Thinking Underage [Mature Sty...

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Harry Styles, un importante inversionista financiero de California, sabe que perder es parte del trabajo. Sin... More

Thinking Underage
Aclaraciones
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Epílogo
Agradecimientos

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By singtomestyles

Cuelgo el teléfono luego de despedirme de mis padres, quienes me cuentan lo bien que la están pasando, y camino unos cuantos pasos hasta la cocina, donde me encuentro con un montón de trastes por lavar, últimamente he sido yo la que lava los del almuerzo y la cena, dado que no me involucro en la preparación, la cocina no es, para nada, lo mío.

Tras unos largos y silenciosos veinte minutos en los que solo escucho el agua enjuagar los platos y el reloj hacer tic tac una y otra vez, termino secándome las manos y soltando un suspiro pesado. Echo un vistazo a mi celular, donde no encuentro nuevas notificaciones, realmente no me sorprende, mis amigos la están pasando bien por su cuenta y no me parece justo que deban estar pegados a las redes sociales solo para hacerme sentir mejor.

Me siento en el borde de mi cama, pensando en lo que podría hacer, terminando siempre en la misma solución: ir a ver qué es lo que Harry quiere, terminar eso de una vez, para poder retomar mi aburrida rutina de "verano en casa de mis abuelos".

Sé que mis abuelos están tomando una siesta en este momento, así que decido salir sin despertarlos, de todas formas no es como que podría decirles "hey, me voy a lo de su caliente vecino que casi que me dobla la edad, nos vemos". Cierro la puerta con mucho cuidado, evitando hacer ruido para no molestar, y cruzo la calle, mirando por todas partes si es que acaso hubiera algún vecino entrometido que solo se ocupe de meterse en la vida ajena porque la suya es demasiado aburrida.

Toco una sola vez el timbre, esperando la usual demora de cuando te van a abrir la puerta pero en menos de lo que creí posible, Harry abre la puerta y sonríe cuando nota que soy yo.

—Evangeline, has venido —me dice, haciendo espacio para que pase, antes de cerrar echa una mirada, igual que la mía, buscando si hay moros en la costa.

—Lamento haberte empapado esta mañana —hablo cuando estamos frente a frente, rascando mi cuello por la incomodidad.

—No te preocupes, hace tiempo no hacía alguna estupidez divertida —responde con un tono cálido que me hace sentir menos mal por lo ocurrido. Me señala el sillón pequeño que yace cerca de mi cuerpo para que me siente, cosa que hago mientras comienzo a cuestionarle:

—¿Para qué querías que viniera si no era para retarme? ­—digo, curiosa.

—Oh, sí, eso —contempla mi rostro unos segundos antes de caminar hacia el modesto librero que tengo a mis espaldas, le sigo con la mirada y veo como toma un pequeño libro de la estantería más alta. Pronto se acerca y me lo ofrece —. Éste es uno de mis libros favoritos, y lo leí cuando tenía tu edad —sonrío por el comentario, sintiendo como si fuera mi padre o mi abuelo quien lo dijera, él se sienta el sofá cerca del que yo estoy —, seguramente has traído libros suficientes para el verano, pero recordé lo importante que fue éste para mí —concluye. Yo asiento, aun sonriendo, y observo el libro en mis manos: "El retrato de Dorian Gray" de Oscar Wilde.

—Vaya —digo, sonando un poco ¿decepcionada? ¿Qué querías, Eva? ¡Por Dios!

—Cada persona me ha narrado distintas interpretaciones, pero me gusta leerlo como un texto no solo literario —dice pasando su pulgar por sobre sus labios, mirando al libro entre mis manos —. Le han hecho creer a Dorian que su belleza es la mejor excusa para sus atrocidades, es un elogio al arte sin sentido —finaliza, y finalmente me mira a los ojos.

—Yo... eh... supongo que voy a empezarlo ahora que terminé el de Jane Austen, para poder devolvértelo antes de marcharme ­—digo, y mi partida ahora me pesa, como si me fuese mañana y no dentro de tres meses.

—No hay presión, puedes mandarlo por correo o quedártelo, Evangeline —dice.

—No podría, Harry, es tuyo y es importante ­—alego con una sonrisa un poco forzada —, si lo termino pronto, te lo devuelvo, sino, te lo mandaré con el correo de mis abuelos ­—concluyo. Él me mira con un poco de molestia, y sé que es por contradecirle, pero asiente y permite que un silencio un poco incómodo se forme entre nosotros.

Observo sus facciones mientras él mira, de nuevo, mis manos; me permito admirar sus cejas un poco fruncidas, y las rizadas pero cortas pestañas que cubren sus verdes ojos, observo su nariz y como ella desemboca en sus labios. ¡Joder, sus labios! Tienen una forma tan bonita, como el pequeño arco de cupido se levanta suavemente formando un corazoncito delicado. ¡Yo he besado esos labios!

No evito sonrojarme con el recuerdo, y quito mi mirada de allí para buscar de nuevo sus ojos, mismos que ahora miran fijamente a los míos. Siento como si la habitación en la que estamos se disolviera a nuestro alrededor y solo quedamos los dos, mirándonos, furiosos e iracundos, deseosos y absurdos. ¡Divina fantasía la que me monto yo sola en la cabeza!

Suelto una mínima tosecita, bastante fingida, y me levanto del sofá. Es hora de irme a casa y leer la biblia que tienen mis abuelos en la estantería de la sala de estar. Él me mira un poco confundido, pero decide levantarse también, acompañando mis silenciosos pasos hacia la puerta de entrada.

—Yo... muchas gracias por... —comienzo a decir en forma de despedida, pero me interrumpe su voz un poco urgida:

—A la mierda —dice, y se abalanza hacia mí hasta unir su boca con la mía.

Mi nuca choca contra la puerta de entrada y el libro cae de mis manos cuando éstas buscan desesperadamente un espacio en su cuello, acariciando suavemente los pequeños mechones de su cabello con mis dedos. ¡Ave María! Siento fuegos artificiales explotar por todo nuestro entorno, como si el lugar en el que estuviéramos fuera una pantalla negra llena de efectos especiales. Sus brazos se cruzan por mi cintura, presionándome hacia su cuerpo, exigente, feroz. No puedo ni siquiera describir bien lo que pasa por mi mente cuando sus labios hacen un baile incontrolable con los míos, y pronto su lengua se une a la mía. ¿Qué demonios estamos haciendo?

Me separo para mirarlo con desaprobación, pero le veo mirándome con ansias de seguir, cosa que no permito al separar mis manos de su cuerpo y exigirle, con movimientos no muy bruscos, que me suelte.

—¡Harry! ¿Qué haces? —pregunto con molestia, tratando de no alzar mucho la voz, sintiendo la adrenalina inundar mi torrente sanguíneo.

—Mierda, Evangeline, lo siento tanto —dice con la mirada como la de un perrito mojado. Mi subconsciente me pide a gritos que olvide el reproche y vuelva a besarlo, como si fuera la cosa más normal del mundo, pero la parte consciente de mí piensa en todas las promesas que me he hecho, en todas las cosas que deseaba, por lo menos hasta hace cinco días, hacer con Noah, y en todas las cosas que hay separándonos a Harry y a mí, empezando por la edad —. No he dormido bien pensando en lo que ha pasado la última vez que estuviste aquí. ¿Te has visto? Quien pudiera —dice, mirándome de pies a cabeza.

—¡Tienes veintisiete, Harry, y yo dieciséis, lo que hacemos está mal, nos va a meter en problemas! —digo, hablando veloz.

—Me dices solo los impedimentos sociales, Evangeline, es lo único que puedes ofrecer de excusa, porque sabes que ésto es algo que también tú deseas ­—dice, como contraatacando, con ese tono mandón que se le ha hecho costumbre usar conmigo. Esto no es un jodido debate, pienso, cada segundo más fuera de mi tranquilidad.

No. No se puede. No está bien. Soy una chiquilla, él un adulto. Un adulto jodidamente hermoso. Mierda. Me cuesta pensar más allá del qué dirán. No encuentro ni una razón para negarme a que esto es algo que también yo quiero, tanto o más que él. Pero aún tengo vibrante la alarma que me exige que me aleje, que con Harry solo encontraré problemas y más problemas. ¡Mis padres, mis abuelos, Mary! ¿Qué dirían ellos? Oh no. No quiero esto. Pero... Harry. ¡Santa madre! Sus ojos, sus manos, la forma en que su boca se desespera sobre la mía y desordena hasta mis pestañas.

—No podemos —digo, como si estuviera concluyendo alguna exposición en la escuela.

—¿No quieres hacerlo, o solo temes que sepan que lo haces con todas tus ganas? —pregunta, recogiendo el libro y acercando su cuerpo al mío otra vez. ¿Qué puedo responder si mis ojos ya lo han dicho todo?

Solo asiento cuando su mano libre se posa al final de mi mejilla y su pulgar se acerca a mi boca, sintiendo como empiezo a sentirme débil y creo que mis piernas parecen gelatina. Él sonríe, como habiendo ganado la más importante guerra. Y entonces me besa. Me besa suave pero exóticamente, calmado pero exigente, y yo solo me dejo hacer hasta separarnos por falta de aire.

—Lo vamos a pasar muy bien —dice cuando abre la puerta y permite que salga, dándome el libro de nuevo antes de guiñarme un ojo y cerrar la puerta. Dejándome confundida y arrepentida mientras cruzo hacia mi casa abrazando el libro en mi pecho.

Mierda. ¿Qué acabo de permitir?

**********

Espero les esté gustando. Déjenme saber en los comentarios.

Nos leemos pronto. ❤️

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