Rapsodia entre el cielo y el...

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Llegamos al mundo sin pedirlo. No elegimos nuestro destino, porque viene escrito por manos ajenas. Mientras... More

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Entrevista a Chris
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  These are the days it never rains
but it pours 
Under Pressure. - Queen

Hacía frío allá afuera. La vitrina escarchada bajo las luces brillantes de la pizzería al paso, un par de mesas vacías y el empleado tras el mostrador atendía sin ganas. Un plato de papel y un trozo de pizza se enfriaba frente a los ojos cansados de Dominick. Hacía un buen rato estaba sentado frente al matón de Trevor y no estaba seguro de lo que debía hacer.

Dijo que se llamaba Christian. También le puso el plato delante y le ordenó que comiera. Pero no se atrevía a hacerlo, más por sorpresa que por hambre. Otro plato gemelo reposaba frente a con quien compartía la mesa, pero ninguno de los dos se animaba a dar el primer bocado.

Christian se dedicó a ignorarlo por un rato mirando su teléfono y revisando la pantalla una y otra vez. Pero parecía aburrido de lo mismo y ahora lo miraba fijamente. Dominick bajó los ojos y se dedicó a examinar el queso derretido pegado a la superficie de papel.

Tenía hambre y en otras circunstancias seguro devoraba la comida con todo y plato, pero no ahora. Ese tipo Christian no sólo apareció en su departamento a aterrorizarlo, si no que no contento con ello, lo llevó arrastrando hacia ese pequeño restaurante, lo lanzó contra una silla y le ordenó que comiera.

Pues no lo iba a hacer. No, gracias. Nada bueno vendría de las manos de ese tipo. A esas alturas de la noche, Dominick prefería morirse de hambre a recibir algo de la gente de Trevor.

El tal Christian resopló fastidiado. Ahora que lo miraba bien, pero bien, ese tipo le asustaba más que antes. No eran los tatuajes de su cuello y dedos, tampoco la ropa que llevaba, por demás vistosa. Era quizá la expresión amarga y el brillo asesino en sus ojos verdes. Quizá las pronunciadas ojeras lo hacían ver más amenazante, pero quien sabe. Dominick intentó desviar su atención del color tan vivo del cabello de ese sujeto.

Rojo incendio, pensó el chico torciéndose los dedos para aplacar sus nervios. Lo hacía bajo la mesa para no ser visto, era una costumbre que Anelka odiaba. Le decía que se iba a lastimar los nudillos y nunca más iba a poder tocar el violín.

Christian finalmente perdió la paciencia y estrelló un puño contra la mesa. Tanto el plato de papel, como Dominick saltaron en su asiento.

—¡Te dije que comieras! —exclamó casi seseando.

Eso era, ese tipo le traía a colación las serpientes que una vez vio en el zoológico del Bronx. Una vez cuando fue de niño, las vio de cerca. Tenía esa misma expresión malévola en los ojos y se movía con la misma rapidez. Christian lo sujetó de la chaqueta, levantándolo un poco de su asiento. Ahora que estaban casi cara a cara, sí, tenía ojos verdes de serpiente.

Quizá debía responderle usando su voz, pero no lo hizo. Dominick dejó que por fin lo soltara y se animó a tomar la pizza de las orillas. Estaba seguro que, si intentaba comer, se iba a atragantar y morir ahí mismo. Quizá no era tan mala idea después de todo, ¿no?

¿No?

—¡Cuando alguien te invita a comer, tú comes, perra malagradecida! —siguió rezongando el tal Christian y se animó a levantar la pizza de la orilla.

El trozo que les sirvieron era el clásico tamaño de Nueva York. Enorme y lleno de calorías. Para poder comer una tajada, tenía que doblarla y encajarle una mordida. Anelka regresó a su memoria, ella siempre se quejaba que esos trozos eran ridículos. Demasiado grandes para una sola persona, decía. Ella no era muy amiga de la comida rápida, decía que no alimentaba y que sólo era para la gente ociosa que no quiere cocinar. Pero de vez en cuando, compraba una tajada para él y se la daba de cenar, porque sabía cuánto le gustaba.

El recuerdo de Anelka se desvaneció entonces. En cambio, Christian frente a él, era bastante real. Dominick lo vio pelear con la tajada de pizza y luego por fin la dobló en su mano para poder darle una dentellada. Durante el proceso, se ensució los cinco dedos y parecía más enojado que antes. Con ira dejó caer la pizza sobre el plato y se fue a rezongar al mostrador, exigiendo servilletas.

—¡No te atrevas a mover el culo de ahí! —le gritó Christian desde el mostrador donde esperaba que lo atendieran.

No, Dominick no se iba a ningún lado. Ya podía imaginarse lo que conseguiría si intentaba escapar. Nadie se libraba de la gente de Trevor, todos en ese vecindario lo sabían. Y ese era precisamente una de sus preocupaciones.

Cuando Christian regresó a su departamento y lo sacó arrastrando de ahí, pensó lo peor. Seguro lo iba a llevar donde Trevor y de ahí no saldría sino con los pies por delante. Así que intentó pelear para soltarse, lo cual sólo hizo que Christian se enoje más y lo amenace con cortarlo en trocitos y esparcirlos por todo el edificio.

Dado que tarde o temprano iba a morir en manos de Trevor o de ese tipo Christian, Dominick decidió colaborar para estirar el poco tiempo que le quedaba en la tierra. Todo el camino fue pensando en Anelka y en el violín que quedaba atrás. Ella seguro iba a extrañar el instrumento musical, casi tanto como a él. Sí, Anelka nunca se lo había dicho, pero Dominick sabía que ella lo quería, aunque fuera un poquito. Le dio su más preciada posesión, ese violín que era de ella, de cuando era niña y fue su único equipaje cuando huyó de su país natal en medio de la segunda guerra mundial.

Cuando Christian lo empujó dentro de ese restaurante a dos cuadras de su departamento, Dominick perdió el color del rostro. Algo tramaba ese tipo y sólo podía imaginarse lo peor. Quizá sí lo iba a cortar en trocitos y luego meterlo a un horno para desaparecer su cuerpo o algo así. Pero cuando lo lanzó contra una silla vacía, no pudo creer lo que pasaba.

Le ordenó que no se moviera de ahí, luego le puso un trozo de pizza delante y con mucha cortesía lo llamó perra y que comiera de una vez antes que se enfriara. Y ahora así estaban las cosas. Ahí regresaba el matón de Trevor, con un puñado de servilletas y todavía insultando al muchacho detrás del mostrador, quien se dio cuenta que mejor se callaba la boca antes que lo callen.

Era el tatuaje de sus manos, todos en el vecindario sabían bien que significaba peligro.

—¡Esta mierda está demasiado grasosa! —continuó renegando Christian y se depositó en el asiento frente al enano.

¿Qué carajo esperaba ahora? ¿Qué le cortara trozos y se los diera en la boca? ¡Maldita perra idiota! ¿No podía hacer algo tan simple como obedecer órdenes? ¡Mierda!

De acuerdo, se estaba exasperando por nada. No, no por nada. Tenía la mano sucia y eso era algo que lo enloquecía. No toleraba estar sucio, menos aún tener las manos manchadas. Le repugnaba al borde de querer arrancarse la piel con tal de no sentir la mugre.

Ese enano frente a él estaba todo sucio. Su ropa olía mal y tenía manchas de quien sabe que, su cabello estaba grasoso y seguro no se bañaba en días. ¡Maldito puerco! Pensó mientras se restregaba las manos una y otra vez. Ya no quería comer la pizza porque acababa de recordar que la tocó sin lavarse las manos antes. Antes estuvo en ese edificio infecto y tocando entre otras cosas al mocoso ese.

Perdió entones la paciencia y el apetito. Si no iba a comer, que se joda. Él sólo estaba tratando de ser amable invitándolo a comer algo que no estuviera congelado. Además, en el departamento donde vivía hacía demasiado frío, por lo menos en ese restaurante asqueroso algo de calor tenían. Pero ni eso, esa perra malagradecida sólo lo miraba y no comía una mierda. Se merecía entonces morirse de hambre y de frío.

Christian se levantó de nuevo y apuntando al enano con un dedo, no tuvo que repetir la amenaza. Sabía que de ahí no se iba a mover. Necesitaba beber algo, porque tenía la garganta seca. Fue y tomó dos sodas de un refrigerador, luego buscó en el bolsillo los billetes arrugados de un dólar y se los lanzó al tipo del mostrador.

No quiso esperar por los centavos que eran su cambio, así que regresó a su asiento. Resopló intentando calmar sus ánimos, pero no funcionó. No podía seguir aparentando que le importaba un carajo lo que le pasara a ese chico. Debió dejarlo muriendo de hipotermia en ese departamento, junto a la puta de su madre. Esa cabrona de June era la real culpable de todo, porque si pagara sus deudas a tiempo no se tendría que involucrar en... en eso...

¡Carajo!

Christian se puso de pie como impulsado por un resorte. ¿Qué estaba haciendo ahí, aparte de perder el tiempo de la peor manera? No tenía por qué sentir lástima por ese enano de mierda. ¿Entonces qué carajo hacía ahí sentado frente a ese bastardo? Se estaba dejando llevar por sentimentalismos que no sabía bien de donde le salieron porque esas cosas son para idiotas.

Mesándose el cabello sonrió para sí mismo. El enano ese lo miraba pasmado, con sus malditos ojos hinchados como el resto de su cara.

—Termina de comer. —le dijo con un hilo de voz y se dio la vuelta para marcharse.

Listo, su labor terminaba ahí. No tenía ningún otro negocio que atender con el mocoso ese. El lío era con June y ya Trevor había dejado en claro que no le interesaba tener nada que ver con ese enano. Lo que fuera entonces.

Sólo estaba intentando ser amable, algo que ocurría cada muerte de obispo y... A la mierda...

—¿Ppp... por... q... ha...ha..css ss to?

—¡Cállate, me irrita escucharte! —le respondió escupiendo las palabras.

Era verdad, le molestaba el modo como esa perra tartamudeaba y le estaba costando entenderle. Ese chico conseguía irritarlo más de la cuenta. Al punto de hacerlo perder el férreo control sobre sus emociones y...

El chico se encogió en su asiento y devolvió los ojos al plato de comida. Dejó caer el trozo de pizza y parecía que perdió el interés en comer. Entonces era momento de marcharse. Nada más tenía que hacer ahí.

Pero entonces, ¿por qué su cuerpo no le obedecía?

—Te dije que comieras, perra. No te mueves de ahí hasta que termines. Luego te vas derecho a tu casa —le dijo rechinando los dientes. —Y no te quiero volver a ver. ¿Entendido?

Eso fue todo. Con la botella de soda en la mano, Christian se marchó no sin antes lanzarle una mirada amenazadora al tipo del mostrador y al cocinero que se asomó de curioso. Nada. El enano se quedó en su sitio, seguro asustado de moverse. Lo alcanzó a ver a través de la ventana escarchada y más le valía al mocoso no volver a cruzarse en su camino.

Tuvo que detenerse a mitad de la escalinata, rendida y sin aliento. Cada día que pasaba su cuerpo le recordaba que los años no pasaban en vano. Ya octogenaria, Anelka se rehusaba a dar signos de vejez. Cuando le ofrecieron un bastón para sostenerse, se negó rotundamente. Eso es para viejos decrépitos, alegó aquella vez. En ocasiones, se sentía tentada a comerse sus palabras y aceptar que necesitaba ayuda para moverse.

Los años pudieron haberle quitado agilidad, pero no tozudez. Así que envuelta en su abrigo de lana, Anelka se dispuso a subir el resto de la escalera que en ocasiones se le hacía eterna. Era su cuerpo resentido por la mala noche. Ya no estaba para esos trotes, pensaba en voz alta. Sin embargo, como cada jueves emprendía la marcha y no volvía hasta el día siguiente, temprano por la mañana.

Era la necesidad de asegurarse que su Dashen'ka* estuviese bien. Le daría de desayunar algo de avena caliente, porque el otoño se extinguía y el invierno se asomaba. Ella misma estaba deseando un té caliente y algo más. A pesar de que usaba gastados guantes de piel, las manos se le congelaban.

Apretó sus dedos nudosos contra la baranda de la escalera, una que ella peleó para que pusieran. Alegó que no quería más accidentes como el que le ocurrió al niño que vivía al lado de su departamento. Nadie le quitaba de la cabeza que no fue un accidente como dijo la madre del chico, sin embargo, no tenía como probar nada.

Suspirando pesado, Anelka le puso empeño al resto de peldaños que la llevaban a su departamento. Quizá algún día estaría demasiado cansada para subir y bajar tanta escalera. Ese día seguro que por fin usaría un bastón.

No veía la hora de llegar a casa y recostarse en su sillón favorito. Pondría a tocar uno de sus discos favoritos, tomaría su té y por fin vería su Dushen'ka. Nunca lo iba a aceptar, pero tenía miedo de no volver a verlo. En las manos negligentes de su madre, a Dominick nunca le fue nada bien. Anelka nunca pensó que llegaría a odiar a alguien en toda su vida, pero esa mujer June, hacía méritos para conseguirlo.

Cada jueves pasaba por la iglesia y pedía perdón por no poder perdonar a esa mujer. Tampoco conseguía deshacerse de pensamientos tan impuros como querer que desaparezca de la faz de la tierra. Incluso se permitía albergar en su mente, ideas de como provocar lo anterior, pero luego se arrepentía. Y jamás olvidaba pedir perdón por dejar que esos pensamientos se arraigaran en su mente.

Perdió la cuenta de las veces en las que tuvo que intervenir. Llamaba a la policía para reportar los gritos de la casa del lado. Cuando por fin conseguía que los oficiales aparecieran, insistía en entrar para asegurarse que el niño estuviera vivo aún.

Los peldaños por fin terminaron y el pasillo de aquel edificio permanecía silencioso. Era aún bastante temprano. Casi no tenía contacto con el resto de vecinos, tan sólo con los que vivían al lado. Anelka llevaba años viviendo en ese mismo lugar y casi estaba segura que esa sería su última morada.

Una vez en su modesto departamento de apenas una habitación, de inmediato puso agua a hervir. Necesitaba un té con urgencia. Preparó también algo de avena para su fiel compañero. Intentaba cada mañana asegurarse de darle de comer. El desayuno era la comida más importante del día y no podía dejar a Dominick ir a la escuela con el estómago vacío.

Le dio una mirada al reloj de la cocina, mientras acababa de remojar su bolsita de té. Anelka no pudo contenerse y como siempre terminó espiando tras la puerta. Esperaba que esa mujer June no apareciera a arruinarle los planes.

No tuvo que esperar demasiado, Dominick salió de su departamento y no tardó en acercarse al suyo. Una sonrisa de alivio se le escapó a la anciana. En seguida le abrió la puerta y lo dejó entrar no sin antes dejar que la abrace.

—¿Qué sucede Dushen'ka? —tuvo que preguntar porque se dio cuenta que algo le sucedía. —¿Pasó algo en mi ausencia?

Dominick la apretó más fuerte, de pronto sentía la necesidad ineludible de hacerlo. Hundió su rostro sobre el hombro carnoso de Anelka y se quiso quedar ahí por el resto de su vida. Pasó la noche solo, muerto de frío y asustado de que regresara la gente de Trevor a buscar a June. Claro que jamás se lo diría, era mejor que ella no supiera nada del asunto.

Ella no insistió. Lo dejó entrar y sentarse en su silla de siempre. Anelka reparó en el mal estado de su rostro. Se ahorró las palabras y de una repisa obtuvo un ungüento.

Dominick estaba hambriento y apenas el plato de avena caliente apareció frente a él, se aprestó a devorarlo.

—¿Co mm mo ttt fu uu u e?—le preguntó a la anciana, sabiendo que obtendría la repuesta de siempre.

Anelka sonrió apenas. Ya estaba acostumbrado a ver esa mueca que era la sonrisa de la anciana. Ella jamás le diría donde iba todos los jueves por la noche.

—Bien. Ahora come que tienes que ir a la escuela.

Cierto, Anelka pensaba que nunca faltaba a clases y la verdad era otra. Esa mañana iría a deambular en busca de sustento. Tenía todavía comida para un par de días, pero necesitaba juntar dinero para pagar las cuentas.

Dominick le sonrío y cuchara en mano le dio curso al desayuno. Una pieza de Wagner sonaba en el tocadiscos. Anelka sentada frente a él absorbía su té con calma. El ungüento quedó sobre la mesa, cuando terminara de comer, ella se lo untaría en el rostro.

—¿Va... va...ss a i...ii... a ir el o...o..o...tto jueves?

—Si sigo en la tierra lo haré Dushen'ka. Mejor dime, que dice tu maestra acerca de tomar cursos extra.

Ahora tendría que mentirle, era inevitable. Dominick dejó la cuchara a un lado y de pronto mentir le estaba costando mucho.

—No ha...a.. hablé d.. de eso.

—Hazlo hoy. Es importante que tomes clases extra. Te puede ayudar para conseguir una beca en una universidad.

Anelka siempre hablaba de que estudie para que pueda ir a la universidad, pero todo sonaba lindo en teoría. Dominick tenía muy claro que no sería posible. No le respondió, sólo regresó los ojos a su plato medio vacío. Algún día tendría que decirle la verdad.

—Antes de que me olvide. —continuó la anciana levantándose de su asiento. —tengo algo para ti.

Dominick levantó la vista y la siguió a través de la cocina. Vio a Anelka rebuscar en el enorme bolso que siempre llevaba y sacó de dentro una bolsa de plástico.

—Esta cabeza vieja se olvida de todo. —dijo la anciana a modo de broma y dejó la bolsa sobre la mesa. —Ábrelo, anda.

Así lo hizo y con más prisa de la necesaria. Anelka cuando podía le conseguía útiles para la escuela. Era otro cuaderno, pero al abrirlo Dominick se llevó una sorpresa.

—Gra...gr...ci ii as.

Apenas si pudo articular un agradecimiento de lo sorprendido que estaba. No era un cuaderno escolar como esperaba, no. Era un cuaderno de música. Al abrirlo filas de pentagramas lo recibieron alegres.

Anelka sonriendo le puso un bolígrafo en frente. Acariciando los pentagramas vacíos, Dominick tomó el bolígrafo y no supo por dónde empezar.

No, no se lo merecía. Estaba engañando a Anelka descaradamente y ahora recibía un regalo de ella. No podía recibirlo. Aunque deseaba ese cuaderno con todas sus ganas, porque era mejor que usar las hojas de los de la escuela. Así que cerró el cuaderno y dejó el bolígrafo sobre la mesa.

Anelka notó su tristeza, por el modo como lo miró lo supo. Sin embargo, no dijo nada. Regresó a su asiento a seguir bebiendo de su taza.

Tendría que decirle la verdad a la anciana. No era justo recibir reglaos de ella y tantos cuidados si no podía dejar de mentirle. Ahora se sentía peor que antes. Deseaba de verdad ese cuaderno donde poder escribir música, pero no podía recibirlo sintiéndose culpable.

—Mej... mejor m...mm...voy yyy yendo. —concluyó Dominick deseando poder decirle tantas cosas a la anciana. Pero ni siquiera podía hablar bien...

—Así me gusta, que seas puntual. Un buen músico es disciplinado en todo. La puntualidad es disciplina. —continuo Anelka sonriendo apenas.

Sintiéndose todavía peor que antes, Dominick tomó el regalo que acaba de recibir y lo colocó dentro de su mochila escolar. No iba a ir a la escuela esa mañana, pero jugaría a pretender que lo haría. Quizá Anelka entendería si le decía la razón por la cual no pensaba volver a pisar un aula.

Algún día, pensó mientras acomodaba sus cuadernos. Era hora de partir, esperando que la suerte le fuera favorable y pudiera hacer algo de dinero. Llevaría el violín ajeno consigo. Aunque estuvo tan cerca de perderlo, que quizá era buena idea devolvérselo a su dueña. No se lo merecía, no merecía nada de Anelka, porque era un mentiroso y desvergonzado.

La anciana lo acompañó hasta la puerta, como era su costumbre. Le desearía buen día, le diría que estudie mucho y que se abrigara porque hacía frío allá afuera. Pero apenas Dominick abrió la puerta, ambos se llevaron una gran sorpresa.

—¡Sabía que andabas aquí! — June no les dio tiempo de reaccionar. —¡Siempre metido en la casa de esta vieja entrometida!

De pronto Dominick estaba en el pasillo, siendo arrastrado por June hacia su propio departamento. Anelka los siguió de cerca, apenas reponiéndose de la sorpresa. El chico le alcanzó el violín y ella lo tomó para ponerlo a buen recaudo, mientras se disponía a pelear con June.

—¡No puedes tratarlo así! —gritaba Anelka mientras iba tras ellos. —¡Tiene que ir a la escuela, déjalo de una vez!

—¡Ya cállate vieja de mierda y no te metas donde no te llaman!

—¡Me meto porque no puedo dejar que lo trates así! ¡Irresponsable, estás ebria de nuevo!

Las cosas no podían ponerse peor. June estaba ebria y furiosa. Soltó a su hijo para irse encima de Anelka. La anciana lejos de retroceder, se irguió en su sitio.

June empezó a lanzar manotazos intentando alcanzar a la vecina. Anelka quien, a pesar de sus años, no sabía cuando rendirse, intentó arremeter contra June y Dominick tuvo que ponerse en medio para contener a su madre. Pero no había nada que las detuviera.

—¡Nno... no... Jun...Jun... no!

—¡Ve a la casa! ¡Todo esto es tu culpa, maldito!

—¡Qué no! ¡Él tiene que ir a la escuela! ¡Dushen'ka, vas a llegar tarde!

—¡Te dije que te callaras, vieja asquerosa! Y tú entra de una vez, mocoso podrido.

—¡Tiene que ir a la escuela para ser un hombre de bien y pueda irse bien lejos de aquí! ¡Dominick, ve de una vez! Anda, no te quedes aquí, anda.

—¡No va a ningún lado vieja de mierda! ¿No ves que es demasiado estúpido para la escuela? Ya me oíste animal, entra a la casa. Qué escuela ni que mierda, idiota. Ya entra de una vez.

Dominick giró hacia Anelka y le rogó con la mirada que no siguiera. La anciana estaba encendida de la ira y sería difícil convencerla. June seguía en pie de guerra y ya le había encajado un par de golpes a la vecina. Anelka se acomodó el cabello rubio casi blanco y apretó los labios en una mueca amarga. Incluso ella sabía que lo mejor para Dominick era que desistiera. Iba a tener que volver a su departamento y a solas, escuchar como June insultaba al pobre chico.

—¡Voy a llamar a la policía! —anunció Anelka girando despacio hacia su departamento. —Así que más te vale dejar a ese chico en paz.

—¡Vete a la mierda vieja hocicona! Muérete de una vez.

—¡Ya me oíste! Si escucho que le estás haciendo daño, te tumbo la puerta. Con policía o sin ella, no voy a dejar que le hagas nada.

Fue lo último que dijo la anciana antes de desaparecer tras su propia puerta. Se quedaría ahí de pie, con el teléfono en la mano dispuesta a cumplir su amenaza.

June en cambio la insultó de nuevo y hasta escupió en dirección a su vecina. Para ese momento su hijo ya había desaparecido y más le valía estar dentro de la casa. Toda la vida era lo mismo. Siempre andaba metido en la casa de la vieja esa. Cuando no la vecina entrometida, metiéndole ideas en la cabeza al mocoso inútil.

—¡Te he dicho miles de veces que no salgas de acá! —gritó June cerrando la puerta de golpe. —¡Eres más idiota de lo que pareces, no! Ven acá, ven acá maldito animal.

Ahí venía el mocoso ese. June tuvo que bloquear la puerta, porque si se descuidaba seguro se volvía a salir el bastardo.

—¿Qué es eso de escuela, ah imbécil? Ya te he dicho que tú eres idiota, tú no puedes ir a la escuela con gente normal. Eres demasiado estúpido para eso.

No tenía tiempo que perder en el mocoso idiota. A June un escalofrío la hizo estremecerse. El departamento estaba muy frío. Ni modo, vería ese asunto luego. De prisa tomó al chico de un brazo y lo arrastró hacia su habitación.

—¿Qué mierda pasó acá, ah? ¡Todo tirado en el suelo, maldito puerco! ¡Recoge esa ropa, rápido!

No estaba de humor para lidiar con el chico este. Ya tenía bastantes asuntos urgentes por atender. Como, por ejemplo, cuando muy temprano recibió la llamada de su abogada. Primero la regañó por no atender y luego por no responderle a tiempo. Para variar, le tenía malas noticias.

—¿Desde cuándo no te bañas, ah? —le gritó. —Te lavas bien. Busca algo que ponerte, que este limpio.

El mocoso se la quedó mirando pasmado. Siempre era lo mismo con ese idiota. Intentó calmarse, pero es que la sacaba de quicio.

—¡Todo jodes, todo! Me jode tener que verte la cara, báñate de una vez. ¿No me oyes? Te pones la ropa, limpia ah. ¡Rápido!

Tuvo que dejar al mocoso y marcharse a su propia habitación porque la iba a hacer rabiar más. Era un inútil y un estúpido. Pero tenía que calmarse y pensar en como iba a resolver sus problemas.

La puerta sonó y tuvo que ir a abrir. Estaba esperando a alguien. Afortunadamente no era la metiche de su vecina, si no su mejor amiga quien acudía a su llamado.

—¿Qué pasa contigo, June? Recibí tu mensaje, chica. ¿qué se incendia ah? ¿Por qué tanta urgencia?

—Pasa Sunny, me trajiste lo que te pedí. ¿no?

Sunshine era el nombre de la mujer que ingresó al departamento, envuelta en un abrigo verde brillante. Dominick espiaba desde la puerta de su habitación. Nada bueno acontecía, de eso estaba seguro. Tenía que mantenerse al pendiente, porque si June llamó a Sunny, es que estaba en verdaderos líos.

—¡Claro que sí, chica! Dime, cuéntamelo todo. Anda, no me dejes así... dime de una vez.

Sunny fue tras June, ambas a encerrarse al cuarto. Podían pasar días ahí metidas, fumando, tomando y consumiendo drogas. Dominick abandonó su refugio y se acercó a la puerta cerrada. Necesitaba enterarse de lo que sucedía, porque sospechaba que tenía que ver con él.

—Pues eso, me llamó la abogada esa. Tan temprano y yo dormía. Me dice "te estuve llamando, June. Es importante. Si no me contestas voy a dejar tu caso y no sé qué más".

—¡Qué jodida! ¿Y qué quería? ¿No me digas qué es lo del papá del chico?

—Pues qué más va a ser, Sunny. Es por ese mierda que me llamó la abogada. Es por la pensión. Ese cabrón puso una acción, no sé como se le dice. La cosa es que el cabrón no quiere pagar la pensión completa. Quiere darme menos al mes y no. Ya le dije que se podía ir a la mierda. Yo quiero mi dinero completo. Nada de darme menos, no.

—Así son esos cabrones. No quieren pagar y tienes que estar detrás para que te pasen la pensión completa. Pero, qué más... cuenta completo June.

—Pues eso. Desde el otro día estamos con lo mismo. Qué no quiere dar completo el muy cabrón y que quiere que le reduzcan el monto. Ese hijo de perra tiene dinero, Sunny. Tiene plata y no quiere pasar la pensión para que el bastardo ese tenga que tragar. ¡Qué joda!

—¿Y qué? ¿Ahora qué vas a hacer? ¿Qué dice el juez?

—Ese juez es otro cabrón. Pues el hijo de perra de Russell fue a quejarse con el juez y ahora quiere ver al mocoso. Quiere verlo el pendejo. Ahora quiere verlo, cuando nunca se ha preocupado por el mocoso.

—¡No jodas! Que cabrón, lo que hace para no dar plata.

—Lo hace para joderme. Eso es Sunny, el cabrón lo hace para joderme a mí. A Russell le importa una mierda el chico. Lo hace para no tener que darme la pensión y encima joder.

—¿Y ahora? Ah, para eso me pediste que te trajera la ropa. Mira chica, no sé si le quede a la piltrafa de tu hijo. Traje la ropa que dejó el pendejo de Roger antes de que lo echara de mi apartamento. Pero el cabrón de Roger era más alto que tu hijo y no sé si le va a quedar lo que traje.

—A ver qué trajiste. De algo servirá.

Dominick se quedó sin palabras luego de escuchar lo que su propia madre tuvo que decir. Si estaba hablando en serio...

Así que se llamaba Russell. No lo sabía, June nunca tuvo la cortesía de mencionar el nombre de su padre. Y ahora después de toda su vida, quería a verlo. Su papá quería verlo. ¿Para qué? ¿Conocerse quizá? June dijo algo acerca de una pensión. Algo de lo que no estaba enterado. Esas noticias eran nuevas, tenía un padre y este le daba una pensión a June. Jamás se hubiera imaginado ni lo uno, ni lo otro.

La sorpresa lo embargó por completo. Casi si perdió la noción del tiempo que estuvo de pie frente a la puerta de June. Cuando reaccionó, era Sunny quien lo estaba sacudiendo, hundiéndole las uñas de plástico en el brazo.

—Acá está June, estaba escuchando todo lo que me contaste. Qué bueno que no tuve que ir a buscarlo. Oye, entra ya.

Dominick no estaba seguro de querer participar de lo que fuera que esas dos estaban tramando. Tampoco estaba del todo convencido de querer conocer a su padre. La verdad que cuando era niño, se preguntaba si tenía un papá o no. Pero de eso pasó mucho tiempo y ya no necesitaba saber porque nunca estuvo presente en su vida.

Sunny le dio un empujón y June lo tomó de la ropa.

—Quítate eso y ponte esto. —gritó y le lanzó un par de prendas olorosas a perfume y cigarro. —¿Qué estás esperando? ¡Rápido!

Fue la amiga de su mamá quien muy atenta se acercó para ayudarlo a desvestirse.

—Yo te he visto andar en pañales cochinos, así que anda, quítate esa ropa. Que no te de vergüenza. —Sunny sonrió divertida al verlo sonrojarse.

No. No iba a participar en los planes de June y ahora Sunny. Acababa de decidir que no quería conocer a ese supuesto padre. Estaba bien así, sin saber de él, ni acordarse de que existía. Dominick intentó escapar, pero entre ambas mujeres lograron contenerlo dentro de la habitación.

—¡Haz lo que te digo, basura! Ponte esa ropa, quiero ver como te queda. ¡Haz lo que te digo!

—Hazle caso a la June. —Sunny le jaloneaba la ropa para que se la quitara. —Anda, rápido.

Entre ambas lograron su cometido. En pocos minutos Dominick estaba usando ropa ajena y de pie frente al espejo del cuarto de June.

Sunny se le acercó y mirándose al espejo también, lo abrazó sonriente.

—Pareces el Roger, pero más chico y flaco. Sólo te faltan las gafas, el pelo engominado y la cara de pendejo. — y se rió dejando ver sus dientes pintados de carmín.

June en cambio, examinaba su atuendo en silencio. Al verse al espejo, Dominick notó que no sólo la camisa le quedaba enorme, sino que además la chaqueta estaba sucia. Los pantalones que su mamá tenía en la mano, jamás le iban a quedar. Así que ella los arrojó al suelo y se mordió una uña.

—No sé, de repente que se ponga otra cosa. ¿no? La camisa no me gusta. ¿tienes algo más decente? Algo que no tenga todos los colores del mundo encima.

—Ya sabes como es el Roger, le gusta lo llamativo. —siguió Sunny rebuscando entre un montoncito de ropa. —Esa camisa no se la quitaba ni para bañarse. No sé, todo el resto es bien grande. Le va a quedar como túnica al flacuchento este.

—¡Necesito que se vea decente, Sunny! No me ayudas. Aunque este animal no tiene remedio. ¿Escuchaste, imbécil?

Dominick no le prestaba atención. Se miraba al espejo y no iría a ningún lado vestido así. No tenía gran cosa que vestir y June lo sabía. Pero su repentino interés porque se viera decente era por demás sospechoso.

Seguro que su papá quería verlo pronto, muy pronto. De repente iba a llegar dentro de poco y quizá querría llevárselo con él. ¿Eso era?

Después de dieciséis años, irse a vivir con alguien que no conocía, no sonaba tal mal después de todo. Cualquier cosa era mejor que soportar a June y sus borracheras.

—¡Presta atención, mocoso! Vas a hacer y decir exactamente lo que te digo. Así que escucha bien.

Pero Dominick estaba en su propio mundo. Su cuerpo se quedó en esa habitación escuchando a June amenazándolo y a Sunny riendo. No sonaba tan mala la idea de conocer a su padre y pasar una tarde con él y su familia.

Nada podía ser peor que vivir con June.





Saludos a todos. Gracias por leer, esperamos que este capítulo haya sido de su agrado. Tenemos un favor que pedirles. Verán, nos gustaría saber como se imaginan al padre de Dominick y a su familia. Sería interesante leer sus ideas. Si gustan, nos pueden dejar sus repuestas en los comentarios, para asi interactuar más con ustedes. Nicolás y su servidora, estaremos pendientes de sus comentarios.

Una vez más, de parte de Nicolás y mía, gracias por acompañarnos en este capítulo. Nos vemos en el siguiente.

Siempre suya,

EBLocker

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