EL TRAIDOR | EL IMPERIO ❈ 1 |

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El Imperio se formó años atrás, nacido de la codicia de un hombre. Con la ayuda de unas fuerzas imp... Еще

| EXTRA 01 ❈ EL IMPERIO |
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Me esperaba desde la sala central, con aspecto de necesitar varios días de descanso. Sus profundas ojeras resaltaban en su pálido rostro lleno de arrugas que habían ido apareciendo con el trascurso de los años desde la muerte de mi madre. El corazón me dio un vuelco al ver su demacrado estado, le preocupación que aún embargaba su ajado rostro y su mirada, que estaba fija en mí con una expresión de incredulidad, como si no creyera realmente que yo estuviera allí.

Di un tembloroso paso en su dirección, consciente de lo mucho que le había echado en falta durante ese mes que habíamos estado separados.

—Jedham —mi nombre saliendo de sus labios fue casi como una plegaria.

—He vuelto —respondí—. Estoy en casa.

Quise añadir más cosas, pero el repentino cambio de gesto de mi padre hizo que me detuviera en seco. Multitud de sentimientos pasaron a toda prisa por su semblante y sus ojos —del mismo color que los míos— se cubrieron con un velo que no auguraba nada bueno; mi presencia en casa le había alterado porque no entraba en sus planes.

Porque no estaba previsto.

—Cuando Cassian me lo ha dicho no he... no he podido creérmelo —no supe qué sentir respecto al desinteresado gesto de mi amigo de informar personalmente a mi padre de mi regreso—. ¿Enu también ha regresado contigo?

Una losa de culpabilidad se me instaló en el pecho al pensar en mi compañera. Cassian se había encargado de vigilar por ella, comprobando que se encontraba bien —todo lo bien posible en aquellas circunstancias— en la casona de Al-Rijl; miré a mi padre fijamente, intentando encontrar las palabras correctas. La forma de empezar a relatarle mi historia que terminaba en un inesperado milagro.

O el comienzo de una terrible pesadilla.

—Tengo que decirte algo, papá.

Mi padre me acompañó en silencio hacia el viejo salón—comedor que quedaba anexionado a la diminuta cocina con la que contaba la casa. Se dejó caer sobre los enormes cojines que teníamos amontonados frente a una desvencijada mesa de madera, sin perderme de vista; yo retorcía mis manos de manera inconsciente, tratando de dar con lo que debía decir. Por cómo empezar.

Cogí aire y me dispuse a contarle todo, decidiendo omitir algunos detalles que encolerizarían a mi progenitor. Le hablé de la llegada de Enu y mía a la casona del proxeneta, del exhaustivo estudio al que se nos habíamos visto sometidas a manos de una mujer anciana; los labios de mi padre se fruncieron al escuchar cómo habíamos tenido que ser instruidas con el resto de chicas que convivían con nosotras para convertirnos en serviciales muchachitas que proporcionarían placer a los mejores postores. Cuando llegó el momento de hablarle sobre la noche de la fiesta privada del Emperador, un sudor frío me bajó por la columna vertebral; procuré permanecer impasible mientras le relataba cómo nos habían introducido en palacio —tras un exhaustivo control para que verificaran que no portábamos ninguna sustancia peligrosa o arma— para entretener a las familias perilustres que se habían reunido allí para contentar al Usurpador. Escondí las manos a mi espalda para que no viera el ligero temblor que las sacudía y procedí a terminar con mi historia:

—Al parecer, Al-Rijl suele dejarle escoger a las chicas que guste para un... encuentro más privado —cogí aire con cuidado, intentando mantener mi fachada—. Entre las tres chicas que escogió el Emperador estaba yo. Un grupo de nigromantes me condujo hacia una habitación secreta y me sometieron a un nuevo cacheo; dentro ya esperaban las otras dos...

Los ojos de mi padre se habían ido abriendo a cada palabra que pronunciaba, el horror de lo que su mente se encontraba imaginando sobre mi destino en aquella habitación junto al Emperador estaba provocándole todo tipo de desagradables sensaciones. Su cuello había empezado a ponérsele rojo a causa de la rabia.

—El Emperador descubrió que una de las chicas, Melissa, no estaba marcada —las imágenes del rostro de la chica se repitieron en mi cabeza, martilleándome las sienes; recordándome que habría podido ser yo—. La asesinó delante de nosotras y luego ordenó que sus perros se deshicieran de todo. Incluyéndonos a la otra chica y yo.

No fui capaz de hablar de Perseo y de cómo se había arriesgado para sacarme de palacio, pidiéndome que abandonara la vida que creía que llevaba bajo las órdenes de Al-Rijl; en lugar de eso, pasé directamente a hablar de cómo me había reencontrado con Cassian y los días que habíamos permanecido escondidos por temor a que el Emperador pudiera estar tras mi pista.

Me dejé caer sobre la pila de cojines al terminar mi relato. Inspiré por la nariz temblorosamente, a la espera de que mi padre me hiciera partícipe de sus cavilaciones al respecto; Cassian no había tenido tiempo de explicarle por encima sus sospechas sobre quién podía estar tras la presencia de Melissa y sus intenciones —aún no claras— respecto al Emperador.

—Jedham —la voz de mi padre pareció recuperar aplomo y su mirada, entereza.

Le miré desde mi pila de cojines, alejando a toda prisa los inquietantes pensamientos que atenazaban mi mente con imágenes de lo sucedido en el pasillo, cuando la otra chica había tratado de huir y uno de los nigromantes la despachó con un simple movimiento; los vellos se me pusieron de punta al rememorar cuando Perseo había usado su propio don para inmovilizarme.

Los ojos de mi padre estaban serios.

—Acabas de demostrarme que jamás debí permitir que fueras parte de esto —dijo desdeñosamente, refiriéndose a la misión en la que había formado pareja con Enu—. Acabas de demostrarme que llevaba razón...

—¡No pasó nada! —exclamé, consternada por la actitud hermética que había adoptado—. Pude escapar.

«Gracias a un nigromante», aquella puntualización se me clavó en lo más profundo. Recordándome la sensación de angustia de tener que reconocer que le debía la vida a un monstruo; a la clase de persona que había asesinado a sangre fría a mi madre... y a un montón de inocentes más.

El rostro de mi padre seguía poniéndose colorado.

—Has estado rozando la línea, Jedham —me exhortó con tono duro—. Tú misma lo has dicho: el Emperador asesinó sin escrúpulos a una simple chica por descubrir que no llevaba la marca. ¿Qué crees que hubiera sucedido de haberse tratado de ti?

Levanté con rabia la manga de la túnica que llevaba, mostrándole a mi padre el vergonzoso tatuaje que se nos había hecho para que se nos reconociera como simples prostitutas; los ojos de mi padre la contemplaron con el rostro lívido, comprendiendo qué significaban aquellos trazos.

Un sacrificio voluntario a favor de la Resistencia.

—¡Estoy marcada, papá! —exclamé en el mismo tono—. Intenté cumplir con mi deber y escapé cuando las cosas se pusieron turbias.

—Hablaré con cualquier elemental de la tierra para que te deshagas de ese abominable tatuaje —sentenció mi padre, incapaz de apartar la vista de las marcas de tinta que cubrían mi piel—. Y tú... tú te mantendrás apartada de...

—¡No! —estallé. Esto era de lo que habíamos bromeado Cassian y yo en aquella casita—. No puedes hacerlo. Esa decisión no te concierne tomarla a ti.

—¡Eres mi hija y acatarás mis órdenes! —la voz de mi padre se superpuso a mi exclamación ahogada—. Jamás debí permitir que pudieras entrar en mi mundo porque no es adecuado para alguien como tú.

Miré a mi padre con desafío.

—Tengo la edad suficiente para tomar mis propias decisiones en la vida, papá —le repetí de manera gélida—. No me vas a arrebatar la oportunidad de vengar la muerte de mamá; no lo voy a permitir.

La carcajada aséptica que dejó escapar me hizo flaquear.

—¿Aún sigues creyendo en esa estúpida venganza, Jedham? —me preguntó con hosquedad—. Pasarán años hasta que logremos acercarnos lo suficiente al Emperador para poder someterlo y obtener la justicia que merecemos. No tenemos los suficientes medios para proseguir, nuestra gente muere demasiado rápido.

»No serás capaz de acercarte lo suficiente a esa ramera, como tampoco tendrás oportunidad alguna de acabar con ella —presagió con un tono sombrío.

Sus palabras me sentaron como si me hubiera abofeteado. Había creído contar con la confianza de mi padre para mis planes de futuro; había creído que mi padre me apoyaba en mis pasos porque él también buscaba lo mismo que yo: calmar la sed de venganza que exigía acabar con la vida de la mujer que asesinó a mi madre.

Sin embargo, parecía que mi prioridad no se encontraba en la misma posición en la lista de mi padre. Como uno de los pilares de la Resistencia, mi padre tenía la importante misión de ayudar a mantener la organización; su vida pendía de un hilo y nos sentíamos afortunados de que aún no hubieran dado con ninguno de los líderes. Ni con él.

Era evidente que mi padre quería eliminar al Emperador, la amenaza más directa para el pueblo.

Las gentes del Imperio eran mucho más apremiantes que su esposa muerta. Su venganza personal había sido recluida a un segundo plano mientras pensaba en los ciudadanos que malvivían bajo el yugo de la tiranía del Usurpador; él era un objetivo más apetecible y necesario que la nigromante.

Pero no para mí.

Era egoísta.

Sentí el fuego de la rabia fluyendo por mis venas, agitándome más de lo que ya me encontraba tras mi pesadilla. Mi padre se arrepentía de haberme abierto las puertas de su mundo, del secreto que me habían conminado a mantener desde que era niña; un secreto por el que mi madre había muerto.

No iba a permitir que su memoria quedara olvidada.

—No voy a abandonar la Resistencia —reiteré de forma que mi padre no pudiera replicarme—. Soy un miembro más y, como tú bien has dicho, me necesitas que siga estando allí.

Los ojos de mi padre centellearon.

—Continuaré siendo una rebelde —sentencié, bajando la voz ante esas peligrosas palabras—. Pero mis motivos son ligeramente distintos a los vuestros.

—Quieres a Roma —ambos nos sentimos inquietos cuando terminó de pronunciar su nombre, como si la hubiéramos conjurado.

—La quiero a ella —asentí.

Mi respuesta no terminó de satisfacer a mi padre, pues no compartía mis mismos ideales. De manera inconsciente rocé la cadena que llevaba al cuello, uno de los regalos que más cuidaba de mi madre; no me separaba de ella desde que era niña porque mi madre me había pedido que la mantuviera siempre conmigo. Que me protegería.

La mirada de mi padre me traspasó.

—Tu madre jamás hubiera querido que te convirtieras en... esto —fingí que sus palabras no me afectaban lo más mínimo—. No te educó para ello.

Entorné los ojos, fulminándole con la mirada. Que hubiera usado esa baza en concreto me parecía un golpe bajo... pero también un grito desesperado para intentar hacerme entrar en razón; yo era lo único que le quedaba tras la muerte de mi madre, si alguna vez me perdía eso le llevaría a la locura.

—Voy a hacerlo en su memoria —sentencié—. Su espíritu debe estar furioso al ver que su asesina sigue respirando; voy a saldar ese error y darle la paz que merece.

—Jedham, recapacita —me pidió—. Estás convirtiéndote en una mujer con un futuro prometedor por delante. No permitas que la oscuridad siga extendiéndose en tu interior; tienes una oportunidad de seguir adelante. Cásate, forma una familia... Vive.

—Y lo haré, papá —le prometí—. Lo haré después de que sepa que esa víbora está bajo tierra.

Su suspiro de derrota resonó por la pequeña habitación. Las paredes parecían haber empequeñecido y aún notaba la capa de sudor cubriendo cada palmo de mi piel a causa de la pesadilla que me había asolado antes de que mi padre regresara; él se había sumido en un tenso silencio, rumiando todo lo que nos habíamos dicho en la discusión y planeando la mejor forma de salirse con la suya.

No era la primera vez que teníamos esa discusión, y conocía a mi padre lo suficientemente bien para poder adelantarme a sus movimientos.

Y, por el momento, lo mejor era no tensar más la cuerda. Había estado fuera de casa demasiado tiempo y me parecía inconcebible estar enfadada con mi padre nada más regresar.

—No quiero que estemos así, papá —suspiré.

—Yo tampoco, Jem —contestó.

Sabía qué hacer para calmar los ánimos y extenderle una tregua de ese modo.

—¿Qué te parece si preparo tu plato favorito para celebrar mi regreso? —le propuse.

Mi padre sonrió y supe que había ganado... al menos por el momento.

* * *

Esta historia no es nueva, nueva... La empecé hace un año, año y algo y luego tuve que pausarla, mandándola de cabeza a los borradores (triste, pero cierto; algo que ya no debe sorprender porque soy así: tanto te subo como una nueva como quito otras). Sin embargo, la inspiración vino a mí y decidimos darnos una segunda oportunidad.

En el pasado hubo hasta el capítulo 10 en Wattpad, que son los que he ido subiendo regularmente cada sábado, lo que me ha permitido avanzar con la historia (lo cual es muy, muy bueno)

Así que, desde este punto, viene lo nuevo... Y SE AVECINAN CURVAS.

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