Capítulo 7

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Estoy furiosa. Todo mi cuerpo tiembla debido a la ira que se cuece en mi interior a toda velocidad. Mis puños están cerrados con fuerza, mi mandíbula está tan apretada, que mis dientes duelen; mi pulso late con violencia detrás de mis orejas y punza en mis sienes, haciéndome imposible concentrarme en otra cosa que no sea la ira que hierve en mi interior.

Una retahíla de pensamientos oscuros se entreteje en mi cabeza mientras camino a toda velocidad a través del corredor principal del edificio de Grupo Avallone.

No dejo de avanzar cuando el tipo de la recepción me llama en voz de mando y me pide que me detenga. Tampoco lo hago cuando un par de mujeres enfundadas en faldas de tubo y sacos de vestir tratan de interponerse en mi camino. Todo el mundo está mirándome para ese momento, pero a mí no podría importarme menos. Estoy tan furiosa, que todo me da igual ahora mismo.


Un oficial de seguridad ha tratado de detenerme, pero me he deshecho de su agarre de un tirón brusco antes de seguir andando a paso decidido hacia los ascensores del lugar. Una vez dentro del cubículo diminuto, comienzo a ordenar mis ideas.

Inhalo profundo y exhalo al cabo de unos segundos conteniendo la respiración, en un débil intento por calmarme. Trato, desesperadamente, de controlar la ira irrefrenable que amenaza con hacerme estallar y me concentro en el número de pisos que recorre la caja de carga en la que me encuentro.

Una vez en el piso indicado, bajo y giro a la derecha para toparme de frente con el escritorio de la secretaria de Gael Avallone.

La mujer detrás de la mesa se pone de pie en el instante en el que aparezco en la estancia y luce tan sorprendida como aturdida.

—Señorita Herrán, qué sorpresa tenerla... —comienza, pero ni siquiera me molesto en detenerme a escuchar lo que tiene qué decir. Me dirijo hacia las enormes puertas dobles que dan a la oficina del imbécil que se empeña en hacerme la vida imposible.

—¡Señorita Herrán, espere!, ¡el señor Avallone...! —la secretaria habla a mis espaldas, pero yo ya tengo las manos puestas en la madera fina de la entrada. Entonces, de un empujón, me introduzco en la espaciosa oficina. Hay dos hombres en la estancia. Uno de ellos, es un tipo que bien podría ser mi abuelo. El otro de ellos, es el idiota de Gael.

Ambos me miran. Ambos sostienen una copa entre los dedos. Ambos lucen fuera de balance durante unos segundos; sin embargo, el magnate es el primero en salir de su estupor.

—¿Sí? —dice, con aire ausente y despreocupado. Como si realmente no supiera cuál es el motivo por el cuál he venido.

«Hijo de puta, imbécil, malnacido, poco hombre...»

Mis ojos viajan una vez más hasta el hombre de cabellos blancos como la nieve y aspecto severo que lo acompaña y me obligo a erguir mi espalda como acto reflejo al bonito traje que lleva puesto.

¿A él no le importa preguntarme qué ocurre delante de ese hombre?... Bien. A mí tampoco me importa decírselo y que todo el mundo se entere.

—Haz que se detenga —digo, con una determinación que suena tan férrea, que me sorprendo a mí misma.

Las cejas de Gael se disparan al cielo.

—Estoy ocupado —dice, con gesto severo. La advertencia que veo en su expresión me hace querer gritar.

—Haz que se detenga —repito, sin importarme en lo más mínimo que esté con alguien.

—¿Qué se supone que debo hacer que se detenga? —su cabeza se inclina ligeramente, en un gesto que me hace querer estrellar mi puño en su rostro.

MAGNATE © ¡A la venta en Amazon!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora