El Hotel Nightmare

By sstephanyh

1.3K 130 120

Al norte de Nueva York, el Hotel Nightmare es una gran atracción para turistas y curiosos. El antiguo recinto... More

Disclaimer
Sinopsis
Prólogo
Capítulo 1: Epitafio
Capítulo 2: Poseída
Capítulo 3: Apresados
Capítulo 4: La Mujer Difunta
Capítulo 5: El Cadáver
Capítulo 6: Cuentos de hadas
Capítulo 7: Estela de huesos
Capítulo 8: La culpa y la muerte
Capítulo 9: Ellos o Nosotros
Capítulo 10: Caótico Deseo
Capítulo 11: Chica traviesa
Capítulo 12: Jugar a cazar
Capítulo 14: Evangeline
Capítulo 15: Espinas
Capítulo 16: Dii Involuti
Capítulo 17: Imagine
Epílogo: Lluvia de estrellas
Nota del Oráculo de Tinta
EN FÍSICO

Capítulo 13: La Habitación 63

39 5 6
By sstephanyh

En medio del nocturno firmamento, vislumbré a un ángel. De esos agraciados con cabellos dorados. Tenía un rostro candoroso y un cuerpo tan deseable que me sentía culpable por echarle un vistazo lujurioso a un ser celestial.

Sacudí la cabeza, tratando de ordenar mis pensamientos.

Un momento, dije en mi mente, los ángeles no usan anteojos, ni llevan aretes que perforan sus cejas, ni tatuajes recubriendo sus brazos.

Además, no se suponía que en el cielo hubiera edificaciones ni parpadeantes luces azules y rojas, ¿verdad?

El ángel extendió una mano frente a mí para que la tomara. Mis cerebro luchó para que mis brazos respondieran, pero se negaron a moverse. No tenía fuerzas. Entonces, sujetó mis hombros y me levantó despacio para evitar que me mareara.

Batallé para mantenerme sobre mis pies. El mundo lucía distorsionado y el suelo parecía girar.

Mi cara de confusión hizo que el apuesto rubio me sonriera cálidamente. Sus manos todavía me sostenían, manteniéndome erguida.

—Hola, muñeca, soy Gerardo Harris, pero todos me llaman Jerry. Sería conveniente si me llamaras Jerry —comenzó a divagar—. Porque, bueno, si me llamaras Gerardo, probablemente no reconocería mi propio nombre. Nadie me dice de ese modo. Aunque me han llamado de muchas formas, especialmente en los últimos días…

—Cállate —lo silencié.

Me miró con divertida sorpresa.

Mi cabeza dolía ante el más mínimo ruido.

Me di la vuelta, tratando de comprender lo que había ocurrido. Me encontraba en aquel mismo callejón donde había sido atacada por chupasangres. Descubrí a Colin caminando como borracho mientras se tocaba su cuello ensangrentado. Por instinto, me llevé una mano al cuello. Sentí sangre e incisiones profundas, que justo en ese momento empezaron a doler.

—Eh, Jerry —oí la voz de Damien.

Lo vi tendido en el suelo, intentando levantarse. Jerry extendió su brazo para ayudarlo.

Solo entonces me permití entrar en pánico.

—Oh, Dios —dije nerviosa—. ¿Me convertiré en vampiro? Mierda, seré un asqueroso chupasangre. No quiero estar muerta, no quiero ser una sanguinaria vampiro. ¿Durante el día tendré que convertirme en murciélago o algo? No estoy preparada para empezar a beber sangre. Eso es asqueroso, realmente asqueroso.

Me llevé los dedos a la boca, palpando mis dientes caninos. Al menos no parecían más grandes. Pero ¿qué pasaba si crecían cuando estuviese hambrienta?

—No, niña, ustedes no pueden transformarse en vampiros. Además, imagino que esta es su primera mordida. Eso no puede hacerles daño —alegó Jerry, lo cual no me dejó muy tranquila.

—Culpable —intervino Damien después de aclararse la garganta—. Esta es la segunda vez en la vida que me muerden.

—¿Te han mordido más veces? —chillé, abrumada, sin entender demasiado del tema—. ¿Te convertirás en vampiro? ¿O es que ya eres uno? Claro, es por eso que eres tan sospechosamente atractivo y condenadamente sexy —me ruboricé tan pronto como esas palabras abandoraron mi boca. ¿Cuándo aprendería a no decir todo lo que pensaba? Discretamente, Damien me arrojó una mirada astuta—. ¿Y quién demonios eres tú? —le pregunté al muchacho desconocido—. ¿Y de dónde salieron esos? —señalé hacia un par de policías que estaban tumbados como muertos cerca de una patrulla, cuyas luces giraban creando un resplandor azul y rojo en el entorno.

Fue Damien quien respondió.

—Jerry es mi amigo fanático de los chupasangres. No sé quiénes sean esos dos —apuntó con su barbilla a los oficiales—, pero qué suerte que están dormidos. Y no soy un vampiro. Espero nunca convertirme en uno.

—Ninguno de ustedes me preocupa, salvo ella. —El muchacho con cabello dorado señaló hacia Miranda, que yacía inconsciente sobre su espalda en el asfalto frío. Colin se dirigía hacia ella—. Tomará una pequeña siesta, espero.

Al verla, me sentí aturdida. No fui capaz siquiera de implorar al cielo que estuviera viva, porque no podía concebir la posibilidad de que estuviese muerta. Si yo seguía con vida, Miranda debía estarlo. Era mi única amiga ahora, tenía que quedarse conmigo. No podía perderla también.

Damien y yo nos aproximamos hacia su cuerpo. Colin se arrodilló a su lado, palpó con delicadeza las marcas en su cuello y peinó su largo cabello claro hacia atrás. Parecía tan tierno al tocarla que no podía creer que fuese mi hermano. La alzó en sus brazos.

—¿Qué se supone que debo hacer con ella? —cuestionó a Jerry—. Haré cualquier cosa para que esté bien.

El joven sacudió la cabeza.

—Confío en que estará bien —fue todo lo que dijo, como si apenas importara—. Por ahora debo irme. Mi clan de sanguinarios vampiros sensuales me necesita mucho. Y, por cierto, Damien, gracias.

—¿Seguirás con eso? Ya me has pagado el favor con esto. Espero que te calles por el resto de tu vida, hombre —le contestó Damien.

Jerry me miró, alzando su atractiva ceja del piercing. Noté que sus ojos eran muy negros tras los cristales de sus anteojos. Su postura era relajada y desenfadada.

—Él espera que deje de estar agradecido. ¿Tienes idea de lo que ha hecho este chico por mí? —comentó, refiriéndose a Damien—. Cuando estuve a punto de morir, me ayudó. Posiblemente no sepas que Damien es mi inspiración. No se lo dice a mucha gente, pero solía trabajar con personas muy malas. Secuestradores. Solamente para ayudar a las víctimas a escapar. Ahora yo hago lo mismo, pero con un poco más de peligro. Trabajo para vampiros y ayudo a gente como ustedes a sobrevivir. Por cierto, yo llamé a la policía. Tranquilo, Damien, sabía que no serían un problema para ti. Ellos les borraron la memoria, solo que se olvidaron de hacerlo con ustedes también. No dirán nada, ¿cierto?

Había dicho tantas palabras por segundo que apenas recordaba el final de su discurso, así que respondí a la última pregunta.

—¿Decir algo? ¿Como qué? ¿A quién? —bufé en tono de burla—. “Oh, por cierto, fui atacada por vampiros la otra noche, ¿no es genial?”. Cualquiera lo creería, por supuesto.

El muchacho se carcajeó a todo volumen.

—Me agradas, niña. De hecho, siento deseos de darte un beso ahora mismo, pero presiento que seré golpeado por eso. Así que prefiero no arriesgar mi hermoso rostro con otro moretón en el ojo. La última vez que hice algo así, el puñetazo realmente me dolió.

Inevitablemente, me sonrojé.

—¿Piensan hacer algo por Miranda o van a seguir charlando? —protestó Cole, quien aún sostenía a mi amiga entre sus brazos, contra su pecho.

El extravagante joven de los anteojos se despidió con un gesto rápido antes de alejarse bajo las luces y desaparecer en la distancia.

Miranda comenzó a moverse, abriendo los ojos. De un momento a otro, Colin la dejó caer en el asfalto, con ademán asustado. Ella lloriqueó mientras se tocaba la cabeza y se retorcía en el suelo.

Damien y yo la alzamos mientras mi hermano se alejaba como un cobarde, incapaz de admitir que había estado preocupado.

—¿Qué pasó? —masculló mi amiga.

***

Decidimos que las calles eran tan peligrosas como el Hotel Nightmare. Por lo tanto, regresamos. Una vez más, nos encontrábamos frente a la puerta de la tenebrosa estancia. De alguna u otra forma, debíamos volver. Nuestras pertenencias seguían ahí, al igual que las llaves de la minivan. Sin mencionar que habíamos perdido dentro a una rubia engreída hacía semanas. De alguna manera, estábamos atados.

Mientras todos se recuperaban del trauma emocional y las heridas físicas, caminé hacia la puerta de la que consideraba mi habitación. Estaba aterrada mientras cruzaba el largo pasillo con decoración anticuada. Sabiendo que algo, alguien, cualquiera, o cualquier cosa, estaría acechándome en las penumbras. Me costaba admitírmelo a mí misma, pero realmente me había vuelto una cobarde compulsiva. Ni siquiera me atrevía a mirar atrás, temiendo encontrarme con alguna aparición espeluznante lista para asesinarme.

Apreté el paso.

—Espérame, ¿cuál es la prisa? —Mi corazón dio un latido de miedo cuando Damien dijo eso a mis espaldas. Aprovechando la ausencia de Colin, rodeó mi cintura con un brazo—. Espero que tengas un poco de tiempo para tu dolor de cabeza sospechosamente atractivo, porque quiero hablar contigo un rato.

Traté de calmar mi corazón para que Damien no notara mi miedo y excitación.

—Damien, no eres mi dolor de cabeza sospechosamente atractivo. Eres más parecido a una patada en el estómago mortalmente sexy —bromeé—. ¿Ahora por qué vas a sermonearme, hermanito?

Dejé de caminar, poniéndome seria.

—Relájate, no voy a sermonearte. Mejor vamos a tu cuarto, no quiero ser escuchado por nadie.

Me empujó, conduciéndome hacia mi puerta. Sin mi permiso, me arrancó la llave del cuello y abrió.

Una vez que estuvimos dentro, solos, cerró a sus espaldas.

Exhausta, me desplomé en la misma cama fría de siempre. Las sábanas estaban desordenadas, como se suponía que debían estar, ya que no me molestaba en acomodarlas. Me quité los zapatos a patadas y me metí bajo las mantas y almohadas, cubriendo todo mi cuerpo.

—Espero que sea rápido. Estoy tan cansada que te apuesto a que dormiría otros cinco días más.

—¿Puedo? —inquirió D, señalando la cama.

Asentí.

Sentí una extraña emoción cuando en lugar de sentarse, se metió bajo las sábanas conmigo. Un potente calor recorrió mis piernas, deteniéndose en mi vientre. Su ardiente presencia y su piel rozando la mía me estaban dejando sin aliento. Estupefacta, ensanché los ojos.

—¿No está prohibido o algo así que estés en mi cama ahora? —cuestioné al tiempo que me incorporaba sobre mis codos.

Se recostó sobre su hombro, rodeando mi cintura con sus brazos y presionando su cuerpo contra el mío.

—¿Crees que eres la única que puede romper las reglas?

Separó mis piernas, entrelazándolas con las suyas. Su sonrisa coqueta encendió una chispa en mi corazón, avivando el fuego que ardía dentro de mí.

Tímidamente, envolví mis brazos a su alrededor antes de acariciar su espalda, sintiéndome tan cerca del cielo que me costaba creerlo. Amaba la sensación de sus brazos rodeándome y de su cuerpo contra el mío.

Nunca creí que algo pudiese sentirse tan bien.

Damien acarició mi mejilla con la suya. La punta de su nariz descendió hasta mi cuello magullado, rozando levemente las cisuras en mi garganta, causándome ardor.

—Lamento tanto no haber podido evitar esto —susurró, refiriéndose a la mordida del vampiro.

Sentí su aliento golpeando mi piel, haciéndome temblar de ansia. Estábamos tan cerca que podía sentir el latido de su pecho contra el mío. Me estremecí.

—Yo lamento haberte causado esto —bajé mi mano hacia su abdomen herido—. No necesito que me cuiden, sabes eso —refunfuñé de manera cariñosa.

—Lo sé, siempre tratas de ultrajar mi hombría —se quejó, igual que un pequeño niño. Luego, presionó sus labios sobre las marcas de colmillos en mi cuello, dándome un beso casi imperceptible que por poco me hizo gemir—. Ania, ya no puedo seguir así. No sé qué me estás haciendo. Cada vez que estás cerca, siento cosas muy fuertes. No puedo evitar sentir que te necesito conmigo. No entiendo qué me está pasando.

Cerrando los ojos, recibí el beso de sus labios. Temblé con el contacto antes de gemir en su boca. Mientras pasaba mis dedos por su espalda y los hundía en sus fuertes hombros, abrí la boca para encontrarme con su lengua, la cual saboreó mi paladar. Me junté más a su cuerpo. Casi quería sentirlo dentro de mí, debajo de mi piel, para que fuese imposible estar más cerca. En medio de placenteras mordidas, nos separamos un poco para mirarnos.

—Hoy fue un día loco, ¿no? —comenté juguetonamente—. Esos vampiros eran sanguinarios, pero hermosos. Claro, debían serlo. En las películas lo son. Y esos dos perversos novios, los que creyeron que éramos una pareja…

—¿Y lo somos? —me cortó Damien con una suave entonación persuasiva—. Quiero decir, ¿tú crees que somos una pareja?

Enmudecí, perpleja ante su comentario.

—¿Estás proponiéndome ser tu… novia?

—Quizás. Si me vas a decir que sí, entonces sí —murmuró en mi oído.

Durante unos largos segundos, mi corazón martilleó con fuerza, haciendo que mi pecho vibrara. Estaba aterrada de esa palabra: noviazgo.

¿Damien quería ir en serio con lo… nuestro?

Podría haber esperado escuchar esas palabras de cualquier otra persona, incluso de Adrien. Pero nunca habría imaginado que Damien, el mejor amigo de mi hermano, las pronunciaría. Siempre lo había visto como alguien inalcanzable. Nunca pensé que realmente se preocupara por mí. Solo quería pasar un buen rato conmigo, ¿no?

Entonces recordé la forma en la que había sujetado mi mano entre la suya tan protectoramente cuando los vampiros se acercaron, sin importarle quién estuviera viéndonos; y la manera en la que había golpeado a ese vampiro solo por mí.

Tal vez… solo tal vez, le importaba un poco.

Esa idea me aterraba aún más.

No podía permitirme tener en mi vida a alguien más que me hiciera vulnerable.

Imposible, era incapaz de sentir.

Desde hacía años, nadie había provocado calor dentro de mí. Estaba fría y dura como una roca, mi corazón congelado.

No, no debía estar sintiendo esa dependencia enfermiza hacia él. No tenía que sentir ese fuego intenso que surgía con su mirada o con el solo hecho de pensarlo. No se suponía que estuviera tan absurdamente cautivada en ese momento.

A pesar de todo, por alguna razón, deseaba ser suya, su novia.

Pero no, no podía aceptar que un chico estuviera intentando protegerme todo el tiempo, ni que me celara o quisiera dominar mi vida. No necesitaba eso.

Mis párpados se cerraron involuntariamente cuando reparé en la gloriosa sensación de su cuerpo frotando el mío y de su respiración acariciando mis labios.

Sí, necesitaba esto. Necesitaba a diario sus brazos a mi alrededor, sus labios en mi boca, su calor, su cabello entre mis dedos, su pecho sobre el mío…

—Sí —prácticamente emití un gemido de goce.

Abrí los ojos antes de aclararme la garganta, avergonzada.

—¿Sí?

—Sí —repetí, esta vez con mucha duda.

—¿Por qué? —preguntó. Parecía incrédulo.

Lo miré confusa, frunciendo el ceño.

—Tú me lo pediste, ¿no? —Quizás me lo había pedido por cortesía, quizás quería que me negase—. ¿Esperabas que te dijera que no?

—Sí —contestó, dubitativo—. Es decir, nunca creí que… No es que quisiera que dijeras que no, es solo que… pensé que me rechazarías.

Él arrastró mi cabello hacia atrás con una caricia delicada.

Esbocé una sonrisa pequeña.

—Sí, siempre me subestiman. ¿Acaso no sabes que soy poco predecible?

Sacudió la cabeza, como si no creyera en mis palabras.

—Eso es lo que quiero decir. Siempre estás jugando, Ania. No pensé que querías que… —se detuvo, haciendo una corta, pero brutal, pausa valcilante. Suspiró antes de tomar mi rostro entre sus manos—. Dime sinceramente, ¿qué sientes cuando estamos juntos? Porque a mí me parece que no haces sino retozar, andar por las ramas sin dejar que nadie te atrape. Si fuésemos novios, ¿te alejarías de él? ¿Te alejarías de Adrien por mí? Y quiero que respondas a cada una de mis preguntas.

Dudé antes de contestar, sintiendo culpabilidad.

—No quiero estar con Adrien.

Damien hizo un sonido de frustración.

—No estás respondiendo a ninguna de mis preguntas. Eso no me dice nada. Nada excepto que seguirás usando a Adrien y, sabes, tal vez lo odie, pero sigue siendo mi primo. Él suele aferrarse mucho a las personas. Si sufriera otra decepción amorosa, no sé lo que haría.

Eso solamente quería decir una cosa: Damien quería, o al menos apreciaba, a su primo.

La conversación estaba tomando un matiz demasiado serio, lo cual me asustaba. Los asuntos del corazón siempre me asustaban.

No quería siquiera responder a mí misma sus preguntas, especialmente no a la primera: "¿Qué sientes cuando estamos juntos?". Era confuso, porque sentía cosas que nunca antes había sentido y que estaba temerosa de sentir. Porque sabía que no era correcto sentirme así, tan cálida y palpitante entre sus brazos.

—Cállate —le pedí a Damien, a pesar de que había dejado de hablar y llevaba varios segundos en silencio. Aun así, lo culpaba por hacerme pensar cosas sobre las que no quería reflexionar. En realidad, quería callar a la voz de mi cabeza—. Quiero estar contigo, ¿sí? Nada más contigo. Dejaré las cosas muy claras con Adrien, ¿está bien?

Igual que un pequeño travieso, sonrió. Hizo rodar su cuerpo, aún entrelazado con el mío, y se subió sobre mí. Sus labios volvieron a capturar los míos. El interior de mi cuerpo se encendió. Mi sangre hirvió, podía sentirla corriendo tórridamente tras mis labios, suscitando ardor y picor en ellos. Un ardor que únicamente podía ser apagado por la humedad de la boca de Damien.

Un sonido de placer salió de mi garganta cuando deslizó su mano por debajo de la delgada tela de mi camiseta. Su gran palma en mi estómago me hizo palpitar de deseo. Lo único que quería era tener esa mano recorriendo todo mi cuerpo.

Mordí mi labio en cuanto comenzó a lamer mi cuello con la punta de su lengua, suavemente, lentamente.

Me las arreglé para introducir mis manos bajo su camiseta también, rozando su tersa piel. Sentí sus músculos ondeando bajo mis dedos. Ansiaba besar todo su torso desnudo, lamerlo, saborearlo. Lo deseaba, lo deseaba mucho. Quería que me quitara la ropa salvajemente y se metiera entre mis piernas. Que me tomara como suya, que me hiciera gritar.

Levanté su camiseta, desesperada por deshacerla de mi camino rápidamente. Sus tenaces manos continuaron ascendiendo a través de mi piel. Ni demasiado despacio, ni demasiado impaciente. Simplemente dejando que me adaptara a su calidez. Se detuvo al rozar el encaje de mi sujetador y movió sus dedos sobre este, trazando el contorno de la tela. Aquello provocó que me sacudiera de placer.

Sin dilación, apartó mi sujetador del camino, levantando el encaje para atrapar mi pecho con delicadeza. Incapaz de moverme, dejé que me tocara. Mis dedos se hundieron en su piel mientras sus labios encontraban los míos. Al mismo tiempo, continué tratando de deshacerme de su ropa.

Desgraciadamente, pareció recuperar el autocontrol de pronto. Retiró sus manos de mi blusa y reacomodó su ropa en donde debería estar. Sacudió la cabeza mientras estiraba los brazos para dejar de aplastarme bajo su peso.

—Damien, por favor —dije con la respiración agitada—, no te acobardes ahora. Quiero hacerlo contigo. Lo necesito. Te necesito.

Con pesar, negó.

—Ania, entiende. Quiero hacerlo bien contigo. Quiero que estés segura de que quieres que sea el primero, quiero que tu primera vez sea especial —él también respiraba con dificultad—. Debo demostrarle a tu hermano que no estoy jugando contigo, que no voy a tratarte como una cualquiera —su tono se suavizó a medida que su respiración se calmaba—. Comprende que quiero ser tu novio antes que tu amante. Nunca he tenido nada mío y, ahora que serás mi novia, sé que debo cuidarte como te mereces.

Lo atraje hacia mí, rodeándolo con mis brazos.

—Por favor, Damien —solté un susurro suplicante.

Bajé mis manos hasta el botón de mi pantalón antes de abrirlo. Deslicé la prenda a través de mis piernas para terminar de quitármela a patadas. Sus jeans se frotaron contra mis muslos desnudos. Él se tensó cuando comencé a mover mis manos hacia el botón de sus pantalones. Me permitió que los desabrochara, al igual que el cierre. Gruñó de placer mientras resbalaba mis manos por debajo de su camiseta.

Cuando largó un quejido de dolor, me detuve. Recordé las heridas de las puñaladas en su abdomen.

—No me lo hagas difícil, princesa —dijo, desalentado.

Con gentileza, apartó mis manos de su cuerpo y volvió a abrochar sus pantalones.

Iracunda y herida por el rechazo, lo aparté, volviéndome de espaldas a él. Después de regresar mis jeans a mis piernas, me acurruqué entre las almohadas, recostada sobre mi costado.

De pronto, sentí que me abrazaba por detrás, apretándose a mí con fuerza. Uno de sus brazos rodeó mis costillas, justo por debajo de mis pechos. Presionó su rígido pecho contra mi espalda y sus caderas contra mis nalgas. Cada mínimo contacto me hacía querer quitarme la ropa de un tirón y subirme a horcajadas encima de su cuerpo.

—No estés enojada conmigo. —Besó mi nuca luego de apartar mi largo cabello—. Para mí también es difícil. Estoy muriéndome por tenerte. ¿Sabes? Nunca he tenido una novia. Así que básicamente estoy en las mismas circunstancias que tú.

Sorprendida, lo miré sobre mi hombro.

—¿Cómo que nunca has tenido una novia? —interrogué.

—Bien, tú sabes. Esa palabra, novia, nunca la había usado. He estado con muchas mujeres, pero nunca han sido mías. He tenido relaciones pasajeras con chicas que van y vienen. Jamás había pensado en una relación formal, excepto contigo.

No sabía qué sentir en ese momento.

Había tenido muchas mujeres, ¿eh?

La mención de las palabras "excepto contigo" provocó un revuelo interno en mí. Por un momento, me sentí especial, pero luego recordé que era la hermanita menor de Colin. No podía arriesgarse a tratarme como a las demás porque mi enorme hermano lo golpearía y su amistad se vería afectada.

Por supuesto, eso tenía más lógica. No es que fuera realmente especial.

—No, tú y yo no estamos en las mismas circunstancias —aclaré.

Antes de poder decir nada más, bostecé.

—Duerme, hermosa, lo necesitas.

Me besó tiernamente en la mejilla.

—Hey —protesté perezosamente a mitad de otro bostezo. Alcé la vista para verlo por encima de mi hombro—, quiero que estés aquí cuando despierte.

—Aquí estaré, mi Ania —musitó contra mi oreja.

El placer me perforó al oír la entonación de su voz pronunciando mi nombre. Nunca había sonado tan hermoso como cuando salía de sus labios.

El escalofrío que recorrió mi piel fue rápidamente apagado por el abrasador calor de su cuerpo presionando el mío.

***

Desperté de una pesadilla en medio de la noche, con el corazón agitado. Al abrir los ojos, sentí sus brazos fuertes rodeando mi cintura, lo que me reconfortó. Exhalé un suspiro de alivio antes de acomodarme en su abrazo.

Wow. Tenía un novio. Por primera vez.

Él aún dormía. Lo observé detenidamente. Su rostro tranquilo parecía muy inocente. Solo lo parecía, porque no lo era tanto. Sin embargo, con esa carita podía engañar casi a cualquiera. Su respiración era profunda y su agarre firme no me permitía moverme.

De forma inesperada, escuché ruidos provenientes del techo, como pisadas y golpes.

Algo andaba mal. Nadie dormía en el piso de arriba, nadie debería estar ahí. Los ruidos continuaron: extraños e inquietantes. Una serie de estruendos metálicos, como si alguien arrastrara cadenas o algo similar. Así que tomé la valiente decisión de levantarme para investigar.

Al recordar a Damien, lo besé suavemente en la mejilla, cerca de la boca. Aunque dormía, lo vi esbozar una sonrisa torcida. Mis labios picaron, necesitados por más. Salí de sus brazos y dejé una almohada en mi lugar.

Empuñé una daga en una mano antes de atravesar la puerta cautelosamente. La cerré de manera silenciosa para no despertar a Damien.

El pasillo estaba envuelto en una brisa glacial. Todo estaba en silencio, salvo por el golpeteo sobre mi cabeza que me provocaba escalofríos. Quise cerrar los ojos para no poder ver si una aparición horrorosa se presentaba con intenciones de aniquilarme. No obstante, me negaba a ceder ante el miedo.

Avancé con paso firme pero cuidadoso a través del largo pasillo, que esa vez parecía mucho más extenso que todas las veces que lo había recorrido. A cada paso que daba, parecía alargarse aún más, como en esas películas de terror. O como cuando quieres salir rápido de un lugar y el camino se convierte en un sendero interminable, infinito.

El Hotel Nightmare era enorme, probablemente solo conocía la cuarta parte del territorio. Claro que ninguno de nosotros era lo suficientemente estúpido como para explorarlo por completo.

Subí las escaleras hasta llegar al piso de donde provenían los ruidos. Hacía unos minutos atrás, solo podía imaginar ese momento, ahora lo estaba viviendo. Al igual que en mi imaginación, los sonidos se intensificaron. Chirridos, como si alguien arrastrara muebles por el suelo. Pero no había nadie.

Empecé a cruzar el angosto corredor, haciendo una pausa cerca de cada puerta para atender a los crujidos y descifrar de dónde procedían. Mi corazón se aceleró al darme cuenta de que los sonidos salían desde una de las puertas.

La Habitación 63.

Tal vez Miranda y Colin se estaban divirtiendo ahí para que nadie los molestara en sus propias habitaciones. Sí, seguramente era eso.

Oí el aire cortarse con un sonido metálico, como si la hoja de un cuchillo hubiera volado a la velocidad de la luz hacia algún lugar. Por instinto, me encogí, cubriendo mi cara tras mis brazos.

Nada pasó.

Esos no podían ser Colin y Miranda. A menos que estuviesen practicando juegos pervertidos extraños. El temor en mi interior creció súbitamente. Sabía que había algo malo o incorrecto en esa situación.

Puse mi oreja contra la puerta sesenta y tres. Efectivamente, detrás de ella podía escuchar movimientos, pasos y escalofriantes respiraciones.

Un recuerdo me vino a la mente.

“¿Hay otros huéspedes aquí?”, le había preguntado Damien al viejo gerente el primer día que llegamos al hotel.

“Los hay. Ellos han vivido aquí durante muchos años, así que no se sorprendan si alcanzan a verlos”, había respondido el espíritu.

Por supuesto, había otros huéspedes gruñones e invisibles que lo único que hacían era tratar de matarnos.

Armándome de valor, pateé la puerta. Esta se deshizo en segundos. No porque fuera demasiado fuerte, sino porque era tan antigua que se desplomó en un instante sobre la alfombra. Lo único que quedó de ella fueron algunas astillas en las bisagras y un marco vacío.

Caminé por encima de los restos de madera empuñando un arma en mi mano derecha, lista para atacar. La habitación tenía algo extraño. No recordaba haberla visto cuando recorrimos el hotel en busca de Susan, no recordaba haber visto la llave, ni siquiera recordaba que existiera el número sesenta y tres en la lista de los cuartos.

El lugar estaba vacío, polvoriento, aunque bastante iluminado a pesar de todo. Los ventanales se encontraban abiertos y no tenían cortinas, dejando entrar la luz del alba. Las paredes estaban cubiertas de graffitis, del tipo que Damien pintaba sobre los muros. Un sofá reposaba en una alejada esquina, junto a envoltorios de Snickers y latas de Pringles esparcidos sobre el tapete.

Al menos el fantasma tenía buen gusto para escoger snacks.

Una sombra se movió velozmente de un lado al otro de la habitación. Después de lanzar un grito, me moví para atacarla, convenciéndome de que debía ser valiente para matar a ese espíritu. O, bueno, quizás no matarlo, porque estaba muerto, pero sí eliminarlo.

Cuando corrí para capturarlo, atendí a su respiración agitada, preguntándome cómo era posible que respirara. Con mi cuchillo en alto, me arrojé sobre la gran sombra que llevaba una capucha negra, como si se tratara de la representación de la Muerte.

Él o ella no desapareció cuando le caí encima. Después de aplastar a la cosa con mi cuerpo, los dos rodamos por el suelo. Sin ver, enterré la daga en lo que creí que era su espalda.

Un grito masculino resonó bajo la capa, mientras un líquido carmesí corría entre mis dedos.

—¡Soy un vivo, soy un vivo! —gritó ese ser con una voz juvenil, afligida por el dolor. Una voz que no reconocí.

En ese momento me aterroricé más que antes. Al ponerme de pie, tambaleándome, mis manos temblorosas dejaron caer la daga al suelo.

¿Un vivo? Eso era malo.

Contemplé mis manos manchadas de su sangre. Mi semblante estaba pálido, sin color, mi boca abierta. Me encontraba tan confundida…

Siseando de dolor, el chico se enderezó. Giró lentamente para mirarme. No pude ver su cara, porque las sombras de la capucha oscurecían sus rasgos. Retrocedí torpemente, dando traspiés. Su silueta era pequeña, bastante delgada, por lo que deduje que era joven. Además, su tono de voz corroboraba mi impresión.

—¿Quién diablos eres tú? —interrogué en un tono trepidante.

Muy despacio, alzó las manos, llevándolas a su cabeza para descubrir su rostro. Arrojó la capucha hacia atrás, dejándola caer en su espalda.

Me sorprendió lo que vi entre el tenue resplandor del amanecer.

Un niño, o al menos parecía uno, de catorce o quince años, con la piel morena, al igual que su cabello, que era ligeramente largo, liso y enmarañado. Este caía sobre su frente, pegándosele a la piel con el sudor. Estudié sus labios, nariz, curvadas cejas castañas... Pero era imposible admirar sus ojos, porque estaban cubiertos por un pañuelo rojo atado en la parte de atrás de su cabeza.

—Lo siento, yo… —dijo de forma suave e increíblemente amable—. No quería asustarte, Ania.

Di un paso atrás, sorprendida de escuchar mi nombre. Noté sus mejillas hundidas. Parecía demasiado delgado y débil. Hambriento, miserable.

—¿Cómo sabes mi nombre? ¿Qué eres? ¿Por qué cubres tus ojos?

El joven titubeó antes de responder, dando un paso hacia mí.

—Vivo aquí. He vivido aquí durante largo tiempo..., años. He escuchado sus conversaciones desde que llegaron. Por eso sé sus nombres, los conozco a todos. Yo no… —se quejó un poco de dolor debido a la puñalada que le acababa de asestar en la espalda—, no soy un fantasma. Mi nombre es Carlo. He estado escondiéndome de ustedes durante las últimas semanas. Y cubro mis ojos porque soy ciego.

Arrepentida y confusa, me aproximé un paso más, sin saber qué decirle.

—Sé lo que piensas —continuó—. No les haré daño. Solo soy un chico sin hogar que vive aquí. Por favor, no se lo digas a ellos. No les digas a tus amigos. Pasaré desapercibido, ni siquiera vas a notarme. No los molestaré. Pero no me delates, por favor.

—¿No puedes ver nada?

Aunque mi pregunta era indolente, no pude evitar formularla. Estaba curiosa.

—No, no puedo ver nada. Cubro mis ojos porque no quiero que los miren.

Él pareció leer mis pensamientos. Mi próxima pregunta iba a ser por qué cubría sus ojos realmente. Incluso alcancé a alzar la mano, contemplando retirar el pañuelo de sus ojos.

Carlo retrocedió con cautela.

—No me hagas daño, ¿sí? —exclamó con inocencia y un atisbo de terror en la voz.

Me sentí asquerosamente malvada.

Oh, vamos, pensé. Sé que tengo reputación de chica sin corazón, pero nunca dañaría a un inocente.

—No te haré daño. No soy tan mala como parece.

—Lo sé. —Volvió a caminar hacia mí—. También sé que eres hermosa, lo he escuchado de algunos. ¿Me dejarías mirarte?

Elevó su mano en dirección a mi cara.

Entonces comprendí lo que eso significaba. Quería “verme” con su sentido del tacto. Quería conocer mi apariencia.

—Supongo que sí.

Me quedé quieta para que encontrara mi rostro.

Su tacto fue frío cuando tocó la punta de mi nariz. Después deslizó los dedos muy despacio a través de las líneas alrededor de mis ojos, trazó mi mandíbula y acarició suavemente mis labios, explorando cada curva de mi cara.

—Ya sé por qué dicen que eres tan hermosa —murmuró, luciendo indefenso y pálido, incluso para alguien de tez canela.

—¿Quién dice tal cosa? No soy tan hermosa. Es una exageración.

—No lo es. Además, eres hermosa porque eres muy valiente, fuerte y astuta.

Lo estudié.

—Niño, ¿te hice mucho daño? —le pregunté al fin—. Pareces tener hambre. ¿Quieres que te traiga algo? ¿Necesitas alguna cosa?

—No me tengas lástima —respondió con más firmeza—. No necesito nada, puedo hacerlo todo por mí mismo. Soy ciego, nada más. No tengo hambre, tampoco. Gracias por preocuparte. Creo… creo que estaré bien con respecto a la herida de mi espalda. Y estoy lejos de ser un niño, Ania. Llámame Carlo.

—Carlo, ¿qué edad tienes?

—Veintiuno.

Miente, supuse. No podía tener tantos años.

—Nah, no es posible —me convencí—. ¿Cómo puedes vivir solo siendo ciego, Carlo?

Me sonrió.

—Puedo ver con los ojos del alma y del corazón. Al igual que aquella frase de mi libro favorito: “Es solo con el corazón que uno puede ver correctamente. Lo esencial es invisible a los ojos”.

Continue Reading

You'll Also Like

21.1K 1.7K 92
El día que murió nuestro hijo, mi esposo, Henderson, no estaba nada triste. El día después del funeral de mi hijo, vi a Henderson con otra mujer. Esa...
755 51 10
Una historia paralela sobre cómo Anne y Gilbert podrían haber empezado su romance. Un pequeño cuento sobre sus tiempos de universidad. (Basado en las...
24.6K 812 6
Hola!!,soy Abby,la creadora de esto que veran a continuación,solo con leer el titulo,ya saben de que se trata XD,espero que se diviertan o entretenga...
6.6K 683 19
Hola! Esto es un mini wattpad que va a tratar de la historia de los famosos personajes de internet conocidos como "Papulince" y "Panafresco" (los per...