Capítulo 20

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—A lo largo de mi vida, he tomado decisiones de las cuales no me siento orgulloso —la voz de Gael suena ronca y pastosa, y su gesto —siempre sereno y controlado—, ahora luce ansioso. Nervioso por sobre todas las cosas—. Decisiones de las que no me arrepiento, pero que igualmente podrían acabar con todo lo que he tratado de construir a lo largo de los últimos años de mi vida.

Desvía la mirada y guarda silencio durante unos tortuosos instantes, mientras yo trato de procesarlo todo. Mientras trato de asentarlo en mi cabeza como se debe.

—Tamara, hay cosas de mí que nadie sabe y que no estoy dispuesto a compartir; y no porque me avergüence de ellas, sino porque podrían, potencialmente, arruinarme para siempre... —en ese momento, la máscara de seguridad que siempre lleva puesta, empieza a resquebrajarse—. Y sé que contándotelo estoy condenándome a mí mismo, porque has llegado a mi vida con toda la intención de desvelar cada trozo de ella, pero espero que... —se detiene unos instantes para tragar saliva y negar con la cabeza—. Espero que tengas un poco de misericordia por mí. Espero que seas la persona que creo que eres, y seas capaz de no divulgarlo...

Quiero protestar. Quiero puntualizar el hecho de que acabo de hacer una promesa al respecto..., pero no lo hago. No lo hago porque, en este momento se siente erróneo. Porque el gesto descompuesto que ha comenzado a apoderarse de su rostro es tan abrumador, como inquietante; y porque reafirmar mi promesa, se siente como una condena implícita. Como acceder a ser su cómplice en un delito al cual no le conozco la gravedad.


No me mira. No hace otra cosa más que observar a detalle el vaso de vidrio que descansa entre nosotros; como si hacerlo le diera algo de valor.

Yo no digo absolutamente nada. Me limito a clavar mis ojos en él. A echarle un vistazo a la curvatura de sus hombros caídos, en un gesto inseguro e incierto. A contemplar la forma en la que su cabello rebelde cae y le cubre parte de la frente...

Y es aquí, en este lugar y en este momento, cuando me percato de cuán vulnerable luce. De cuán endeble me parece ahora y de lo mucho que me descoloca esta cara tan desconocida que apenas está mostrándome.

Jamás lo había visto así de inseguro. Jamás lo había visto así de... incierto.


Su vista se alza para encararme al cabo de unos segundos y, entonces, luego de estudiar mi rostro durante unos tortuosos instantes, traga duro y empieza:

—Todo lo que te he dicho acerca de mí, es verdad... —dice—. Y, al mismo tiempo, no lo es.

Mi ceño se frunce ligeramente, pero no hago ninguna pregunta al respecto. Solo lo miro con expresión inquisitiva.

—Nací en Zaragoza, crecí en casa de mi madre, no conviví con mi padre durante mi infancia y mi adolescencia, fui criado de manera modesta por una mujer trabajadora y luchadora... Todo eso es verdad.

—¿Dónde radica la mentira, entonces? —inquiero, en voz baja, cuando noto que Gael no sabe cómo continuar. Cuando noto cómo su boca se abre varias veces para continuar hablando, pero termina arrepintiéndose a mitad del camino.

—Es que no hay mentira en realidad —dice—. Solo... omisiones.

Niego con la cabeza, sintiéndome cada vez más confundida y abrumada. Debo admitir que el alcohol que todavía me corre por las venas no está ayudándole demasiado.


—Crecí en un hogar humilde —Gael dice, al cabo de un largo rato, con la voz enronquecida—. Mi mamá es una mujer orgullosa, de mucho carácter y sentido de la responsabilidad. Tanto que, a pesar de saber que podía no trabajar porque mi padre estaba dispuesto a mantenerla por haberle dado un hijo, decidió no aceptar un solo centavo suyo. Decidió ser madre soltera con todas las de la ley y ponerse a trabajar largas jornadas para darme una vida digna —el orgullo con el que habla sobre su madre, me calienta el pecho. Me hace sentir admiración por ella, a pesar de que no la conozco en lo absoluto—. Mi padre le mandaba una pensión generosa cada mes, pero ella se negó a tocarla. Todo el dinero lo guardó en el banco para que yo hiciera uso de él cuando tuviese edad para tomar decisiones responsables.

MAGNATE © ¡A la venta en Amazon!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora