¿DÓNDE ESTÁ EL AMOR? | ragone...

By YachiruFuusuke

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En un mundo frío y solitario donde las almas gemelas existen solo para aquellos que conservan la esperanza, A... More

Capítulo 1: I still haven't found what I'm looking for
Capítulo 2: Insurrección
Capítulo 4: I'll be there for you
Capítulo 5: Just dance
Capítulo 6: Love on the brain
Capítulo 7: Say my name
Capítulo 8: One step closer
Capítulo 9: All of the stars
Capítulo 10: Boulevard of broken dreams
Capítulo 11: Jóvenes eternamente
Capítulo 12: Cosas que suenan a...
Capítulo 13: Chasing cars
Capítulo 14: Fight song
Capítulo 15: Fast car
Capítulo 16: Mis sueños
Capítulo 17: Prometo
Epílogo: ¿Dónde está el amor?
Nota de la autora

Capítulo 3: Born this way

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By YachiruFuusuke


No era un secreto para cualquier persona cercana a Agoney que este tendía a ocultar sus emociones. Sin embargo, como consecuencia de ello, muchos pensaban que, simplemente, estaba de vuelta de todo. Lo cierto es que aquellos que le conocían bien sabían que Agoney era una de las personas más sensibles con las que jamás alguien podría hablar.

Por lo tanto, el chico era perfectamente capaz de detectar y clasificar cada emoción, para luego ponerse esa máscara que hacía que nada pudiera herirle. Era una estrategia tóxica, destructiva y que hacía daño tanto a los demás como a él mismo, pero la tenía tan ensayada que ya no era capaz de no usarla.

Por eso, cuando echó un vistazo a la estancia y vio a su jefe sentado tras un escritorio de madera ajado por el tiempo y en el que sólo ocupaban espacio una botella de whisky inglés y unas llaves que presumiblemente abrían la puerta del despacho, se limitó a dirigirle una sonrisa forzada, sin dientes.

Un nuevo pinchazo en su muñeca le obligó a mirar más allá del señor Vázquez. A su lado, casi confundiéndose entre las sombras, se adivinaba una figura masculina, pequeña y bien proporcionada. Agoney comenzó por los pies y fue subiendo la vista para encontrarse con unas piernas fuertes y torneadas protegidas por un pantalón negro. Un abdomen y pecho definidos, ocultos tras una camiseta blanca que le iba como un guante, y una chaqueta tejana demasiado grande para esos hombros delgados. Agoney tragó saliva antes de mirar a la cara a aquel chico, y jadeó cuando observó los ojos más bonitos que había visto en su vida. Eran enormes y tenían una forma triste, pero dentro de ellos se adivinaba la fuerza de su alma. Su color miel resaltaba en su tez pálida, al igual que sus labios rosas, que ahora estaban apretados en una fina línea.

El chico sujetaba su muñeca izquierda con la mano derecha, pasando el pulgar por encima de la cara interna una y otra vez. Fue entonces cuando sus miradas se cruzaron, y algo comprimió el pecho de Agoney. En su cabeza, una voz que nunca había escuchado repetía: tócalo, abrázalo, siéntelo. El tiempo se había parado, y Agoney estaba pensando que ojalá no tuviera cara de fumado en ese momento porque menuda impresión le iba a dar a su jefe, cuando se fijó bien en la expresión del chico. Y lo que leyó en ella hizo que volviese a la realidad en un segundo.

Miedo.

Miedo atroz, de ese que te recorre el cuerpo y te deja paralizado. De ese que produce vergüenza. De ese que intentas ocultar pero no puedes. Y supo en ese momento que el destino le había jodido.

— ¡Agoney! ¿Me estás escuchando? —chilló su jefe. El aludido desvió su mirada al chico una vez más y le vio temblar al escuchar su nombre— ¿Qué cojones quieres? Da igual, me viene bien que estés aquí. Ayer te fuiste diez minutos antes de que terminara tu turno. ¿Qué coño piensas que es esto? ¿Las Hermanitas de la Caridad?

Agoney atinó a responder con voz calmada:

— Ah, sí, sobre eso... Mimi tuvo un problema y me pidió ayuda. Además, me ha pedido que le comunique que no vendrá durante dos semanas.

­— ¿Quién coño es Mimi? Ah, la rubia esa... La bailarina. Joder, puta niñata. Se cree algo y no es nadie. Si sigue así se irá a su puta casa más pronto que tarde.

Agoney guardó silencio e intentó escuchar las constantes palabrotas de su jefe, pero su mente estaba en otro lugar. Sus ojos le traicionaron y se posaron de nuevo en el chico, que ahora se había llevado una mano a la boca y mordía sus uñas. Asqueroso.

— ¡Contéstame!

— ¿Qué?

— Te he preguntado que qué le ha pasado a la niña esa. Quiero saber el motivo por el que no vendrá para poder echarla en cuanto pise mi negocio.

— Eh... señor... — Agoney, por una vez en su vida, se había quedado sin palabras. La visión del chico detrás de su jefe comenzaba a ponerlo realmente nervioso. Le pareció notar un suave olor a madera mezclado con cítricos, y juró que empezaba a marearse. Olía a una colonia que le sonaba de algo, pero no podía ubicar. Se sorprendió a sí mismo pensando cómo olería ese chico sin una gota de perfume o desodorante en el cuerpo.

— ¡Agoney!

— Sí, sí... Sólo sé que son motivos personales, algo con su familia... — sabía que no debía irse de la lengua, por lo que intentó eludir el tema — Parecía tener prisa cuando me lo dijo. Se ha ido de repente.

Su jefe se pasó una mano por el pelo, ya canoso pero aún fuerte. Suspiró enfadado, antes de murmurar algo que Agoney no pudo comprender porque seguía demasiado desconcertado con toda la situación.

— Por cierto, Agoney, te presento a mi hijo, Raoul. Trabajará aquí durante un tiempo, ahora que su madre ha decidido abandonarlo tendrá que ganarse la vida. Ya me encargaré yo de quitarle la tontería.

Raoul. Raoul. Raoul. Se llama Raoul.

El chico adelantó un paso, rodeando la mesa, y le ofreció la mano. La derecha. Donde no tenía ninguna marca.

— Encantado.

Su voz grave, titubeante y con un matiz de nerviosismo, hizo que le temblaran las piernas. Y Agoney se odió por ello. No iba a permitir que un niño tuviera ese poder sobre él. Seguro que todo esto era un malentendido, que era por la falta de sueño. Le estrechó la mano donde esa marca acababa de formarse, y no le pasó desapercibida la mirada sorprendida del chico.

El tacto de su mano era suave, pero el apretón fue fuerte, decidido y quizás un poco más largo de lo que debería haber sido. Raoul sopló el flequillo que amenazaba con caerle sobre la frente y Agoney tuvo que mirar hacia otro lado.

— Igualmente.

— Bueno —interrumpió su jefe­—, ahora que ya os conocéis, quiero que me escuchéis bien. Tú, Agoney, a partir de hoy comienzas a trabajar los viernes y sábados durante toda la noche. Necesito refuerzo durante este mes y tú necesitas aprender a trabajar de verdad. Cuando acabes de cantar, te pones en la barra a servir con Raoul. Y tú, niñato de mierda, más te vale no cagarla y aprender rápido.

Agoney abrió la boca para empezar a protestar, pero el señor Vázquez no le permitió hacerlo. Salió del despacho tras coger las llaves y la botella de whisky, dejándolos solos y sumidos en un silencio incómodo.

Raoul se tensó cuando vio que Agoney se movía para salir de la habitación, así que dijo lo primero que se le ocurrió para que no se fuera:

— Enséñame tu muñeca.

Tres palabras habían bastado para dejar al castaño paralizado en el sitio, sin apenas respirar. No se atrevió a moverse, ni siquiera cuando el otro chico le cogió el antebrazo derecho y lo giró para poder ver su muñeca. Escuchó cómo se le cortaba la respiración y sintió su mano comenzar a sudar, pero no se movió.

Cuando Raoul acarició la marca y su piel pareció quemar bajo su tacto, retiró su brazo de golpe.

— ¿Qué haces?

—No me digas que tú no lo has sentido.

— No he sentido nada —no podía permitirse hacerlo—. Ahora, me gustaría irme a trabajar.

De nuevo, una mano le sujetó para que no huyera. Raoul puso delante de su cara su propia muñeca, y Agoney pudo verla por fin. Un ala idéntica a la suya propia, en dorado, solo que la del chico era la complementaria a la suya.

Y entonces, todo se volvió negro.

***

Cuando Agoney despertó, lo primero que vio fueron unos ojos de color miel mirándole a menos de diez centímetros. Rápidamente, el chico se apartó y le ayudó a incorporarse para sentarse en el suelo.

— ¿Qué ha pasado? — preguntó.

— ¿Qué ha pasado? Que te has desmayado, joder. Menudo susto me has dado. Casi te abres la cabeza contra el suelo. Coño, he perdido años de vida.

Agoney sintió que en ese momento le recorría el cuerpo un calor que solo podía significar una cosa: ira.

— Mira, chaval, déjame en paz. No te conozco de nada, no eres nadie para preocuparte por mí. Seguro que todo esto es un malentendido y mañana cuando despierte no tendré esa estúpida marca. Tiene que ser una equivocación.

Esto no me puede estar pasando a mí.

Tras decir eso, se levantó rápidamente y salió de la estancia sin mirar atrás. Se metió en los vestuarios y se cambió de ropa más lentamente que nunca, temiendo volver a cruzarse con ese chico.

Sacó un cigarrillo del bolsillo del pantalón y lo consumió en tres caladas, lo cual no lo ayudó a sentirse mejor, tal y como esperaba. Corrió a su plataforma mirando al suelo, evitando como un cobarde unos ojos que ya se habían grabado a fuego en su retina.

Y cuando eligió "Born this way" como el primer tema de la noche, intentó cerrar los ojos y concentrarse en cantar de forma aceptable, pero apenas pudo conseguirlo. Porque por mucho que pensara que eso no podría estar pasándole a él, su cuerpo buscaba continuamente un tupé rubio y unos ojos color miel que le miraban detrás de la barra.

Así que invitó a un chico del público, de cabeza rapada y rasgos varoniles, a subir y bailar con él. Se recreó en su cuerpo mientras cantaba, se frotó contra él como nunca lo había hecho mientras pensaba en Mimi y su alma gemela y en que él nunca iba a pasar por todo ese sufrimiento. Esa era su elección, no iba a permitirse hablar nunca más con ese chaval, porque un niño no podía llorar si le quitaban un juguete que nunca había tenido.

***

A Raoul le faltaba un grano de arena para empezar a echar humo por las orejas. Estaba a punto de estallar, y no sabía por qué. Bueno, en realidad sí, pero no quería admitirlo.

Le jodía, le jodía mucho que por primera vez en su vida alguien se le resistiese. Que después de haberle escaneado en el despacho de su padre, el niñato ese actuase con indiferencia. Le molestaba que no se hubiera sonrojado, ni apartado la mirada, ni se le hubiera roto la voz al hablar con él. Aunque lo que más le molestaba era, con diferencia, los pinchazos de dolor que aún sentía en la muñeca.

A sus 21 años, Raoul no podía quejarse de las experiencias que había vivido. Había estudiado fuera de su país durante un tiempo, viajado por toda Europa y parte de Norteamérica y conocido todo tipo de personas y culturas. Era, en el fondo, la vida de un adolescente con mucho dinero y muchas oportunidades.

La separación de sus padres hacía ya bastantes años afectó a Raoul más de lo que hubiese querido, y se aisló en su mundo durante un tiempo. Y sus progenitores no quisieron o no supieron hablar con él, así que decidieron mimarlo. Raoul estaría eternamente agradecido a su hermano Álvaro por dejarle llorar en su pecho los meses después de la ruptura, por saber escucharle y comprenderle, por mantenerse fuerte por los dos.

Cuando por fin logró salir del pozo en el que había caído, se convirtió en un adulto vacío, frío, serio y calculador. Porque si no dejaba que nadie lo conociera, nadie podría hacerle daño. Raoul tenía las ideas claras, sabía lo que le gustaba y sabía que el mundo le criticaría por ello si se enteraba. Era más fácil vivir sin pronunciarse que enfrentarse a cada gilipollas que se cruzaba en su camino.

Sin embargo, había algo que sí despertaba sus ganas de comerse el mundo. Su pasión. Cantar. Y por eso había acabado allí, en ese antro asqueroso y lleno de borrachos. Suspiró mientras recordaba la conversación con su madre.

— ¿Qué? No puedes hacerme esto, hijo. ¿Cómo que cantante? ¿De dónde has sacado esa idea? — Su madre comenzó a ponerse roja — Sabía que era una mala idea que pasaras tantas horas solo en casa...

Raoul intentó convencerla, explicarle que había conocido a personas maravillosas que estaban dispuestas a echarle una mano y que varios expertos se habían encargado de decirle que tenía duende. Pero no quiso escuchar.

En realidad, el chico no le guardaba rencor. Lo había pasado realmente mal con Álvaro, al que decidieron apoyar en su sueño por ser futbolista profesional. Lo había logrado, pero se había llevado unos cuantos golpes por el camino. Era obvio que su madre intentaba evitar que él se los llevase también.

Así que le obligó a apuntarse a una carrera. Administración y Dirección de Empresas. Horror. La sorpresa final fue cuando le dijo que la estudiaría en Madrid. Que le vendría bien un cambio de aires, estar con su padre. Alejarse de Barcelona.

En un principio, no reaccionó. No podía creer lo que la persona que más quería en el mundo le estaba haciendo. Cuando lo comprendió, gritó, lloró, rogó por quedarse en su ciudad. Pero la decisión estaba tomada y no había vuelta atrás. Pensó en largarse de casa, dejarlo todo atrás. Pero nunca había trabajado, no tenía ningún título de absolutamente nada. Lo único que sabía hacer era cantar.

Y aprendió a tomar decisiones con la cabeza fría. Se iría con su padre. Le daría trabajo, estudiaría una carrera e intentaría conocer por Madrid gente del mundillo de la música. Tomaría clases de canto en su tiempo libre y a escondidas, intentaría crecer como persona. Y cuando llegase el momento, dejaría todo atrás.

Ese era el plan, pero lo cierto es que Raoul llevaba menos de 24 horas en la capital y ya se había encontrado muchos obstáculos. Su padre le obligaba a vivir con él, a trabajar en su bar sin recibir nada a cambio excepto su techo y comida, además de que podría controlar si iba o no a clase.

Por dios, tenía 21 años.

Pero esa era su nueva vida ahora, y si había una palabra para definir al catalán, esa era "cabezón". Con lo que no contaba era con ese chico moreno, de ojos oscuros y sonrisa torcida, que parecía que se había cruzado en su camino.

Hacía tiempo que Raoul no se dejaba llevar por sus emociones, pero no pudo evitarlo al conocer a Agoney. Perdió su raciocinio y se dejó llevar por sus ansias de estar más cerca de él. Por favor, si ni siquiera le conocía. Era guapo, muy guapo, pero tampoco era para tanto, ¿no?

No fue hasta que se dio cuenta de lo que estaba pasando en su muñeca cuando despertó. Ese chico... ¿era su alma gemela?

Ya me jodería.

Y cuando el chico demostró que no quería saber nada de él, el orgullo de Raoul hizo su aparición estelar. A ver si iba a pensar que se arrastraría por él como un desquiciado. Ni de coña. Total, no podía ser tan difícil ignorarle, si ni siquiera había tenido una conversación decente. Era y sería un desconocido más en su vida.

Raoul se sintió mejor cuando se hubo controlado. Pudo concentrarse en servir copas y suprimió en su cerebro la preciosa voz que cantaba temas electrónicos para animar la discoteca. Dos horas más tarde, cuando el pase de Agoney terminó, se descubrió recuperando el aliento.

Negó con la cabeza mientras el chico se incorporaba a la barra. En un acuerdo silencioso, Agoney tomó la parte derecha de la misma y Raoul se quedó con la izquierda. Evitaron mirarse y tocarse toda la noche.

Tampoco está tan mal.

Varias chicas intentaron ligar con él, así que les siguió el rollo: las propinas iban a ser su principal fuente de ingresos a partir de ese momento, y no podía permitirse perder ni un céntimo. Cuando ya llevaba diez euros acumulados, oyó algo que frustró sus intentos de sonreírle coqueto a la rubia que tenía delante:

— Tócate los huevos, encima es hetero.

Raoul se giró hacia su compañero de barra con una mirada que podría matarle, solo para encontrárselo demasiado concentrado en servir un mojito. Intentó morderse la lengua, pero no pudo evitar susurrar lo bastante alto para que el otro le oyera:

— Tócate los huevos, le gusta prejuzgar.

Al final de una noche intensa y llena de indirectas envenenadas, tomó una decisión. Llamaría a la única persona que conocía que había encontrado su alma gemela y era capaz de calmarlo. Su mejor amiga.

***

¡Hola de nuevo!

Muchas gracias a todas las personas que seguís el fanfic, sois geniales. ¡Cualquier comentario será bien recibido!

Pronto conoceremos más a Raoul, que menudo susto se ha llevado el pobre...

¡Un beso!

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