Capítulo 39

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NATHALIA

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NATHALIA

Solo aquel ángel de cabello largo ha permanecido entre nosotros. Las cosas parecen haber acabado, pero no puedo saber con la exactitud que me gustaría, cuál es el final definitivo de toda esta locura. Solo sé que no tendré que volver a preocuparme por mi vida, y espero que sea por un largo tiempo.

—Te veré en el Coelum —Sus ojos observan fijamente a Daron, quien asiente ante sus palabras.

—Así será, Cialac —responde.

¿Él es el Cialac del que tanto han hablado? Quien se supone es mi abuelo.

Él es el arcángel.

Muchas preguntas me azotan la cabeza, gritándome que esta es la oportunidad de obtener las respuestas a ellas, quién mejor que el ángel frente a mí para propiciarlas. El imponente hombre se gira sobre sus talones y sin temer, un par de alas se abren paso detrás de su espalda. Sus ojos verdes me escrutan sin ninguna expresión.

—Espere... —Me atrevo a pedirle.

Sus alas vuelven a recogerse y se voltea una última vez para observarme.

—Nathalia —pronuncia mi nombre con excesiva calma.

—Yo... —titubeo antes de decir cualquier otra cosa—. Quisiera saber quién es mi padre y quien es mi madre...

Él me mira.

—Me prometí no ser yo, quien te hiciera conocedora de eso.

Después de esas palabras, asciende y desaparece por el agujero que se ha abierto antes en el cielo. Solo una fina capa de polvo y hojas se levantan en el aire tras su marcha. Me giro sobre mis talones para encontrarme con la mirada de un Daron inexpresivo y la de un Johnvid enojado, mientras observa a Alexander con resentimiento, quien parece no estar arrepentido de lo que ha hecho.

—¿Cómo pudiste ser capaz? ¿Por qué regresar? —masculla—. Los muertos no regresan, Alexander, ¡maldita sea! —exclama.

—Hice lo que harías tú en mi lugar, o espera, lo que no harías —Le habla este, como si sintiera un profundo resentimiento.

—Claro que no lo haría —Vid lanza un bufido y lo observa con el entrecejo arrugado—. ¡Aceptar usar magia negra para ayudar a un demonio! ¡¿Volver de la muerte, desafiando a la misma?! —está evidentemente molesto.

—¿Con qué derecho me reclamas? —interroga Alexander—. Yo no soy el que debería estar muerto. Yo no soy el asesino.

—Cierra la boca.

—Basta —interviene Daron.

Escucho atenta sus palabras y la manera en que trata al chico que, incuestionablemente debe ser algún familiar suyo. La curiosidad pica en lo más profundo de mí y quiero hacer tantas preguntas en estos momentos, pero solo me quedo en silencio observando en la dirección de ambos.

Daron, un ángel para Nathalia © [Libro 1]✔Where stories live. Discover now