father - donghae

By dleedonghae-oficial

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Quizá Donghae no confiara en ella, pero tampoco podía resistirse a sus encantos. More

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CAPITULO 2
CAPITULO 4
CAPITULO 5
CAPITULO 6
CAPITULO 7
CAPITULO 8
CAPITULO 9
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CAPITULO 11
CAPITULO 12
CAPITULO 13
CAPITULO 14
CAPITULO 15
CAPITULO 16
CAPITULO 17
CAPITULO 18
CAPITULO 19
CAPITULO 20
CAPITULO 21
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CAPITULO 23
CAPITULO 24
CAPITULO 25
CAPITULO 26
CAPITULO 27
CAPITULO 28
CAPITULO 29
CAPITULO 30
CAPITULO 31
CAPITULO 32
CAPITULO 33
CAPITULO 34
CAPITULO 35
CAPITULO 36
CAPITULO 37
CAPITULO 38
FINAL
EPILOGO

CAPITULO 3

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By dleedonghae-oficial


Melissa acababa de cerrar la puerta de su despacho cuando vio que una silueta alta salía de las sombras del pasillo y sintió que le daba un vuelco el corazón al reconocer la penetrante mirada de Lee Donghae.

«Por favor, Stacey, no te muevas».

—Me estaba preguntando dónde te habrías ido —le espetó Donghae.

—Tenía que... mirar unas cosas —contestó Melissa.

—¿Éste es tu despacho?

—Eh... sí.

—¿Por qué no me invitas a pasar y hablamos un rato? —le propuso Donghae.

—¿Hablar de qué? —contestó Melissa poniéndose nerviosa.

—De nosotros —contestó Donghae tomando un mechón de su pelo entre los dedos y acariciándolo como si estuviera sopesando su calidad.

La estaba mirando de manera inequívoca y Melissa sintió que el deseo se apoderaba de ella, que la lava ardiente recorría su cuerpo y que sus pechos se tensaban.

—Tú y yo no tenemos nada de lo que hablar, Donghae, porque ya no somos pareja —contestó—. Por si no lo recuerdas, diste por terminada nuestra relación hace cuatro años.

—Lo recuerdo perfectamente —contestó Donghae sin dejar de mirarla a los ojos—. Veo en tus ojos que tú también lo recuerdas todo perfectamente.

El silencio estaba lleno de recuerdos, de recuerdos peligrosos y seductores que podían acabar con el autocontrol que se había impuesto a sí misma. Melissa, que se creía inmune al atractivo de aquel hombre, se había dado cuenta desde que sus miradas se habían vuelto a encontrar aquella noche, de que volvía a sentirse atraída por él de manera irrevocable.

En aquel momento, escuchó una tos proveniente del interior de su despacho y dio un respingo.

—Te tengo que dejar... me tengo que preparar para la reunión... — anunció subiendo el tono de voz por si a su hermana se le ocurría volver a toser—. Ya nos veremos luego. Podemos hablar más tarde. Ya sabes, nos podemos tomar una copa o algo... —añadió sin pensar en las consecuencias de aquella idea.

Estaba tan nerviosa ante la posibilidad de que Donghae descubriera a su hermana escondida en su despacho que estaba hablando por hablar.

Donghae se apartó y le dedicó una sonrisa enigmática.

—Muy bien, Melissa —contestó.

Melissa se quedó apoyada en la puerta de su despacho, viendo cómo se alejaba, y suspiró aliviada cuando se volvió a perder en las sombras del pasillo.

Cuatro años atrás, acceder a tomar una copa con él había sido el peor error de su vida. Acababa de hacer lo mismo y no tenía ni idea de cuáles iban a ser las consecuencias esa vez.

Con piernas temblorosas, Melissa avanzó hacia la sala de juntas.

Unos minutos después, Melissa se encontraba mirando a su alrededor en la sala de juntas, preguntándose si iba a necesitar más de una copa de champán para armarse de valor. Tal y como se encontraba, ni con dos botellas enteras veía posible librarse del pánico que la invadía.

Los últimos rezagados estaban entrando en la estancia, charlando animadamente y poniéndola cada vez más nerviosa. Al fondo, vio a Donghae con una copa de champán que apenas había tocado en la mano.

Cuando se giró hacia ella, la miró a los ojos y Melissa comprendió que en sus pupilas había una promesa que la hizo estremecerse de pies a cabeza.

—Miembros y amigos del museo y honorables invitados, señoras y señores —comenzó el director del museo—. Es un gran honor para nosotros contar hoy aquí con el señor Lee Donghae, presidente de la Fundación Lee, que ha tenido la amabilidad de venir desde Corea — añadió sonriendo al aludido—. Les voy a presentar a la conservadora en funciones del museo, la señorita Melissa Woodruff, que nos va a hablar de la exposición y de cómo sería imposible organizaría sin la generosa aportación de ustedes, de los socios y amigos del museo y de nuestros maravillosos patrocinadores, entre los que cabe destacar, de nuevo, al generoso señor Lee. Melissa....

Melissa se acercó el micrófono y se dio cuenta de que tenía la mente completamente en blanco. ¿Qué iba a decir? Con la distracción de la repentina visita de su hermana y la no menos repentina aparición de Donghae en el pasillo no había tenido tiempo de prepararse el discurso.

Tenía que pensar deprisa y los preciosos segundos que tardó el técnico de sonido en ajustar el micrófono a su altura le valieron de mucho.

—Miembros y amigos del museo, honorables invitados, señoras y señores... —comenzó.

Y, de alguna manera, consiguió terminar el discurso sin mirar ni una sola vez a Lee Donghae. Aun así, sentía su mirada clavada en ella. Al terminar, bajó del podio y se tomó la copa de champán que Diane le tenía preparada. Su amiga la llevó a un rincón.

—¿Qué te había dicho? Lo has hecho fenomenal. Madre mía, Lee Donghae no te ha quitado el ojo de encima, era como si te estuviera desnudando con la mirada. Aunque te parezca un arrogante, le has debido de causar buena impresión.

Melissa le dio un buen trago al champán.

—Creo que te equivocas. No le caigo bien en absoluto —le contestó mirando al aludido.

—¿Por qué dices eso? —se extrañó Diane.

—Intuición femenina.

—¿Ya os conocíais?

Melissa no contestó.

—Claro, ya os conocíais. ¿Fue cuando te fuiste a Corea a investigar para la tesis?

Melissa dejó la copa de champán a medio beber sobre una mesa y se giró para no tener que seguir mirando al hombre que le había roto el corazón.

—Sí, nos conocemos, pero prefiero no hablar de ello. Lo siento, Diane, pero es muy doloroso para mí.

—No te preocupes, no diré nada —le prometió Diane—. Vaya, viene para acá. Me voy.

—¡No, no te vayas! —exclamó Melissa intentando agarrar a su compañera del brazo.

Demasiado tarde. Otro miembro del equipo había reclamado su presencia en la otra punta de la habitación.

—Ha llegado el momento de que cumplas tu promesa, Melissa —dijo Donghae al llegar a su lado—. Vámonos a tomar algo por ahí.

—Eh... yo... no me puedo ir en estos momentos... tengo que hablar con más gente y...

Donghae se acercó tanto a ella que Melissa tuvo que levantar la cabeza para no perder el contacto visual. Evidentemente, estaba intentando intimidarla.

—No estarás intentando darme esquinazo, ¿verdad?

—La verdad es que... no me parece muy buena idea revivir el pasado... ha sido un día muy largo y creo que sería mejor que me fuera a casa...

Donghae la miró furioso.

—Si me obligas, voy a tener que recordarte que, si no accedes a tomarte una copa conmigo, puede que te encuentres sin exposición y sin trabajo.

Melissa sabía que era cierto. Si ponía en peligro la posibilidad de que se celebrara la exposición, ya se podía ir despidiendo de convertirse en conservadora del museo. Jamás la volverían a considerar para el ascenso y, tal y como Donghae le acababa de mencionar, incluso podrían despedirla.

—La velada está tocando a su fin y mi limusina está fuera esperándonos —insistió Donghae—. Nos vamos a ir a mi hotel. Allí podremos hablar en privado y tomarnos una copa. ¿Entendido?

Melissa tragó saliva.

—Si insistes... —contestó furiosa.

—Insisto —contestó Donghae tomándola del brazo—. Vámonos. Sonríeles a las cámaras. No quedaría bien que en los periódicos de mañana aparecieras con cara de pocos amigos como si yo fuera el diablo.

Melissa prefirió no contestar. Sentía sus dedos apretando su brazo. Aquel gesto la incomodaba.

Efectivamente, fuera los estaba esperando una limusina. Una vez dentro del vehículo, Donghae subió el cristal de separación con el chófer y se arrellano en el asiento de cuero.

Al hacerlo y ser mucho más grande y pesado que ella, Melissa se encontró yendo irremediablemente hacia él, así que apoyó la mano para separarse con la mala suerte de que fue a apoyarse directamente en su muslo.

Por supuesto, se apresuró a retirarla, pero Donghae se la tomó y se la volvió a colocar en su muslo, pero mucho más arriba.

Melissa lo miró horrorizada al sentir que algo se movía bajo el pantalón.

—¿Qué ocurre, Melissa? ¿Ya no te acuerdas de que te encantaba meter la mano por ahí? Eso era lo que querías hacer esta noche, ¿no? Recordarme con tus caricias lo que tuvimos por si se me había olvidado.

Melissa sintió que un líquido le resbalaba entre los muslos. Oh, cuántas cosas le había enseñado aquel hombre. Lee Donghae era un maestro del sexo, había tenido un gran profesor.

—¿Y qué tal sigue tu lengua? La recuerdo vibrante y voraz. Me encantaría volver a sentirla —añadió Donghae.

Melissa no podía ni hablar.

Donghae se inclinó sobre ella lentamente y la besó en el cuello.

—Todavía recuerdo tu sabor, mezcla de sal y azúcar —comentó Donghae.

Melissa sintió el aguijón del deseo, mil agujas por toda la piel, e intentó apartarse de él, pero Donghae continuó deslizándose por su cuello hasta que llegó al escote, al que pudo acceder perfectamente gracias al vestido que Melissa llevaba.

Melissa dio un respingo al sentir su lengua en aquella zona de su anatomía tan sensible y, al instante, toda racionalidad abandonó su mente.

—Sigues sabiendo a pasión, Melissa —dijo Donghae con voz grave mientras le acariciaba el pecho con la mano—. La siento bajo tu piel.

A continuación, tomó su pecho derecho en la palma de la mano y comenzó a jugar con su pezón, que ya estaba duro, debatiéndose entre el placer y el dolor.

A Melissa le pareció que la boca de Donghae tenía una mueca de crueldad mientras se inclinaba sobre la suya, pero se dijo que sólo sería un beso.

«Sólo un beso», se prometió a sí misma.

Los labios de Donghae estaban tan ardientes como los suyos, su lengua invadió con fuerza su boca, haciendo que los sentidos de Melissa se dispararan.

Melissa sintió que sus bocas se devoraban y no dudó en pasarle el brazo por el cuello y en acariciarle el pelo mientras sus lenguas danzaban al unísono, cada vez más excitadas.

Donghae la apretó contra el asiento de cuero, abandonó su boca y siguió el mismo camino con la lengua por su pecho que había seguido con sus manos.

Melissa arqueó la espalda al sentir su lengua formando círculos alrededor de su pezón y sintió que perdía el control, cerró los ojos y se recreó en el placer.

Sintió su erección y con un descaro que no era consciente de poseer, se puso a acariciarla de arriba abajo hasta que, encantada, oyó gemir a Donghae.

La boca de Donghae volvió a apoderarse de la suya con un calor y un fuego devastadores, que hicieron que todos los recuerdos explotaran en la cabeza de Melissa aquellos recuerdos de la cantidad de veces que habían hecho el amor bajo el sol de verano de Seúl.

Melissa recordó la primera vez que lo había tenido en su boca, revivió el maravilloso placer que supuso saber que tenía el poder, que era suyo. Donghae apartó la boca de repente y la miró a los ojos.

—Lo que yo suponía —dijo—. Me sigues deseando, exactamente igual que yo a ti, ¿verdad, Melissa?

—¡No! —exclamó Melissa echándose atrás—. No es cierto.

Donghae la agarró de la mano y se la llevó a la boca.

—Lo que me gustaría saber es tu precio esta vez —añadió chupándole los dedos.

Melissa lo miró horrorizada.

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