Daron, un ángel para Nathalia...

By jane_n_johnmest

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LIBRO COMPLETO✓ Una joven normal, con una vida normal. Abandonada por su madre, pero amada y protegida por su... More

Sinopsis
Para ti, querido lector
Book tráiler
Epígrafe
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 9
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 17
Capítulo 21
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 28
Capítulo 42
¿Qué te ha parecido la historia?
¿Qué sigue después de esto?
Capítulo 46
Capítulo 47
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 20
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Extras
Capítulo 48 [+18]
Capítulo 18
Capítulo 19

Capítulo 49

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By jane_n_johnmest

DARON

Cinco meses después

Han pasado cinco meses desde la caída y desde el encuentro carnal con aquella francesa de cabello negro y ojos azules de nombre Isabelle. Lyron ha desaparecido desde entonces. Supongo que ha decidido, al igual que yo, explorar este mundo a solas.

Después de todo, cada uno tomo su camino.

Desde que aquello ocurrió, todo el conocimiento de lo prohibido se ha abierto camino en mi psique y lo que antes me hacía ingenuo, ahora me convierte en un ser lleno de perspicacia. Mi corto tiempo aquí me ha llevado a profanar con las humanas, más de lo que nunca pudiera haber imaginado. Me gusta observarlas retorcerse bajo las sensaciones que parecen agradarles a sus cuerpos y no puedo negarlo al mío también. Me provoca satisfacción y hace que mi vanidad sea cada vez más deplorable.

Me he convertido en un ser sin juicios, una bestia inverosímil y manipuladora; alguien con quien las mujeres pasan un buen rato y le susurran lo bueno que es teniendo sexo.

Exploro este mundo prohibido y me mezclo entre los humanos, despertando en ellos sus facetas más despiadadas; usando los poderes que el Coelum me ha otorgado para ayudar y guiar, ahora solo para mi propio beneficio. Me he transformado en un ser egoísta.

He aprendido de los humanos tanto la mentira, la traición, la crueldad y la tortura.

He deseado volver a ser quien era, lo he deseado mucho, pero no hay un motivo suficiente para arriesgarme a pedir tal cosa, después de todo lo que he hecho. No me desagrada en lo que me he convertido ahora, pero tampoco me llena, aunque saber que puedo controlar a los hijos de la Tierra y someterlos a cometer cosas que algunos ni en sus sanos juicios serían capaz de hacer, es lo más cercano a un propósito ahora.

Aún escucho la vocecilla de Lyron diciendo que aquí, ya no hay reglas que seguir.

—Hola, guapo.

Una mujer con una melena pelirroja se sienta en el taburete de al lado. Mis ojos la escanean de pies a cabeza y me parece la cosa más hermosa con la que podría divertirme esta noche.

—Hola, mujer de cabellos color seducción —le devuelvo las palabras cargadas de malas intenciones.

—¿Te puedo invitar un trago?

El labial rojo en sus labios es intenso y tentador. Es el puro color del pecado.

—¿Tú qué crees? —elevo una de mis cejas con ímpetu.

—Barman —dice con su elegante acento francés, entretanto eleva una de sus manos.

El hombre se acerca con una amable sonrisa en el rostro y su mirada se dirige al par de senos exuberantes que, se destacan en el escote del vestido negro que trae puesto.

—¿Bourbon? —me cuestiona ella.

—Bourbon —le respondo.

—Una botella —pide.

El hombre asiente levemente, partiendo en busca del pedido de la mujer, feliz por haber deleitado sus ojos.

—¿No sonríes? —sus ojos están fijos en mi rostro.

—¿Por qué debería?

Mis antebrazos se apoyan sobre la barra de la taberna y mis dedos se cruzan los unos con los otros. Ella me contempla con admiración y sonríe con sensualidad.

—Digo, tienes una belleza extraordinaria, algo que no he visto mucho, excepto en alguien que conozco —explica—. Me he de imaginar que, si sonrieras, sería mucho más fácil que encontraras a alguien.

—Ya lo he hecho —digo.

Hay cierta pizca de humor en mi respuesta.

—Sí —afirma—. Pero me refiero, a alguien que no te haga sentir la necesidad de visitar estos lugares, ¿no te gustaría?

—No es parte de mis prioridades.

El cantinero se acerca con la botella de bourbon y dos vasos de boca ancha. Vierte medio vaso del licor y la chica se apresura a tomar su vaso, lo lleva directamente a sus labios y toma un sorbo. Parte de su labial se queda impregnado en el vidrio.

—¿Por qué no?

El alcohol parece darle valentía.

—No son asuntos de tu incumbencia —tomo de un solo sorbo todo el licor.

Eleva ambas cejas cuando observa el vaso vacío sobre la barra, tomo la botella sin pedir permiso y vierto más líquido.

—Bebes como a alguien a quien le han roto el corazón —agrega con seguridad.

Una risa carente de humor y energía resurge de mi laringe, ¿acaso tengo corazón?

—Soy yo el que los rompe.

Durante estos cinco meses, he consolado a muchas humanas con el corazón roto, he palpado ese dolor en ellas, sin embargo, no puedo ser capaz de experimentarlo en mí, simplemente puedo apreciarlo y entenderlo.

—¿Ah sí?

Me limito a tomar pequeños sorbos de mi vaso, el cual he vuelto a rellenar, volteo a mirarla y me escruta expectante.

—No ha habido humana lo suficientemente excepcional, que sea capaz de cometer tal arrebato conmigo.

—Puede haber una primera, siempre hay una primera.

Sus ojos me miran con decisión.

Entonces trato de hacer algo que siempre me he atrevido a hacer con todas las humanas, meterme a su cabeza sin permiso, pero ella no me teme. Sin embargo, no es necesario, puedo adivinar cuáles son sus pensamientos; deseo, dinero, sexo.

—¿Crees que tú puedes ser esa materia biológica excepcional? —le cuestiono sin quitarle los ojos de encima.

Ella deja su vaso sobre la barra, sus labios se estrellan entre sí, esparciendo los restos de labial en ellos. Su mano se entierra en su corta cabellera rojiza, acomodándola. Ladea su cabeza un poco y una parte de su cuello queda al descubierto ante mis luceros; me provoca.

—¿Puedo? —interrogo extendiendo mi mano con la palma hacia arriba.

Ella reposa su mano sobre la mía y la sostengo con gentileza, con mi dedo pulgar, acaricio de forma circular y sutil los nudillos de su delicada mano. Luego detengo la acaricia y aprieto levemente el dorso de esta. Las imágenes de su vida pasan a velocidad apresurada por mi cabeza, y cuando creo haber visto lo suficiente dejo de sostenerla.

Su mano queda suspendida en el aire y sus pupilas me observan con desencanto.

—¿Qué no ibas a besarla? —interroga, haciendo referencia a su mano.

—¿Por qué una mujer como tú, viene a una taberna?

—Las mujeres, como yo, pueden venir e ir a donde quieran.

Su coqueteo se ha terminado.

—Tu esposo y tu hija te esperan en casa —digo, tomando el último trago de mi vaso—. Es evidente que haces esto a menudo.

Guarda silencio.

—¿Por qué engañar al hombre que asevera amarte?

—No comprendo —dice tomando de un solo sorbo el bourbon que queda en su vaso—. Tú no me conoces.

Niega como si realmente no supiera de lo que le estoy hablando, sus palabras son convincentes para cualquier mortal, menos para mí. Me produce repudio el hecho de saber que creen que pueden ocultar las cosas. Muevo mi cabeza en señal de negación, mientras una sonrisa cínica se escapa de mi boca. Quiero darle un escarmiento, pero he visto su vida; lo que me detiene de hacer cualquier maldad que cruza por mi mente.

—Tienes razón, no te conozco, pero deberías irte a casa, Marion.

Mi tono es serio, mi rostro desprende molestia y pena por ella.

Se pone de pie con los labios entreabiertos, la he asustado lo suficiente, como para que se apresure a buscar dinero en su bolso y dejarlo sobre la barra, para después salir corriendo sin despedirse.

Su conciencia ahora la está atormentando y sus mentiras la persiguen a la velocidad de un rayo. No demoro en ponerme en marcha, para salir detrás de ella, con la intención de asegurarme de que vaya a casa como le he dicho.

Su silueta está de pie en la acera, mientras con su mirada busca un taxi entre la multitud de autos.

Las luces de la ciudad iluminan la noche, entretanto soy un vigilante en la oscuridad.

Un taxi se detiene y ella sube. El auto se pierde entre el tumulto de vehículos, pero no me hace falta seguirlo para saber hacia dónde se dirige. Cuando toqué su mano, vi claramente a un hombre preocupado que espera cada noche sentado, preguntándose a sí mismo, dónde está su esposa, y junto a él, aquella pequeña niña de cabello liso y castaño.

Ver esas imágenes en mi cabeza, me ha hecho querer hacer algo, sin saber el motivo exacto. Mi estadía aquí me ha hecho cruel, despiadado y manipulador. Mis acciones en nada han contribuido al bien de los hijos de la Tierra, porque no me importa y no me interesa brindarles paz, o ayuda. Pero a veces veo cosas que hacen que las entrañas se revuelvan dentro de mí, queriendo remediar esas situaciones, o queriendo devolver la paz, como en este caso.

Contemplo la acogedora casa, las luces amarillas se pueden ver a través de las ventanas. Me quedo de pie, oculto en las sombras y a escasos kilómetros veo el taxi que trae a Marion. Se detiene frente a la entrada del pequeño ante jardín, ella sale acomodándose su ajustado vestido negro, le entrega un billete al taxista y los tacones que cubren sus pies suenan contra el pavimento. Camina con paciencia hacia la reja negra, mientras busca algo en su bolso, luego saca unas llaves y abre la puerta, que luego cierra con la misma.

Al final del camino se abre la puerta de madera que lleva al interior de la casa y bajo el marco de esta, veo al hombre que yace de brazos cruzados. Noto la preocupación y el enojo en su rostro. Marion se queda detenida unos segundos, hasta que exhala el aire retenido en sus pulmones, como si supiera lo que se le avecina.

Vuelve a ponerse en marcha por el camino de cemento.

Me acerco un poco más.

—¿Por qué hoy has llegado temprano? —cuestiona él, con cierto asombro.

Ella suelta un sonido cargado de exasperación y es evidente que no quiere darle explicaciones.

—Quiero dormir —dice—. ¿Será que puedo entrar?

—¿Por qué haces esto, Marion?

Él insiste.

—¿Vas a empezar con lo mismo de todos los días? —Ella acaricia su frente en señal de impaciencia.

—Sí, necesito comprender el porqué de tus acciones. No te preocupas por la niña, que no lo hagas por mí, no me interesa, pero hazlo por ella, al menos.

—Solo salgo a distraerme —se excusa.

—¿Distraerte de qué? Tenemos obligaciones como padres —el tono del hombre es paciente, pero a ella no le importa.

—No soy esclava de nadie —Ella lo mira directamente a los ojos—. Tampoco pienso seguir haciéndome cargo de una hija que no es mía —sus manos se mueven frenéticas por los aires—. Sobre todo, de una que me obligaron a aceptar. Por culpa de esa mocosa, mi hijo no está aquí.

Empuja al hombre llena de furia, haciéndolo a un lado para abrirse paso y entrar a la casa. Él lleva una de sus manos hacia la altura de sus ojos y los estruja con pena. Luego mira hacia la nada y entonces la niña toma su mano sin previo aviso, él se sorprende, agachando la mirada hacia ella. Limpia sus ojos y le dedica una sonrisa, antes de quedar a la altura de la pequeña, pero a pesar de sus esfuerzos por aparentar que todo está bien; ella parece comprender los sentimientos que afligen a su padre, porque lleva sus diminutas manos hacia el rostro del hombre y le devuelve el gesto.

—Todo está bien, papi, no llores.

—Tu mami te quiere, ¿lo sabes verdad? —Ella asiente con su pequeña cabeza—. Hay que ir a la cama —dice tomándola, entre sus brazos.

—¿Mami está bien? —su voz es tan dulce e inocente.

—Mami está bien —afirma—. Solo está cansada y debe dormir como nosotros.

—¿Entonces porque estás llorando? —Ella limpia los restos de lágrimas que han mojado las mejillas del hombre.

—Solo me ha entrado una basurita a los ojos —sonríe al mismo tiempo que sorbe su nariz y deposita un beso sobre la mejilla de la pequeña—. ¿Quieres que te cuente un cuento?

—No, papi —niega con la cabeza—. Mejor duerme conmigo hasta que mis ojitos se cierren —le pide.

Por su corta edad, las palabras que dice apenas son entendibles.

El hombre cierra la puerta, negándome la visión.

No dudo en saltar las rejas y caminar alrededor de la casa, guiándome por los pasos del hombre. Lo sigo hasta que se detiene y veo cómo una luz se enciende. Pego mi cuerpo a la pared y sigo escuchándolos hablar. La ventana está ligeramente abierta y no vacilo en observar por ella, a través de las casi translúcidas cortinas que ondean ligeramente por el viento, solo puedo contemplar la silueta de ambos, mientras él la acuesta.

Me sumerjo dentro de la habitación, sin que ninguno se percate de mi presencia.

—¿Por qué no quieres que hoy te lea? —pregunta, mientras toma asiento a la orilla de la cama.

—Porque tú también tienes que dormir.

Él solo se limita a besar su frente, le ordena que se meta debajo de las sábanas y ella le obedece sin reproche.

—Cierra tus ojitos —él se acuesta a un lado de ella—. Me quedaré contigo hasta que te duermas.

Él acaricia el cabello de la pequeña.

—Buenas noches, papi.

Me quedo contemplando en uno de los rincones oscuros de la habitación.

Cuando la niña logra dormirse, el hombre se acerca a la ventana y la cierra. Luego apaga la luz de la lampara que yace en la mesita y sale.

Me cuestiono por qué he venido aquí, no había sido por ayudar a Marion, no había sido por la miseria que representa su vida junto a este hombre y esta niña, porque claramente ella no quiere pasar un segundo más aquí. Sus recuerdos y vivencias son tristes y opacos; miserables por no decir más. El hombre se esfuerza por comprenderla, mientras que ella lo rechaza y le reclama lo miserable que es.

He llegado hasta aquí por esa niña.

Su madre claramente no desea cuidar de ella, sin embargo, su padre la adora y protege; la pone primero ante cualquier cosa y lo sé porque puedo percibirlo con tan solo escuchar cómo se dirige hacia ella, con tanta adoración y ternura.

De pronto yo quiero hacer lo mismo.

La niña posee algo extraordinario que me atrae como un imán y me hace querer protegerla con el mismo empeño que lo hace su padre. Me hace recordar quien fui; un hijo del Coelum, un espíritu puro. Un ángel.

Me hace olvidar lo que soy ahora y en lo detestable que me he convertido, aparta la oscuridad de mí y trae esa pizca de luz que necesito, avivando lo bueno que aún conservo muy dentro de mí.

Ella es el propósito que busco.

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