Daron, un ángel para Nathalia © [Libro 1]✔

Capítulo 28

NATHALIA

Freno mis pasos cuando mis pies descalzos sienten la tierra que cubre el piso de lo que parece una casa abandonada, y cuando caigo en cuenta de que efectivamente me encuentro en un hogar desamparado, siento curiosidad por saber quiénes vivieron en este desolado y frío espacio. Avanzo hacia donde supongo que se encuentra la sala y me detengo cuando la voz de Johnvid, cargada de molestia vocifera. Parece estar discutiendo, así que me quedo de pie en el lugar en donde me encuentro, para poder espiar la conversación. Me asomo un poco por la pared y veo que Daron yace frente a él. Johnvid está de pie en medio de la puerta principal, mientras que al parecer Daron se dispone a salir, pero Johnvid no parece tener ánimos de querer cederle el camino.

—Estás loco —escucho la voz de aquel viejo Vid, al que solía conocer—. No puedes ir tú solo a enfrentarlo.

—Él es como yo, sabe que no puede hacerme nada.

—Ahora no está solo. Está en compañía de otra loca, créeme, la conozco y ella está más loca que él. No sabes lo que han tramado. Quizá, es esto lo que él precisamente quiere, ¿no has pensado que puede ser una trampa?

—Quítate de mi camino, Lysander —expresa Daron. Su voz suena irritada y con cierto grado de cansancio.

—No lo haré. Iré contigo, de lo contrario hechizaré la casa de ser necesario para que no salgas de aquí.

Entonces el silencio rodea ambos cuerpos y por unos cortos segundos reina la paz, hasta que la risa característica de Daron y carente de humor, interrumpe la situación.

—¿Ahora estás enamorado de mí? —Interroga con un tono burlón y después entierra sus dedos entre sus cabellos—. Tú me odias, no finjas que te inquieta que vaya allá, para ti sería muy bueno que yo no regresara, ¿o vas a negarlo? Recuerda que esta alianza es solo por ella, mejor preocúpate por permanecer aquí y protegerla.

—Eso no es problema —interrumpo.

Daron se gira para verme y Johnvid me observa con una sonrisa.

—Podemos ir los tres —sonrío—. No tienes por qué ir solo.

El rostro de Daron se ensombrece, mientras su mirada me indica que ni en mis más remotos sueños va a dejar que eso suceda.

La sonrisa de Johnvid se desvanece.

—No —niega—. De ninguna manera. Te quedarás aquí, con él —señala a Johnvid.

—Pues bien, los tres nos quedaremos aquí —manifiesta Johnvid, cierra los ojos y empieza a recitar un montón de frases, que no puedo comprender.

—Lysander... —musita Daron—. No lo hagas —le advierte entre dientes.

—Muy tarde —dice el mago—. Si Lyron quiere hablar que lo haga aquí.

«Bien, diles que ya estoy aquí, muñeca». La voz de Lyron resuena en mi cabeza como una respuesta instantánea.