¿DÓNDE ESTÁ EL AMOR? | ragone...

By YachiruFuusuke

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En un mundo frío y solitario donde las almas gemelas existen solo para aquellos que conservan la esperanza, A... More

Capítulo 1: I still haven't found what I'm looking for
Capítulo 2: Insurrección
Capítulo 3: Born this way
Capítulo 4: I'll be there for you
Capítulo 5: Just dance
Capítulo 7: Say my name
Capítulo 8: One step closer
Capítulo 9: All of the stars
Capítulo 10: Boulevard of broken dreams
Capítulo 11: Jóvenes eternamente
Capítulo 12: Cosas que suenan a...
Capítulo 13: Chasing cars
Capítulo 14: Fight song
Capítulo 15: Fast car
Capítulo 16: Mis sueños
Capítulo 17: Prometo
Epílogo: ¿Dónde está el amor?
Nota de la autora

Capítulo 6: Love on the brain

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By YachiruFuusuke


La mano de Agoney se acercó, vacilante, a la nuca de Raoul. La dejó descansar allí, sin ejercer ninguna fuerza. Sus facciones habían cambiado: ya no se adivinaba un destello de burla en sus ojos, ni el principio de una sonrisa torcida en su boca.

Entreabrió los labios y suspiró, dejándose llevar por una vez en su vida. Fue esa caricia de aire cálido la que hizo que Raoul se diese cuenta de que todo eso estaba pasando de verdad. Y de que el chico al que estaba a punto de besar era su alma gemela, pero también un prejuicioso que le había ignorado hacía de menos de veinticuatro horas.

Así que se separó de golpe, con un bufido. Agoney dejó caer la mano que tenía apoyada en su nuca y sacudió la cabeza, despejando su mente. Lo primero que sintió fue vergüenza, porque a él nadie le rechazaba, y menos niñatos que ni siquiera saben qué hacer con su vida. La vergüenza fue reemplazada por rabia, porque odiaba quedarse con las ganas y sabía que no podría parar hasta conseguir un beso de esa boca tan perfecta.

Pero él era fuerte y su orgullo, enorme.

Se levantó, sacudiéndose los pantalones completamente empapados por la lluvia, y se permitió una última mirada a Raoul, que ya entraba en el establecimiento. Su vista se desvió hacia abajo y se mordió el labio inferior. Vaya culazo.

En ese momento, Agoney tenía: mucho frío, mucha prisa, pocas ganas de trabajar, y muchas ganas de coger al rubito y estamparlo contra la pared más cercana. Al fin y al cabo, el sexo sólo es eso. Sexo. Y a Agoney se le daba bien.

Tragó saliva mientras se adentraba en los vestuarios para cambiarse la ropa empapada. Allí se encontró con sus compañeros, que lograron distraerle lo suficiente como para que se concentrase de nuevo. Pronto saldría a cantar y, aunque sonase masoquista, ya sabía qué canción sería la primera.

Oh, and baby I'm fist fighting with fire
Just to get close to you
Can we burn something, babe?
And I run for miles just to get a taste
Must be love on the brain
That's got me feeling this way
It beats me black and blue but it fucks me so good
And I can't get enough
Must be love on the brain

Se la cantó a él. Y mientras lo hacía, le miró. Le miró porque estaba cachondo como un adolescente de instituto que lleva dos semanas sin masturbarse, y no entendía por qué. Porque el chico estaba bueno, sí. Tenía unos labios gruesos y una boca grande, perfecta para... Y un culo redondo, respingón, que le apetecía acariciar suavemente para después agarrarlo con todas sus fuerzas. Pero, a pesar de todo eso, había algo más.

Algo en sus ojos color miel, que lo miraban desde detrás de la barra mientras él se restregaba contra la barra que había en la tarima. Algo de ternura detrás de esa mirada salvaje de depredador hambriento. Algo de delicadeza en sus manos, que aferraban una botella de alcohol con más fuerza de la necesaria.

Cuando la canción terminó, Agoney notaba los pantalones más apretados de lo que debería y las mejillas más calientes que de costumbre, pero se obligó a seguir con su repertorio. La noche era joven y tenía la sensación de que este juego no había hecho más que comenzar.

Sin embargo, para cuando terminó su pase y fue a descansar quince minutos antes de incorporarse a la barra, un malestar general se había apoderado de él. Sudaba en frío y le dolía la base de la garganta, así que evitó fumar y bebió una botella de agua. Se puso una sudadera que identificó como de Roi, un simpático y despistado barman que trabajaba en otros turnos.

Cuando se deslizó tras la barra, Raoul arrugó la nariz.

— ¿Qué colonia llevas? — Agoney se encogió de hombros, demasiado dolorido como para hablar — No hueles a ti.

— Como si tú supieras a qué huelo yo... — farfulló.

Raoul frunció el ceño, pero evitó hacer ningún comentario. Una chica se acercó a él y se centró en trabajar, olvidando al chico moreno por un momento. Minutos más tarde, cuando parecía que la afluencia de gente había aflojado un poco, se permitió volver a mirarlo.

Agoney estaba pálido, se le marcaban las ojeras más de lo normal y un aura de cansancio lo rodeaba. Raoul quería preguntarle qué le pasaba, qué necesitaba, pero sabía que solo lo apartaría.

No conocía a Agoney de nada, pero sabía lo suficiente sobre él como para darse cuenta de que el chico alejaba a todo aquel que se preocupaba por él. Chasqueó la lengua, molesto. Notó molestias en su muñeca: la marca parecía gritarle que fuese hacia él.

Le observó servir un cubata más y, entonces, tomó una decisión. Se acercó a una camarera que servía en otra barra.

— Oye... perdona... — vaciló.

­— Ana.

— Ah, sí, eso. Ana. Mira, mi compañero se encuentra mal y necesita salir de aquí. ¿Puedes cubrirnos diez minutos?

— Te cubriré. Pero escúchame bien, niño. No se piden favores a los dos días de empezar a trabajar — Raoul le sonrió con culpabilidad —. Tienes suerte de tener esa carita. Anda, tira.

El chico le guiñó un ojo y se acercó corriendo a Agoney, que continuaba sirviendo.

— Agoney, vámonos — le cogió del brazo, pero lo soltó al instante al sentir cómo una corriente de electricidad se paseaba por sus dedos.

— ¿Qué dices? ¡Déjame trabajar!

Raoul rodó los ojos y, cuando vio a Ana entrar en la barra, volvió a agarrar a Agoney y tiró de él con fuerza. Se lo llevó, entre protestas y forcejeos, a los baños.

— ¡¿Pero qué coño haces?!

— ¿Quieres bajar la voz? Mira, no sé qué te pasa, pero está hecho mierda. Tienes un aspecto horrible.

— Vaya, pues muchas gracias — le interrumpió Agoney, mientras se cruzaba de brazos y miraba el suelo.

Raoul suspiró.

— Vete a casa. Mi padre no está aquí, no se va a enterar. Yo te cubriré. Aún tienes que trabajar mañana y, si sigues así, no podrás venir. Y mi padre no está muy contento contigo últimamente.

Agoney se tensó, mostrando su miedo a perder el trabajo. Sin levantar la mirada, susurró:

— A estas horas todavía no hay metro. Y no tengo dinero para un taxi.

— Yo te lo pago.

Raoul sabía que perdería todo el dinero acumulado de las propinas de la noche anterior, pero algo en su pecho le decía que estaba haciendo lo correcto.

Agoney le miró, sorprendido. Su rostro reflejaba seriedad, pero sus ojos emanaban calidez y un atisbo de duda.

— Está bien. En cuanto pueda te lo devuelvo.

Raoul hizo un gesto para hacerle saber que estaba bien. Acompañó al chico a la salida del bar. Cuando estaban fuera, esperando por el taxi, observó a Agoney temblar.

— ¿Tienes frío? No ha refrescado mucho hoy.

— Sí... No sé qué me pasa, estoy débil.

Raoul lo sabía. Porque Agoney nunca se dejaría cuidar como estaba haciendo si no se encontrase mal. Probablemente, de haberse sentido mejor, le habría pegado un puñetazo en el momento en que le cogió del brazo en la barra.

El catalán bajó la cremallera de su sudadera ancha y se la quitó, lentamente, pensando lo que estaba a punto de hacer.

— Toma — Se la entregó al chico —. Póntela por encima, te abrigará.

Agoney la miró, pero no hizo ademán de cogerla. Cerró las manos en dos puños apretados, acordándose en ese preciso momento del bufido que Raoul le había soltado hacía unas horas cuando habían estado a punto de besarse. ¿Por qué de repente tanta amabilidad?

Raoul suspiró, acercándose al chico. Le puso su sudadera por encima de los hombros, acercándose a él quizá más de lo necesario. Le sonrió mientras se separaba.

— ¿Por qué? — preguntó Agoney, con un hilo de voz.

— No sé. Cosas de almas gemelas, ¿no?

El canario no pudo contestar, pues en ese momento llegó el taxi. Se subió, sin apartar la mirada del chico rubio, que le entregó el dinero.

Y se odió porque se le quedó atascada en la garganta una despedida que ni siquiera sabía cómo formular.

***

A la mañana siguiente, Agoney no había mejorado. Es más, se encontraba bastante peor. Sentía el cuerpo caliente y dolorido, y no en el sentido que a él le gustaría. Parecía que tenía clavado un cuchillo ardiendo en la garganta, así que no intentó hablar.

Estaba solo en casa y aún no era mediodía, por lo que se permitió remolonear unos minutos en la cama, enterrando su cara en la sudadera de Raoul, que no había soltado en toda la noche. Sabía que los domingos eran los días de hacer todos los trabajos acumulados durante la semana, pero las fechas de entrega no estaban a la vuelta de la esquina y apenas podía sostenerse en pie.

Barajó la posibilidad de ir al médico, pero prefirió dejarse aconsejar por la farmacéutica de su barrio, una señora de edad avanzada con sonrisa amable. Le vendió un preparado anticatarral que lo dejó durmiendo otras cuatro horas. Cuando despertó, hambriento y sudoroso, decidió mandarle un mensaje a Mimi.

Hola, rubia.

Odio tener que mandarte este mensaje, pero sabes que no lo haría si no fuera importante.

Llámame cuando puedas. Te quiero.

Suspiró mientras bloqueaba el móvil. Se dio una ducha rápida con agua hirviendo, pero aun así no consiguió entrar en calor. Comió un revuelto de verduras con pollo que Nerea le había dejado preparado en la cocina, y apuntó mentalmente darle las gracias en cuanto la viera.

Miró el reloj: en apenas tres horas debería prepararse para volver al bar, así que tomó otro sobre de medicamento y aprovechó para dormir y descansar.

Cuatro horas más tarde, Agoney entraba a la discoteca con la ropa más cómoda (y fea) que tenía en casa, dispuesto a pasar una de las peores noches de su vida. Su único consuelo era que los domingos cerraban más temprano, y que a las tres de la mañana ya podría estar caminando hacia su hogar.

Saludó con un cabeceo a sus compañeros de trabajo, que limpiaban y preparaban las bebidas y vasos que utilizarían esa noche.

Entonces, se dio cuenta de que no había articulado palabra en todo el día.

Gilipollas.

Se acercó a Ana, que barría el suelo de la pista de baile.

— ¿A-Ana? — su voz sonó como un graznido de gaviota agonizando.

Mierda.

La chica le miró, sorprendida.

— Pero, muchacho. ¡Si no puedes ni hablar! ¿Cómo vas a cantar? ¿Qué te ha pasado?

— He... cogido frío... Me mojé ayer con la lluvia.

Ana negó varias veces con la cabeza. Se oyó el ruido de la puerta al cerrarse, y ambos se giraron para ver cómo Raoul entraba al establecimiento. Tenía un gesto de cansancio en la cara, y Agoney se sintió culpable inmediatamente, porque sabía que la noche anterior había trabajado por los dos.

­— ¿Cómo estás? ¿Mejor? ­— le preguntó.

— ¿Mejor? ¡Pero si no puede ni hablar! — intervino Ana.

Raoul le miró con los ojos muy abiertos.

— Y... ¿cómo vas a cantar?

Agoney se encogió de hombros. El simple hecho de tragar saliva le producía un dolor lacerante en la garganta.

— Hoy no estará mi padre tampoco. Podemos poner música en el reproductor y nadie se enterará.

— No sé, Raoul. Mucha gente del barrio viene al bar por la música en directo. Se correrá la voz... Pero Ago no puede cantar.

Ago. Le había llamado "Ago". Raoul sintió la imperiosa necesidad de poder hacer lo mismo. De que ese mote, cariñoso, se deslizase entre sus labios. Por su mente cruzó la imagen del chico tirado en el sofá de su casa de Barcelona, mientras él lo llamaba así para que le ayudase a preparar la cena. Basta.

Sabía, antes de pronunciar las palabras, que se arrepentiría de lo que iba a hacer. Pero aun así, lo hizo.

— Yo puedo. Puedo cantar.

Ambos jóvenes le miraron incrédulos. Raoul puso los ojos en blanco.

— De hecho estoy aquí por mi madre no quiere que cante. Así que lo haré, puedo hacerlo. Ya he cantado en muchos bares, aunque no en discotecas. Pero me apañaré ­— se giró hacia Agoney ­—. Pero tendrás que estar tú solo en la barra parte de la noche.

­— Vale — susurró.

Raoul hizo una mueca de dolor al escucharle hablar. Mientras Agoney se dirigía a la barra, comprobó que tenía media hora para preparase antes de cantar. Habló de su repertorio con el DJ, e intentó incluir en él las canciones más animadas que se sabía. Calentó la voz con práctica y maestría, sabiendo que debía cuidarla con mimo si quería vivir de ella.

Cuando se subió a la tarima en la que veía a Agoney todas las noches, se sintió extraño. Libre, feliz.

Decidió empezar con una de sus canciones favoritas. Era atrevida, lenta, sensual. Acercó el micrófono a la boca y, al mirar hacia la barra, pudo ver los ojos del canario clavados en él, llenos de curiosidad y deseo.

Say my name, say my name
If no one is around you...

***

¡Hola!

Ya estoy aquí, aunque hoy un poco tarde... He tenido una semana un poco de locos, pero espero que os guste mucho este capítulo.

Cada vez lee más gente esta historia y jo, muchísimas gracias, de verdad. Y a todos los que dejáis votos, os quiero <3

¡Nos vemos el martes!

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