Febrero 18, 2018.
R A C H E L P R I C E.
—¿Qué estás diciendo?
Eiden abrió los ojos repentinamente. Podía oír su corazón golpear su caja torácica y su respiración agitada. Sus ojos estaban rojos. Se veía como si hubiese llorado toda la noche sobre la almohada, y estaba segura que así había sido. Aunque yo había sido esa almohada.
—Hay algo que encontramos —explicó Melanie.
La observé atenta y ella me devolvió la mirada.
—Antes de decirlo, preferiría que mantengan la mente fría ¿saben? Es una posibilidad y vamos a luchar por ella, pero sólo es eso...
La interrumpí—. Melanie, sólo dila.
Ella apretó los labios en una fina línea antes de soltarlo.
—Los abogados dijeron que no podían hacer nada para evitar la custodia.
Cerré mis ojos.
—Eiden aún es menor de edad y no tiene la estabilidad para mantener a una niña de doce años. Así que es inevitable que la custodia pase a su... madre.
—No falta mucho —recordé—, para que cumple la mayoría.
Ella asintió.
—Ese no es el problema, él puede irse apenas la cumpla.
Entonces todo quedó claro, pero fue Eiden el que expresó lo que todos pensábamos;
—Emma.
Melanie volvió a asentir con una expresión de lo siento.
Suspiré casi inaudible mente.
—Él no puede hacerse cargo de ella, ¿cierto?
Melanie negó.
Quería hundir mi cabeza en mis rodillas. No tenía el valor para mirar a Eiden a los ojos.
—Gracias, Mel...
—No ahora —me cortó—, aunque cumpla la mayoría de edad no tiene los recursos para hacerlo, pero, si los tuviera...
Entonces una luz se encendió. Como una bombilla arriba de la cabeza de Eiden.
—La empresa de mi padre —abrió mucho los ojos y se levantó de un solo salto.
Melanie reprimió una ligera sonrisa en sus labios. Y yo observaba todo sin entender. Ella pareció ver mi poco entendimiento de la situación.
—Su padre tiene una empresa, según tengo entendido en su testamento dice que Eiden podrá ser el presidente una vez cumpla la mayoría de edad.
—Y entonces tendrá los recursos —musité.
Ella asintió y se giró hacia el.
—Pero para eso necesitas terminar tu carrera, ahora sólo eres un aprendiz.
El asintió rápidamente.
—Déjame poner los puntos sobre las i. Entonces, en diez meses, cuando haya cumplido la mayoría de edad, y haya terminado la carrera para hacerme cargo de la empresa de mi padre, ¿Emma podrá quedarse conmigo?
Melanie asintió, dándole una mirada alentadora.
—Así es.
—¿Y las influencias de mi madre?
—Nosotros tenemos más —le guiñó un ojo en señal de apoyo.
Ella odiaba usar las influencias de sus padres, de ambos padres, así que le agradecería toda la vista por esto.
Melanie soltó un grito ahogado cuando la abrazó pero le devolvió el abrazo contenta. Diciéndole que no era nada a los constantes gracias que él le daba.
Luego la soltó y vino hasta a mi. Me sorprendió cuando me tomó por las pantorrillas y puso una mano en mi cintura para levantarme y dar un giro conmigo. No evite reírme.
Era una luz.
Era esperanza.
El juicio se llevaría acabo en unos días y había algo más allá fuera que quedarnos de brazos cruzados.
Si, Eiden tendría que irse, tenía que pasar un año, o probablemente más —desconocía cuánto le faltaba para terminar la carrera—, pero era mucho mejor a toda una vida esperando a por Emma.
Y era todo lo que teníamos, esa posibilidad.
Porque aunque sabía que no lo volvería a ver, sentía tanta felicidad embriagando mi pecho. Porque eso era el amor.
Así que lo abracé también y me permití guardar ese recuerdo en mi memoria. Este sin duda era uno que quería guardar.
—Hay algo que debes hacer antes de marcharte —sus ojos mostraron confusión en una pregunta silenciosa y le di una ligera sonrisa de labios cerrados.
Alcancé su mano hasta entrelazarla con la mía y lo jalé. No obtuve resistencia de su parte así que continué caminando con él en las oscuras noches de la ciudad.
No giré hacia él en ningún momento mientras lo conducía hacia el primer lugar no muy lejos de allí, solo entonces solté su mano, me giré y traté de transmitir una sonrisa verdadera.
—Bienvenido al paseo de los recuerdos —mi voz sonó tranquila mientras pronunciaba las palabras tal guía de turista o presentador de circo antes de una gran función.
Sus ojos ahora parecían comenzar a comprenderlo un poco, sin embargo, no lo entendió hasta que salí de su camino para que pudiera ver lo que yo.
Ahí estábamos; frente al roast.
Ahogué una risa mientras volvía a jalarlo de la mano y llevarlo hacia la entrada. Una sonrisa ladeada se formó en sus labios.
—Había una vez... una chica que conoció a un chico —me detuve—, era un guitarrista. Lucía bien —le guiñé un ojo.
Hizo el ademán de entrar y puse una mano en su pecho para detenerlo. Negué con la cabeza divertida, y nos mantuve ahí, solo observando hacia adentro, donde las personas estaban comiendo y disfrutaban la música. Dejé que absorbiera todo eso un segundo. Quería que, sin necesidad de palabras, recordase cada uno de los momentos que habíamos vivido ahí.
Aspiré el aroma de la noche antes de volver a llevarlo conmigo al siguiente destino.
Su rostro había sido reemplazado por uno más ligero, uno que sin duda no entendía cuáles eran mis intenciones pero que estaba dispuesto a seguirme a donde fuera.
Luego había decidido llevarlo a aquel lugar especial que le había mostrado hace no muchos días.
Tenía muchos lugares más que podía incluir en el recorrido; la cafetería de Julia, su casa, la casa de Melanie, mi casa... pero había decidido dejar el paseo de los recuerdos en únicamente dos lugares.
Dos lugares donde nuestras almas se conservarían hasta el final.
Nos escabullimos en medio de la noche por un sendero de recuerdos hasta que llegamos a ese pequeño y reservado lugar donde podíamos observar el mundo.
Nosotros solos, observando las luces de la ciudad que un día conocimos y que recordaríamos para siempre.
Recosté mi cabeza sobre su pecho e inhalé su aroma, como si éste pudiese guardarse también dentro de mis recuerdos.
Su mano acariciaba mi cabello y la otra se mantenía ahí en mi cintura. Detuve sus movimientos con la mía y la entrelacé delante de nosotros. Tracé pequeños caminos en ella.
—Gracias —susurró—, por todo.
Lo que él no supo era que yo también le daba las gracias, por todo. Estiré mi cuello y uní mis labios con los suyos, demostrándoselo.
Era mi lugar especial, y ahora lo sería más, gracias a él.
Ahí, debajo de las estrellas, le demostré todo en una silenciosa despedida. Nuestros cuerpos formaron uno solo, y nuestras almas se unieron.
Éramos los dos contra el mundo, o al menos, esa noche lo fuimos.