—¿Ho...hola?
—Hola, nena. ¿De dónde eres?
—Yo... Lo siento, creo que marqué al número equivocado.
—Descuida. Ha sido un buen error.
—Es que... Olvidé algo que debía hacer.
—¿Algo como qué?
—Leche hirviendo.
—Ja, ja. Podría decir que también tengo la leche hirviendo, pero puede esperar.
—¿Disculpa?
—Creo que puede esperar el punto de hervor. Aunque ya sabes qué cuando empieza su ebullición, ¿qué es lo que sucede?
—Pues, se desborda.
—Y empieza a saltar para todas partes.
—Creo que estás hablando de otra cosa.
—Hablo de leche. ¿Y tú? Por cierto, me gusta escuchar tu risa.
—Yo...¿gracias?
—Algo me dice que eres una chica muy pícara. Aunque intentes parecer tímida.
—¿Lees mentes o algo así?
—Leo tu mente de solo saber que me llamaste. Y ahora que te puedo escuchar, no tienes idea de lo que me pones a hacer...
—¿Tú...? ¿Qué estás haciendo?
—Adivina.
—Vamos, dime.
—Aún nada. Pero tengo de pronto el bóxer que me queda demasiado apretado.
—Ouch... ¿No te...molesta?
—Ves que sí eres pícara.
—Puede que un poco.
—Y me fascina. Por cierto, sí, me molesta. ¿Crees que debería quitármelo?
—Ejem, ¿quizá? Digo, no veo por qué estar incómodo cuando puedes sentirte un poco más libre.
—Tengo una idea: ¿por qué no te pones un poco más libre tú también?
—¿Quieres que me quite la ropa interior? Olvídalo.
—¿Por qué?
—Porque... No puedo. No ahora.
—¿Dónde estás?
—En el baño de una casa.
—Ajá, y no es tu casa.
—Pues...no.
—Eres clienta frecuente de la línea. ¿En verdad tienes más de dieciocho años?
—Veintidós para ser exacta.
—Bien, entonces cuéntame dónde estás. O mejor: ¿por qué te metiste al baño de una casa ajena y llamaste?
—No sabía que serías tan preguntón.
—No te haces una idea, belleza.
—Es que yo... Creo que me excité un poco. Y a veces, no puedo contenerme. Por ello llamé.
—¿Eres clienta hace tiempo, pero no te habías animado a concretar un llamado sino hasta hoy? Venías pagando sin decidirte a, por fin tomar el servicio.
—Exacto.
—Mmm. Creo que algo de esa casa ajena te puso cachonda y te urgió un poco de privacidad.
—Hey, no voy a decirte dónde estoy... Aguarda, golpean la puerta... ¡¿Sí?!... ¡Bajo enseguida!
—¿Te reclaman?
—Puede ser. Pero creo que voy a estallar por dentro.
—¿Quién te pone tan caliente?
—Es... No, no te diré. Pensarás que soy una pervertida.
—Disculpa, pero que yo sepa, cada persona de este mundo tiene algo entre las piernas que pide ser satisfecho, y no por eso somos todos unos "pervertidos". Aunque sería interesante, ¿te imaginas?
—En verdad lo digo: lo que a mí me gusta excede "lo común".
—¿Detalles?
—Argggg... Bueno, yo... Estoy de visita en la casa del novio de mi madre.
—¿Y cuál es el problema?
—Su hijo. El de él, por supuesto.
—¿Tu hermanastro?
—¡No! Bah, mamá no se ha casado con ese señor aún. Así que no puedo decir que Brady sea mi hermanastro.
—Ajá, hasta tiene un apodo de cariño para ti. "Brady".
—¡Oh, cielos! Disculpa, no quería mencionarlo.
—Descuida. Esto es secreto profesional, bebé. Cuéntame más sobre Brady. ¿Cuáles son sus atributos?
—Pues... Vaya que me incomodas.
—Me pagas para ello, linda. Así que libera a la bestia. ¿Qué tal es Brady?
—Pues... Ocurre que tiene una boca hermosa, es alto, bronceado, de cabello castaño y tiene unos ojos negros bellísimos. Lo peor es que me mira como si me fuese a comer y eso ¡me hace mal!
—¿Te hace mal?
—¡Sí!
—¿Te calienta?
—Un poco.
—Una chica sucia, eh. No me parece mal que Brady te haga sentir así. ¿Qué te gusta de él?
—Pues...todo. Pero especialmente sus piernas.
—¿Ya le viste las piernas?
—Por error. Una vez me lo crucé en el lugar donde hago natación. Estaba solo con su traje de baño puesto y tuve que...no, no voy a decirlo.
—¿Te masturbaste?
—Puede...
—¿Al igual que quieres hacerlo ahora?
—No lo sé.
—Imagínate a Brady. Cierra los ojos un momento, ¿sí? E imagínatelo en traje de baño. ¿Qué dirías de él?
—Que...Que me gusta que esté mojado. Con las gotas de agua cayendo por su cuello, por sus hombros, por sus pectorales, las venas marcadas en sus brazos y en sus manos...
—¿Lamerías esas gotas de agua?
—Oh, sí... Lo haría. Me fascina. Quisiera cerrar mis manos en sus pectorales firmes, pellizcarle los pezones rosados, lamérselos.
—Se oye muy bien eso. ¿Y él qué te haría?
—Pues... Lo jalaría del cabello y lo obligaría a acercar sus labios gruesos a mi cuello, lo obligaría a lamerme la curva de mi hombro y lo empujaría hasta el nacimiento de mis senos.
—Mmm, delicioso nena. Cuéntame más, quiero más.
—Sentiría su lengua deslizándose entre mis tetas endurecidas como dulces jugosos, mordisqueando mis pezones y...ay.
—No te detengas, hermosa. No te detengas.
—Es que empecé a...
—Vaya. Eso está muy bien. Sigue pensando en Brady. Me pones tan duro al escucharte.
—Es que Brady... Sus brazos, sus manos. Las imagino sobre mí. Sujetándome de la cintura y penetrándome aquí, en este baño, ahora mismo, y...ay, cielos, estoy muy acalorada. Es bellísimo, es tentador, es muy sensual. Quiero jalarle el cabello y meterlo entre mis piernas.
—Mmm, qué delicia, nena. ¿Dónde están tus manos ahora?
—Ejem... Una sostiene el móvil y la otra presionando dentro de mi bombacha.
—¿Qué estás presionando?
—Mi...clítoris.
—Oh, rayos, eso se oye genial, un manjar. Háblame de Brady. Háblame más sobre él y sigue jugando con tu cuerpo.
—Oh...Brady...
—Eso es, nena. Eso es. ¿Y si mejor te sacas la ropa?
—De hecho, hace demasiado calor. Pero tengo poco tiempo.
—Entonces presiona tu clítoris y juega con él. ¿Qué es lo más sucio que te haría Brady? Cuéntame de ti, dime tus fantasías.
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