Capítulo 44

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No puedo apartar la vista de la pantalla del ordenador. Mis manos caen lánguidas a mis costados mientras contemplo la bandeja de mensajes enviados desde mi correo electrónico y mis ojos están clavados en el último mensaje enviado desde él.

La sensación de hundimiento que me provoca mirarlo, es casi tan grande como las ganas que tengo de echarme a llorar.

La pesadez, la derrota y el corazón apretujado hasta un punto doloroso son el único recordatorio que tengo de que, finalmente, las consecuencias de mis acciones me han alcanzado.

Sabía que esto podía pasar. Sabía que David Avallone no iba a quedarse de brazos cruzados y, aún así, jugué al tonto. Jugué a creer en la bondad de las personas. A creer que alejarme de Gael sería suficiente.

«Qué estúpida eres».

Mis párpados se cierran con fuerza durante unos segundos antes de atreverme a encarar de nuevo a la materialización de mi destrucción emocional.

Tengo que saber qué está pasando. Tengo que saber qué manuscrito es el que David le envió al señor Bautista. Está claro que ese que escribí para él está demasiado inconcluso como para significar alguna especie de amenaza para Gael, así que de inmediato lo descarto.

La realización de este hecho solo me deja con dos alternativas: O envió el manuscrito que estaba preparando para editorial Edén —ese en el que trabajé arduamente para ocultar la verdad sobre el pasado oscuro de Gael—, o mandó la novela que escribí en base a mi relación con el magnate.

Aprieto la mandíbula.

Mis ganas de llorar incrementan conforme voy rememorando todo aquello que escribí en esa novela. En ese archivo en el que me arrastro emocionalmente por Gael; mientras recuerdo cada detalle de lo que redacté en esa historia que, en su momento, se sintió catártica.

El horror que me llena los pulmones me impide respirar con normalidad, solo porque sé que, en esa novela, hablé sobre la verdad. Sobre todo lo que sabía sobre Gael en el momento en el que la escribí.

«¿Por qué lo hice?...».

La ansiedad me atenaza las entrañas. Un nudo de impotencia, angustia y enojo hacia mí misma se instala en mi garganta y quiero gritar. Quiero abrir un agujero en la tierra e introducirme en él hasta que todo esto haya terminado.

—Tengo que saber... —las palabras musitadas en voz baja me abandonan, pero no logro que mis extremidades me obedezcan y se pongan manos a la obra.

Me toma lo que se siente como una eternidad el armarme de valor y abrir el mensaje enviado al señor Bautista, pero, cuando finalmente lo hago, lo que me recibe solo me hunde otro poco.

No hay mensaje alguno. Solo está el archivo adjunto y nada más.

Así, pues, presa del valor momentáneo que me ha invadido, lo descargo y, cuando se encuentra en mi carpeta de descargas, lo abro.

La palabra «Magnate» en tipografía Times New Roman es lo primero que mis ojos ven y el pecho, inmediatamente, me arde. El corazón me duele porque sé que este archivo —que lo que David Avallone le envió al señor Bautista—, fue la novela que escribí basada en mi relación con Gael.

La vergüenza, aunada con el horror de saber todo lo que redacté en ese documento respecto al pasado del magnate, hace que mis ojos se nublen con lágrimas gruesas y cálidas. Hace que mi pecho se llene de una sensación insidiosa y angustiante que no hace nada más que arrastrarme otro poco dentro de ese pozo sin fin que amenaza con devorarme viva.

MAGNATE © ¡A la venta en Amazon!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora