Entonces, me abrazó (Completa)

By Geiravor

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Martina está atrapada en una relación de la que sabe debe huir, pero no encuentra la fuerza para hacerlo. Has... More

Nota de la autora.
Glosario
1. Martina
2. Martina
3. Martina
4. Emanuel
5. Martina
6. Emanuel
7. Martina
8. Martina
9. Martina
10. Emanuel
11. Emanuel
12. Martina
13. Martina
14. Emanuel
15. Martina
16. Emanuel
17. Emanuel
18. Martina
19. Emanuel
20. Martina
21. Emanuel
22. Martina
23. Emanuel
24. Martina
25. Emanuel
26. Martina
27. Martina
28. Emanuel
29. Martina
30. Emanuel
31. Martina
32. Emanuel
33. Martina
34. Emanuel
35. Martina
36. Martina
38. Martina
39. Emanuel
40. Martina
41. Emanuel
42. Martina
43. Martina
44. Martina
45. Emanuel
Epílogo
❤ Booktrailer ❤
Libro en papel
Al otro lado del miedo (Libro 1)

37. Emanuel

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By Geiravor

Estoy desesperado. Desde el momento en que viajé a Pergamino, que siento una terrible ansiedad, pero es imposible discutirle a mi mamá cuando se le pone firme. Y es inflexible al respecto: «No te vas a volver a acercar al loco ese».

No la culpo, si siente la mitad de la aprensión que siento yo al saber a Martina sola, se debe estar muriendo.

Se pidió ese día para estar conmigo y no me dejó en paz ni un segundo. Hoy no le quedó otra que volver a trabajar.

La herida pica como mil demonios y duele bastante cuando me tengo que parar. En cuanto los abdominales se tensan, siento los puntos tirar hasta que veo las estrellas. Lo bueno, es que no hago otra cosa que mirar pelis y comer ―casi igual que cualquier otra de mis vacaciones―.

El problema es que Martina no está conmigo. Mi vieja me dijo que le diga a ella de venir, que yo no me voy a mover así tenga que atarme a la cama, pero Martina no contesta el teléfono.

El primer día, pensé que era por los trámites e intenté ―sin mucho éxito― no darle importancia. El segundo, ya más desesperado, pensé que quizá había cambiado el número luego de los interminables acosos; a mí también me llaman todo el tiempo y terminé cerrando mi cuenta de Facebook para que no me etiqueten más en esa publicación de mierda. Hoy, su número me da directo al buzón, los WhatsApp quedan en una tilde gris, y su cuenta de Facebook sigue abierta.

Yo: Lore, Sabés algo de Martina?

Lore: No, te iba a preguntar lo mismo. Pensé que había cambiado el celu.

Yo: si lo hizo no me dijo nada.

Yo: Damien, a vos te dijo algo Martina?

Damien: No. Estoy llamando pero me da apagado.

―Ema ¿Qué pasa? ―pregunta Alejo ni bien llega con facturas. Se vino con nosotros a Pergamino a quedarse conmigo, se lo agradezco, estar en reposo es un embole.

―Martina no contesta.

―Debe haber cambiado el celu ―intenta con su argumento racional.

―No es eso, Alejo. Estoy seguro de que es algo malo.

―Ema... ―Me mira con preocupación. Intento pararme y me duele todo, mi amigo me ayuda.

―Tengo que ir a Ramallo, tengo que ver cómo está. Su Face está abierto todavía, le llueven mil insultos. Necesito estar con ella, boludo ―termino casi llorando. Tres días sin saber nada; el último mensaje que sí le llegó, tiene un visto.

―A Ramallo no vas ―sentencia firme y empiezo a enojarme con él.

―Martina me necesita, estoy seguro y...

―¿Y esperás que yo sea cómplice de cómo te vas de cabeza a que te caguen a trompadas de nuevo?

―Yo por vos...― le recrimino y me interrumpe.

―Vos por mí hiciste lo mismo, ¿o acaso me arengaste a que vaya a cagar a trompadas al padre de Damien o la boludez que sea que esté en tu cabeza ahora? Nah, fuiste centrado cuando lo necesitaba y ahora me toca a mí ―contesta molesto.

―Perdón. Es que... no sé qué hacer. Sé que está mal, lo sé. Yo estoy mal, pero ella... ella... Alejo, supongo que entendés lo que Darío le hizo. No fue consensual por más que todos digan lo contrario ―empiezo a llorar esta vez en serio, no son sólo un par de lágrimas.

―Sí, lo entiendo ―dice más calmado.

Me abraza y yo me dejo caer en él. Mi amigo también tuvo una mala experiencia sexual, de esas que la gente no cataloga de violación por más que si lo sean.

―Tengo que hacer algo. Por favor, ayudame a hacer algo ―suplico entre hipos.

―Vamos a llamar a su casa de Ramallo ―propone―. Averigüemos si Martina está ahí, qué pasó con Darío, si sigue en cana, si salió.

Buscamos el teléfono fijo en internet y llamamos. Nadie atiende y yo camino por mi casa de punta a punta. Los puntos me están matando, pero peor es mi cabeza que no deja de mostrarme malos escenarios.

Martina herida a manos de su ex es el peor de todos.

―Hola ―escucho que mi amigo habla y le arrebato el inalámbrico.

―Hola ―digo yo.

―¡Dejá de llamar, forro! ¡Ojalá te pise un camión! ―me llega una voz del otro lado que reconozco de inmediato.

―¡Tiago! Soy Ema, no llamo para molestar ―me apuro a decir antes de que corte―. Tiago...

―Pasame con Martina ―dice y me descoloca.

―Llamo para hablar con ella ¿no está ahí?

―No. Se fue, mi mamá la retó y ella se fue. ―Siento como sorbe por la nariz―. Pensé que se había ido con vos, porque me dijo que eran novios antes de que Darío diga cosas malas de ella.

«Diga», Dios le conserve la inocencia un par de años más. «¿Antes?» eso me cae como un baldazo de agua helada; trato de no analizarlo ahora, porque no puedo interrogar a su hermano en este momento.

No quiero preocuparlo más de lo necesario, al fin de cuentas, es un nene de once años que espera que un adulto tenga la situación bajo control. Dado que sus padres son unos pelotudos, está esperando que el responsable sea yo.

―¿Darío anduvo por ahí estos días? ¿Antes de que Martina se vaya? ―pregunto con un nudo en la garganta.

No. Cuando vino, Martina ya se había ido.

¡Qué raro! Los padres, aun sabiendo lo que pasó, le abrieron las puertas de su casa.

―Bueno, no te preocupes ―intento que mi voz no transmita cuán asustado estoy yo―. En cuanto hable con ella le digo que te llame ¿sí?

Sí ―contesta bajito antes de cortar sin siquiera decir «chau».

Me dejo caer en el sillón con una mueca de dolor.

―No está en Ramallo, no está en Pergamino, sólo me queda un lugar ―le explico a mi amigo.

Alejo toma el celu y llama a alguien.

―Damien, amor ¿me hacés un favor? ¿Te vas al departamento de las chicas y te fijás si Martina está ahí? Sí, dale, y llamame ni bien sepas algo.

Yo agradezco en silencio y Alejo prepara unos mates mientras esperamos. Por increíble que parezca, hoy prefiero los lavados, fríos y artificialmente endulzados de Martina.

Intento no volver a llorar, no pensar en qué puede haber pasado.

―Va a estar bien ―me consuela Alejo. Lo malo de mi amigo es que es pésimo mentiroso―. Vas a ver, seguro necesitaba espacio. No es fácil por lo que está pasando.

Sé que no es fácil, por eso también sé que ella no está bien. Padres ausentes, problemas alimenticios, abusos físicos y psicológicos, acoso verbal, humillación ¿cuánto más puede aguantar sin quebrarse? Que haya llegado a los dieciocho ya es, de por sí, un logro inmenso. Muchos hubiesen caído en adicciones peores que la comida, en autoflagelación, en suicidio...

¡Dios! ¿Dónde puedo apagar mi cerebro? Si sigo pensando, voy a enloquecer.

El celu de Alejo suena y por poco lo atiendo yo.

―Amor ¿Sí? Ok ¿No podés...? ―se calla y me da la espalda, se aleja un poco y yo estoy por matar a mi amigo. Es obvio que no quiere que escuche―. Llamemos a Lore.

―¿Qué pasó? ―lo increpo y Alejo no encuentra las palabras para suavizarme la realidad.

―Damien fue, Martina no contesta a la puerta, pero lo dejaron pasar unos vecinos y miró por la cerradura. ―Hace una pausa y toma aire―. Las cosas de ella están en el living, pero está todo apagado. No sabe si está y tampoco contesta arriba.

―¿¡Qué!? Vamos a Rosario, ya.

―Tu mamá...

―Le aviso en el camino. ―Ya no puedo contener el llanto que volvió peor―. No va a querer que vaya y yo si no estoy allá me voy a morir. Alejo, si Martina... si ella... ¡Dios! ¡No, la puta madre! Tengo que ir.

―Ok. Tu vieja me va a matar, si no lo hace la mía primero, pero está bien ―accede―. Vamos en el auto de mi viejo así hacemos más rápido y manejo yo, pero si nos matamos en la ruta no vamos a servir de mucho, así que tratá, posta, tratá de no ponerte más loco.

―Alejo...

―Sé que te estoy pidiendo algo imposible, no lo hagás por mí.

No, por Martina. Tengo que estar calmo por mi novia.

«Dios» alzo una súplica «por favor, que esté bien».

No soy de rezar, creo que la última vez que fui a la iglesia fue para mi comunión. Pero si hoy ayuda a Martina, juro que voy a misa, rezo un rosario, lo que sea.

―Lore ―la llamo por teléfono―. Parece que Martina está en Rosario, no contesta, ¿vos podés ir con la llave? Si no, llamo a la policía para que entre...

―Voy, ya. En una hora estoy ahí.

―Lo mismo nosotros.

Alejo maneja rápido, aunque sin pasarse. Al ser enero, no hay tanto tránsito por la ruta 32, sólo un par de camiones en la entrada a Rosario.

Mi mamá me llama por teléfono furiosa y discutimos; nada grave, sé que ambos nos entendemos, sólo que en este caso las prioridades son distintas. Mi vieja es mi vieja y quiere que su hijo esté bien; yo, en cambio, daría con gusto un par de heridas más por Martina.

Llegamos casi juntos con Lorena; Damien nos está esperando en la puerta y no tiene buena cara.

―Hola ―decimos todos a la vez como único saludo antes de subir al trote.

Nuestros rostros denotan preocupación. Sé que Lore, Alejo y Damien me miran de reojo en el ascensor, asustados tanto por Martina como por mí, se nota que estoy cerca del quiebre.

Entramos detrás de Lore y vemos que todo está oscuro. Las persianas bajas, la luz cortada, la heladera vacía y, en el medio del living, el bolso de Martina.

Camino a la pieza y su amiga me pisa los talones. En la cama, sin siquiera destender, está Martina.

―Amor ―la llamo y no responde. Los ojos se me llenan de lágrimas―. Hermosa, Martu. Despertate, please.

La sacudo un poco y sigue sin abrir los ojos. Lore levanta la persiana y el sol le da de lleno en la cara. Ya de por sí es blanca, pero ahora se ve pálida y algo grisácea.

―Martu ―llamo con más fuerza y abre apenas los ojos antes de girarse y volver a dormirse. Largo el aire y se me traba en la garganta. Tengo un nudo y me doy cuenta que estoy llorando―. Martu ―vuelvo a llamar y la zarandeo con bastante fuerza.

―Basta ―se queja.

―¡Basta las pelotas! ―grito y Lorena me mira atónita―. Te vas a despertar ¿hace cuánto viniste? Desde que dejaste de contestar ¿no?

―Ema, andate ―dice y la voz le suena rasposa―. Ya te lastimaron una vez.

―Vos me estás lastimando, amor ―contesto y la abrazo con fuerza. Su cuerpo se siente débil en mis brazos y me dan ganas de gritar por la impotencia―. Levantate, dale.

Tiro de ella y no opone resistencia. Me doy cuenta que no es porque no quiera, sino porque no tiene fuerzas; está hecha una muñeca de trapo.

Entre Lore y yo la acompañamos al baño y su amiga me hace esperar afuera.

―Si te necesito, te llamo ―promete al ver mi cara.

Cierra la puerta y me quedo viendo la madera blanca por un buen rato antes de volver al living. Siento la ducha abrirse y el que se tambalea ahora soy yo.

Alejo me abraza y me hace sentarme, me alcanza un vaso con agua de la canilla y lo tomo de un trago.

―Damien fue al súper ―dice y asiento.

―Martina no comió en tres días ―murmuro al darme cuenta de la situación. Se nota que no hizo más que dormir desde que hablamos por última vez.

El novio de Alejo llega justo cuando la ducha se cierra y me pasa una Coca-Cola a mí. Trajo un Gatorade frío para Martina y yo agradezco con un movimiento de cabeza.

Damien también está llorando, aunque intenta disimular frente mío. Sé que se hicieron muy amigos en este último tiempo y entiende quizá mejor que yo lo que está pasando Martina; al fin de cuentas, él también dejó de comer cuando se deprimió por Alejo.

La veo salir del baño y corro a sostenerla. Lleva uno de sus vestidos sueltos que ahora cuelga aún más holgado de su cuerpo.

―Me bajó la presión ―dice―, no es nada.

Le damos la botella y toma un sorbo antes de hacer una arcada.

―¿Qué pasó? ―pregunto a su oído. Se encoje de hombros y ni siquiera me mira.

―Quiero ir a la cama ―contesta y se para. La acompaño y le pido que tome unos tragos más. Ella lo hace antes de volver a acostarse.

―Tenemos que hacer algo ―está diciendo justo Lore cuando reaparezco―. Está depresiva mal.

―Sí ―concuerdo―. Pero ¿qué? ¿Qué mierda se hace en estos casos? Si fuese una herida o una enfermedad común, iría a una guardia. No tengo ni puta idea ¿Hay guardias para estas cosas?

Me siento un pendejo. Nunca antes tuve la sensación de que me tocaba lidiar con algo que me quedaba grande, hasta ahora.

Todos nos miramos con impotencia. Alejo se pone a googlear en su celu, supongo que algo relacionados a «guardias psiquiátricas».

―Puedo preguntarle a mi mamá ―propone Damien―. Ella está haciendo terapia por lo de mi viejo, capaz sabe o tiene un número o no sé.

―Llamala ―pide Alejo sin dudar y después me abraza. Hace que apoye mi cabeza en su hombro y me deja llorar, salvo que las lágrimas ya se me agotaron, al igual que las ideas―. Dame un pucho, amor ―pide a su novio y se lo prende a mi lado.

―A mí también. ―Le saca otro Lore y trae un cenicero.

Hasta yo le doy un par de caladas para ver si de verdad tranquiliza, aunque sea, algo. Damien se aleja para hablar con su mamá y vuelve a los pocos minutos.

―Dice que está en camino, no tarda.

Lo miro con agradecimiento y los dejo a los tres fumando en el living. Me voy al cuarto con Martina y me acuesto a su lado. Apenas se mueve, a pesar de que durmió tres días seguidos, volvió a caer en un sueño profundo.

―Te amo, Martu ―le digo mientras acomodo su cuerpo contra el mío―. Te dije que no ibas a estar más sola y acá estoy. Vas a salir de ésta también, como saliste de tantas otras antes de conocerme; sólo que ahora estoy yo, para que te apoyes cada vez que lo necesites. Te amo, te amo, te amo.

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