MAGNATE © ¡A la venta en Amaz...

Galing kay Itssamleon

25.6M 1.9M 949K

EN FÍSICO Y DIGITAL A TRAVÉS DE AMAZON. • Esta historia está disponible como audiolibro en Audible Español. ... Higit pa

MAGNATE
ADVERTENCIA
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
EPÍLOGO
EXTRA
Agradecimientos
¡Sigue leyendo!...
¡NOTICIA IMPORTANTE!
¡Audiolibro de Magnate!

Capítulo 7

544K 47.7K 23.9K
Galing kay Itssamleon



Estoy furiosa. Todo mi cuerpo tiembla debido a la ira que se cuece en mi interior a toda velocidad. Mis puños están cerrados con fuerza, mi mandíbula está tan apretada, que mis dientes duelen; mi pulso late con violencia detrás de mis orejas y punza en mis sienes, haciéndome imposible concentrarme en otra cosa que no sea la ira que hierve en mi interior.

Una retahíla de pensamientos oscuros se entreteje en mi cabeza mientras camino a toda velocidad a través del corredor principal del edificio de Grupo Avallone.

No dejo de avanzar cuando el tipo de la recepción me llama en voz de mando y me pide que me detenga. Tampoco lo hago cuando un par de mujeres enfundadas en faldas de tubo y sacos de vestir tratan de interponerse en mi camino. Todo el mundo está mirándome para ese momento, pero a mí no podría importarme menos. Estoy tan furiosa, que todo me da igual ahora mismo.


Un oficial de seguridad ha tratado de detenerme, pero me he deshecho de su agarre de un tirón brusco antes de seguir andando a paso decidido hacia los ascensores del lugar. Una vez dentro del cubículo diminuto, comienzo a ordenar mis ideas.

Inhalo profundo y exhalo al cabo de unos segundos conteniendo la respiración, en un débil intento por calmarme. Trato, desesperadamente, de controlar la ira irrefrenable que amenaza con hacerme estallar y me concentro en el número de pisos que recorre la caja de carga en la que me encuentro.

Una vez en el piso indicado, bajo y giro a la derecha para toparme de frente con el escritorio de la secretaria de Gael Avallone.

La mujer detrás de la mesa se pone de pie en el instante en el que aparezco en la estancia y luce tan sorprendida como aturdida.

—Señorita Herrán, qué sorpresa tenerla... —comienza, pero ni siquiera me molesto en detenerme a escuchar lo que tiene qué decir. Me dirijo hacia las enormes puertas dobles que dan a la oficina del imbécil que se empeña en hacerme la vida imposible.

—¡Señorita Herrán, espere!, ¡el señor Avallone...! —la secretaria habla a mis espaldas, pero yo ya tengo las manos puestas en la madera fina de la entrada. Entonces, de un empujón, me introduzco en la espaciosa oficina. Hay dos hombres en la estancia. Uno de ellos, es un tipo que bien podría ser mi abuelo. El otro de ellos, es el idiota de Gael.

Ambos me miran. Ambos sostienen una copa entre los dedos. Ambos lucen fuera de balance durante unos segundos; sin embargo, el magnate es el primero en salir de su estupor.

—¿Sí? —dice, con aire ausente y despreocupado. Como si realmente no supiera cuál es el motivo por el cuál he venido.

«Hijo de puta, imbécil, malnacido, poco hombre...»

Mis ojos viajan una vez más hasta el hombre de cabellos blancos como la nieve y aspecto severo que lo acompaña y me obligo a erguir mi espalda como acto reflejo al bonito traje que lleva puesto.

¿A él no le importa preguntarme qué ocurre delante de ese hombre?... Bien. A mí tampoco me importa decírselo y que todo el mundo se entere.

—Haz que se detenga —digo, con una determinación que suena tan férrea, que me sorprendo a mí misma.

Las cejas de Gael se disparan al cielo.

—Estoy ocupado —dice, con gesto severo. La advertencia que veo en su expresión me hace querer gritar.

—Haz que se detenga —repito, sin importarme en lo más mínimo que esté con alguien.

—¿Qué se supone que debo hacer que se detenga? —su cabeza se inclina ligeramente, en un gesto que me hace querer estrellar mi puño en su rostro.

—¡Los rumores! —escupo con brusquedad—. ¡Las fotografías! ¡El maldito acoso de la prensa! —sacudo la cabeza en una negativa furiosa—. ¡Haz que se detenga!

Acto seguido, rebusco en mi mochila la revista que le quité a Fernanda esta mañana. Esa en la que se habla acerca de cómo Gael Avallone, el importante hombre de negocios, fue visto y fotografiado en un McDonald's comiendo con una chica mucho más joven que él. Esa en la que se especula que este tipo y yo tenemos algo.

—No sé de qué estás hablando, Tamara —una sonrisa socarrona se desliza en sus labios y una punzada de ira me recorre de pies a cabeza—, y, francamente, no tengo tiempo para esto. Ya te lo dije: estoy ocupado —como si no fuese obvio, señala al hombre que tiene enfrente y el coraje incrementa otro poco.

Avanzo hacia él lo más rápido. No puedo contenerme. No puedo aminorar el temblor enfurecido de mi cuerpo, ni la ansiedad y la impotencia que corren por mis venas ahora mismo.

—¡No trates de verme la cara de idiota! ¡Sabes perfectamente de qué estoy hablando!

La mirada de Gael se posa en el hombre de cabello blanco durante unos segundos antes de que se encoja de hombros, en un gesto que denota disculpa y confusión.

—Si tienes algo qué discutir conmigo, haz una cita con mi secretaria. Trataré de atenderte antes de que termine el mes. Ahora si me disculpas tengo que...

Estrello la revista abierta en su pecho y la fuerza del impacto le hace dar un pequeño paso hacia atrás. Ni siquiera me di cuenta de en qué momento llegué a estar tan cerca de él.

—¡Arregla esto ahora mismo! —exijo. Soy consciente de que sueno como una chiquilla malcriada, pero no me importa. No cuando he sido abordada y señalada por decenas de personas. No cuando todo el mundo en la universidad piensa que soy una interesada que lo único que quiere, es sacar provecho de la fortuna de este hombre.

Las manos de Gael toman la revista que aún aprieto contra su costosa camisa y revisa la página con un interés casi nulo. Bien podría estar observando una roca en lugar de un reportaje acerca de él, teniendo un romance con una chica que bien podría ser su hermana menor.

—¿Qué se supone que esperas que haga, Tamara? —el humor se filtra en su tono y mi coraje aumenta otro poco—. De verdad, no tengo tiempo de atenderte ahora mismo. Deja de comportarte como si tuvieses doce años. Estoy ocupado. Si tanto te interesa desmentir esto, da una entrevista. Deslíndate de mí por completo.

Una carcajada amarga se me escapa.

—¡Eres un hijo de puta! —espeto, al tiempo que lo golpeo en el pecho con un puño—. ¡Sabes perfectamente que esto no va a detenerse así! ¡Tú hiciste esto! ¡¿Qué demonios quieres de mí?!

—Gael... —el acompañante del magnate interviene. Suena impaciente y molesto. Suena como si estuviese advirtiéndole que, si no detiene esto pronto, va a haber problemas. Graves problemas...

En ese momento, las manos del magnate se apoderan de mis muñecas de un movimiento rápido y firme, y las aprieta con tanta fuerza, que duele; sin embargo, antes de que pueda protestar, me mira con una dureza que me eriza los vellos de la nuca.

Algo denso y oscuro se apodera de sus ojos en ese momento y un destello de pánico me atraviesa de lado a lado.

—Ya basta, Tamara. Si no te relajas y vas allá afuera, llamaré a seguridad —sisea en una voz que apenas puedo reconocer como suya. Es hasta este momento, que una parte de sus verdaderas emociones queda expuesta ante mí. Es hasta este momento, que la máscara de serenidad y socarronería desaparece para dejar expuesto lo iracundo que se encuentra—. ¿Qué clase de chiste crees que soy? —sacude la cabeza en una negativa—. No puedes venir a armar escenas a mi oficina. ¿Quién cojones crees que eres?

Me deshago de su agarre con tanta brusquedad, que doy un par de pasos para estabilizarme.

La mirada del hombre de cabellos castaños está fija mí, y la repulsa que veo en su expresión hace que un destello de vergüenza se filtre en el mar de coraje y furia en el que estoy ahogándome.

—¡Camila! —llama a su secretaria en voz de mando y esta aparece en el umbral de la puerta a los pocos segundos.

—¿Sí? —la mujer de cabellos rubios luce horrorizada y apenada hasta la mierda.

—Acompaña a la señorita a la salida, por favor —el sonido frío de su voz solo hace que mi frustración se incremente—. Pídele un taxi y asegúrate de que se marche a casa.

Un nudo de pura desesperación se instala en mi garganta.

—No voy a irme hasta que arregles esto —refuto, a pesar de que estoy a punto de darme por vencida. A pesar de que que estoy haciendo el ridículo.

Los impresionantes ojos ambarinos de Gael se clavan en mí y noto cómo un destello furioso surca su expresión.

—Entonces ve afuera y espera a que termine con todos mis pendientes —su tono de voz es plano en su totalidad. La máscara ha regresado.

Mis puños se aprietan con fuerza y la vergüenza quema en mi torrente sanguíneo; sin embargo, me las arreglo para asentir y salir de la estancia.


Una vez afuera, las puertas de la gran oficina son cerradas y yo soy instalada por la secretaria en uno de los grandes sillones de la recepción. La mujer no dice nada respecto a mi abrupta aparición. Tampoco habla acerca del escándalo que acabo de hacer. No hace nada más que sentarse detrás de su escritorio a responder llamadas, atender las peticiones del hombre de negocios para el que trabaja y teclear con rapidez en su computadora.

Yo me limito a quedarme aquí, quieta, con la mirada clavada en el suelo y el peso de mis actos asentándose en mis huesos.


Conforme más tiempo pasa, más convencida estoy de que acabo de cometer la estupidez más grande de mi vida. Conforme la ira y el enojo se reducen, más convencida estoy de que he hecho el ridículo delante del hombre más rico del país. De que me he dejado ver como una loca maníaca que no puede controlarse cuando está furiosa.

Me he comportado como una niña mimada que no es capaz de controlarse en una rabieta y, además, he arruinado la reunión de negocios de Gael Avallone.

«Eres una estúpida, Tamara. Has cruzado la línea. Has ido demasiado lejos...» Me reprimo a mí misma y cierro los ojos con fuerza.

Quiero gritar de la frustración. Quiero cavar un agujero en la tierra y meterme en él hasta que los gusanos me coman viva...


No sé cuánto tiempo pasa antes de que el hombre que acompañaba al magnate salga, pero sé que ha sido demasiado. He estado tanto tiempo aquí sentada, que mis muslos han comenzado a entumecerse.

Cuando el hombre de edad avanzada sale de la oficina, lo hace solo, sin el acompañamiento de Gael, y ni siquiera mira en dirección a la secretaria o mía cuando pasa por la recepción. Se limita a avanzar hasta el ascensor con aire arrogante y soberbio.

Para ese momento, yo estoy deseando marcharme también. De pronto, haber venido aquí se siente como la peor de todas las ideas que he tenido jamás. De pronto, haber reaccionado como lo hice, se siente como una exageración total...

Cierro los ojos y bajo la cabeza, con aire derrotado.

—Tamara —la voz ronca, profunda y aterciopelada de Gael me saca de mi estupor y me hace alzar la vista para encontrarme con la visión de su elegante anatomía de pie en la entrada a su oficina. Su gesto es severo y molesto.

No dice nada. No hace nada más que hacer un gesto de cabeza en dirección al interior de la estancia privada en la que él trabaja. Entonces, sin esperar por una respuesta mía, se adentra y me deja ahí, en medio de la recepción, con la vista clavada en las puertas y el corazón latiéndome a toda velocidad.

Me pongo de pie.

Durante unos instantes, considero la posibilidad de encaminarme hasta el ascensor para marcharme, pero la sola idea de mostrarme así de cobarde, me es inconcebible. Así que, a pesar de las inmensas ganas que tengo de irme, avanzo hacia la oficina del magnate.


—Cierra la puerta, Tamara —Gael habla, en el instante en el que pongo un pie dentro de la habitación.

Yo, sin embargo, no puedo hacer otra cosa más que mirarle como una idiota. No puedo hacer nada más que contemplar su figura delgada y alta, recargada de manera descuidada y elegante sobre su enorme escritorio.

Lleva puesto un traje color negro que ha combinado a la perfección con una camisa blanca y una corbata color vino. Su cabello —normalmente estilizado a la perfección— luce un poco desordenado —como si hubiese estado pasando sus manos entre las hebras castañas en repetidas ocasiones—, y su mandíbula está cubierta por una fina capa de vello facial.

El aspecto descuidado, aunado a su elegante postura y su gesto enojado, le dan un aire salvaje. Fresco. Joven...

Luce un poco menos como un hombre de negocios y más como el tipo de hombre que podría volverme loca si no tengo el cuidado suficiente.


La mirada pesada y densa de Gael envía un escalofrío. No se necesita tener más de media neurona para darse cuenta de que está furioso y que ese gesto impasible que tiene pintado, no es más que una pantalla para ocultar lo que realmente siente.

—¿Tamara? —el sonido de su voz es calculado, frío y carente de emociones—. Cierra la puerta.

La petición suena más como una orden que como otra cosa y, muy en contra de las ganas que tengo de no obedecerla, me encamino hacia la madera de la entrada y cierro con todo el cuidado que puedo imprimir. Se siente como si la poca paciencia que el magnate tiene, pudiese esfumarse con el sonido brusco de la puerta siendo cerrada con más fuerza de la debida.

En el proceso, considero la posibilidad de salir corriendo y no volver a poner un pie aquí nunca más; sin embargo, la parte de mí que es orgullosa y testaruda, me exige que me quede a enfrentar las consecuencias de la metida de pata tan grande que acabo de cometer.

Trago duro.


Mi cuerpo gira sobre su eje con lentitud y, a pesar de que el corazón me late a toda velocidad, me las arreglo para lucir serena y tranquila mientras que lo encaro.

—¿Tienes una idea de quién era el hombre que estaba aquí dentro hace unos minutos, Tamara? —Gael rompe el silencio tenso y tirante en el que se ha sumido la estancia.

No respondo.

—Era mi padre —el magnate continúa—. Era el hombre que construyó este emporio y se encargó de posicionarlo en el lugar en el que está —se aparta del lugar en el que se había recargado y da un paso lento y deliberado en mi dirección—. Tienes suerte de que fue él y no algún accionista. No tienes una idea de cuán afortunada eres, Tamara Herrán, porque si me hubieses arruinado algún negocio importante, ten por seguro que te habría hecho la vida un maldito infierno.

Mi mirada viaja al suelo de la estancia y la vergüenza quema en mi torrente sanguíneo. No sé qué decir. En realidad, sé que no hay nada que decir en estos momentos. No hay justificación alguna que valga.

—¿Qué te hace pensar que puedes venir a mi oficina a armar un zafarrancho? ¿Qué te hace pensar que voy a tolerar un comportamiento tan infantil y ridículo como ese? —espeta y mis ojos se cierran con fuerza en ese momento. El tono de su voz se eleva con cada palabra que pronuncia—. No sabes cuán decepcionado estoy de ti en estos momentos. Jamás creí que una mente tan brillante como la tuya maquinaría algo como lo que hiciste. ¿En qué coño pensabas?

Mis ojos se posan en los suyos, pero no dice nada más. Nos quedamos en silencio un largo momento.

—¿Terminaste? —digo, al cabo de unos tensos instantes, con la voz enronquecida por las emociones.

Gael niega con la cabeza, en un gesto incrédulo.

—¿Qué haces aquí, Tamara?

—Tú lo sabes mejor que nadie —digo. Mi voz suena monótona y plana. Un claro contraste con la revolución que tengo dentro.

—Por supuesto que no lo sé. No tengo una puta idea de qué cojones es lo que está pasando.

—¿Es que crees que soy idiota? —mi ceño se frunce ligeramente—. Has mantenido tu vida personal fuera del radar de los programas y revistas de espectáculos durante años. Tienes tan manipulada a la prensa, que nadie se atreve a tocar el tema de tu vida privada —sacudo la cabeza en una negativa furiosa—. Qué casualidad que ahora, misteriosamente y de la noche a la mañana, alguien intentó desafiarte. Qué jodida casualidad que, a pesar de que ha pasado ya tanto tiempo desde el incidente del McDonald's, apenas se ha vuelto noticia.

—¿Estás insinuando que yo permití que esa información se filtrara? —las cejas del hombre delante de mí se alzan con condescendencia.

—Estoy insinuando que tú pediste que esa maldita nota se publicara.

—¿Con qué jodido objeto querría yo que se inventara algo así?

—No lo sé. Dímelo tú.

Una risa corta y carente de humor se le escapa, al tiempo que se cruza de brazos.

—Esas historias que escribes se te han empezado a subir a la cabeza. Yo no ordené absolutamente nada.

—¿Entonces por qué diablos no lo has desmentido, como todo lo que se publica respecto a tu vida privada? ¿Por qué demonios está en todos lados?

—Porque no me interesa desmentirlo —se encoge de hombros—. Tengo mejores cosas que hacer que preocuparme por lo que un montón de revistas amarillistas tengan qué decir acerca de mi vida personal.

—¡Por supuesto que te importa! —el tono de mi voz se eleva, de pronto—. ¡Me prohibiste tajantemente escribir acerca de tu vida personal en tu jodido libro autobiográfico! ¿Ahora resulta que no te importa lo que la prensa diga acerca de eso? ¿De verdad crees que soy así de estúpida?

Un brillo extraño se apodera de la mirada del magnate, pero no dice nada. Se limita a estudiarme a detalle mientras que frota sus labios con el dedo índice de su mano derecha.


—Yo no lo hice —dice, al cabo de un largo momento—. Yo no ordené que publicasen nada.

—Pero no has cortado de tajo con el rumor —reprocho—. ¿Tienes una idea de la cantidad de mierda con la que tengo que lidiar por tu culpa, Gael? —no me pasa desapercibida la forma en la que memira cuando digo su nombre en voz alta —. ¡Dios!, ¿sabes con cuántas personas he estado a punto de llegar a los golpes por esto? —niego con la cabeza—. Siempre me ha importado una mierda lo que la gente piensa de mí, pero tampoco puedo bajar la cabeza cada que alguien me llama «zorra interesada». Así que, por favor, si no provocaste esto..., si de verdad tú no has tenido absolutamente nada que ver con todo este circo, te pido que lo termines.

—¿Y qué carajo gano yo si lo detengo, Tamara? —Gael suena aburrido y desinteresado.

Aprieto la mandíbula con fuerza.

Por favor... —el tono suplicante que hay en mi voz, me hace querer golpearme contra la pared con toda la fuerza que poseo.

Un suspiro largo y pesado se escapa de los labios del magnate y la vergüenza incrementa.

—De acuerdo —asiente—. Voy a detenerlo todo —dice, y el alivio me invade en oleadas grandes—, pero vas a tener que darme algo a cambio.

Y así, tan pronto como llega, la tranquilidad se marcha. De pronto, mi corazón da un vuelco violento y toda la sangre de mi cuerpo se agolpa en mis pies.

— ¿Qué cosa? —Sueno cautelosa. A la defensiva...

En ese momento, Gael Avallone entorna los ojos en mi dirección y, durante una fracción de segundo, me parece haber visto el asomo de una sonrisa en las comisuras de sus labios.

—Vas a tener que escribir la biografía.

—De ninguna manera.

—Entonces olvídate de mi ayuda —resuelve.

Una punzada de coraje me recorre de pies a cabeza.

—No pienso caer en tu juego.

Una sonrisa lenta, perezosa y torcida se dibuja en sus labios.

—Estás jugando desde hace mucho, Tamara —su sonrisa se ensancha un poco—. ¿Lo tomas o lo dejas?

Aprieto los puños.

El coraje pronto se transforma en frustración e indignación, y las ganas que tengo de marcharme aumentan considerablemente.

Todo esto estaba planeado. Fue calculado por este hombre para hacerme caer dentro de su trampa y obligarme a escribir su dichoso libro.

Me siento traicionada, frustrada y timada por completo y sé que, si no acepto, la pesadilla solo va a convertirse en algo peor. En algo inconcebible...

—Eres un hijo de puta.

La sonrisa de Gael es tan grande ahora, que muestra sus perfectos dientes.

—No, Tamara —me guiña un ojo—. Soy un hombre de negocios. ¿Aceptas, entonces?

Desvío la mirada.

Una parte de mí grita que debo imponer mi orgullo y decirle que se vaya a la mierda, pero otra, esa que está harta de la atención que el magnate ha puesto en mí, no deja de decirme que acabe con todo y acceda a lo que me pide. No deja de decirme que tanta atención va a hacer que todo lo ocurrido antes salga a la superficie de nuevo. Que alguien, en el afán de conseguir algo de información respecto a mí, va a comenzar a indagar en mi pasado si no hago algo pronto, y que podrían llegar a revivir eso que tanto quiero enterrar...

Cierro los ojos con fuerza y tomo una inspiración profunda.

Pánico crudo y puro se apodera de mí en cuestión de segundos, pero me las arreglo para mantenerlo a raya mientras que encaro a Gael Avallone una vez más.

—No vas a volver a meterte en mi vida personal —suelto, con brusquedad.

Él asiente.

—Nunca más.

—Tampoco vas a decirme qué puedo y qué no puedo escribir.

La vacilación en su rostro envía una punzada de satisfacción por todo mi cuerpo.

—Lo discutiremos después.

—Vas a dedicarme cuánto tiempo te pida.

—Soy un hombre ocupado, Tamara. No puedo recibirte a todas horas.

—Por teléfono bastará.

Asiente.

—Hecho.

—Mañana mismo estará todo el asunto de la prensa resuelto, o si no, no hay trato alguno —sentencio y el gesto de Gael se torna más divertido que nunca.

—Cuenta con ello.

—Bien —suelto, con brusquedad.

—Bien —asiente, pero no deja de sonreír.

—Me marcho, entonces.

—Nos vemos pronto, Tamara —Gael asiente, sin dejar de mirarme como si fuese la criatura más extraña y fascinante del mundo.

—No te emociones demasiado al respecto —mascullo—. Primero tienes qué desmentirlo todo.

Gael rueda los ojos al cielo.

—Vete a casa y descansa —dice—. Mañana mismo estará todo arreglado.

Entonces, sin decir nada más, giro sobre mi eje y me encamino hasta la salida.

Ipagpatuloy ang Pagbabasa

Magugustuhan mo rin

2.4K 271 6
Cuando una mentira se repite muchas veces, se transforma en verdad. Y Lars Ulrich sabe muy bien eso.
933 153 24
La venganza de una bruja, un incendio inesperado, la santa inquisición. ¿Qué tienen en común estas tres cosas? Unos ojos amarillos, un hombre misteri...
41.9K 5K 29
Karla Martinez hace una apuesta con su mejor amiga para ver quien se acuesta con Cristóbal Craft, nieto de la leyenda súper estrella del baloncesto C...
949K 153K 151
4 volúmenes + 1 extra (+19) Autor: 상승대대 Fui poseído por el villano que muere mientras atormenta al protagonista en la novela Omegaverse. ¡Y eso justo...