Lazos eternos

By travelingendlessly

27K 6.1K 2.2K

Camille lleva una vida que le ha puesto pruebas desde muy joven. Atosigada, las sombras de su pasado se vuelv... More

Prefacio
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capitulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Capítulo IX
Capítulo X
Capítulo XI
Capítulo XII
Capítulo XIII
Capítulo XIV
Capítulo XV
Capítulo XVI
Capítulo XVIII
Capítulo XIX
Capítulo XX
Capítulo XXI. La verdad [1/2]
Capítulo XXII. La verdad [2/2]
AVISO IMPORTANTE.
AVISO IMPORTANTE.

Capítulo XVII

531 127 56
By travelingendlessly

El calor azotaba ese día, al menos, eso pensaba la gente. Will sentía frío, se congelaba por dentro, le temblaban los huesos. Sentía que se entumía, que terminaría por matarlo el frío que sentía en el alma, el hielo que se formaba en su corazón.

Había evitado a Camille toda esta semana. La más larga de su vida, decía. No dormía, no comía, solo pensaba y pensaba; sentía que la vida se le iba del cuerpo, que el aire se le escapaba de los pulmones, que el universo se tornaba negro y las estrellas desaparecían del cielo. No sentía el calor del sol; para Will, ya no existía ninguna estrella.

Habían tenido que atestiguar contra su padre. Creyó que sería más sencillo, pero no lo fue. La cabeza le daba vueltas, su mirada de odio, de rencor... no podía sacarla de su mente, no creía que podría hacerlo nunca.

Había visto a Camille ese día, llevaba ojeras debajo de sus ojos azules despampanantes. Tuvo que comerse las uñas porque si no se las clavaría en todo el cuerpo para pedirse autocontrol. Y es que moría por tocarla, por sentirla, por besarla... pero no podía.

Camille atestiguó y quiso esperarlo, pero él había insistido en que se fuera. No pareció muy convencida y su alma se partió en dos al ver su rostro sumido en el dolor. Intentó actuar firme y segura, como siempre, pero no le funcionó; ella sabía que algo ocurría, sabía que Will no era el mismo desde hace unos días y eso no estaba preocupándola, estaba destrozándola por completo.

—Quiero hablar con mi padre un segundo —pidió a uno de los guardias, quien al principio se negó, pero el dinero y la corrupción siempre eran más ansiados que las leyes y la justicia.

Caminó por unos pasillos con calma, las manos metidas en los bolsillos. El corazón le zumbaba, sentía molestia en todo el cuerpo. Cuando llegó a donde estaba, su padre se hallaba recostado en una banca, con las manos sobre la cabeza y se le veía realmente mal. Se decía que no podía ser posible que le hubiesen dado una cadena de cuarenta años por malversación de dinero, intento de homicidio y secuestro, sin derecho a fianza. Se tensó en cuanto Nicholas levantó la mirada y se encontró con su hijo mirándolo desde el otro lado de la reja.

—William —escupió. William le ladeó una sonrisa; disfrutaba de su dolor.

Podía hacerle daño, romperlo y maltratarlo, gritarle que lo odiaba, golpearlo y arrancarle la piel. Eso le dolería. Pero hacerle daño a Camille... eso lo estaba matando.

—Ahora sí te pudrirás para siempre.

—¿Crees que no tengo contactos, dinero? Las personas lo hacen todo por poder —masculló, aún recostado en la banca sucia y rota.

—No permitiré que le hagan nada. Los mataré, ¿lo sabes? No soy el niño que abandonaste, mataría por ella, haría lo que sea para que no puedas tocarla. No le harás nada, no mientras yo viva —las palabras eran ácido en su boca, sentía que se ahogaba.

—Eres un estúpido si crees que no se alejará de ti después de esto. No soportará el dolor, no soportará el miedo —William se tensó. Apretó la mandíbula y se obligó a tragar fuerte. Lo estaba provocando—. Ella no es como tú, William. Ella ha amado antes, y puede volver a amar. Tú solo la has amado a ella... ¿qué te hace creer que podrás vivir sin sentirla cerca? ¿Qué te hace creer que mantenerla a salvo, pero teniéndola lejos, te hará feliz? —William sintió que se arqueaba, que las piernas le fallaban y se rogó a sí mismo por mantener la cordura.

Su padre era un mentiroso, solo quería provocarlo, solo quería verlo sufrir, porque disfrutaba del dolor que le corría por las venas, disfrutaba del miedo que sentía de perderla... aunque muy bien sabía que ya la había perdido.

—Cállate.

—Sebastian, se llama, lo amó. Quizá aún lo ame. No me malinterpretes, estoy seguro que no como te ama a ti; pero, William, es suficiente. Es suficiente para hacerla feliz, para olvidarte. Déjala ir y se enamorará, déjala ir y te olvidará para siempre —cada oración le quemaba, le ardía; le dolía como si cayese de un abismo, como si se tirase de un acantilado y cayera en las rocas—. Me crees... lo puedo ver en tus ojos. Te duele, ¿no es así? Tú nunca amarás a nadie más, pero algo en ti muere de solo pensar que ella sí. Eres egoísta, quieres su felicidad, pero te desgarra saber que puede ser feliz sin ti.

William sabía que ya era demasiado. Se dio la vuelta, decidido, aunque el cuerpo se le tambaleaba. El dolor se le había colado en los huesos, en la piel. Sentía que perdía sangre, que perdía vida. Y era así, pensó, sin ella sería así; no tendría nada, sería un cuerpo sin alma, una persona sin vida. Una sombra que se pierde en la oscuridad, un hombre que solo respira. Sería un hilo que se rompe de a poco, que se desgasta, sería una roca que se va con la marea, un barco que se hunde. Los segundos ya no importarían, los días no volverían a pasar. La playa no le brindaría paz. Nada lo haría.

—Si no me crees, pregúntale. Ella no te mentirá —alcanzó a escuchar. Se sintió enfermo, agotado, como si ya no pudiese soportar más, como si ya hubiese tenido suficiente.

De solo pensarlo... los celos lo matarían, de pensarla en los brazos de alguien más, de pensar que sus labios tocarían otros, que su cuerpo no le pertenecería, que no volvería a contar las estrellas a su lado. No habría pintura, porque ya no existirían los colores, no tocaría el violín, porque en su vida no habrían canciones. Quería que fuese feliz, no quería atarla a él, no podía. Él solo la destruiría, nunca estaría a salvo. La amaba, no podía ponerla en riesgo, se culparía toda la vida.

Sabía que moriría sin su aliento, que lo destrozarían las noches sin su tacto y en las estrellas siempre la vería. Pero lo hacía por ella. Lo hacía porque se lo merecía, porque se merecía la felicidad y a su lado nunca lo encontraría.

«Si ella ama a alguien más... solo espero que pueda hacerla feliz».


Los padres de Camille odiaban a Nicholas Crawford. Pero saber que había causado que su hija perdiese la memoria y casi la vida... solo incrementó el rencor.

—Cami —le habían dicho—. ¿Quieres hablarlo? Desahogarte, mi amor, a veces es lo mejor. Te sana las heridas más rápido —ella había negado rotundamente la cabeza—. Crees que no nos damos cuenta de que no comes... Has perdido peso, no duermes; algo te está matando, Cami.

—Puedo sobrellevarlo. Siempre he sido yo, nadie más. Todo lo he solucionado yo sola —y aunque no lo intentó, las palabras le brotaron de la boca como fuego. Los padres de Camille se miraron arrepentidos. Sabían a lo que se refería.

—No sé... no sé si algún día podrás perdonarnos, si algún día nos contarás qué es lo que te tortura —había dicho su madre con lágrimas cayendo por sus mejillas coloradas. Tenía las facciones agudas: pómulos marcados, una fina mandíbula, nariz puntiaguda y pecas que le adornaban las mejillas. Camille la miró y se preguntó si las cosas hubiesen sido diferente, las personas le hubiesen dicho que se parecía mucho a su madre.

—Ya los he perdonado —les dijo con más aspereza de la que pretendía—. Pero no son mis padres... mis padres murieron. —Y, luego de decir esto, los había dejado con un agujero en el corazón y lágrimas cayendo por sus ojos.

Nina la miraba, atormentada, mientras ella seguía sumida en sus recuerdos.

—Tienes que comer.

—No quiero, ya te lo he dicho —su amiga apretó los dientes.

—No me interesa si no quieres. No es si quieres o no, es que debes. Y lo harás.

—Méteme comida en la boca, si deseas. La vomitaré —dijo mirando por la ventana, perdida en sus pensamientos lejanos.

—Camille... Dios, necesitas verlo. Él... él te hará comer, él despertará el brillo en tus ojos, hará que vuelvas —Camille se volteó a mirarla al escuchar las últimas palabras—. Te miro y no estás. Tus ojos son inescrutables, no comes, no lees, no me hablas. Aún cuando te conocí, en aquella época cuando creí que no lo soportarías, lo hiciste, luchaste hasta el final... Eres fuerte, siempre lo has sido, ¿por qué no ahora?

—Él no me ha buscado —comenzó—. Ha estado evitándome día y noche. No quiere verme y me siento vacía, sin protección, sin aire, sin oxígeno. Siento que no hay sangre que me corra por las venas. Yo lo necesito, lo necesito ahora más que nunca —una lágrima se escapó de su mejilla—. Lo necesito, y él no está.

—Búscalo —insistió Nina. Camille perdió su mirada en las rosas plásticas y el sentimiento la apuñaló en el corazón tan fuerte que tuvo que inclinarse. Se estaba muriendo... Dios mío, ¿cuánto más soportaría?

—Yo...

—Te lo ruego, Camille. Solo él puede. Búscalo.

—Tengo miedo, Nina.

—¿De qué?

—De que crea que es culpable de lo que me pasó. De que no pueda estar conmigo sin sentirse culpable, sin sentir que estoy en peligro. No es así, a su lado estoy protegida, a su lado vivo. No existe otra manera.

Nina tragó con fuerza. Si William decidía dejar a Camille... no estaba segura de que su amiga lo superara. Había creído eso antes, cuando no la conocía. Pero sabía que Cam era una guerrera, que vencía los obstáculos, que nunca se rendía. Pero nunca la había visto así, pálida, con los huesos marcados, los pómulos tan pronunciados y con la mirada tan ida. Nunca había pensado que podría perderla desde que la conocía, sabiéndola capaz de vencer todas las pruebas que la vida le pudiese. Camille había sufrido corazones rotos y los había superado... Pero que se le rompiese el alma, que se le destruyese y la vida se le esfumara, que le arrebataran la felicidad, la libertad, que jamás volviese a ver los colores ni la esperanza, eso, estaba segura, jamás lo superaría.

—No lo hará —musitó, dedicándole una sonrisa. Pero un pinchazo en el corazón le indicó que no estaba tan segura.


Camille había ido con Nina hasta la casa de William. Nina no se atrevía a dejarla sola. En cuanto llegaron, ella tocó la puerta con temor y tragando fuerte. El cuerpo le temblaba, los nervios se encontraban a flor de piel y sentía que estaba caminando sobre espinas con los pies descalzos.

La puerta se abrió y William salió de ella. William, que desde que lo conocía nunca había visto unas ojeras pronunciadas en su rostro hasta ahora, William, que lucía cansado y agotado, que el miedo en sus ojos era tan palpable que ella podía sentirlo. William, que desde un principio había actuado como un hombre seguro de sí mismo, sin mostrar vulnerabilidad. Pero este hombre que tenía frente a ella no era ni un reflejo de lo que era antes. Estaba descalzo y le temblaban las manos dentro de los bolsillos de aquel pantalón arrugado. La camisa estaba abierta hasta el tercer botón y sus ojos, los ojos más hermosos que ella jamás había visto, estaban tan rotos que sentía que se cortaba con las piezas el alma y que esta se le desgarraba en dos.

—Yo me voy —susurró Nina, que también había notado el estado de William. Él solo asintió.

—Entra —masculló. Y Camille lo hizo.

Aquella casa que, después de un tiempo, había resultado más acogedora que su hogar, la sintió distante, fría, como nube que se iba, como una botella de agua que no era más que un espejismo en el desierto. Se sintió incómoda de pronto, desnuda ante él, con las dudas quemándole la piel y el corazón.

—Yo...

—¿A qué viniste? —y la aspereza en su voz hizo que Camille se echara para atrás, como si así pudiese protegerse de él, de lo único que la hacía sentir segura en el mundo.

—Me estoy muriendo sin ti.

Aquellas cinco palabras hicieron que Will se retorciera. Parecía que le estuviesen estrujando el alma, haciéndola añicos, destrozando cada parte, cada célula de su cuerpo. Sintió que un calor lo abrumaba de pronto, aquel familiar calor que aparecía cuando ella se hallaba cerca y lo exprimió. No podía, se dijo, tenía que ser firme.

—Camille, no lo hagas.

—¿Qué no haga qué?

—No hagas esto más difícil —murmuró. El mundo lo aplastaba y él no hallaba una salida, no encontraba un camino de regreso.

—William —él apartó la mirada. Ella sintió que las lágrimas la alcanzarían en cualquier momento—. William, no puedo sin ti. Nunca he podido, he... he intentado hacerlo. Sin ti no habrá días, no habrá sol... Por favor, dime que no es lo que creo. Dime que no te irás, que no me dejarás.

—No puedo prometerte eso.

—No lo hagas, entonces. Prométeme que me quieres, eso es suficiente.

William sentía que todo el esfuerzo que estaba haciendo se derrumbaba. El alma se le partía en dos, el corazón ya no palpitaba. En cualquier momento caería, se desplomaría en el suelo y deseaba que fuese para siempre. No soportaría la vida sin ella. No podría respirar sin su motivo.

—Te quiero. Pero no es suficiente —el alma de Camille cayó al suelo con estruendo y el sonido parecía que le zumbaba en los oídos. ¿Cómo podía decir que no era suficiente?

—Lo es para mí. Es suficiente para que pueda ser feliz, para que pueda dormir con calma.

—Camille, basta. No podemos seguir con esto, lo sabes... él te encontrará, no podré vivir con eso. Si algo te pasa, moriría, moriría de solo saber que te han tocado.

—¡No me harán daño si estás conmigo­! No me dejes, maldición, no lo hagas. Crees que es lo mejor, crees que me estás protegiendo. Te culpas a ti mismo de todas las tragedias, ¡y es todo lo contrario! A tu lado no hay dolor, William, a tu lado he descubierto la felicidad —se llevó las manos al rostro, intentando contener las lágrimas. No la dejaría, ella no podría existir en un mundo sin su mirada sobre la de ella, sin sus manos entrelazadas, sin sus besos.

—¡Te harán daño, Camille! No puedo amarte, maldición, ¿no lo entiendes? No puedo amar a nadie. ¡Estoy roto! Solo puedo ofrecerte piezas, no puedo ofrecerte mi corazón. No tengo nada para darte, ¡nada! —Camille había empezado a sudar. William le había gritado que no la amaba... pero no era cierto. Ella lo sabía, lo sentía en su cuerpo, en su alma cuando la tocaba, cuando la miraba. Ella podía sentir el amor que emanaba de él, tan inmenso como la galaxia entera. Él la amaba, no podía mentirle.

—¿No me amas? Mírame a los ojos y dime que no me amas —le pidió con voz rota.

William no tuvo fuerzas para mirarla a los ojos. Las uñas se le clavaban en la piel y quiso sentir dolor. Se lo merecía. Eso era lo único que merecía.

—No te amo.

Ella se acercó a él con lágrimas cayéndole de los ojos por todo el rostro. Estaba destrozada, sumida en la miseria, atosigada por el dolor, envuelta en una pesadilla eterna. Él no pudo soportar tenerla cerca, respirando su aire, sintiendo el aliento de ella sobre su piel. Quiso tomarla de las manos. Quiso amarla para siempre, quiso curar sus heridas, secar sus lágrimas y besarla como si el mundo dependiese de ello.

Pero no podía.

—¡Mírame, joder! Mírame y dime que no lo haces —él la miro. En sus ojos se alzaba un mar sin rumbo, un mar cuyas olas rompían en la orilla. Un mar que nunca más volvería a encontrar el barco que amaba, las estrellas que había deseado tocar.

—No te amo —susurró mirándola a los ojos. La mentira le supo a veneno, su alma, ya de por sí rota, se hundió en el mar para siempre, se ahogaba, se moría lentamente mientras la marea se lo llevaba para siempre.

—No es cierto —murmuró Camille entre sollozos. No quería creerlo, no podía—. Dime que no quieres besarme, dime que estar cerca de mí no enciende las luces que creías apagadas en tu vida. Dime que no me amas y que podrás vivir sin hacerlo. Dime que no extrañarás contarme las estrellas, ¡dime que me has mentido con la mirada y con el cuerpo! Dime que no has sido mío y que no soy tuya. ¡Dímelo, maldita sea!

«No puedo, Dios, no puedo».

Y la besó.

Al principio, Camille no pudo moverse, se hallaba anclada al suelo. Pero entonces, una vez que sintió sus labios sobre los de ella, su piel tocando la suya, se sintió libre, sintió que el oxígeno volvía. Enredó las manos a su cabello, le recorrió cada parte de su rostro, como si pudiese memorizarlo, grabárselo en la mente para siempre, para nunca olvidarlo. Él la tomó por la cintura, luego subió hasta su rostro y le acarició las mejillas mientras la besaba con ansiedad, con fogosidad, necesitando más de ella, necesitando de su piel, de su vivacidad, de cada rincón de su ser del que se había enamorado para toda la vida. Intentó memorizar la suavidad de sus labios, la curva de ellos, los rotos que tenía, cada centímetro de él, porque sabía que ese recuerdo sería lo que lo impulsarían a vivir, sabía que era eso lo que lo haría respirar.

La besó con calma y con pasión al mismo tiempo. Se adentró a su alma por última vez, procurando dejar su huella, su marca, intentando que con este beso ella nunca lo olvidara, que con esta entrega de su ser ella supiese que él le pertenecía, que su alma él la había dejado en sus manos, que cada rincón de su piel tenía escrito su nombre.

Se separó con dolor, sintiéndose miserable, no había podido hacerlo y, con ese beso, le había demostrado que ella tenía razón: la amaba. La amaba hasta el fin del mundo, la amaba porque solo ella podía encontrarle un sentido a su existencia, una razón a su vida, un motivo a su alma. Solo con ella podía pintar a color, sonreír con pureza, solo a su lado podía tocar el violín, a su lado respiraba el mar y las olas, sentía las estrellas y el cielo. Pero nunca volvería a ser así. Y cómo dolía.

—Me amas —murmuró.

—Eso no cambia nada.

—¡Lo cambia todo! —le gritó, tomando sus manos y llevándoselas al rostro. Le suplicó con la mirada. Pero no podía. A su lado ella solo sería infeliz, ellos nunca la dejarían en paz.

—Volverás a amar, Camille. Ya has amado antes.

—Nunca de esta manera —el saber que su padre tenía razón le rompió el corazón aún más. Él la haría feliz, pensó. Eso se obligó a creer.

—¿Lo amaste? —ella abrió los ojos un momento, sin palabras, mientras el nudo en la garganta se hacía más grande.

—¿Quién te lo ha dicho? —indagó con la voz quebrada.

—Eso no importa. Lo amaste —dijo con voz fría apartando la mirada. A ella ya la habían besado, ella ya había sentido esto antes. Ella era su primera vez... y sería la última.

—Si crees que se acerca al menos un poco a lo que sentí por ti, estás más que equivocado. Y si crees que amaré de nuevo solo porque amé anteriormente, estás aún peor. No habrá nadie después de ti, no podré abrir mi corazón a nadie más. Te pertenece, es tuyo... solo tuyo y de nadie más. Por siempre.

Por siempre. Eso terminó de destruirlo. El no podía regarle un para siempre, a su lado no existía la infinidad.

—No digas eso...

—¿Qué?

—No digas para siempre. No existirá... conocerás personas, me superarás.

—¡No te atrevas! No te atrevas a pensar eso... Jamás, William Crawford, volveré a sentir por alguien lo que siento por ti —cerró los ojos con fuerza. El pecho le dolía. Los ojos le ardían cual fuego y él se estaba quemando.

—¡No puedo darte un futuro! El que te ame no te hará feliz. No pararán hasta dar contigo. No pararán hasta destruirme y saben que la única forma de hacerlo es haciéndote daño. Porque si a ti te sucede algo, yo no lo soportaría. Porque saben que te amo lo suficiente para morir por ti si es necesario.

Se dio cuenta de lo que había dicho cuando ya era demasiado tarde. Camille se llevó una mano al pecho. Se le veía lúgubre, cargaba sobre sí misma más peso del que podía soportar.

—Me amas... Yo te amo, Will, podemos con esto.

—Cami... Camille, por favor, no puedo. No puedo perderte.

—Me estás perdiendo. Si te vas, si me dejas, me matarás, ¿no te das cuenta? —la confesión fue un cuchillo que se hundía en su estomago.

Él se sentía igual. Moriría, sin ella, sin su olor, su aroma, su sonrisa, sus ojos, su cabello... extrañaría todo de ella. Los recuerdos serían a lo único a lo que podría aferrarse por las noches. Tendría que cerrar las ventanas, pues las estrellas le recordarían a su mirada. Ella fue un ángel que llegó a su vida; pero él era un demonio. Y los demonios y los ángeles jamás podrían amarse sin salir lastimados.

—Te pertenezco, William. Puedes creer lo que quieras, que te he olvidado, que te he superado, que ya no te amo... pero eso no pasará. Le pertenezco a tus ojos que brillan cuando me ven, a tus manos que encajan con las mías, a tus labios, a tu piel. Tus brazos siempre serán mi hogar. Siempre.

—No digas esa palabra. No cuando no puedo cumplirla.

—¿Esto te hace feliz? Dejarme porque crees que es lo mejor para mí...

—Sebastian te amará, eso... me reconforta —pero no lo hacía en lo absoluto. De solo imaginarla con él, de solo pensarla y saberla lejos lo mataba por dentro sin reparos, le hundía dagas y le abría heridas que nunca curarían.

—No podré estar con Sebastian. No podré estar con nadie más. No le entregaré mi alma a nadie porque ya tiene dueño. Eso sería fallarle a esa persona y fallarme a mí misma —hablaba con tanta firmeza. Y es que ella se sentía así: suya, siempre suya.

—Prométeme que intentarás ser feliz, Camille, prométemelo.

—Sin ti a mi lado, Will, no habrá día en que la felicidad me acompañe.

—Dime que lo intentarás.

Pero Camille sentía que lo perdía demasiado fácil, necesitaba de él, perderlo no solo la devastaría, la convertiría en cenizas, viviría como un zombi, como alguien sin vida, caminaría sin rumbo.

—Mírame —le pidió—. Dime que esto te reconforta. Dime que te hace feliz esta decisión, que te parece justa.

—Haz lo que sea —le dijo—. No cambiaré de opinión. Esto ha terminado —las palabras que salieron de su boca fueron capaces de romper la poca cordura que quedaba en Camille. Estalló en lágrimas y Will odió verla así, destruida por su culpa, por culpa del amor que le tenía.

—¡No me dejes! He sido feliz a tu lado como nunca lo he sido. Sabes lo que he pasado, sabes lo que he sufrido, ¿es que no entiendes, maldita sea, que a tu lado yo caeré en el abismo del que me salvaste? —le gritaba. Will se tensó. Le tomó el rostro con las manos y la obligó a mirarme.

—¡No puedo rescatarte cuando yo mismo estoy hundido! ¿Cómo salvarte si yo no puedo salvarme a mí mismo? Amarte es el error más grande que he cometido en mi vida.

—¡Amarte ha sido lo único bueno que he hecho en la mía! —William se alejó, volteándose. No podía mirarla, le dolía demasiado. No podía verla a los ojos, sentirla tan cerca y no poder besarla ni sentirla. Una lágrima cayó por su rostro y se estremeció: comenzaba el infierno de su vida.

—No me digas eso... no nos destruyas más.

Sintió pánico de pronto. Tenerla cerca bajaba sus defensas, solo quería sentirla, tocarla, aspirar su aroma y desnudarla con la mirada. Mientras más tiempo pasaba cerca de ella, más sentía que en cualquier momento lo arruinaría todo, y no podía. Se volteó y cuando sus ojos se encontraron, sintió que algo en su interior explotaba, sintió, por un momento, que el amor que sentían sería suficiente para salvarlos a ambos. Pero no era así.

—Vete, Camille.

Camille sintió que las piernas no aguantaban más. Cayó al suelo de rodillas y el dolor que sintió no fue nada comparado a lo que en su interior sentía.

—No me pidas eso...

—¡Vete! —le gritó. Ella se levantó con pesadez, doliéndole cada milímetro de su ser. ¿Por qué tenía que doler de esta manera? Ya no lloraba, pero en sus ojos el dolor que se alzaba era tan infinito como los mares, tan eterno como las pesadillas que a partir de ese día tendría.

Fue hacia la puerta. No había nada más que hacer, él estaba decidido, por más que la amara, por más que en sus ojos ella había visto las galaxias, el amor no dicho y las palabras no profesadas. Él creía que estaba haciendo lo correcto, que así evitaría que la mataran, ¿no se daba cuenta de que así también moriría?

—Te amo —susurró—. Aunque eso no cambie nada.

«Yo más. Te amo tanto como el sol brilla, te amo tanto como estrellas hay en el cielo. Te amo como la infinidad del mar y del cielo. Por eso debo hacerlo. Aunque esto nos mate a ambos; debo hacerlo».

—Tienes razón, eso no cambia nada.

Y lo último que escuchó William luego de que se cerrara la puerta fueron sus piernas chocar contra el suelo. Se tumbó en él, tomando el cabello entre sus manos. Se clavó las uñas en los brazos, se mordió el labio hasta hacerlo sangrar. El dolor físico no importaba. Se estaba muriendo, lo sentía.

Todo se volvió negro, la catástrofe llegaba, el caos ya no se avecinaba: estaba allí, acompañándolo. Golpeó el piso una y otra vez, mientras las lágrimas caían. De pronto, se incorporó de golpe. Empezó a tirar todo a su paso: los jarrones, los portarretratos, los papeles... Necesitaba calmar lo que sentía, necesitaba apagarlo, apaciguarlo.

—¡Maldita sea! —gritó mientras seguía rompiendo todo a su paso. Caminaba sobre agujas, se desangraba, al menos así se sentía.

Subió las escaleras a toda velocidad y abrió la puerta. Su museo de arte personal estaba intacto. Se desplomó junto a un retrato que le había hecho: pensaba regalárselo pronto, pero ahora eso jamás pasaría. Jamás; Dios, cuánto dolía.

Lo tomó en sus brazos con violencia. Lo abrazó tan fuerte que temió que pudiese romperlo. Se aferró a él como si fuese lo único que le quedase en la vida. Y quizá, así era.

—Te amo, maldición —murmuró entre sollozos—. Y esto es lo único de ti que me queda. Lo único que tendré para siempre.

Lo abrazó con fiereza. Deseó no amarla, deseó no haberla conocido nunca, cuidarla desde el principio, jamás haberse enamorado de ella... No, no se arrepentía de ello, aunque quería hacerlo, quizá eso lo hiciese sentir menos culpable.

Amarte es lo único bueno que he hecho en la mía, le había dicho.

«Amarte me devolvió la vida. Y será el amor que siento por ti lo que me mantendrá con vida mientras no estás».

Y entonces, sin saber muy bien cómo, se quedó dormido acurrado junto al cuadro de su único amor. Las pesadillas llegaron, pesadillas donde ella se iba, donde estaba cerca de ella y, al intentar tomar su mano, desaparecía. Pesadillas donde gritaba su nombre, donde ella corría de él, pesadillas en las que era feliz con alguien más. No moriría, pensó.

Ya estaba muriendo.


—¿Camille? —Nina la había ido a buscar en casa de William. No volvería a dejarla sola nunca más—. ¿Camille?

—¿Mm?

—¿Estás bien?

—¿Te parece que estoy bien, Nina? ¿Te parece que algo de lo que me ha dicho William me ha hecho sentir mejor? ¡Estoy destruida, destrozada! —le temblaban las manos, aún queriendo ocultarlo. Nina se mordió el labio por dentro y sintió la impotencia invadirla.

—¿Qué te ha dicho?

—¡No hablaré de eso ahora! No quiero... no puedo —apartó la mirada. El rostro se l humedeció y se llevó las manos a este, limpiándose rápidamente.

—Bien. Entiendo que no quieras hablar de eso... pero, Cam, no puedes desvanecer. Tienes que luchar, sé cómo te veía William, como si fueses la única estrella que brilla en el cielo, su brújula, te veía como si fueses su vida. —Eso no la hacía sentir mejor en lo absoluto, de hecho, saber que la amaba y que lo hacía por cuidarla terminó por destrozarla aún más. ¿Cómo superarlo si la había dejado amándola? ¿Cómo olvidarlo, cómo vislumbrar una vida sin él cuando sabía que él debía estar sintiéndose de igual manera? Increíblemente, saber las razones por las que la había dejado, solo le hacían amarle más.

—Basta, Nina —Nina agachó la mirada, pero no podía dejar de darle vueltas, no podía dejar de pensar que su amiga solo se merecía la felicidad y, cuando creía que al fin la había encontrado, se desvanecía de sus manos como arena.

—El amor siempre gana —le dijo—. Y más si es un amor como el suyo. Demasiado vital, demasiado infinito... es indestructible, sé que hallarán una solución —concluyó.

—Solo espero que, para ese momento, no nos haya destruido a ambos.


—¿Cam? —se removió entre las sábanas. Camille estaba despierta, como siempre. No dormía, si cerraba los ojos... estaba él. Si soñaba lo veía, y luego, al despertar, el saberlo lejos, la destrozaba, la hacía pedazos. Se despertaba gritando, sudando, y Nina tenía que calmarla, poco a poco. Lo veía en cada paso que daba, en cada latido de su corazón—. Cam, es urgente.

—¿Qué pasó? —por primera vez en esa semana, Camille había demostrado una emoción que no fuese dolor.

—Tengo que irme. Me necesitan en casa.

Camille se incorporó de golpe.

—No puedes dejarme... —comenzó. Nina se apresuró a calmarla.

—Respira. Puedes venir conmigo un tiempo, te quedarás en casa mientras yo arreglo unos asuntos... —pero Camille conocía a su mejor amiga. Sabía que había algo más, algo entre líneas, algo que no le estaba diciendo.

—¿Qué asuntos, Nina? —Nina titubeó. No sabía si decírselo, ¿no le parecía que ya había tenido suficiente?

—Camille...

—No evadas mi pregunta. He sido clara. Quiero que me digas qué asuntos.

—Es... Sebastian, Cam, solo... solo le queda una semana, al parecer. Él pidió irse a casa, dijo que de todas formas moriría, así que prefería morir en un lugar donde se sintiese seguro, donde el calor entrase por la ventana y él pudiese sentirse libre, al menos una última vez.

Camille se sintió mareada. Sebastian moría, probablemente, en una semana. Ella se lo debía, se dijo a sí misma, él la había rescatado, la había salvado, al menos lo suficiente para mantenerla a flote durante unos años. Se lo debía.

Sin embargo, de solo pensar que eso implicaba alejarse de Will... Dios, no podía, sentiría que eso acabaría con ella, eso terminaría por destruirla por completo, no lo aguantaría, el dolor sería demasiado grande, sentir la distancia sería devastador, aplastante. Al menos eso la impulsaba. Saber que él estaba allí, apenas a unas cuantas calles. Lo sentía en el alma, en el corazón. Este martilleo, esas punzadas, los pinchazos, el cosquilleo... Todo le recordaba a él, lo sentía en todo el cuerpo, tatuado permanente en su sangre, envuelto en las venas, tallado en su cuerpo.

No dormía, no comía y, si lo hacía, vomitaba. No soportaba la comida. Lo extrañaba, la ausencia la estaba carcomiendo, la lejanía, matándola. Sin embargo, se lo debía. Al menos debía agradecerle lo que hizo por ella, debía darle las gracias por querer protegerla.

Protegerla. Y los recuerdos la abrumaron tanto que se estrujó el corazón.

¿Cómo podía volver a amar si ese hombre nunca saldría de su corazón? ¿Cómo podía volver a sentir algo por alguien, si a su lado dejó toda su alma? Solo podría ofrecer fragmentos, pero nada más. Ella le pertenecía, como la lluvia al sol, como el sol a la luna y la luna a la tierra. Pero esa precisamente: la imposibilidad de lo que pudo haber sido, la infinidad del dolor por lo que no será.

Lo amaba tanto... y dolía de igual manera.

Sin embargo, sabía que debía hacer lo correcto: despedirse, una vez más, de alguien que la amó o incluso quizá siga amando. Debía hacerlo porque su corazón había sido tan bueno para querer que lo odiara, con tal de así provocarle menos dolor su partida.

Si supiera que no puedo odiarlo. Si supiera que en mi alma no cabe más amor, así no sea para él... Si supiera que yo también estoy muriendo.

Por ello, se dijo que debía hacer lo correcto.

—Nina, quiero ir. Creo que... se merece una despedida y un agradecimiento —Nina solo asintió.

A un lado de su habitación, aquel cuadro de ella que él le había pintado la llenó de dolor. Sintió fatiga, pero no se inmutó. Se lo había hecho con tanto amor, con tanto esfuerzo y dedicación; había pintado cada rincón de su alma, cada parte de su cuerpo. Saber que jamás volvería a pintarla...

«Me pediste que lo intentara. Pero... ¿cómo hacerlo? ¿Cómo ser feliz sin ti? ¿Cómo apartarte de mi piel, cómo arrancarte de mi alma? Dios, William Crawford, te amo más que a mi propia vida. ¿Cómo vivir sin ti, lo único que me la devolvía? ».

Devuelves a mi vida los motivos.

«¿Cómo podríamos vivir el uno sin el otro? ».

Cerró los ojos, abrazándose con fuerza, intentando juntar las pizas rotas, pero no pudo. Jamás podría. Solo podría William, y él no estaba. Jamás lo estaría.

«No podríamos», se respondió a sí misma. «Nunca podremos. Esto terminará por matarnos a ambos».

Y Camille se aferró a sus recuerdos. Sería lo único de él que tendría en mucho tiempo. Se rogó porque ese tiempo no fuese toda la vida.

🍂
Yo lloré escribiéndolo. Sé que había dicho que subiría el domingo pero... ya necesitaba que lo leyeran. Los amo muchísimo, quiero que lo sepan. Les agradezco tanto amor y cariño a esta historia que poco a poco va subiendo y tomando fuerza.
Espero recibir sus votos y comentarios; son muy importantes para mí.
La próxima semana comienzo clases, debido a eso, ya no podré subir dos capítulos por semana, sino uno. Y quizá ya no sean todos los domingos, sino los sábados. De todas formas, estaré avisándoles.
Los quiero. Y odio que sufran (aunque no me crean).
Con amor, Vic. 🥀

Continue Reading

You'll Also Like

1.4M 100K 80
Becky tiene 23 años y una hija de 4 años que fue diagnosticada con leucemia, para salvar la vida de su hija ella decide vender su cuerpo en un club...
965K 156K 151
4 volúmenes + 1 extra (+19) Autor: 상승대대 Fui poseído por el villano que muere mientras atormenta al protagonista en la novela Omegaverse. ¡Y eso justo...
622K 26.8K 46
¿Como algo que era incorrecto, algo que estaba mal podía sentirse tan bien? sabíamos que era un error, pero no podíamos estar sin el otro, no podíamo...