra. Por lo general mis carpetas parecen escritas en árabe. 

— Intenta buscar otro método de entretenimiento que no me involucre en conversaciones banales —espetó, regresando a sus apuntes.

"Idiota."

La chica se dejó caer sobre su asiento, frustrada. Giró la cabeza, solo lo suficiente para contemplar a sus amigas a la lejanía. Erika y Clara lucían concentradas tomando apuntes, mientras que Dalia dormía plácidamente sobre la mesa.

Sus ojos barrieron el salón, descubriendo a sus compañeros en actividades similares. Algunos dibujaban, otros dormitaban, los chicos del fondo se arrojaban bolitas de papel entre ellos. Hasta la mismísima Crane tenía una revista en su escritorio.  

Regresó su mirada al reloj de pared descubriendo, para su desgracia, que tan solo habían pasado cinco minutos.

"Todos tienen algo mejor que hacer. Y yo aquí, sentada al lado del único chico del curso que me manda a freír churros."

No es que ella deseara entablar amistad con el pelirrojo. Pero por regla general solía llevarse bien con las personas. Tan solo era cuestión de causar una buena primera impresión y dar con el tema de conversación indicado.

Pensaba que esa era la única manera de sobrevivir en el colegio. No necesitaba ser amiga de todo el mundo, pero el estar en buenos términos con el curso tenía sus beneficios: nadie te molesta, te invitan a las fiestas, encajas en cualquier grupo de trabajo, te enteras de todos los chismes y tan solo debes preocuparte por aprobar tus exámenes.

Quizá era por ese motivo, que se sentía tan incómoda al lado de ese chico.

***

— Tienen un minuto antes de que borre la pizarra.

Pudo oírse el descontento general, seguido por el aumento de bolígrafos sobre el papel. Mycroft, satisfecho con su trabajo, guardó sus cosas y enderezó su postura. Por el rabillo del ojo observó a su compañera. Afortunadamente, no le había vuelto a dirigir la palabra. Tal parecía que había encontrado algo más interesante en qué ocupar su mente, a juzgar por los garabatos que colmaban los marcos de su manual de texto.

Tan solo por curiosidad, le echó un rápido vistazo a su cuaderno descubriendo, con secreta satisfacción, que sus hojas estaban completamente en blanco.

La castaña alzó la mirada, contemplando en silencio los cálculos de la pizarra momentos antes de que la profesora los borrara. El genio sonrió para sus adentros, sabiendo que Crane se los pediría para corregir al término de la segunda hora.

"Veamos cómo te las arreglas ahora, compañera." 

Con ese pensamiento en mente, se dirigió a su próxima clase.

***

— Acabó el tiempo. Entreguen sus trabajos y no se olviden de ponerle nombre y apellido a la hoja. 

El joven había completado la tarea con tiempo de sobra. Mientras esperaba, se aseguró de colocar la hoja boca abajo para evitar que su "compañera" le copiara. Contra todo pronóstico y, para su consternación, a la muchacha no le hizo falta. Terminó de resolver los ejercicios justo a tiempo para la entrega.

Mycroft no pasó por alto ese detalle. Si Smith hubiera hecho trampa, él lo sabría. Alguien le habría pasado la tarea durante la hora del receso, con total seguridad. La tendencia de recurrir a otras personas en lugar de afrontar las consecuencias de sus actos no fue más que otra muestra de la incompetencia de la chica.

— ­Estuvo fácil. ¿No? 

El joven se volvió por primera vez hacia ella. Alzó una ceja con aire desinteresado.

— Para mí, sí —contestó a secas, regresando a su lectura.

— Sí... Para mí también, pero gracias por el interés.

— No te pregunté y no me interesa. Y por si no es evidente, estoy tratando de leer y para eso requiero de concentración. Aunque tengo mis dudas de que una persona como tú logre entenderlo. 

— Escucha, Holmes —dijo tajante—. En primer lugar, no tienes derecho de tratarme así. Solo quiero ser un poco más amable contigo. Y en segundo lugar, tú no estás leyendo —las cejas del genio se elevaron considerablemente. La joven sonrió para sí al notar que había ganado su atención—. Tus ojos no se han desplazado de izquierda a derecha en más de dos minutos. Tan solo utilizas ese libro como excusa para ignorarme, creyendo que no me doy cuenta. Lo cual me parece patético.

Es ese momento sonó la campana, marcando el cambio de hora. La chica se apresuró a recoger sus cosas y salió del laboratorio a grandes zancadas, dejando al genio con las palabras en la boca.

Mycroft liberó un largo suspiro y cerró su libro en un golpe seco. Aunque odiaba admitirlo, Smith tenía razón. Sin embargo, lo que verdaderamente le intrigó fue la manera en que ella lo había descubierto. El razonamiento era evidente, pero... ¿Ella también podía hacerlo? ¿Deducir? ¿O tan solo se trataba de un mero golpe de suerte?

Solo una mente privilegiada como la de su hermanito o la suya eran capaces de observar. Puede que la chica tuviera un promedio aceptable en el colegio, pero se requerían ciertas habilidades cognitivas que no poseía. Sin mencionar que su comportamiento impulsivo y en líneas generales idiota no encajaban en ese perfil.

Mycroft negó con la cabeza, desplazando la idea. Este hecho quedaría registrado en su memoria como "un momento de lucidez" de la mente promedio de Smith.

"Como me vuelva a tratar mal, le tiraré el manual de química por la cabeza", juró Anabeth para sus adentros, de camino a la cafetería.

Este iba a ser un largo año.

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