Rapsodia entre el cielo y el...

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Llegamos al mundo sin pedirlo. No elegimos nuestro destino, porque viene escrito por manos ajenas. Mientras... Plus

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Entrevista a Chris
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And love dares you to care
For the people at the edge of the night...
Under pressure - Queen


No estaba muerto, pero si lo dejaba desparramado entre la vereda y la pista, no tardaría en estarlo. Era el mismo tipo que apareció en su departamento para cobrar la deuda de su mamá, ese que lo amenazó y golpeó.

A pesar de que tenía el rostro cubierto de sangre, era fácil de reconocerlo por los tatuajes en su cuello. En realidad tenía tatuajes en ambos brazos y hasta en los nudillos. Sumándole a todo el color rojo del cabello revuelto sobre el pavimento, no cabía lugar a error.

Resoplando en silencio, Dominick siguió su camino, pasando por encima del sujeto, evitando pisar la sangre que ya formaba un charco sobre el suelo. Tal vez debería asegurarse de que estuviera bien muerto. Así no tendría que volver a preocuparse por verlo aparecerse a cobrarle las deudas a June.

¿En qué estaba pensando? No necesitaba más problemas. Ese tipo era de la gente de Trevor. Si Trevor se enteraba que de algún modo tuvo que ver en la muerte de uno de sus hombres, le iba a ir muy mal.

Sin embargo, sus pies no avanzaban. No tenía nada que hacer ahí, no iba a recogerlo del suelo, para que no lo pise el camión de la basura que no tardaría en aparecer.

Bueno, quizá podía jalarlo hacia la acera para que no termine como parte del pavimento.
Alguna vez le escuchó decir a Anelka que el camino al infierno estaba hecho de buenas intenciones. Pero Anelka quizá no lo sabría, ya vivía en el infierno. Claro que siempre podía irle peor. Así que dejó su mochila a un lado y con todas sus fuerzas intentó mover al tipo ese.

Tenía la mejor intención del mundo, de apartarlo del peligro, pero ese sujeto no colaboraba. Pesaba dos toneladas y no acababa de levantarlo apenas cuando se sacudió y rodó sobre toda la pista.

Bueno, estaba hecho. Lo intentó. No funcionó. Adiós entonces. Sería un problema menos en su vida. De repente June hasta le perdonaba el lío que armó cuando se enterara de que el hombre de Trevor no volvería a molestarlos.

Dominick recogió su mochila y dispuso a desaparecer antes de que la voz de su consciencia volviera a atacar.

—¿Qué mierda me estás mirando? ¡Quieres pelea!

En otro momento seguro sería un espectáculo divertido verlo maldecir al vacío y pelearse con nadie, pensó Dominick. No ahora cuando el escándalo que armas atraía a la curiosa fauna nocturna.

Dominick esperó que el borracho se canse de patalear como escarabajo panza arriba. Finalmente se desparramó de nuevo sobre la pista y esta vez parecía muerto de veras.

Tal y como Dominick temía, el escándalo atrajo a uno de los chulos del vecindario. Fumaba un cigarro y se acercaba a prisa por la vereda contraria.

—¡Ey tú! ¿A dónde te vas? Ven acá.

Era momento de la retirada. La chica de antes, la que intentó subirse al auto de Connor, apareció también y le cerró el paso.

—¡Esta es mi zona, pendejo hijo de puta! No me gusta que se metan en mi territorio, ni le quiten clientes a mis perras.

Lo que le faltaba.

—¡Este es, esta perra me quitó a mi cliente! —la muchacha gritaba tanto como el chulo y hasta lo sacudió de un brazo—Te dije Bruce, esta puta fue, te dije que no andaba lejos.

Dominick se encogió en su sitio. Sabía que debía marcharse tan pronto pudo. Pero no, tuvo que quedarse a acariciar la idea de ver cómo a uno de sus problemas lo aplastaba un camión y ahora estaba peor que antes.

—Esto se arregla fácil, Me debes dinero, perrita. Es mi zona y tú te robaste mi dinero. ¡Dámelo ahora!

No tenía problema en darle todo lo que traía, aunque no fuera dinero. El muchacho negaba con la cabeza. Ni intentaba responder porque no tenía voz para hacerlo. Tan solo movía las manos frenético.

—¡Ya oíste al Bruce! ¡Dale el dinero o te va a dar una buena paliza! —chillaba la muchacha dándole de empujones mientras Dominick intentaba comunicarse como podía. —¿Cómo qué no? Bruce se está burlando de ti esta perra. ¡Ya reviéntala, ya!

Bruce era malas noticias. Claro que lo conocía, June tuvo roces con él en cierta oportunidad. Dominick nunca supo la razón, pero no la necesitaba. June siempre andaba enemistada con todo el mundo.

—¡A ti te conozco! Eres el hijo de la June. —exclamó Bruce observándolo con más detenimiento. —El estúpido que no puede hablar.

Fue el turno de la muchacha de observarlo como a una atracción de circo. June era infame en esos lares, especialmente entre las mujeres de la noche.

—La puta de June me debe dinero. —fue la sentencia de Bruce.

Nada nuevo además, June le debía dinero a medio mundo. Si bien estafó al chulo o de plano Bruce fue lo suficientemente idiota como para arrendarle dinero a June.

La muchacha lo reconoció por fin y se alejó de él circundándolo como fiera.

Dominick ni intentaba hablar. La voz se le coaguló en la garganta. Resignado a su destino se aplastó contra la pared que tenía a su espalda. El chulo lo observaba atento. Terminó el cigarro y lo aplastó de un pisotón.

—Entonces...—continuó Bruce apoyándose contra el chiquillo aterrado quien hacía esfuerzos por desaparecer contra el muro. —¿Cómo es? Me das lo que me debe por las buenas o me lo cobro yo mismo.

La muchacha que los acompañaba se alejó nerviosa. Dominick intentó zafarse, pero ya era tarde. El chulo lo golpeó en el estómago e hizo que se doblara.

—Eres hijo de la June, igual de puta que tú madre, me han contado. Te voy a presentar a unos cabrones hijos de perra, que no les importa que seas un jodido retrasado.

Dominick se enderezó como pudo, preparándose en caso que vinieran más golpes. El chulo lo atrapó de la chaqueta y lo despegó de la pared.

—Eso fue por robarle dinero a mi jodida perra. —lo golpeó de nuevo y esta vez dejó que el muchacho caiga al suelo. —Arriba putita de mierda, me tienes que pagar lo que me debes.

Avanzaron dos pasos y una idea desesperada se le vino a la mente. Dominick se sacudió a duras penas del chulo y saltó sobre el borracho del suelo. Debía tener algo de dinero consigo, ¿no?

—¿Qué mierda crees que haces? —le preguntó Bruce más sorprendido que nadie en ese momento.

Ese mocoso debía estar mal de la cabeza. Bueno, tal como decía la perra de June, el chico era estúpido. Estaba bolsiqueando a uno de los hombres de Trevor.

El borracho en el suelo reaccionó entonces. Abrió los ojos hasta la mitad y atrapó al chico de los hombros. Estuvo a punto de asestarle un buen cabezazo, pero el mocoso reaccionó a tiempo y lo esquivó.

—¡Suéltame perra! —le gritó al chico quien acababa de huir aterrado. —¿Dónde te fuiste? ¡No he terminado contigo!

Para Bruce todo resultaba muy claro. El chico era idiota y loco además. El tal Chris, en cambio, era peligroso. El hijo de June andaba enredado con el Chris. Entonces era hora de ir largándose.

Dominick se quedó de pie a unos pasos de Chris quien ahora sentado hacía esfuerzos por levantarse sin conseguirlo. Lanzaba amenazas y maldiciones dirigidas a todos los espectadores.

—Vámonos, perra estúpida.—le gritó Bruce a la muchacha que todavía no salía de la sorpresa.

—¡Pero, el dinero!—insistió la chica y recibió una sonora bofetada.

—Sí que eres estúpida, perra de mierda. ¡Anda a buscar el dinero! ¡Anda a meterte con la gente de Trevor a ver qué te pasa!

Tal vez las palabras del chulo sonaron convincentes o quizá la paliza que le estaba dando en plena calle. La muchacha desistió alejándose de la escena, escoltada por el chulo quien no dejaba de insultarla.

Dominick no podía creer su buena suerte. Acababa de salir bien librado de una situación que por todos lados era peligrosa. Ahora nada más le quedaba emprender la retirada.

De los bolsillos del tal Chris, obtuvo un puñado de billetes que le serían muy útiles para pagar la renta.

Hecho el traspaso de bolsillo a bolsillo no quedaba más negocios entre ambos. Dominick intentó marcharse, pero una de sus piernas se encontraba atrapada entre las férreas garras de Chris.

El borracho se aferraba a su pierna como si esta fuera un poste y tuviera el poder de sostenerlo. Dominick tambaleó para no caer, porque el peso ajeno le estaba ganando la partida.

La serie de improperios que brotaron de la boca de Chris, haría que el discurso de un marinero se viera como el de una dama de sociedad. Dominick estaba seguro que podía vivir cien años y jamás escuchar tanta grosería junta.

Una vez Chris terminó de mentar todo su árbol genealógico, se quedó en silencio. Dominick se alertó, porque por el modo como se retorció, nada bueno saldría de esa boca.

A tiempo pudo apartar al borracho quien descargó su carga etílica en plena vereda.

Tal vez Dominick estaba tan acostumbrado a ese espectáculo, que no le afectaba demasiado. Hizo una mueca de asco, pero se quedó observando al borracho sostenerse a duras penas contra un muro. De repente se caía sobre su propia inmundicia y se moría por fin.

No, no iba a suceder. Por lo menos no esa noche. Chris se irguió todavía fuera de sí y repitió la operación una vez más.

Dominick se encogió de hombros. Apenas dio un par de pasos escuchó el sonido pesado de un cuerpo desplomarse. Chris parecía muerto sobre el suelo. Esta vez era en serio.

Detestaba tener que lidiar con borrachos. Por experiencia sabía que apestaban y eran violentos. Ese tipo Chris respiraba todavía, pero si seguía bocabajo, se iba a ahogar en su propio vomito.

Avanzó dos pasos para alejarse del llamado de su conciencia, pero ésta no iba a callarse así de fácil.

Iba a ser una larga noche, lo que quedaba de ella.

Abrió los ojos y sintió el cuerpo tan pesado, que los volvió a cerrar. Podía escuchar una voz que sonaba a zumbido y no se detenía. Su cerebro empezaba a despertar por completo trayendo consigo una migraña salvaje. Chris murmuró una grosería, que pereció bajo la potencia de la voz que seguía zumbando.

—Así que le dije a la vieja loca de mi abuela, que se podía ir a la mierda. Oye, ya se está despertando. Te dije que echarle agua encima siempre funciona. Así largaba a los borrachos que se quedaban a dormir en el departamento de mi mamá. Pero tienes que tener algo en la mano para darles en la cabeza cuando despiertan, porque te quieren pegar y eso...

¿Qué mierda? Chris acabó de despertar con los tímpanos a punto de reventársele. Tenía la cara mojada y apenas las nubes que cubrían sus ojos se despejaron, pudo ver bien el rostro de un muchacho quien le apuntaba con una linterna a la cara.

—Oye, si no se te pasó la borrachera, eh así porque si intentas algo te la quito a pu...

Ese mocoso estuvo a punto de golpearlo, pero alguien lo detuvo en el más absoluto silencio. A ese otro lo recordaba, era el hijo de la puta de June. ¿Qué carajo pasaba?

Mierda, la resaca le martillaba la cabeza con una migraña y ahora esto. Chris quiso decir algo, pero sintió que la boca se le llenaba de bilis.

—Toma algo para que se pase la resaca —.el mocoso desconocido le tendió una taza de café hirviendo.

Maldito hijo de perra, murmuró Chris entre dientes y con la lengua achicharrada. No solo se quemó los labios y la boca, si no que por estar tumbado en el suelo mugroso, se derramó en toda la cara el líquido caliente.

—¡Oye, sí que eres bruto! Te quemaste por idiota —.se burlaba el mocoso ese sin ahorrarse una carcajada—¡Te lo mereces!

Jodido ojos de perro, pensó Chris al verle el color amarillento en los Iris. ¿Quién carajo tiene ese color tan asqueroso? Mocoso puto, murmuró de nuevo con la boca entumecida.

Apenas se sintiera un poco iba a matar a esa perra, con el cadáver de la otra perra que lo miraba en silencio. Sí, apenas pudiera sostenerse en pie sin que el mareo lo derribara.

—Oye ¿te jodiste la cara en una caída o naciste así de feo? Te tuvimos que limpiar porque estabas todo mugroso de sangre. ¿Te asaltaron o algo? Porque tu cara se llevó la peor parte. Yo que tú no me dejo, ah. Tienes suerte ah, porque Dominick te trajo hasta acá para salvarte el pellejo. Aunque tu pellejo está bien feo con todos esos tatuajes. ¿Por qué tienes tantos? ¿Te crees álbum de calcomanías o algo de eso?

—¿Quién carajo eres? ¿Y por qué mierda no te callas? —si tenía que seguir escuchando a ese mocoso prefería lanzarse al tráfico y morir aplastado de una vez.

El mareo no le daba tregua. Chris apuró el resto de la bebida caliente para acabar de despabilarse. El dolor en su garganta casi si se igualaba al del resto de su cuerpo. Así que el otro mocoso era Dominick. Cierto, el hijo de la perra de June.

—¡La pregunta es quién eres tú! No, en serio a nadie le importa. Lárgate ya que estás despierto porque ya pasó el camión de la basura y no vuelve hasta mañana.

Chris herido en lo más profundo de su orgullo, saltó encima del mocoso ese. No pudo alcanzarlo porque el otro se metió en medio. El hijo de June, Dominick. Que nombre tan estúpido. ¿Por qué tenía que intervenir? Le partiría la cara a ese mocoso primero y luego seguiría con Dominick.

—¡Quítate perra! Voy a acabar con los dos, carajo.

—¡Oye no!—el mocoso se defendió a manotazos —Si no fuera por él estarías ahí despanzurrado en la pista. Él te trajo hasta aquí, malagradecido. ¡Domi debió dejar que te murieras, pero no lo hizo!

El enano cabrón hablaba de más o eso quería creer. Si no estuviera tan mareado, podría liquidarlos en cuestión de segundos.

—¡Basta ya! ¿Qué es este alboroto?

No se lo esperaba. Bajó ella guardia, fue eso. Tan ocupado se encontraba pensando en el modo como iba a retorcerles el pescuezo a esos dos, que no notó la amenaza.

Era un tipo enorme con un bate de béisbol entre manos. Las cosas cambiaron, tendría que reventar a ese cabrón primero.

No tenía el cuchillo que siempre llevaba entre la ropa. ¡Carajo! Ese era uno de sus favoritos. Buscó el que llevaba en la pierna, tampoco. A punto de rechinar los dientes de rabia, vio que la perra de Dominick retrocedía.

—¡Un borracho que anda molestando, Phil!—le respondió el enano cabrón y envalentonado.

—¡Entra de una vez! Ustedes dos, largo.

Así que el cabrón ese pensaba que podía intimidarlo sacudiendo el bate frente a él. Con eso podía espantar al otro mocoso, pero Con Chris no funcionaba. Se paró derecho y listo para arremeter a puño limpio.

—¡Oye, no Phil! Ese es mi amigo, el otro es un borracho cualquiera. Déjame que yo le doy...

—¡Dije que entres, ahora! ¡Ahora he dicho!

Iba a tener que agradecerle a ese gordo cabrón porque por fin ese enano se callaba la boca. Quiso protestar, pero no se atrevió. Tomó al otro mocoso, Dominick y se metió con él a toda prisa, por una puerta al final del callejón apestoso.

—¡No sé cómo llegaste acá! Lárgate de una vez y no vuelvas. ¡No quiero problemas con los de tu clase!

A Chris le cayeron esas palabras como un balde de agua hirviendo. ¿Los de su clase? ¡Ah carajo! Escupió al suelo, sintiendo la boca llena de bilis y se irguió un poco más.

—Voy a matarte a ti y a ese cabrón ojos de perro. No se va a quedar esto así.

—Escúchame bien, hijo.

¿Hijo? ¿Quién creía que era para hablarle de ese modo? Chris reventando de ira se sacudió como pudo, pero no fue capaz de reaccionar ante la llave que acababa de aplicarle.

—¡No soy tu jodido hijo, gordo ca...!

—Escucha bien, te doy dos opciones: desapareces de mi vista o llamo a mis primos que viven en la otra cuadra y de ti no queda ni el recuerdo. ¿Entendido?

—¡Chúpame la...!

—No me oíste, hijo. Te largas por tu cuenta o te mando yo, pero al otro mundo.

—¡Suéltame carajo! No sabes con quien te metes.

—Eso es lo que dicen todos los matones de poca monta como tú, hijo. ¿Ves la edad que tengo? He visto de todo, incluso mocosos como tú jugando a ser malotes.

Por fin lo liberó, no sin antes apretarlo tanto que casi lo descalabra. Chris aún rechinando los dientes de la rabia, maldijo de nuevo. Escupió al piso y terminó por marcharse por donde vino.

Regresaría luego de que la resaca lo dejara mantenerse de pie.







—¡Es mi amigo, Phil! No lo eches a la calle. Te juro que te iba a contar de él. Ha tenido una mala noche y no puedes botarlo como a un perro, por favor Phil.

Aquel sujeto llamado Phil ni siquiera terminó de abrir la puerta, cuando Pat le saltó encima. Desde que lo arrastró a la trastienda, Dominick no hizo más que intentar huir. De verdad, no necesitaba más problemas, tenía suficientes, incluso para regalar. Pero ahí se encontraba, atrapado entre dos fuegos. Por un lado Patrick no lo dejaba marcharse y ahora ese tipo Phil.

¿Cómo fue que sucedió? De pronto iba a pasar el fin de semana con su papá y luego todo se fue al infierno, a prisa y en pedazos. Asustado, Dominick se mantenía detrás de Patrick quien batía los brazos mientras hablaba y hablaba a toda velocidad.

Si tan solo fuera como ese muchacho quien parecía no temerle a nada. Pat hablaba y muy bien, no tartamudeaba nunca y siempre tenía mucho que decir. En cambio él, no podía ni pronunciar una palabra para salvar su vida.

La puerta era la única salida y Phil la bloqueaba con su cuerpo. Patrick todavía lo sujetaba de la manga de la chaqueta. Dominick se encogió más en su sitio, esperando ella oportunidad para huir como un conejo. Sin mirar atrás y a toda prisa.

—¡Basta ya! —sentenció Phil y por fin Patrick se calló —Escucharé todo lo que tengan que decir durante el desayuno. Se está enfriando. Dile a tu amigo que se lave antes de sentarse a la mesa.

Eso fue todo. Ambos muchachos se quedaron sin saber qué decir. Para Dominick era sencillo aparentar ser mudo e invisible. Pero Patrick tendría que volver a nacer para si quiera intentarlo.

Dominick se sorprendió aún más con la enorme sonrisa que su anfitrión le regaló. De nuevo lo arrastró hacia dónde era el cuarto de baño y siguió parloteando acerca de lo hambriento que estaba.

No podía creer lo que sucedía, demasiado bueno para ser verdad. Patrick siguió arrastrándolo y esta vez fueron a la cocina donde tomaron dos puestos vacíos. Phil apareció en seguida empujando una silla de ruedas. Dos mujeres venían con él: una ocupando la silla y una anciana a sus espaldas.

—¡Buenos días Marietta! —saludó Patrick todavía más animado y mucho más fuerte —¡Mira toda esta comida! Me estoy muriendo de hambre.

Dominick no podía estar seguro que el comentario fuera para él. La anciana le sonrió sin decir nada y se sentó a su lado. Dominick se encogió todavía más en su puesto. Phil le puso una taza en frente, Patrick llenó el plato de tocino, panqueques y huevos revueltos.

—¡Provecho! —anunció Patrick y empezó a comer sin más miramientos.

La anciana empezó a cortar pedazos de aquellos gloriosos panqueques y los roció con dorada miel de maple. Todo se veía tan delicioso y a Dominick la timidez se lo comía vivo.

—Es mi amigo, se llama Dominick —anunció Patrick haciendo una pausa entre bocado y bocado.

—¿De la escuela? Me alegro que vayas haciendo amigos del mismo curso.

—No sé si vayamos a la misma escuela, Paulette. A decir verdad nunca te he visto en la escuela. ¿Qué edad dijiste que tenías? Creo que tenemos la misma edad. Ya no me acuerdo. Dominick es músico, toca muy bien el violín. Otro día lo trae y les toca algo. Es muy talentoso. Pero no habla mucho. En verdad no habla casi nada, es tímido. Igual, es mi amigo, me agrada un montón. Nos conocimos hace un tiempo, pero casi no viene. Lo veo poco, porque anda en sus cosas como yo ando estudiando en la escuela y trabajando en la tienda no me queda tiempo para nada.

Patrick finalizó su pequeño monólogo con una sonrisa, para luego seguir atiborrándose de comida. Cuanto deseaba ser como él, hablar tanto sin respirar si quiera. Sin problemas pronunciando las palabras.

—Así que te llamas Dominick. No te he visto antes por aquí. ¿Eres del vecindario?

Ese fue Phil y el poco valor que acumuló para tomar los cubiertos de la mesa, se le fueron de inmediato. Dominick asintió a prisa, mirando su plato relleno de comida. ¿Qué iba a hacer si le hacía más preguntas? Se iba a morir de vergüenza por no poder responder con la verdad.

—¿No te gustan los panqueques? Siempre le digo a Phil que cocine pasta para el desayuno, pero no me hace caso...

Negó con la cabeza y luego asintió. Se sentía como un tonto sentado en medio de aquellas personas que no conocía, sin atreverse a probar un poco de ese delicioso desayuno.

La mujer en la silla de ruedas comía los bocados que le daba la anciana. De pronto la vio sonreír y se sintió más avergonzado de encontrarse

—¿Y cómo se conocieron?

Fue turno de la anciana de preguntar. Bueno, le diría Dominick, pasaba por aquí y quise comprar algo en la tienda. Tenía hambre y poco dinero, Patrick se dio cuenta y me ofreció comida. Luego quiso ver mi violín y se lo mostré. Empezó a hablar de mil cosas que ni recuerdo y luego me dijo que debería dar clases para conseguir dinero y siguió hablando.

Me dijo que volviera a visitarlo y lo hice dos veces. Entonces me regaló una manta de mudanza.

Sí, así se conocieron, de un modo tan espontáneo que resultaba difícil de creer. Dejaba que Patrick tomara la batuta de la conversación y de cuando en cuando le correspondía la palabra. No se sentía cómodo charlando con su único e improvisado amigo, pero Patrick por lo menos no se burlaba de sus problemas para hablar.

Al no tener modo de comunicarse sin poner en evidencia su vergonzoso tartamudeo, Dominick se encerró más en sí mismo. Sin embargo, el hambre lo orilló a comer sin más pudor. No iba a desperdiciar tantos manjares apetitosos; su estómago jamás se lo perdonaría.


Despertó pasado el medio día sin poder recordar cómo fue que llegó a dormir a su cama. Saltó del colchón como si este estuviera en llamas. Todavía a medio despabilarse, buscó compañía y al no encontrar a nadie, resopló aliviado.

Estaba solo. Lo supo al ver las llaves tiradas sobre el suelo y sus pies aun calzados. La cama apenas revuelta al recibir su peso sobre el colchón. La bulla detrás de la puerta, fue lo que lo liberó de la modorra que le exigía regrese a descansar un rato más.

Hacía días que no encontraba sosiego. Las pesadillas se encargaban de negarle descanso y solo una buena borrachera era capaz de conseguir mantenerlas al margen. Por lo menos por un rato.

Chris bajó de la cama, aliviado al encontrar su cuerpo entero y con sus propias prendas. Lanzó los zapatos a un lado, con un gesto rabioso. El dolor de cabeza lo devolvió a la realidad, ello y que su teléfono móvil vibraba con frenesí.

Lanzó un par de groserías al vacío nebuloso que era el mundo en esos momentos. Los efectos de la resaca todavía acechaban y su mente se resistía a devolverle las memorias de los hechos recientes.

La pantalla del teléfono le urgió a contestar la llamada. Apenas podía distinguir el nombre de quien se encontraba al otro lado de la línea, pero sabía de antemano de quien se trataba. El dolor en su rostro lo ayudó a despabilarse, pero su voz aún no se encontraba preparada para hacerlo.

Chris intentó responder a la llamada, pero no consiguió que el interlocutor lo escuchara. Se maldijo en silencio, ante su imposibilidad de sonar humano. No fue necesario que lo intentara, la voz de Trevor no le dio tiempo de hacerlo.

—Abre la puerta.

Soltó el teléfono. Su cuerpo reaccionaba de maneras misteriosas ante la voz de Trevor. Ese cabrón ni siquiera tenía que estar presente para tener ese efecto en él. Chris maldijo sin voz y recogió el móvil. Cierto, tenía que abrir la puerta. ¿Cuál de todas? ¿La de la entrada del edificio? ¿La de su departamento?

No importaba, sin darse tiempo a pensar en el asunto, se abalanzó hacia el picaporte y al girarlo la puerta se abrió sola. Chris intentó retroceder, pero su cuerpo rezagado no pudo reaccionar a tiempo. Cayó sentado y con el orgullo dolorido.

¿Qué carajo le pasaba? ¿Cómo así abría la puerta sin fijarse primero de quien se trataba?

—¿Acaso no te he enseñado nada?

Trevor no esperaba una respuesta, qué bien, porque Chris no se encontraba en condiciones de dársela. Tenía el cañón de un revólver en la frente y el filo de un cuchillo acariciando su cuello. Si tan sólo se atrevía a tragar el nudo en su garganta, seguro Trevor se la rebanaba.

No pudo responder aunque de eso dependiera su vida. Trevor lo miraba impávido. Cualquier otro ser humano, en su posición diría algo, cualquier cosa para salvarse el pellejo. Pero no, Trevor se alimentaba de ese miedo que se escurre entre las venas, en cada latido del corazón de sus víctimas. Esa expresión la conocía bien, la vio tantas veces antes que aprendió a cuidarse de ella. Si decía algo, sería lo último que haría.

Así que optó por empujarlo, su mala cabeza y sus pobres reflejos hicieron que se diera cuenta tarde, que fue una pésima idea. No sólo fue algo inútil, si no humillante. Trevor ni se balanceó si quiera. Chris sintió que acababa de lanzarle un puñetazo a un tsunami. Arrollado por la fuerza de su mentor, Chris terminó con la cara aplastada contra el suelo, los brazos sobre su espalda y el revólver sobre su nuca.

Todo en una fracción de segundos.

—Si vas a matarme hazlo de una vez, por un carajo —musitó con los dientes arañando la madera del suelo.

Eso Chris, pensaba para sus adentros. Sigue provocándolo y terminemos con todo esto de una vez. Porque si Trevor no lo mataba, la vergüenza que pasaba lo haría.

Quizá empezaba a conocer bien a su mentor y sabía que no acabaría con su vida en ese momento. No de ese modo tan siempre. Lo haría de un modo tan horrendo, con viseras colgando y sangre por todos lados; al estilo de Trevor. Frente a una audiencia, claro. Un espectáculo privado el cual quedaría grabado para el disfrute de varios.

Sin duda Trevor sería quien más goce con todo aquel derramamiento de sangre. Ese cabrón era incorregible. Seguro de eso se trataba, porque todavía seguía vivo y pensando cómo sería su final en manos de su mentor.

Trevor por su parte giró el tambor del revólver y con ello Chris supo que era cierto. Conocía demasiado a quien aseguró le enseñaría acerca de la vida y su consiguiente muerte.

Una vez se vio libre del peso de su mentor, Chris rodó por el suelo como una pelota ponchada. Sin gracia alguna y tropezando con todo lo que a su encuentro aparecía. Logró ponerse de pie a duras penas y buscó algo con que defenderse.

No se encontraba en condiciones de pelear con nadie, pero su orgullo era más grande que su capacidad de razonamiento. Buscó sin éxito el cuchillo que siempre cargaba y no, no andaba por ningún lado; del revólver ni los rabos. Indefenso como un niño pequeño, optó por tomar lo que tenía a su alcance: una botella vacía

Debió verse ridículo intentando defenderse de ese modo, Debía parar el pecho y recibir una bala de una vez. Trevor seguro reconsideraba el tomarlo bajo sus alas y cuidarlo como hasta ahora. Avergonzado hasta lo más profundo de su existencia, Chris se preparó para atacar.

—Inútil.

Fue la sentencia de Trevor y no se comparaba con el dolor de recibir una bala. Chris se sintió acorralado como lo haría un toro herido en medio de un ruedo. Trevor acababa de darle el espadazo final y ahora agonizaba en silencio.

Tal como lo haría un toro, embistió a su mentor quien lo recibió en brazos sin retroceder por el impulso. Trevor lo contuvo sin problemas y Chris sintió un dolor fuerte abriéndose paso en la boca de su estómago.

Cayó de rodillas a los pies de Trevor quien lo miraba con algo parecido al desprecio.

—Aséate y no dejes que te vuelva a ver en este estado deplorable.

Trevor avanzó por su pieza hasta tumbarse sobre el único sillón presente. Encendió el televisor y ambos sabían que solo lo hizo para tener algo de ruido.

Peor que antes, sí, podía caer más bajo aún; Chris se arrastró como un gusano, incapaz de ponerse de pie por su cuenta.

Las memorias de la noche anterior lo alcanzaron una vez estuvo desnudo bajo el grifo del agua. La pelea en el bar, el hijo de perra de Harris, ese cabrón se las iba a pagar. El dolor en su cuerpo le exigía venganza.

Golpeó la pared de azulejos con toda su rabia cuando recordó a aquel mocoso con ojos de perro. Ese bastardo iba a pagárselas también, pero no tanto como ese tal Dominick.

Recordaba bien las palabras del mocoso cara de perro. Dijo bien claro que el hijo de la puta de June lo salvó de perecer en la calle. ¡Qué imbécil era! En esos vecindarios nadie quería ganarse un lío con él, porque sabían quien era él.

¿Quien era él? Para Trevor un gusano que se arrastraba a cumplir sus órdenes. Le dolía el rostro y todo el cuerpo, pero era su orgullo herido de muerte, lo que no paraba de sangrar.

Con el nombre del hijo de la June en los labios, se abandonó sobre el suelo. Bajo el grifo de agua, deseaba tanto desaparecer y escurrirse por la cañería, como lo hacía su pobre orgullo hecho trizas.

Regresar a casa después de todo lo ocurrido, seguro era un suicidio. No tenía remedio, no podía dejar de volver al único lugar el cual podía llamar hogar.

Anelka lo tomaría en brazos y no tendría que contarle nada. Ella entendía sus silencios. Escucharían alguno de sus discos viejos mientras se abrazaban sin descanso. Imposible no buscar refugio en el regazo de la anciana. Era lo único que lo mantenía con vida, aunque no sería por mucho tiempo.

June seguro lo mataba cuando lo viera llegar.

A hurtadillas golpeó la puerta de la anciana vecina, del modo que solo ellos sabían. Al compás de una canción, No consiguió que abriera. Tal vez salió, mala suerte no poder verla. Solo volvía por ella, porque no se imaginaba viviendo en otro lugar sin el consuelo de tenerla al otro lado de la pared.

Suspiró tan hondo que seguro se abrió un hueco en el pecho. Todo el camino pensó en lo que haría si June lo echaba a la calle. Le rogaría que lo dejara quedarse, ni le importaba que lo golpeara por arruinarle los planes. Todo tenía que seguir como siempre, Anelka viviendo a su lado y él muriendo en su departamento.

Tenía pensadas en las excusas que daría. La hija de Russell lo acorraló. La odiaba, ella se atrevió a tocar lo único importante en su vida. Lo destruyó con saña, solo porque podía hacerlo. No se arrepentía de nada de lo que hizo en esa casa. Bueno, tal vez de no consumar su venganza en contra de su media hermana.

Sentía deseos de regresar a donde Russell y acabar con Charlotte. Le haría lo mismo que ella le hizo a sus cuadernos. Le arrancaría la cara en trozos y los lanzaría al fuego. Quizá eso de juntarse con el matón de Trevor le hizo bien.

Deseaba tanto tenerlo a su lado en ese momento. Si June lo veía seguro lo dejaba en paz un rato, para poder llorar en paz por la pérdida de sus cuadernos.

Otro suspiro y se resignó a su destino. June lo iba a matar apenas se enterara por boca de Russell todo lo que pasó. No habría más dinero de parte de ese tipo, para solventar sus gastos. Ya no le servía en nada tenerlo a su lado, así que seguro June se desharía por fin de él.

El departamento tenía las luces encendidas. El volumen del televisor bastante alto. Un partido de futbol. Dominick retrocedió sin darse cuenta de lo que hacía. Una de sus manos tomó el picaporte de la puerta.

Demasiado tarde para retroceder. La puerta acababa de cerrarse por el peso de aquel sujeto apoyado sobre esta.

—¡Vaya que ha pasado el tiempo, Nick. Mira nada más como has crecido. No has cambiado nada, ah. Te he echado de menos,. No puedo esperar a demostrarte ni te imaginas cuanto.

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Uno de ellas Par AndCardSan

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