Capítulo 38

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El rumor lejano de la música y el taconeo de mis zapatillas se mezclan entre sí y llegan a mis oídos hasta hacerme sentir inquieta. Hasta convertirse en una cantaleta incesante que lo único que consigue, es ponerme nerviosa.

No puedo dejar de pensar en lo que acaba de ocurrir en aquel salón. No puedo dejar de pensar en las consecuencias que traerá para mí el hecho de que Gael se ha enterado ya de —casi— todo.

Su padre debe estar furioso. De hecho, no me sorprendería para nada llegar a casa y descubrir que ya ha hecho algo para perjudicarme. Para hacerme pagar por lo que acaba de pasar...

Un nudo de incomodidad se instala en la boca de mi estómago en ese momento y un extraño sabor amargo me llena la punta de la lengua.


—Caminas demasiado aprisa —la voz femenina a mis espaldas hace que me congele en mi lugar, y detengo mi andar apresurado solo para girarme y encarar a la mujer que no recordaba que me acompañaba.

Vergüenza, bochorno y ansiedad se mezclan en mi pecho casi de inmediato, pero me las arreglo para esbozar una sonrisa cargada de disculpa.

—Lo lamento —digo, en voz baja—. Yo solo...

Nicole Astori, la madre de Gael, hace un gesto desdeñoso con una mano, al tiempo que acorta la distancia que nos separa.

—No estoy acostumbrada a andar en estas armas mortales —dice, al tiempo que hace un gesto en dirección a las zapatillas que lleva puestas.

El acento marcado con el que habla me abruma por completo, pero este, en comparación al de David Avallone o, incluso, al de Gael, es cálido y dulce. Amable y apacible.

—Yo tampoco —confieso, mientras esbozo una sonrisa un poco más honesta que la de hace unos segundos.

Ella me devuelve el gesto y yo no puedo evitar quedarme aquí, quieta, mientras contemplo la familiaridad de la mueca. Mientras me percato de que la sonrisa de Gael, es idéntica a la de su madre.

Avanzamos hacia la salida del hotel.

Durante un largo rato, ninguna de las dos dice nada. Nos limitamos a caminar la una junto a la otra hasta llegar a la entrada principal del lugar; y no es hasta que pido el coche de servicio y veo que llegará por mí dentro de siete minutos, que la voz de la mujer llega a mí una vez más:

—¿Cómo te llamas?

Mi corazón se salta un latido, aunque ni siquiera sé por qué lo hace.

—Tamara —digo, sin mirarla directamente.

—Tamara... —ella murmura, como si probase mi nombre en sus labios y eso no hace más que incrementar las ganas que tengo de salir corriendo—. ¿Qué clase de relación tienes con mi hijo, Tamara?

Su pregunta cae sobre mí como balde de agua helada. Ciertamente, no esperaba una confrontación así de directa. Siendo sincera, no sé qué era lo que esperaba de esta interacción; pero, definitivamente, no era algo como esto.

Me obligo a encararla.

—Su hijo y yo no somos nada —digo, porque es cierto.

—Pero tienen algo —no es una pregunta. Es una afirmación.

—Señora, yo...

—No —ella alza una mano para indicarme que me detenga—. Ahórrate las explicaciones. No las necesito. Francamente, tampoco las quiero. Solo... Solo necesito saber una cosa.

MAGNATE © ¡A la venta en Amazon!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora