Capítulo 28

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En el instante en el que el sonido de la puerta siendo llamada desde el exterior del apartamento me llena los oídos, algo dentro de mí se enciende. Algo dentro de mí parece accionarse y disparar una decena de emociones a todo mi cuerpo.

Ansiedad, nerviosismo, emoción... Todo se me amontona en el pecho y me hace imposible hacer otra cosa más que tratar de asimilarlo.

que la persona que se encuentra del otro lado es Gael. que es la única persona a esta hora que podría estar llamando a la puerta y, a pesar de eso, no me muevo de donde me encuentro. No me levanto del sillón en el que me he instalado a esperarlo, porque la sola idea de hablar con él respecto a lo ocurrido con su padre, es tan abrumadora como intimidatoria.

«¡Vamos! ¡Abre la puerta! ¡Acaba con esto de una vez por todas!» Me urge la vocecilla insidiosa en mi cabeza y, a pesar de que mi cuerpo —agarrotado por la tensión nerviosa y los pensamientos tortuosos— se niega a escucharla, me obligo a hacerlo. Me obligo a obedecerla y ponerme de pie para abrirle.

Mi pulso golpea con fuerza detrás de mis orejas, mis manos se sienten temblorosas y el ardor que tengo en la boca del estómago —y que es provocado por el nerviosismo— se intensifica. Es por eso que, a pesar de que ya he acortado la distancia entre la salida del apartamento y yo, me quedo quieta. Me quedo inmóvil para tomar un par de inspiraciones profundas y tratar de calmar la revolución que llevo dentro.

Abro la puerta.

La imagen que me recibe es tan abrumadora como tranquilizadora y, a pesar de que no quiero hacerlo, me tomo mi tiempo absorbiéndola. Me tomo mi tiempo admirándola porque es digna de que lo haga...

Gael Avallone viste uno de sus trajes caros en color azul marino; lleva una corbata color vino y una camisa blanca. Su cabello —el cual había comenzado a acostumbrarme a mirar desaliñado y deshecho— está perfectamente estilizado ahora y la barba —esa que ha comenzado a dejarse de unas semanas para acá— la lleva recortada y definida a la perfección.

La postura desgarbada de su cuerpo —manos en los bolsillos y hombros ligeramente caídos hacia adelante— es un claro contraste con su vestimenta rígida y elegante y luce tan bien... Luce tan atractivo, que no sé qué hacer para no quedarme aquí, como idiota admirándolo.

Parece como sacado de una maldita revista. Parece el tipo de hombre al que le rodaría los ojos si lo leyese en algún libro y, sin embargo, estoy aquí, hecha un manojo de nervios, mirándole como si se tratase de una escultura digna de toda mi atención.

Sus ojos barren la extensión de mi cuerpo de pies a cabeza. Un estremecimiento me recorre el cuerpo en ese momento, pero trato de no hacérselo notar. Trato de mantener mi expresión en blanco, mientras él, con una sonrisa perezosa deslizándosele en la boca, vuelve a mirarme a los ojos.

—¿Te he dicho ya que tengo amigos en el ramo de la moda, Tam? —dice, con socarronería, y el comentario me hace plenamente consciente de lo que llevo puesto: una sudadera que me va grande, unos vaqueros desgastados y calcetines... Que no son par.

—Vete a la mierda —suelto, pero una sonrisa ha empezado a tirar de las comisuras de mis labios. Entonces, cuando Gael trata de introducirse en el apartamento, yo hago ademán de intentar cerrarle la puerta en la cara.

El magnate suelta una protesta en el proceso y, sin darme tiempo de registrar sus movimientos, detiene la madera en su lugar antes de dar un paso dentro de la estancia. Acto seguido, envuelve un brazo alrededor de mi cintura y me empuja hacia el interior del apartamento, apartándome de la entrada.

MAGNATE © ¡A la venta en Amazon!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora