Te dejé el eco de mi herida en aquel boulevard solitario, donde sepulté mis sueños.
Colgué una canción gris, en la cicatriz de aquella noche, que durmió en tu regazo.
Enterré en el baúl de tus deseos, el mapa de mi dolor, por si se te antoja beber mis lágrimas.
Vertí el aroma de aquella canción incompleta, en la piel de una sangrienta rosa, por si encuentras el acorde que le hace falta.
Pinté los muros de tu indiferencia con caricias veraniegas, para espantar mis temores.
Cubrí nuestro lecho de inmaculados versos, para que te susurren mientras respiras un sueño.
Dibujé mi sonrisa en el cielo, para que no imagines la silueta de mi recurrente nostalgia.
Solo faltas tú, mi eslabón perdido, el cuadro está listo, el lienzo espera por ese epílogo; de tu último aliento, enmarcado en tu eterna mirada.