Entonces, me abrazó (Completa)

By Geiravor

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Martina está atrapada en una relación de la que sabe debe huir, pero no encuentra la fuerza para hacerlo. Has... More

Nota de la autora.
Glosario
1. Martina
2. Martina
3. Martina
4. Emanuel
5. Martina
6. Emanuel
7. Martina
8. Martina
9. Martina
10. Emanuel
11. Emanuel
12. Martina
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41. Emanuel
42. Martina
43. Martina
44. Martina
45. Emanuel
Epílogo
❤ Booktrailer ❤
Libro en papel
Al otro lado del miedo (Libro 1)

40. Martina

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By Geiravor

No puedo decir mucho de mis primeros días en la casa de la familia Morel-Laurenti. Dormí casi todo el tiempo.

En cuanto llegué, apenas si tenía energías para comer. Nos sentamos a la mesa y Cristina hizo una tarta para salir del apuro. Los chicos dijeron que estaba riquísima, yo no sentí el gusto. Comí una porción y por poco dejo la cara en el plato del sueño que tenía.

Tan poca atención puse a todo, que ni cuenta me di de que dormiría con Alishya.

La hermana de Damien es un tema a parte. No puedo negar que es insoportable, posta, pero, a diferencia de lo que pensé, no es mala. Me recibió muy bien, me cedió su cama y optó ella por dormir en un colchón; me trata con bastante cariño ―a diferencia de al resto del mundo―. El problema con ella es que les grita a todos, vive haciendo berrinches y vuelve loca a su familia.

Todas las mañanas es Alishya quien me despierta para desayunar, quien insiste en que veamos una peli o una serie, que se asegura que tome mi pastilla de las nueve y que tenga todo lo que necesite. No soy la única sorprendida al respecto.

―Yo soy amable, lo que pasa es que vos sos un pelotudo insoportable ―le gritó a su hermano cuando éste comentó al pasar su «raro» comportamiento. Damien se rio y eso la enfureció más.

La relación de hermanos se está construyendo casi de cero desde que sus padres se divorciaron; sé que mi amigo siente algo de culpa por haberse mostrado tan distante a los problemas en su casa.

«De haber sabido...» suele repetir. Por eso, ahora, pone gran esmero en que tanto su madre como su hermana sepan que cuentan con él.

Cristina trabaja todo el día y, a pesar de que llega agotada, se la ve feliz. Tiene sus días tristes, por supuesto, he intenta alejarse de sus hijos para que no la vean llorar. Yo lo noto, parece que tengo un radar para detectar personas con el ánimo por el piso.

Los peores días son cuando hace números y se da cuenta que no puede prescindir del sueldo de su hijo. A Damien lo contrataron después de la primera semana de capacitación, trabaja seis horas en un service desk; Cristina trabaja nueve en un sanatorio como recepcionista. Entre los dos logran cubrir los gastos de alquiler, comida y estudio.

Por eso las mañanas las paso con Ali, quien intenta por todos los medios que yo le ponga onda. Por suerte, hoy estoy mejor.

Emanuel viene todos los días, lo espero con bastante ansiedad. Me doy cuenta que lo extraño, que lo amo y que quiero pasar el tiempo con él; al parecer, eso es un avance. La apatía era una de las etapas de mi depresión, que se traduce en no tener hambre, en que me dé lo mismo salir que quedarme en casa, en que no me interese ver gente o hacer cualquier actividad.

―¿Vendrán hoy los chicos? ―pregunto a Ali mientras almorzamos.

―Seguro, si no tienen vida ―se queja y yo, acostumbrada ya a sus formas, me río.

―No seas mala.

Pone los ojos en blanco y bufa, yo vuelvo a sonreír.

Lore ya «oficializó» su relación con Esteban, así que suelen caer los dos juntos; pueden poner el título que quieran, pero cuando el otro es la persona con la que contás cuando las cosas se complican, entonces estás en una relación seria. El amor le gana a la semántica, siempre.

Alejo y Ema vienen a diario, aunque sea un par de horas; y Sebas suele aparecer con bastante frecuencia, al parecer, cada vez que su hermano lo echa de su casa para estar con su novia, Tamara.

―Se creen, no sé, que esta es la casa del pueblo. ―Sus palabras me hieren un poco, sigo muy susceptible y Ali se da cuenta―. No lo dije por vos ¡Ufa! Siempre quedo como la forra. No, es que no los soporto, Alejo, sobre todo.

―¿Por? ―pregunto extrañada―. Alejo es un santo, por lo menos con tu hermano.

―Me da a falso ―contesta sin mirarme y se pone a levantar la mesa. La ayudo y noto que me sigue esquivando.

―¿Posta? ¿Hablamos del mismo Alejo?

―Sí, o sea... ¿no te parece a vos falso? «Damien, amor» ―imita un tono meloso―. Todo el día atrás de mi hermano.

―Tu hermano es igual ―lo defiendo.

―Y sí, no le queda otra ¿no? Sino quedaría como una basura ―dice con malicia. Esa es la cara de Alishya que hace que todos la detesten y yo no la entienda.

Todo lo que tiene de lindo por fuera ―y es realmente hermosa―, parece desmoronarse cuando se comporta así con la gente. Puede llegar a ser muy arpía.

―Me parece que no pasa por ahí ―intento explicar―. Ali, ellos la pasaron muy mal cuando... cuando, bueno, lo de tu papá. Pensaron que se perdían el uno al otro, es normal que ahora estén más «pegotes».

―Sí, bueno, que se lo guarden ―espeta molesta―. No tenemos por qué fumarnos nosotros su romance de mierda.

―¡Ali! ―la reto sin poder contenerme. Con mi estado emocional, estas charlas hacen que me den ganas de llorar, es una mierda. Ella se da cuenta y me abraza.

―No te pongas mal, no es con vos ―me consuela.

―Ya sé, no lo puedo evitar ―desestimo mis lágrimas―. Pero es que Alejo es tan bueno con Ema, que yo lo quiero. Y Damien... ―Moqueo un poco y me sueno con un rollisec.

―Si. Cierto, Alejo el chico perfecto ―larga con sarcasmo―. El que todos quieren, por el que mi hermano sale corriendo al primer mensaje y deja todo. Alejo, Alejo, Alejo.

―¿Estás celosa? ―inquiero aunque sé la respuesta―. ¡Estás celosa!

―¡No! ¡No estoy celosa! Solo me molesta que mi hermano lo quiera más que a mí.

―¿Esa no es la definición de celos?

―No si es verdad ―dice y noto que ahora ella también está llorando.

Le doy un abrazo antes de cambiar su lugar lavando los platos. Ella me esquiva la mirada, algo avergonzada de haber dejado entrever parte de lo que la lastima. Es ese orgullo y ese dolor lo que la hacen comportarse tan agresiva, como un animal herido, que gruñe y tira zarpazos.

―Sabés que hay distintas formas de querer ¿no? ―intento hacerla reflexionar.

―¿Querés apostar? Si nos estamos ahogando Alejo y yo, y mi hermano tiene que salvar a uno, bueno, espero tener el testamento al día.

―No seas así. ―Pero ya llegué tarde, abrí la compuerta.

―¡A Damien todos lo quieren! ¡Todos! Mi mamá lo prefiere, Alejo lo adora, ¡hasta vos lo estás defendiendo! ―rompe en llanto―. Mis amigas estaban conmigo sólo por él, cuando supieron que era gay, se fueron todas a la mierda.

―Entonces, no eran tus amigas ―la interrumpo con bronca―. Las que yo tenía en la secundaria también se borraron. Creeme, no perdí gran valor.

Al decirlo, noto como algo dentro de mí encaja. Una de las cosas que hacía ruido, de esos pequeños pedazos sueltos que no sabés dónde van y se mueven a cada paso que das, vuelve a su sitio. No eran mis amigas, no perdí nada cuando se alejaron de mí, no me hiere lo que ellas piensen de mí. Mi corazón empieza a latir desenfrenado.

―Mi papá me quería más a mí que a él ―sigue más calma. Llegando al punto exacto en dónde la astilla está clavada―. Damien lo había decepcionado, así que yo era su hija preferida e igual me pegó.

La llevo al sillón y dejo que se siente a llorar, yo lo hago con ella, no puedo evitarlo. Lloro por todo.

―Nadie me quiere a mí, mi mamá se fue con Damien en lugar de quedarse conmigo, y mi papá sólo me quiere porque mi hermano es gay ―completa entre hipos―. Y encima lo tiene a Alejo, que todo el día le está detrás, que es capaz de dejar todo por él; yo no tengo a nadie.

―No digas eso. ―Apoyo su cabeza en mi hombro. Es bastante más alta que yo, por lo que queda algo doblada e incómoda―. Tu mamá te ama, se moría de dolor cuando se escapó de tu papá sabiendo que lo elegías a él; ella no te abandonó a vos, necesitaba irse antes de que la mate. Y tu hermano te adora, por eso te pelea todo el tiempo...

La siento reír un poco en mi hombro.

―Es un pendejo de mierda ―dice en tono bastante cariñoso.

―Un pendejo de mierda que usa tu taza de Hello Kitty.

―Lo hace para molestarme ―gruñe y sonríe. Se endereza y, a una velocidad envidiable, vuelve a construir el muro de frialdad y frivolidad que la rodea ―. Gracias por el aguante.

―De nada ―contesto.

Damien llega justo y nos ve a las dos con los ojos rojos. Le hago señas de que no pregunte, lo único que va a conseguir es que su hermana lo putee.

―¿Trajiste galletitas de Royal? ―pregunta Ali.

―No, hacía calor, sólo quería volver a casa.

―¡Sos un forro, Damien! Ahora tengo que ir yo al súper y tengo que estudiar un montón para el ingreso... ¡pero claro! ¡Total yo puedo con todo! ―Termina el desplante con un portazo en su habitación y yo, en lugar de preocuparme como hacía hace unos días, me río.

―Mejor la dejamos sola ―bromeo― ¿Hago mate?

Mi propuesta descoloca a mi amigo que está acostumbrado a verme como un alma en pena. Le lleva un par de segundos reaccionar y sonreír.

―Dale. Yo mientras me saco esto que me estoy muriendo ―contesta señalándose la chomba y el jean. Tiene que ir algo formal a trabajar, y, con este calor, vuelve a medio asar del centro.

Preparo el mate y al rato Ali vuelve a aparecer como si no hubiese tenido una rabieta hace cinco segundos. Me parece que esta chica necesita más medicación que yo.

―Voy a comprar unos biscochos, ya que mi hermano es incapaz de mover el orto ―dice y agarra las llaves.

―¿Así vas a salir? ―se molesta Damien y yo quiero pegarle con el repasador.

―¿Qué tiene de malo?

―Se te ve medio culo con ese short.

Ahí empezamos. Vuelven los gritos, se dicen de todo, y Damien termina yendo al kiosco con tal de que su hermana no salga «así vestida».

Por un lado, me da bronca, porque Ali tiene derecho a ponerse lo que le dé la gana, pero por otro, lo entiendo a mi amigo. Su hermana es linda con ganas y cada vez que sale, por lo menos tres tipos, le gritan guarangadas.

Para colmo de males, en la esquina siempre hay un grupito que tienen pinta de estar puestos todo el día.

Lo mismo pasa con Cristina. Las dos mujeres son muy parecidas, sólo que la mamá de Damien tiene el pelo lacio, ahora cortado en una melena bob, y es más baja y curvilínea; su hija es alta, debe llegar al metro setenta, y con un cuerpo atlético y proporcionado. Creo que ambas podrían aparecer en la tele y destronar a más de una.

―Me voy a pintar ―comenta al rato Damien y busca las brochas. Está arreglando el pasillo-galería. La casa dónde estamos ahora es de esas de pasillo que quedan atrás de la del dueño. Alberto le alquiló a Cristina con tan solo una garantía y sin todavía ningún sueldo, por lo que, arreglar el lugar, terminó siendo parte de un acuerdo tácito.

―¿Te puedo ayudar? ―más que una pregunta, es un ruego. Siento la necesidad de hacer algo para no volver a la cama; eso es bueno.

―Sí. Si querés, podés hacerlo todo vos ―bromea y yo me voy a cambiar de ropa por algo que pueda ensuciar.

Manchada de pintura, con una ampolla nueva en mi mano, y hecha un asco por la transpiración y la mugre, me encuentra Ema cuando llega.

Su sonrisa hace que me sienta mejor. Su beso, me llena de energía.

―Hola ―saluda―. Veo que te están explotando. ¿Cómo estás?

―Te amo ―contesto y lo veo emocionarse.

―Yo también te amo.

―Y estoy mejor, creo ―respondo a su pregunta―. Hoy me siento bien.

Todavía soy un subibaja emocional. Esa parte no la explico, porque me da un poco de pudor. Sigo llorando por todo, por lo que me pone feliz, por lo que me pone triste, por lo que me da bronca. Todo se traduce a lágrimas, es agotador.

Pero ahora esta Ema y eso me hace sentir bien.

―Bañate primero ―propone Damien y se pone a guardar las cosas.

―Todavía no terminamos ―me quejo.

―Mañana seguimos. ―Me empuja suave dentro de la casa y siento el frescor del ventilador sobre mi piel transpirada. No noté cuánto calor tenía.

Tardo mucho en bañarme, primero limpio los restos de pintura con un trapo con aguarrás que me alcanzó Damien y luego me ducho con agua casi fría.

Los chicos prepararon tereré y al rato llegan Lore, Esteban y Sebas. Noto que todos pasan por el modular que está a la entrada y dejan algo. Me acerco con curiosidad y veo un frasco de vidrio en el primer cajón, en su interior, hay billetes de diversas denominaciones. Miro a Lore con la pregunta dibujada en mi cara.

―Es porque nos la pasamos acá ―explica―. La mamá de Damien no puede pagarnos la comida a todos, pero tampoco quiere aceptar que le demos la plata, así que vamos poniendo ahí y Damien se encarga de que mágicamente le vaya apareciendo en la billetera.

―Se va a dar cuenta.

―Cuando lo haga, idearemos otra forma ―se ríe.

Sonrío. A mí tampoco me deja pagarle por su hospitalidad, así que, de ahora en más, sé dónde dejar el dinero.

Mis papás me siguen pasando plata, hablé con ellos en uno de mis pocos momentos de lucidez de los días anteriores. Creen que todo esto lo hago para llamar la atención y que pronto se me va a pasar. En el momento no pude contestar nada, tan débil como me sentía. Ahora, de a poco, las preocupaciones sobre mi hermano y mi situación comienzan a golpearme y tengo momentos en que la angustia me paraliza y hace que sienta el pecho como si me fuese a infartar.

―Martu ―me llama Ema―. No es necesario que lo uses, ni nada. Sólo por si acaso ―dice y me alcanza el celu. Lo miro como si fuese una serpiente―. No tiene más tu chip, tiene ahora otro número a nombre de Alishya.

―¿Por qué a mi nombre? ―chilla Ali y eso me saca del casi pánico en el que estaba cayendo.

―Porque es más difícil relacionarte con ella ―explica Damien―. Además, es imposible de deletrear tu nombre, así que ni los telemarketers la van a molestar.

―¡Andá a la mierda! ―contesta entre enojada y divertida. Ambos se cargan por los nombres con que sus padres los bautizaron.

Yo tomo el celu y lo guardo apagado. Aún no me siento lista para volver a estar en contacto.

―¿Vemos una peli hoy a la noche? ―propongo y todos los ojos se posan en mí.

―Dale ―dice Alejo que es el primero en reaccionar―. Y hacemos pizzas.

Todos se suman y yo me siento contenta. Cristina también se ilusiona cuando le avisan de los planes y, sobre todo, de que fue idea mía.

―Ema ¿Te quedás a cenar? ―le pregunto bajito. No sé por qué, pero sigo sintiendo una especie de miedo a perderlo que hace que le consulte todo, casi como si esperase el momento en que su respuesta sea «no, Martina. Lo nuestro se terminó».

―Sí, obvio. Te amo, hermosa.

―Yo más.

Traga saliva para deshacer un nudo en su garganta ¿Me parece a mí, o mi estado emocional es contagioso?

*************************

Ya sé, la extrañaban a Alishya XD

Personaje raro si los hay. Dan ganas de matarla, pero no es ni la mitad de mala de lo que quiere aparentar. jeje.

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