Capítulo 41

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Hace aproximadamente media hora que los agentes de la policía llegaron a mi domicilio. Hace dos que los esperábamos con impaciencia Victoria, Alejandro y yo. Hace una hora que Gael le llamó a Almaraz —porque yo me he quedado sin batería en el teléfono— para preguntarle el motivo de nuestra demora, y hace casi media que el chofer de la familia Avallone se marchó para recoger al patriarca de esta en su residencia.

Me dijo que tenía que llevarlo a unas reuniones de trabajo y que, si no llegaba a tiempo, iba a despedirlo. Yo, incapaz de replicar nada, me limité a decirle que se fuera si necesitaba hacerlo.

Luego de eso, mi tortura empezó.

Durante todo el tiempo que he pasado aquí, de pie afuera de mi departamento, no he podido hacer otra cosa más que moverme de manera mecánica. Más que responder como puedo a las preguntas de todo el mundo, mientras mi mente viaja a lugares oscuros y siniestros.

A estas alturas, estoy convencida de que el padre de Gael está detrás de todo esto. Quizás fue lo suficientemente inteligente como para tratar de hacerlo parecer todo como un robo común y corriente, pero a mí nadie me quita de la cabeza que ha sido él quien lo ha orquestado con mucha premeditación.


—¿Tamara? —la voz de Alejandro me saca de mis cavilaciones, y parpadeo un par de veces para salir de mi estupor.

—¿Sí? —digo, con la voz enronquecida por la falta de uso, mientras poso mi atención en él.

—El oficial pregunta si solo se llevaron tu computadora —mi compañero de cuarto me mira con aire inquisitivo, pero luce confundido y preocupado. Eso es lo único que necesito para saber que han estado hablándome desde hace un rato.

—Sí —respondo, lacónica; pese a que ni siquiera me he molestado en revisar si me falta otra cosa. Ahora mismo, que se hayan llevado las pocas pertenencias de valor que tenía es la menor de mis preocupaciones. Ahora mismo, en lo único que puedo pensar, es en lo estúpida que fui al asumir que David Avallone iba a tratar de dañarme por medio de mi familia.

Alejandro me regala un asentimiento, pero no deja de mirarme como si deseara preguntarme si me encuentro bien. Yo, sin embargo, ni siquiera me molesto en tratar de poner buena cara. Me limito a cruzarme de brazos, mientras clavo la vista en el suelo frente a mí.

Hace rato que Victoria desapareció en el interior del apartamento —específicamente: en el interior de su habitación—. Hace rato que se gritó cosas horribles con Alejandro e, incluso, amenazó con buscar otro lugar para vivir. Mi consciencia está hecha mierda y el terror no ha dejado de aprisionarme el pecho desde entonces.

Nada de esto estaría pasando de no ser por mí. Ninguno de ellos estaría sufriendo las consecuencias de la ira de David, si yo no me hubiese empecinado en mantener a flote lo que tengo con Gael.

—El acta ha quedado levantada —el oficial informa, al tiempo que nos muestra una hoja tamaño oficio que ha llenado a mano con la redacción de los hechos—. Solo hay que firmarla para que todo quede asentado.

Mi compañero de cuarto no dice nada. Se limita a tomar la ofrenda del agente policíaco para leerla a detalle y firmarla. Acto seguido, me extiende el documento para que lo lea y lo firme.

Unos minutos después de eso, el oficial se despide de nosotros y asegura que tratará de darle seguimiento al asunto. Alejandro y yo sabemos que no será así. Que no habrá seguimiento alguno, porque no hay sospechoso tangible a quien incriminar...

El suspiro largo que brota de los labios de Alejandro hace que mi atención se pose en él. Su cabello —usualmente desordenado— luce como un nido enredado y sin sentido; su perfil anguloso no hace más que acentuar la delgadez de su cuerpo, y la postura derrotada de su cuerpo, solo consigue hacer que luzca como un niño indefenso. Como un chiquillo que ha perdido a su madre en el supermercado.

MAGNATE © ¡A la venta en Amazon!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora