Rapsodia entre el cielo y el...

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Llegamos al mundo sin pedirlo. No elegimos nuestro destino, porque viene escrito por manos ajenas. Mientras... More

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Entrevista a Chris
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Tomorrow takes me high, high, higher...
Under Pressure~Queen




Si Trevor pretendía humillarlo apareciendo de improviso en su departamento y tratándolo como a un mocoso de pecho, lo consiguió el cabrón. Pasada una semana, Chris aún no se reponía de la vergüenza. Sin embargo, no se comería las burlas en paz. Un par de veces estuvo tentado de partirle el hocico a Harris, porque no se olvidaba del episodio en la barra. Pero antes de cobrar su tan merecida venganza, tenía asuntos que atender. Un par de cosas se perdieron aquella noche en la que tuvo la necesidad de ahogarse en alcohol.

El auto de Trevor fue una de ellas, pero no la más importante. Ni siquiera se preocupó en ir a buscarlo. Sabía bien que ese coche regresaría ileso y por su propia cuenta a su dueño. Nadie en su sano juicio se atrevería a tocar nada que le perteneciera al Trébol.

Una vez el dichoso coche regresó a donde pertenecía, Chris consiguió escabullirse dentro en busca de lo perdido. Se tomó el trabajo de revisar a conciencia el interior sin resultados positivos.

Luego de maldecirse varios minutos y rabiar otros tantos, por fin tuvo que aceptar que no, en realidad ni el revolver que Trevor le regaló ni su cuchillo favorito, estaban ahí dentro.

Le resultaba imposible recordar donde los perdió. Luego de amenazar al resto de la gente del Trébol e irse a los puños con otros tantos, no consiguió saber el paradero de los objetos.

Dos semanas tuvieron que pasar para que por fin decidiera dejar el tema. Claro que podía comprarse quinientos cuchillos mucho mejores que aquel de mango de madera labrada y acero. Pero era su favorito, Trevor se lo dio cuando se conocieron y nunca lo aceptaría, pero se ese era su predilecto. Cuanto más pensaba en su preciado artefacto de destrucción, más se le retorcían las entrañas por su pérdida.

Tenía una idea de donde podría estar. Sin duda alguien lo sustrajo de entre sus prendas. Alguien que tenía muy poco tiempo en la tierra por atreverse a robarle. Lo tenía todo planeado, apenas tuviera un momento libre iría a recuperar lo que le pertenecía. Sería cuando el Trébol dejara de respirar sobre su nuca.

Desde aquel pequeño incidente, no lo dejaba descansar. Nada que le molestara, en realidad. Chris adoraba mantenerse ocupado. Trevor siempre decía que las manos ociosas son los juguetes del diablo.

El Trébol era el diablo y solo podía recuperar su confianza si es que cumplía con todos sus encargos.

Así pasó una semana más entre idas y venidas, controlando los negocios de Trevor en tierras sureñas. Por órdenes de su jefe, tuvo de compañía al bastardo más molesto de toda la jodida tierra.

Finley O'Malley era un veterano hombre del Trébol, curtido y ladino, creía que estaba al mando, lo cual era irritante. El viejo era un sabelotodo. Además de pretender controlar los horarios, las rutas que tomaban, también decidía el lugar donde se hospedaban, por cuanto tiempo y donde detenerse para comer.

Llevaban un par de horas manejando y ya rompía el alba. Chris le gritó un par de veces que se detuviera por un maldito café, carajo. Porque el viejo bastardo no le dejaba tomar alcohol.

Tuvieron varias discusiones al respecto, en las que terminaron a los puños y con botellas rotas. Chris tuvo que ceder y reconocer que no probaría una gota durante ese jodido viaje. Luego de despertar con el cráneo envuelto en una venda somera, aceptó que Fin ganó esa vez. El bastardo le lanzó la botella que consiguió escabullir al cuarto de hotel donde se hospedaron y con eso terminó la discusión.

Chris necesitaba beber algo o se volvería loco. El viejo controlaba además la radio del auto. De todas las malditas estaciones para elegir, tenía que poner «country». Lo odiaba con todas sus fuerzas.

—¡Cambia esa música de mierda!

—Tocas la radio y te rompo el cuello, hijo.

Listo, fin de la discusión. Finn era muy capaz de hacerlo y Chris no se sentía de ánimos para comprobarlo. Así que se colocó los audífonos un poco más profundos de lo que debía. Carajo, prefería que le sangraran los oídos por meterse los audífonos hasta tocarse el cerebro, que seguir escuchando la música del viejo.

Odiaba al viejo y a su música de mierda. Aquella tonadita particular jodidamente estúpida y los coros de la música country. El sonido meloso y melancólico de las letras y a su madre moviéndose lentamente al compás de la melodía.

—¡Para de una vez, por un carajo! ¡Quiero tomar algo y tú no haces más que dar jodidas vueltas! ¡Viejo cabrón!

Fin sonrió como si tuviera un niño a su lado y estuviera aguantándole un berrinche.

—Cierra ese hueco de tu cara y ten paciencia. Nos detendremos en un lugar muy bueno, queda cerca. Mientras tanto ponte a jugar con ese aparato entre tus manos, ese «ayfone» o como carajo se llame.

Chris masticó un par de insultos y se hundió en su asiento.

—¿Con esa boca comes, ah mocoso? Con esa boca besas a tu madre, estos jóvenes de ahora no tienen idea de lo que dicen.

Era suficiente, no iba a seguir escuchando la cháchara de ese viejo bastardo. Si tenía que tomar el volante e irse ambos a la mierda, que así fuera. Se abalanzó sobre el timón, pero Finley se le adelantó sin perder el hilo de sus pensamientos.

—Mide tus palabras hijo o no será el brazo lo único que te rompa. Siéntate como un niño bueno y mantén el hocico cerrado. Ya vamos a parar a desayunar. Parece que el hambre hace mal.

El viejo cabrón le torció el brazo al punto que sentir que se lo quebraría. Chris decidido a ser el dolor de culo más grande, volvió al ataque. Su mano libre buscó el cuchillo que siempre llevaba consigo y no lo halló.

Maldita sea. Recordar la pérdida de uno de sus objetos favoritos hizo que se sintiera un poco más enrabiado. Finley giró el timón y cambió tres carriles en el lapso de segundos. Viejo de mierda, hizo que se estrelle contra la ventana por pura inercia.

—¿Vas a dejar de hacer pendejadas o tengo que romperte el culo ahora mismo? Habla de una vez, porque necesito desayunar a mis horas.

Al no recibir respuesta, Finley lanzó un gruñido triunfante.

—Eso pensé. Verás mocoso, eres joven e increíblemente estúpido. No, en serio. No aprendes a la primera, ni a la segunda... Ni a la tercera, carajo. Trevor te tiene demasiadas consideraciones y no es mi intención criticar sus decisiones, pero hijo de puta... Eres un maldito idiota.

En algo tenía razón ese viejo apestoso, tenía que tomar las cosas con calma y apenas tuviera la oportunidad tomar el volante. Luego estrellaría el auto y se aseguraría de incendiarlo para desayunar al bastardo en barbacoa.

—Si quieres vivir en este mundo y sentirte un perro grande, tienes que dejar de pensar con el culo y poner atención. Crees que no sé lo que planeas, hijo. Eres tan fácil de leer como la portada del diario de la mañana. Quita esa cara de perra mal cogida y ten un poco de respeto por ti mismo. Llegamos, vamos a desayunar como la gente decente y no quiero escuchar más de tus pataletas. Mierda.

Las palabras de Finn calaban más de lo que esperaba. Chris azotó la puerta del auto al salir y se maldijo a sí mismo. Mientras el viejo se mantenía calmado y sereno, él iba a reventar de la rabia. Siguió al anciano hacia el restaurante que eligió el muy cabrón.

Una muchacha con acento marcado se acercó a tomar su pedido. Era muy de mañana y Chris solo quería que se calle la boca.

—Café —le ladró a la chica para que se largara de una vez.

Porque ya empezaba a darse cuenta la razón por la que se detuvieron en aquel lugar. Oh sí, la razón estaba parada frente a él y se llamaba Anita. Tenía el cabello largo, oscuro y tetas descomunales.

El imbécil de Fin no dejaba de mirarla. Si desde afuera del local ya andaba alborotado. Poco más estacionaba el auto sobre la mesa, el muy cabrón. Todo para poder ver a la chica esa.

—Leche —respondió Fin sin quitarle los ojos de encima a la mesera quien parecía inmune a sus miradas lascivas —Y un café, también una orden del número uno, Anita.

—Y para usted, ¿sólo café? —insistió la muchacha.

—Rápido —y Chris chasqueó los dedos para deshacerse de ella.

Anita frunció los labios y se marchó llevándose consigo la mirada de Fin. Hasta el cuello le tronó al cabrón por seguirle los pasos.

—Esa no es manera de tratar a una damita. Ya veo por qué eres tan amargado, porque te falta un poco de...

—Ocúpate de tus asuntos, cabrón —Chris tuvo que aguantar las ganas de golpearlo con lo que tenía más cerca. El azucarero no era lo suficientemente contundente, por eso desistió —Ya se me quitó el hambre, carajo.

—Pues mal por ti, a mí ya se me despertó y no me refiero al apetito. ¿Ves allá dónde está el mostrador? Yadi ya está de vuelta, estuvo fuera un tiempo, de descanso por maternidad.

—¿Y a mí eso me importa por...?

—Shh— Fin hizo que se callara apenas batiendo una mano —Mira, viene para acá, viene a saludar. Vete a otro asiento, ¿quieres? No quiero que la asustes y me malogras los planes. Vete ya.

Sorprendido por las palabras de ese viejo libidinoso, Chris no atinó a moverse de su sitio. Lo hizo cuando Fin le propinó un empujón capaz de arrancar del asiento al más fiero. Ese tipo era de cuidado, no porque pareciera decrepito era menos peligroso. Trevor no confiaría tanto en alguien incapaz de hacer trizas a un contrario por solo oponerse a sus deseos.

Maldiciendo entre dientes se levantó en busca de algo grande, pesado y de preferencia hirviendo para lanzárselo en la cabeza al viejo zorro de Fin. Chris se aplastó en un asiento en la barra, sin perder de vista a su compañero.

El viejo ese era toda sonrisas. La tal Yadi se le acercó meneándose y seguro que ni notaba que los ojos de Finley se perdieron en algún lugar de sus pechos ensanchados.

Gruñó entonces, musitando una rama de groserías mientras se encorvaba sobre su asiento. A su lado otro comensal encontraba divertido el espectáculo mientras sorbía su café. Por un momento Chris no supo que le molestaba más, si el viejo Finley y su lujurioso comportamiento o ese tipo haciendo sonidos mientras bebía.

—Nuestros panqueques son muy famosos en la zona... Son la especialidad de la casa.

Una voz femenina que reconoció como la mesera a la que despachó con rudeza, apareció frente a él con una taza de café caliente. Le sonreía, además, intentando venderle algo más que solo una bebida. El sujeto a su lado arqueó las cejas y se rio bajo su taza. A Chris se le acabó de agriar la mañana.

—Lárgate por donde viniste, «Chiquita» —masculló volviéndose a encorvar sobre su café sin intenciones de prestarle más atención—. Y cárgale la cuenta a ese viejo cabrón.

La muchacha se alejó masticando algo que sonó a puto maricón. El comensal a su lado entendió el mensaje porque se rio de nuevo de su comentario. Listo, Chris tenía razón suficiente para desatar toda su rabia en el tipo del costado.

No, tal vez Finley andaba mirándole las tetas a la tal Yadi, pero también se mantenía atento a sus movimientos. Tenía que ir con cuidado. Trevor le encargó a ese viejo bribón que lo atormentara, eso tenía que ser. Porque no encontraba otra explicación para el actuar de su jefe.

Encorvado sobre su asiento decidió ignorar todo contacto con el mundo. Tomó la taza de café y quiso explotar de rabia. Una mancha de lápiz labial era algo que no podía perdonarle a nadie.

«Chiquita» se esmeraba por ignorarlo a pesar de que le señaló con bastante ira la mancha en su taza. Es más, no contenta con pasar delante de él un par de veces sin atender su pedido, se retiró de detrás del mostrador y se fue a atender a alguien más.

Era oficial, odiaba a «Chiquita» y ya empezaba a fantasear cómo deshacerse de ella sin que Finley lo notara.

Ese viejo zorro tenía los ojos sobre él. Despachó a la tal Yadi y se depositó a su lado en la barra.

—Si fueras un poco menos mierda, seguro le caerías mejor a las chicas. Y estas chicas color caramelo son una delicia...

Le iba a responder, apenas pudiera retener el impulso de asesinarlo. Ese viejo sabía bien como irritarlo al punto de hacerle perder el control. Esa era otra de las razones por las que el puto de Trevor lo mandó a trabajar con él. Probaba su paciencia. Eso tenía que ser una prueba de Trevor. Si conseguía pasarla no solo podría deshacerse de Finley, si no que ante los ojos de su mentor ganaría terreno.

Chris apartó la taza de café para quitarse las ganas de aventársela en la cara a Finley. «Chiquita» regresó a la barra y sin decir nada le entregó otra.

A punto de explotar, Chris se retiró al baño renegando en el camino. Necesitaba lavarse las manos hasta que la piel se le desprendiera. Tal vez cuando regresara el viejo zorro lo dejaba en paz de una vez. No, eso era imposible.

Una vez volvió a su asiento, un plato de comida lo esperaba aun humeando. Finley conversaba con Yadi, «Chiquita» y «Chiquita.2». Sin duda ese viejo decrépito tenía asuntos con esas tres, por el modo como le sonreían.

Una vez acomodado en su puesto, Chris apartó el plato de comida y se concentró en su café.

—Come muchacho, necesitas alimentarte.

—Necesito que te vayas a la mierda —Fue la respuesta de Chris, pero Fin ya la esperaba.

—Verás muchacho, no se desprecia la comida. Ahora escucha bien, Yadi necesita que la lleve a su casa, así que te quedas acabando tu desayuno en compañía de este par de bellezas.

—¡Ay Fini, es que es tan grosero y amargado! No sé. Creo que no le gustan las mujeres. —Esa fue Chiquita número uno disfrutando su venganza.

—A mí me parece lindo —Chiquita.2 casi hace que se sonroje.

El viejo bastardo sonrió animado. La tal Yadi se rio también jalando a Finn para marcharse de una vez. Era más que obvio lo que sucedía y Chris no se sentía de ánimos para seguir con el juego.

—Ya te lo dije, necesitas un poco de tú sabes qué. Anita y Fabi se van a encargar de quitarte todo ese estrés de encima. Ya luego me lo agradeces, hijo. Nos vemos luego. Chicas, se los encargo. Trátenlo bien, porque es medio idiota.

—Déjalo en mis manos, Annie y yo nos encargamos de todo. Nos vemos, Yadi.

No dijo nada, dejó que las chicas se rieran un rato y que el viejo se marche. Chris bebió su café y pidió otro más. Ambas mujeres no le quitaban los ojos de encima. No les dirigió la palabra a pesar de que ellas intentaron hacerle conversación.

—Fini ya pagó por la comida. Si ya terminaste podemos ir...

—Me importa un carajo lo que ese viejo haga —Chris estampó un billete sobre la barra y se bajó del asiento —Si tanto quieren coger, cojan entre ustedes.

Chiquita.2 fue tras él y se colgó de su brazo.

—Espera, espera... Finn quiere que vayamos contigo.

Si algo le molestó de verdad fue que esa mujer lo tocara con tanta libertad. Estuvo por apartarla de un empujón, pero pudo notar lo nerviosa que se puso. Ese viejo de mierda, de verdad era un cabrón.

—Así que vamos contigo —Fue la otra muchacha quien lo tomó del brazo libre—. Si conoces a Finn, ¿no? Trabajas con él, sabes que no es bueno que se enoje...

Fabi, así se llamaba la otra chica, se estremeció ante las palabras de su compañera. Mataría a ese viejo bastardo apenas tuviera oportunidad. Chris respiró hondo y no opuso resistencia. Las chicas no tenían que decirlo, no era difícil leerlas.

Aceptó entonces que lo condujeran a donde ellas sabían. Un motel de mala muerte que quedaba convenientemente al lado del restaurante de carretera. En la recepción una mujer le entregó una llave a una de las chicas. Chris la miró de reojo y ella ni batió una pestaña al ver como dos chicas muy jóvenes se escondían tras él.

Finalmente llegaron a su destino, un cuarto pequeño con apenas una cama y un baño. Una vez cerraron la puerta una de las chicas dijo que se iría a refrescar al tocador.

Chiquita.2 se desprendió de su brazo, sin perder el miedo. Chris no le quitaba la mirada de encima y eso sin duda la atemorizaba más. Sin embargo, la vio vencer el susto y avanzó hacia él con cierta timidez. La vio moverse por la habitación como una mariposa atrapada en una botella.

Cuando era niño solía atraparlas y encerrarlas en una prisión de vidrio. Las veía revolotear hasta que se rendían en el fondo de la botella. Dejaban de aletear y esperaban su final tranquilas. Nunca confesaría que codiciaba la paz con la que las mariposas dejaban de existir. Deseaba tanto poder dejar de moverse, de pelear y por fin disfrutar la paz que previene la muerte.

Chiquita.2 se resignó a su destino y era el cadáver móvil de una mariposa de alas rotas. Encerrada en esas cuatro paredes, resignada a su destino, Chris la vio avanzar hacia él con cierta timidez.

—De verdad me pareces lindo. Ella sonrió con tristeza sin atreverse a levantar los ojos del suelo. Esperaba alguna reacción, algo que despertara el interés de quien la miraba impávido en medio de la habitación. Desconcertada, la chica siguió con sus avances. Le temía, eso era evidente. Sin embargo, era el mismo miedo el que hacía que insistiera. —Eres joven y te ves... limpio.

Ella quiso abrazarlo, apenas si alcanzó a frotar sus pechos incipientes sobre Chris quien retrocedió sin permitirle el contacto. Al verla tan de cerca pudo ver más de lo que quería enterarse.

Chiquita se detuvo incapaz de dar un paso más. Chris sintió deseos de decirle muchas cosas, como por ejemplo que se daba cuenta que esa mañana no tocó el agua. Su rostro tenía rastros de maquillaje del día anterior, legañas en las esquinas de sus ojos pardos y su cabello seguía desordenado. La tira enrollada del corpiño rosado que llevaba mal puesto se asomaba entre su blusa. Se vistió a prisa. Salió de la cama derecho a encontrarse con él cuando debería estar alistándose para ir a la escuela. Fue suficiente, Chris no se quedaría más tiempo a ver como Chiquita reunía valor para hacer sus avances. No, iría derecho a buscar a Fin y lo estrangularía con las tetas de la tal Yadi.

—No te vayas, si no te gusto te traemos a otra chica o un chico si quieres. —Chiquita 2 entró en pánico al verlo avanzar a la puerta. No se atrevió a detenerlo, al contrario, corrió a alertar a su compañera. —Por favor, no te vayas. Fin quiere que te atienda, por favor.

La otra muchacha salió a prisa del baño. Tenía el cabello suelto y un ojo a medio pintar. Todavía con su ropa puesta que escapaba de un incendio por el miedo en su rostro.

—Si no te gusta ella o yo te traemos a alguien más. Tengo un hermano que...

—Me largo y ustedes hagan lo que les dé la gana —explotó Chris sintiéndose peor que antes —Si ese bastardo de Fin tiene algún problema con eso, sabe dónde buscarme.

Avanzó hasta la puerta y no pudo marcharse.

Las dos chicas se abrazaron a sus espaldas. La más pequeña, la que le llegaba apenas al hombro, empezó a llorar. La compañera quería calmarla, pero parecía que tampoco podía contener sus lágrimas. La más alta le decía a la otra algo en otro idioma. La más pequeña no respondía. Chris no pudo más y volteó a encararlas. Ellas se mostraron aterrorizadas y corrieron a esconderse en el baño. Las siguió entonces y las vio agazapadas como animales asustados.

Sobre el lavadero quedó una mochila escolar abierta y una cantidad absurda de maquillaje vertiéndose de una bolsa de tela mugrosa. La otra mochila quedó a los pies de una de sus dueñas, cerrada todavía, lista para llevarla a la escuela, donde deberían estar esas dos en esos momentos. Más le valía a Finley no morirse de un ataque en pleno polvo, porque él quería matarlo. Se daría el gusto de cortarle las pelotas primero, mientras les pedía perdón a esas dos chicas por todo lo que les hizo.

Chiquita.2 podía ser la bisnieta de ese cabrón. Seguro que ni llegaba a los quince años y el viejo ese la andaba ofreciendo como bocadillo de media mañana.

—Dejen de llorar. No me pongas esa cara, Chiquita, que el viejo no va a volver a hacerte esto.

La voz se le atoró en la garganta. No podía seguir mirándolas abrazarse la una a la otra, aterradas de estar ante su presencia. No podría convencerlas de nada, ellas no escuchaban palabras, estaban acostumbrados a las acciones.

—Tomen sus cosas y lárguense a su casa. Se van a alejar de toda esta mierda. ¿Oyeron?

Por supuesto que no. Las dos retomaron el llanto abrazándose con más fuerza. Parecía que de pronto no entendían lo que les decía.

—Tú, llévate a tu amiga y no las quiero ver más andando de putas. ¿Me entendiste?

—No podemos irnos. Tú ya sabes cómo es Fin.

La Chiquita original se armó de valor y quiso contestar. Que si sabía. Esas dos no tenían idea de todo lo que sabía de Fin y de lo que el Trébol se iba a enterar. Así que ese viejo además de zorro se las daba de emprendedor. No necesitaba interrogar a las chicas ni siquiera regresar con la matrona de la entrada para confirmarlo. Todo el asunto apestaba al viejo lujurioso ese y su gusto por chicas muy jóvenes.

—Les dije que se largaran y siguen ahí paradas como tontas. ¡Fuera! La más pequeña de las Chiquitas reaccionó primero y se lanzó en busca de su mochila escolar. Pasó al lado de Chris como si huyera de un animal rabioso, asustada de recibir una mordida. La otra se tomó un momento para seguir a su compañera. Metió todo el maquillaje dentro de su mochila, sin cuidado, pero sin quitarle los ojos de encima a Chris. Atenta a cualquier represalia, huyó tras los pasos de su amiga sin hacerse de rogar. Desde la entrada ambas se quedaron mirándolo. Por un momento parecía que tenían más miedo de salir de la habitación que de quedarse con él. Era evidente su temor, pero Chris no tenía intenciones de seguir en esa habitación de motel. Avanzó hacia las chicas, quienes con terror renovado escaparon tropezando por el pasillo. Las siguió sin prisa escuchando sus sollozos en el camino. La matrona las detuvo en el camino y les reclamó al verlas escapándose del trabajo. Ellas no tuvieron tiempo de responder por sus acciones, porque al ver a Chris asomarse como el villano de alguna película de terror, se escabulleron hacia la salida.

Chris sonrió al verlas partir. La matrona lo miró entre confundida y preocupada. Se irguió entonces esperando una explicación que no llegaría. No, era hora de clausurarle el negocio a Fin y a su compinche. Esas dos chicas que huyeron como si las persiguiera el diablo no tenían por qué seguir temiendo. Quizá no sabían que una vez muere el perro, se acaba la rabia.

*

Hacía frio. No, no era eso. Tenía frío, que era algo muy diferente. Tumbado sobre la cama, Dominick intentó buscar calor bajo las cobijas. Temblaba sin poder controlar su propio cuerpo, sin siquiera sentirlo.

Era una sensación extraña, porque tenía frío, pero no sabía dónde.

Intentó moverse para poder abrigarse, pero su cuerpo le resultó ajeno. Quiso abrir los ojos, pero recordó que vivía un mal sueño del cual le resultaba imposible despertar. 

Anelka se encontraba apenas a una pared de distancia. Tan cerca y tan lejos. Ella quizá podía despertarlo. No, ella era una anciana. No podía contar con ella para devolverle la movilidad a sus piernas, para que lo ayudara a arrastrarse fuera del colchón que lo sostenía. Anelka quizá podría guiarlo con su voz ajada por el tiempo hacia la salida de esa pesadilla.

El pasillo, la puerta, la salida.

Su voz desapareció junto con la fuerza necesaria para moverse. La voz de June alcanzó sus oídos venciendo el ruido del televisor que se tragaba todo a su paso. Dominick intentó prestar atención a lo decía, así no fuera para él, el mensaje.

Pudo oír que la puerta del departamento se cerraba. June se marchó a quien sabía dónde. Dominick sintió deseos de gritarle para que lo llevara con él. No quería quedarse solo. De pronto se sentía como un niño pequeño con ganas de llamar a su mamá para que lo despierte del mal sueño y lo acune en sus brazos.

En la realidad, eso nunca sucedió ni sucedería. June nunca lo acunaría en sus brazos, nunca lo consolaría luego de una pesadilla. Menos aún movería un dedo para ayudarlo.

Temblaba de nuevo, esta vez con más violencia. Se acurrucó lo mejor que pudo, envolviéndose en la cobija, intentando desaparecer. June se marchó y deseaba tener fuerzas para correr tras ella.

Si se quedaba quieto el frío ganaría terreno y su cuerpo parecería un cadáver. Tal vez así perdía interés y se marchaba detrás de June. Entonces tenía que dejar de tiritar.

Así no podría engañar a nadie. Si no podía contener el temblor entonces cuando se acercara y girara el picaporte no podría engañarlo. No si seguía sacudiéndose como un pez moribundo entre las redes que lo apresan.

Aun con los ojos cerrados podía sentir su mirada. Podía oír su respiración pesada y odiaba que lo observara recostado contra la puerta abierta. Dominick se contrajo un poco más y contuvo un sollozo. Empezaba a sentir el dolor en sus músculos, sudor frío se asomaba sobre su piel.

El televisor siempre encendido y a todo volumen, no dejaba que oyera sus propios pensamientos. Pero los pasos acercándose a su cama, eso sí podía escuchar con claridad. Su mente alterada los contaba uno a uno, despacio, cadenciosos, casi jugando se aproximaban. Silbaba un tono por demás molesto, descompasado, estridente y lo hacía todo el tiempo. Conforme se acortaba la distancia, se hacía más agudo.

De pie a su lado, el silbido se detenía. Empezaba un canturreo que era más un zumbido igual de perturbador para sus oídos. Dominick se contrajo involuntariamente para escapar de aquel molesto sonido.

—Estás despierto, sé que lo estás Nicky.

Perdió el sueño, hacía días quizá que le costaba conciliarlo. Los ojos le ardían y aunque los mantuviera cerrados no conseguía descanso alguno. Su respiración se agitó al escuchar sus palabras y su corazón se aceleró.

—Parece que te gusta jugar, ah Nicky. Está bien, te voy a dar gusto, vamos a jugar entonces.

El canturreo de nuevo y esperaba que le respondiera. Quiso girar y darle la espalda a sus palabras. El dolor era tan intenso que sentía que los huesos se le quebrarían si lo intentaba.

—Sé lo que quieres, lo tengo aquí mismo, Nick. Vamos, sabes que lo deseas.

Buscó su mano entre las cobijas y la encontró helada. Dominick mantenía los ojos cerrados y el puño tan tenso que le costó trabajo introducir sus dedos entre la palma. Luego de un pequeño forcejeo consiguió torcer su brazo lo suficiente como para hacer que se rindiera.

—Eso, así muy bien Nicky. Sientes esto, es lo que quieres. Eres igual a June, no puede vivir sin esto de acá. Te gusta demasiado, no puedes mentirme.

Conteniendo las ganas de llorar, Dominick giró el rostro para el lado contrario al de su brazo. Sus dedos se encontraban atrapados entre dígitos ajenos. Su mano ahora rosaba la tela del pantalón de aquel sujeto, palpando sin quererlo. Los espasmos no se detenían, su cuerpo se retorcía como si fuera a quebrarse.

—Mira lo que haces Nick, mira nada más.

Quería su atención y se le iba a negar. En un acto de rebeldía Dominick cerró los ojos con más fuerza. Su mano sintió las represalias, pero no emitió queja alguna. De pronto el sonido de un frasco pequeño que conocía muy bien hizo que sus ojos se abrieran de par en par. Se odió un poco más por ello.

—¡Mírame, Nick! Esto es lo que quieres —dijo con voz suave, casi arrastrando las palabras—. No engañas a nadie. Sabes bien que lo quieres...

Involuntariamente su cuerpo reaccionaba al sonido de aquellas píldoras agitándose dentro del frasco de plástico amarillo. Su mano seguía atrapada y frotándose sin quererlo sobre el pantalón del novio de June.

—No te hagas el inocente, sabes bien que hacer para conseguirlo.

—Du...ele.

Resultaba increíble cuán bien podía hablar cuando se encontraba todavía bajo los efectos de esas pastillas. El tartamudeo casi desaparecía; en otras circunstancias sería un motivo de gozo. Aunque no mentía, el dolor en su cuerpo se intensificaba quizá al saber que lo que tanto deseaba para encontrar alivio se encontraba a su alcance.

—Siempre te quejas, pero igual lo disfrutas —replicó el novio de June sonriendo divertido.

Avergonzado de sí mismo, odiándose un poco más no podía dejar de ignorar el deseo de su cuerpo. No, no era un deseo, era una necesidad.

Dejar de sentir todo tipo de sensación, poder dejar de odiarse a sí mismo mientras su mente se perdía en un mar de calma contra el que no podía pelear. Lo necesitaba.

El novio de June, ella lo llamaba por su nombre, pero Dominick prefería borrarlo de su mente. Un viejo conocido, alguien que su mamá echó de casa años atrás, pero regresó de improviso.

Nunca podía llevar cuenta de a quienes metía su mamá a su vida, su pieza y su cama. Como llegaban, se iban. Unos fueron peores que otros. El que aun apretaba su palma con saña, quizá uno de los más infames.

De un momento a otro se instaló en el departamento y se sentía el dueño de todo lo que éste contenía, tal como hizo años atrás. Llevó un televisor enorme, que mantenía encendido casi todo el día. Comida no faltaba en la alacena, aunque Dominick perdió todo interés en ingerir alimentos. La electricidad y la calefacción regresaron, aunque no fue lo único que retornó con la presencia de ese sujeto.

El ruido de su voz llenaba los rincones que el de la televisión no podía. Según decía tenía un taller de mecánica y vendía autos usados. Hablaba por teléfono y atendía sus negocios a través de la línea. Le compró a June un teléfono nuevo que presumía con sus amistades, con todas menos Sunny. Ella no volvió a aparecer por ahí, porque sabía que ese tipo estaba en casa.

A June no le importaba que Sunny no le hablara. La escuchó peleando con ella por teléfono. Su amiga de años le reclamó el dejar entrar a ese hombre en casa. Mientras no tuviera que preocuparse por dinero, June estaría contenta. Nada más le importaba. El novio de June lo sabía mejor que nadie.

Cierto, seguía de pie a su lado, riéndose con la misma tonalidad de hacía años. Cuando pensó que por fin consiguió olvidarlo, éste regresó para recordarle que no se marcharía de sus recuerdos con tanta facilidad.

Nunca lo haría.

—Date prisa, no te voy a esperar todo el día Nicky.

Odiaba que lo llamara con ese nombre, con ese tono tan meloso que hacía que la piel se le escarapele. Era el modo como lo llamaba cuando se encontraban solos. Lo detestaba. Tanto como aborrecía como hacía sonar el frasco de pastillas llamándolo como si se tratara de un perro entrenado.

Quizá lo era.

Eso fue todo. El novio de June no tenía que decírselo, sabía que se dirigía al sofá de la sala, frente al televisor. A tumbarse frente a la pantalla a esperarlo. A verlo arrastrarse por el suelo, incapaz de ponerse de pie por el malestar que provocaba que sus músculos lo atormenten. Lo buscaba sí, pero deseando una sola cosa. Esas píldoras que le permitían dejar de sentir por unas horas gloriosas.

Se sentía tan bien recostarse a su lado cuando todo por fin terminaba. Cuando dejaba que la droga hiciera su efecto y el frío que sentía hasta dentro de sus huesos desapareciera. Dominick se quedaba tumbado sobre el sillón, mirando al vacío sin necesidad de estar presente. Dejaba su cuerpo caer sobre el mueble, en manos del novio de June y no sentía nada.

Libre de pensamientos, del recuerdo de Anelka que lastimaba tanto y tan pronto. Olvidaba que ella existía a apenas unos metros de distancia. Que tal vez ya se resignó a no verlo más. Seguro Anelka por fin creyó las mentiras de June.

«Se fue con su padre. No insistas, ya te dije que Su papá se lo llevó, no va a volver más»

Quizá la vecina por fin se cansó de preguntar por él, de esperar que vuelva. Porque Dominick no volvería. No más. Perdido dentro de la que su cuerpo sentía y de su mente ausente, no quería emprender la marcha atrás. Perderse y desaparecer.

No tenía a dónde regresar.

«Ya sabes que hacer.»

Insistía el novio de su mamá. Por más quería ignorarlo, sabía que no podía. Agotado, más que exhausto, su cuerpo se negaba a reaccionar.

Al final de cuentas, eso era lo que el novio de June buscaba, poder usarlo como hacía con el resto de cosas que contenía el departamento.

Era una cosa más, como ese televisor frente a sus ojos, otra forma de entretenimiento.

*

—Finn me contó lo sucedido.

Vaya que los chismes corrían rápido. Ese viejo bastardo no tardó nada en ir a acusarlo con Trevor. Chris musitó entre dientes y replicó.

—Todavía puede hablar, ah carajo. Será para la próxima.

Con extrema calma, Trevor dejó sobre su escritorio una de las ridículas herramientas con las que trabajaba con sus muy estúpidos modelos de barcos.

—Mira Trevor, si vas a ponerte a joder porque lo mandé al hospital, a la próxima me encargaré de que termine en una tumba profunda. No carajo, a la siguiente nadie lo va a encontrar ni generaciones futuras...

¿Qué era eso en la cara de Trevor? ¿Aprobación? Debía estar soñando, eso era. Incluso aplaudía el hijo de puta, Trevor estaba aplaudiendo sus acciones. ¿Qué estaba sucediendo?

—Eso es precisamente lo que quería escuchar, Chris.

¿En serio?

—¿En serio? En serio no estás enojado porque...

—Lo mandaste al hospital, gran cosa.

—Van a tener que reconstruirle parte de la cara, al cabrón y... De verdad no estás enojado.

Lo hizo bien, por fin lo hizo bien. Eso era lo que Trevor quería, a quien quería darle una lección no era a él, si no a Finley. Para eso los mandó a trabajar juntos. Jamás lo hubiera imaginado. ¿Eso era? No, eso era lo que Trevor quería que pensara.

—Vamos, si sigues pensando de ese modo te vas a causar un aneurisma, Chris. Hiciste un buen trabajo. ¿Tanto te cuesta creerlo?

—¿Por qué? Digo, claro... Ese viejo se cruzó con la persona equivocada. Andaba armando mucha mierda y solo hice lo que tenía que hacer.

—¿Lo hiciste? Sigue vivo.

—Pero no va a poder usar la verga ni para mear —carajo, se le escapó. Demasiado tarde para detenerse, ya estaba hecho, lo dijo —y para esa mierda, es peor que estar muerto.

Chiquita.2 podía estar tranquila, su amiga también. Finley no volvería a ponerles un dedo encima, porque le trituró los nudillos contra el marco de la puerta del hotel donde andaba cogiendo con la otra muchacha.

Trevor hizo una mueca digna de enmarcar. Aprobaba sus acciones, casi podría decir que estaba orgulloso de él. Lo hizo bien, eso fue lo que dijo.

—Creo que me equivoqué contigo, Chris.

No, eso no. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué le decía eso?

—Te he estado tratando como a un niño, cuando desde hace mucho eres todo un hombre de confianza para mí.

Eso era bueno. Trevor lo halagaba, eso era muy bueno. Chris temblaba de nervios. Valió la pena todo el esfuerzo y la paliza que recibió del viejo ese. No fue un oponente fácil, pero consiguió vencerlo. Descargó toda su rabia y frustración en Finley, se dejó llevar por la sed de venganza que traía encima y no se detuvo hasta saciarse por completo.

—Tu pequeña hazaña está en boca de todos. Harris va a pensarlo dos veces antes de volver a instigarte.

—Ese perro es el siguiente en mi lista, Trevor.

Su mentor lo tomó de los hombros. El corazón le explotaría en el pecho. Trevor estaba orgulloso de él, lo sabía, lo podía ver.

—Tengo algo para ti, sé que te va a gustar.

—Con tal que no sea uno de tus jodidos barcos de mierda...

Trevor sonrió y lo soltó por fin. Chris lo siguió como un animal amaestrado. Un regalo, de Trevor, del mismísimo Trébol, carajo. Ardía de felicidad y no podía demostrarlo. La guardaría para luego, para en algún momento a solas, disfrutar esa sensación.

De dentro de su escritorio, Trevor sacó una caja envuelta en terciopelo negro y se la entregó sin ceremonias.

—Te lo has ganado Chris. Estoy más que seguro que vas a disfrutarlo tanto como yo. El modelo es uno de mis favoritos, sabes cómo me gustan los clásicos.

Casi temblando recibió la caja y le quitó con cierto asco la envoltura. La textura del terciopelo le ponía los nervios de punta. Dejó caer el trozo de tela y casi suelta la caja también.

—No me jodas...

Una caja negra con ribetes dorados y la insignia de Smith & Wesson decorando su alegría. Chris sonreía como un mocoso que acaba de recibir el regalo que siempre quiso.

—¡Mierda, Trevor! ¡Esto es...!

—Un clásico. Abre la caja Chris, date prisa.

No podía creerlo, tendría que dispararse para saber que no soñaba. Smith & Wesson, modelo 19 clásico, .357 Magnum. Mango de madera, cañón de 4.25 y aquel brillo magnífico que recordaba de las películas.

No volvería a usar otra arma si no esta, se lo prometió a sí mismo. Era una belleza de metal y madera.

—Sabía que te gustaría. Aunque prefiero otro tipo de armas, las de fuego tienen su encanto.

—A ti solo te gusta lo que corte carne humana, Trevor. ¡Carajo, no puedo esperar para usarla!

—Las armas blancas son compañeras leales, las de fuego llegan a desconocer a su dueño.

Ahí iba Trevor con su chachara filosófica y reflexiva. No tenía intenciones de prestarle atención, Chris andaba demasiado ocupado admirando su regalo.

Seguro Trevor volvía a su aburrida manía de armar barquitos de mierda. Con tal que dejara de sermonearlo, todo bien.

—No espero que compartas mis gustos. Sin embargo, supe que perdiste algo que te obsequié cuando nos conocimos.

Trevor siempre llegaba a enterarse. Tendría que descubrir quien le fue con el chisme y estrenar su revólver nuevo.

—Te informaron mal, Trevor. No lo perdí, lo dejé olvidado. Me has tenido trabajando como mula rentada, así que iré por él cuando tenga un momento.

Tal y como sospechaba, su jefe regresó a lo que más le entretenía, después de asesinar, por supuesto. Trevor se sentó en su silla especial, herencia de un pariente muy lejano y se volcó a sus barcos.

No quedaba más que hablar. Salvo algo que empezaba a molestarle. Necesitaba saberlo, confirmar que sus sospechas eran ciertas.

—¿Trevor? —tenías todo planeado, ¿no? Entre tus planes Finley iba a resultar muerto o peor, ¿verdad? Sería yo quien lo mate, eso es lo que pretendías desde el inicio.

—Dime.

¿Cómo empezar? ¿Cómo preguntar y confirmar lo que casi era evidente ante sus ojos? Trevor siempre quiso darle un escarmiento a Finley, por eso los mandó a una misma misión. Porque sabía que tarde o temprano ese viejo bastardo iba a pisar en falso.

Los motivos de Trevor eran lo de menos. El viejo ese sabía demasiado y del hospital saldría con los pies por delante. Hizo lo que tenía que hacer, cumplió lo prometido a esas dos chicas. Pero le seguía incomodando el hecho que todos sus movimientos eran parte del plan de Trevor.

Ese cabrón era capaz de predecir hasta el tiempo. Trevor era mucho más increíble de lo que soñaba. Casi no podía creer que le dio un regalo como ese.

Mierda, el cuchillo que le dio. Tendría que recuperarlo a toda costa. Maldición, Trevor esperaba una respuesta. Hasta dejó su barco de juguete para mirarlo fijamente. ¿Podía leer sus pensamientos? Seguro que sí, por el modo como sus ojos casi lo atravesaban...

—Finley... Eh... ¿Me puedo quedar con su auto?

No, Trevor sabía que era lo que pensaba y esa estúpida pregunta la dijo solo para salir del paso. Chris se irguió en su sitio, intentando su mejor cara de cinismo. Funcionó tal vez, porque a Trevor no pareció importarle el contenido de su mente.

—Está en el taller. Dile a Ernie que se encargue.

Sonrió triunfante. Trevor regresó a lo suyo y Chris salió sin prisa, pero con el corazón en la mano y el revólver nuevo en la otra. Tenía que ir a recuperar el primer regalo que le hizo y tendría que ser pronto.

*

Cuando conoció a Trevor, nunca pensó que aquel sujeto delgado y pálido como una vela, pudiera ser el famoso perro grande de ese lado de la ciudad.

Trevor engañaría al más astuto. De entre todos los hombres que trabajaban para él, Trevor no era ni el más alto ni el más rudo. Más bien parecía un sujeto del montón. Sus expresiones eran pausadas y su voz suave, pero le bastaba levantar una ceja para que la gente que lo rodeaba entrara en pánico.

Chris tenía el privilegio de conocerlo un poco mejor que el resto. Podía entrar a su oficina y hasta lo veía jugar con sus barquitos estúpidos. No todos los hombres del Trébol gozaban de ese honor.

El viejo Finley era del círculo cercano a Trevor y sabía lo que le esperaba al salir. Sin duda no perdió el regalo que le hizo la primera vez que se vieron.

Con su nuevo revólver pegado a su cuerpo, Chris emprendió la búsqueda de lo perdido. Así que manejó el auto que por derecho le pertenecía, hasta el edificio del estado, donde sin duda tenía que estar.

Aquel enano roñoso era el único responsable. Más le valía no haber empeñado su preciado cuchillo o le iba a hacer escupir todos y cada uno de sus dientes. Tal vez no podía recordar bien todo lo que sucedió aquella noche en la que su borrachera lo llevó a límites insospechados, pero desde ese día ese mocoso no salía de sus pensamientos.

Tendría que averiguar, además del paradero de cuchillo, que fue lo que pasó aquella noche. Los detalles de cómo terminó al lado del enano ese, le eran esquivos. Tendría que sacarle la verdad, para poder llenar el vacío en sus recuerdos, aquellos que empezaba a incomodarle.

Devorando ansias o quizá dejando que estas lo devoren, Chris golpeó la puerta con más calma que la que llevaba. Hasta esperó paciente que le atendieran. Pudo oír la voz de June escurrirse de detrás de las paredes hasta llegar a sus oídos.

—¡Deja de molestar! Ya te dije que no vengas a joder la paciencia. Lárgate de una vez.

Esa fue la contestación que obtuvo ante su muy educado gesto de llamar a la puerta. Chris sin quererlo, sonrió como no lo hacía en días. Semejante respuesta le dio todo el derecho de tirar la puerta de una patada. Se alejó un poco para tomar impulso y se detuvo. No, era pronto. Tumbar la puerta solo alertaría a June y lo que quería era caerle de improviso.

Pensándolo mejor se limitó a tocar de nuevo, solo que esta vez a puntapiés.

Esta vez consiguió que la puerta se abriera y un rostro desconocido se asomó enseguida.

—¿Quién carajo eres tú? —ladró Chris.

—Eso mismo quiero saber. ¿Qué quieres aquí? —El sujeto que acudió a atender su llamada tenía la misma curiosidad.

No era difícil imaginarlo, Chris podía apostar lo que fuera, que el sujeto era el nuevo tonto útil de June. Así que le devolvió una mueca que se hizo pasar por sonrisa.

—¿Qué quieres? ¿Se te perdió algo? ¿Para qué vienes a molestar a estas horas? —increpó envalentonado aquel sujeto, de mediana edad y barriga redonda.

Esta vez Chris hasta miró el reloj de su muñeca, casi por reflejo. No tenía la menor idea de la hora y se volvió a acomodar en el umbral de la puerta, como lo haría un toro bravo.

—¡Ya le pagué al Trébol! ¡Le di lo que le debía!

Ahí estaba esa perra hocicona de June. Apareció detrás de su nuevo marido apenas asomándose la muy cobarde.

—¡Ya le pagué completo así que vete! ¡No le debo nada hasta el próximo mes! ¡Qué se vaya a reclamarle a su Puta madre! ¡No me va a sacar más dinero ese cabrón!

—¡Cállate! No vine a cobrarte nada. Estoy buscando a... —¿Cómo se llamaba el enano ese? —Dominick.

Tanto June como su nuevo marido intercambiaron miradas. El tipo hasta se encogió de hombros y fue su mujer la que tomó la palabra.

—¿Para qué...? Ya no vive aquí. Se largó hace tiempo. ¿Para qué lo andas buscando?

No esperaba semejante noticia. Claro que viniendo de esa mujer era imposible creerle.

—Eso no te interesa. ¿A dónde se fue?

—Se largó con su papá. Eso nada más sé, ahora deja de molestar y...

June intentó cerrarle la puerta en la cara, pero no esperaba encontrar resistencia. Si esa mujer pensaba que se libraría de él tan fácilmente... estaba loca de atar.

—¿Qué no oíste? Ya no vive aquí, así que vete de una vez. No tienes nada que hacer aquí.

No, tampoco le gustó la intervención del marido de June. De pronto le daba mala espina el modo como se aferraba a la puerta e intentaba cerrársela.

—No me largó sin saber a donde fue...

—Pues ya te dije que con su padre. No sé dónde vive ese miserable. Un día vino y se lo llevó. No sé nada más. Si te debe dinero, yo no sé nada. Ya no vive acá y no sé dónde se fue.

—Eres su madre, ¿no? Deberías saber que fue de él.

Chris no supo de dónde salieron esas palabras. Demasiado tarde para recogerlas, demasiado tarde para arrepentirse.

—No me lo recuerdes. Debí deshacerme de eso tan pronto pude. Menos mal ya se lo llevó el imbécil de su papá, por lo menos ya no va a estorbarme más.

La risa le brotó sin que pudiera contenerla. Fue el único en reírse y lo disfrutó como si fuera un buen chiste. En realidad, June lo era, una burla completa. No podía llamarse madre, porque era lo más opuesto a ese concepto.

En fin, ese no era su jodido problema.

—Quiero saber dónde fue y lo quiero ahora.

—Escúchame hijo, te acabamos de decir que no sabemos dónde está. El padre del chico vino por él y se marcharon sin mirar atrás. Si tenías negocios con el chico, te recomiendo que esperes que se contacte contigo. Nosotros no sabemos nada.

Mierda, ¿ahora qué? Si es que lo que decían esos dos era cierto, ¿dónde empezaría a buscarlo? ¡Pero qué carajo estaba pensando! A la mierda con ese enano. Podía comprarse otro cuchillo mucho mejor que el que tenía antes. Al final de cuentas ni le importaba saber qué fue lo que pasó esa otra noche.

Perdía su valiosísimo tiempo, eso. June y su nuevo marido se podían ir de la mano al jodido infierno. Además, lo que le pasara a ese enano no le tenía porque importar. Si se fue con el idiota que embarazó a June, no era su asunto.

De todas maneras, ya era hora que se largara de esa pocilga. Por lo menos le hizo caso, no era tan idiota ese tal Dominick. Se largó y por su bien que ni regresara el cabrón.

Sí, debía largarse y mandar todo al carajo, si es que pudiera pasar por alto el hecho que esos dos mentían. Quizá pasar tanto tiempo con el hijo de zorra de Trevor le pasó sus mañas.

Sabía que esos dos mentían, podía sentirlo, casi oler la falsedad en sus palabras. June no resistía la urgencia de cerrarle la puerta en la cara y el tipo ese hacía lo mismo.

—De acuerdo... váyanse a la mierda — Chris hizo una mueca y giró sobre sus talones.

No tuvo que esperar mucho, pudo sentir el portazo a sus espaldas.

Algo extraño ocurría ahí adentro. Lo podía sentir. La voz de June se convirtió en un susurro y el tipo le contestó que no se preocupara, que él se encargaría.

June se sintió más aliviada y la oyó decir que el chico solo les daba problemas.

—Eres un maldito estorbo. ¡Debí deshacerme de ti cuando pude!

Tras esas palabras solo hubo silencio apenas interrumpido por el sonido lejano del televisor. No duró demasiado porque el estruendo de una patada, que tiró la puerta, acabó con la paz del departamento.

—¿Qué carajo? —gritó June volviendo sobre sus pasos. Batía los brazos y si pretendía intimidarlo, lo estaba haciendo mal—¡Qué mierda te pasa! ¡No tienes nada que hacer aquí! ¡Mira como dejaste la jodida puerta! ¡Lárgate ya!

Para ese momento a Chris no le quedaban buenos modales y recibió semejante bienvenida con el cañón de su pistola. June retrocedió, sin saber para dónde correr. Balbuceó algo que no se llegó a oír y quizá llamaba a su marido, quien no aparecía a defenderla.

—Cierra el maldito hocico —masculló el intruso sin dejar de apuntarla.

June se quedó en su sitio y se veía nerviosa. No era difícil notar la preocupación en toda su cara. Si Chris disparaba, sería su fin. Tal vez lo presentía, quizá sabía que era lo que le esperaba. Sin embargo, no se atrevió a moverse.

El televisor sonaba demasiado alto, el aire estaba viciado. Chris intentó ignorar un mal presentimiento, pero lo tenía atravesado en el pecho. Se encontró a si mismo delante de esa mujer a la que ya detestaba con todas sus fuerzas y de pie en medio de dos puertas cerradas.

Un sonido tras de la derecha, le indicó que sus sospechas eran ciertas. Chris le dio una mirada a June y ella le dio la respuesta que no quería recibir. Lo miró con desesperación, casi a punto de saltar sobre él para detenerlo, pero sin atreverse.

Chris no lo pensó dos veces. De otra patada furiosa la puerta a su derecha se abrió de golpe. Frente a sus ojos apareció el marido de June, impávido y atrapado con las manos en la bragueta.

Quiso retroceder, volver atrás en el tiempo y enmendar sus pasos. Demasiado tarde, demasiado lejos para poder regresar.

Chris no atinó a moverse, si no que de pie en el umbral de la puerta se quedó mirando la escena. El marido de June se compuso en seguida. Pudo ver como medía las distancias entre ambos y no perdía de vista el arma entre sus manos.

Debía dispararle, pero no sabía dónde. Si entre las cejas o entre las piernas. Esa habitación no era la de June. Ese bastardo no tenía nada que hacer en entre esas paredes pintarrajeadas con líneas desiguales y torcidas...

Notas musicales, sí, eso eran, sobre pentagramas alborotados. En todos los muros, como agujeros negros tragándose el caos que contenía esa habitación. Un bulto sobre el colchón apenas cubierto por una frazada de mudanza raída. A Chris se le desbocó el pulso.

Entre los ojos, le metería un par de balas en medio de la jodida cara.

Iba a disparar y agregarle color a las partituras convertidas en paredes. El tipo ese atinó a moverse. Sabía lo que le esperaba y pretendía escapar con vida, pero no la merecía.

¿Qué estaba haciendo ahí? La pregunta pasó por su mente demasiado tarde. ¿Qué hacía de pie en el umbral de aquella puerta presenciando aquella escena? ¿Por qué no se largaba de una vez? ¿Por qué le resultaba imposible darse la vuelta y marcharse de una vez?

No era su problema. Lo que pasara en esa pieza no era asunto suyo. No tenía nada que ver con ese chico y mucho menos entrometerse en lo que ese...

—¡Hijo de puta!—le brotó de los labios sin que lo pudiera pensar mejor.

Tendría que largarse como le sugirió June apenas lo vio irrumpiendo en su departamento, pero no lo hizo. Frente a sus ojos tenía las consecuencias de seguir lo que sus impulsos dictaban y sus malditos presentimientos.

Pero una vez más era demasiado tarde. Imposible marcharse ahora dejando el cuadro frente a sus ojos. Casi regresaban las memorias de su infancia, cuando en el bosque encontró a un pajarito moribundo entre las garras de un gato callejero.

Pudo rescatarlo espantando al felino y lo tomó entre sus manos. Herido, pero no muerto. La pequeña ave vivió unos días más, hasta que su mamá lo encontró escondido entre sus ropas.

Nunca le puso un nombre, no quiso hacerlo.

El chico bajo la frazada no se movía. Respiraba aún, pero muy lentamente. Casi no podía ver su rostro, pero sabía que seguía vivo. Si se marchaba ahora...

Tal vez ya estaba muerto. No, no todavía. El chico tenía los ojos entreabiertos y perdidos en algún lugar de esa habitación. Sobre sus sienes, Chris pudo ver la huella que dejaron lágrimas secas.

Herido, pero no muerto.

Chris ignoró la voz de June quien gritaba sandeces desde la puerta. Dejó que ese sujeto escape de la habitación como el cobarde que era. Tenía al ave herida entre sus garras y no la dejaría morir.

No dijo una palabra mientras abandonaba el departamento pateando la puerta, empujando a June, con el chico entre sus brazos, deseando regresar el tiempo.

Gracias por leer y dejar sus comentarios. Siempre son muy, pero muy apreciados. No olviden que pueden seguirme en mis redes sociales. Los espero.

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