Entonces, me abrazó (Completa)

By Geiravor

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Martina está atrapada en una relación de la que sabe debe huir, pero no encuentra la fuerza para hacerlo. Has... More

Nota de la autora.
Glosario
1. Martina
2. Martina
3. Martina
4. Emanuel
5. Martina
6. Emanuel
7. Martina
8. Martina
9. Martina
10. Emanuel
11. Emanuel
12. Martina
13. Martina
14. Emanuel
15. Martina
16. Emanuel
17. Emanuel
18. Martina
19. Emanuel
20. Martina
21. Emanuel
22. Martina
23. Emanuel
24. Martina
25. Emanuel
26. Martina
27. Martina
28. Emanuel
29. Martina
30. Emanuel
31. Martina
32. Emanuel
33. Martina
35. Martina
36. Martina
37. Emanuel
38. Martina
39. Emanuel
40. Martina
41. Emanuel
42. Martina
43. Martina
44. Martina
45. Emanuel
Epílogo
❤ Booktrailer ❤
Libro en papel
Al otro lado del miedo (Libro 1)

34. Emanuel

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By Geiravor

Le doy ignorar a la llamada por quinta vez. Miro a Martina que está tomando tereré en el balcón y siento como se me acelera el pecho.

La amo. La amo tanto.

Busco el número en mi celu y le doy bloquear, aunque sé que es al pedo. Va a conseguir otra forma de contactarme.

―Ema, vení conmigo ―me llama.

―No me gusta el sol ―me quejo, pero voy igual.

―Quedate en la sombrita ¿un tereré? ―ofrece y me siento en el piso. Ella está tomando sol y la bikini me pone un poco loco.

No es súper chiquita; Martina la definió como «de vieja» y yo dudo que una vieja se vea así de bien. Es que se queja de que tiene demasiada delantera ―se imaginarán cuán en desacuerdo estoy yo al respecto―, y que por eso debe usar corpiños grandes; mallas así, juveniles, no vienen.

A mí me importa el relleno ¡Y qué bien rellena que está! Uf. Tengo más calor del que corresponde y eso que hace más de treinta grados.

―Bueno, el tereré al menos se acepta en mate de silicona ―bromeo y Martina me sonríe. Mi celu suena de nuevo, ahora es de número desconocido.

―¿Quién es?

―Debe ser un telemarketer ―miento y me siento fatal.

Es Darío. Tengo que juntar coraje y decirle a Martina que Darío sabe y que me está acosando a mí ya que no puede hacerlo con ella.

Martina lo eliminó de todos lados, pero por desgracia, no lo bloqueó; así que el hijo de puta vio nuestras fotos de Pergamino, y, no sé cómo, consiguió mi celular. Tendría que cambiar el número, pero para eso, tengo que explicarle a Martina por qué y no quiero.

Es que la veo tan feliz. Por primera vez desde que la conozco no hay ni un vestigio de nostalgia o tristeza en su mirada ¡si hasta está en bikini en un balcón! No quiero cortar tan pronto con la fantasía, quiero unos días más en nuestra burbuja; ya habrá tiempo para acomodarnos y ver cómo hacemos para terminar con todos los lazos que quedan. Hoy no, hoy quiero disfrutar de las vacaciones, de la chica que amo y que me sonríe cuando me pasa el tereré, del cumple de mi mejor amigo que también es feliz después de la tormenta... Mañana, mañana le digo.

―Tendría que ponerme bocabajo un rato, sino voy a parecer un palito de la selva ―se ríe al mirar la marca de la malla. Es tan blanca que el sol la pone roja antes de poder broncearla apenas un tono.

Yo me pongo negro al toque.

―Con lo que me gustan los palitos de la selva, me hago un empacho de vos.

En lugar de ponerse colorada, me da un beso súper hot y yo tengo que acomodarme para no quedar en evidencia frente a los vecinos. El balcón da al pulmón de manzana y como ésta es la única hora en que el sol pega, no somos los únicos aprovechándolo.

―Ahora no, hoy a la noche ―promete y me da otro beso―. Me tengo que bañar para el cumple; prometí hacer las pizzas con Cristina, si no, siempre la cagamos a ella, pobre.

―Así que pierdo yo contra mi amigo ¡Es injusto! ―finjo un berrinche―. A él lo mima Damien ¿a mí? ¿quién?

―Hablando de mimos de Damien, avisale que los vamos a buscar en cuanto esté lista. No vaya a ser cosa que interrumpamos.

―Nuestra existencia interrumpe ―me río mientras mando el mensaje a Alejo. Como es su cumple, le tocó usar el departamento a él para «festejar» con su novio; estoy seguro que se saltearía las pizzas con gusto.

Martina se va a bañar y yo me tomo lo que quedó de la jarra de tereré y me pongo a ver tele. Ellas tienen cable, no como nosotros con Alejo que usamos su monitor y vemos sólo en streaming.

La veo salir envuelta en la toalla y no me aguanto ir tras ella. Llego a la pieza dispuesto a sacrificar mis principios de hacerle el amor como se merece a cambio de un rapidito; me estoy muriendo de ganas.

―Martu...

Me interrumpo al verla. Está pálida y se pasa los dedos por los mechones húmedos con desesperación. Mueve la boca, pero no salen palabras y vuelve a tirarse del pelo.

―Ema... ―dice en un tono tan ahogado que me paraliza el corazón―. Ema... no. No...

―No ¿Qué? Martina ¿qué pasó? ¿Estás bien? ¿Amor? ―Me acerco a ella y la rodeo con los brazos. Me esquiva y se aleja, no con desdén, sino como un animal herido. Se deja caer en un rincón del cuarto y comienza a mecerse, desesperada ―. Martu.

Empieza a llorar y yo, a volverme loco. No me habla, no contesta, sólo llora y se arrincona más y más, como si esperase que la pared se la tragara.

―Amor ―intento de nuevo y al acercarme veo que aprieta su celular hasta que sus nudillos se ponen blancos―. ¿El hijo de puta? ―pregunto esforzándome para que mi voz suene calma y no asustada, o peor, furiosa. ¡¿Qué hizo ahora?! ¿No le basta con llamarme cada cinco minutos?

Saco el teléfono de sus manos y lo veo.

―¡No! ―grita e intenta arrebatármelo― ¡No mires! ¡No! ¡No! ¡por favor, no! ―lo último es una súplica desgarradora que llega demasiado tarde.

Lo vi y quedó grabado en mi retina. Lo vi y empiezo arder por la furia. Lo vi y entiendo que no hay vuelta atrás.

―Ema... ―llora y yo sigo tieso. No puedo reaccionar y eso hace que Martina piense lo peor; comienza a vestirse cubriendo su cuerpo de mí.

Yo ahora miro mi celular. Fotos, tres fotos para ser exactos, de Martina y Darío desnudos en su muro. Y ahora no están solo en su muro, están en el mío porque un hijo de puta me etiquetó... veo la publicación repetirse una, y otra, y otra vez. Cada contacto que las vio, parece haberlas compartido; inclusive hay Screenshots por lo que la eliminación no basta.

Quiero romper el celular, quiero matar a Darío, quiero abrazar a Martina y mentirle diciendo que va a estar bien; por supuesto que no lo va a estar ¿una humillación así? Si hasta yo me siento herido y no soy la víctima.

Ese pensamiento hace que vuelva en mí.

―Martina ―la llamo―. Martina, mi amor―No sé qué decir, por lo que elijo lo primero que me sale―: Te amo.

―Ema, yo... ¿y ahora? ―La abrazo, y la siento llorar agitada y sin aire.

Y ahora no sé. Posta, no lo sé; o sea, no cambia lo que siento, no cambia que Martina es mi novia ahora y no me voy a ir a ningún lado, pero ¿ella? ¿yo?

No, jamás me esperé esto. Ahora entiendo los miedos de Martina, no siempre se necesita un golpe para hacer mierda a alguien.

¡Qué fácil es lastimar a una mujer cuando tenés todo a favor! ¿no? Porque nadie va a decir nada de él, de que tiene cuarenta, de que se acostaba con una nena de catorce, de que también está en bolas en las fotos que subió... no. Todo el mundo va a hablar de Martina, le van a decir «Puta» y eso es el menor de los insultos.

La marcó, la marcó como mercancía de segunda mano, porque eso es lo que es para él: una cosa. Una cosa que tiene dueño: Darío, y ahora todos los saben.

¿Y yo? No puedo evitar lo que siento y eso me enferma. Me siento humillado ¡Yo! ¡Que a mí nada me hicieron! Igual, ese sentimiento me abruma, ese estúpido pensamiento de que es «mi chica» y que yo quedo como un boludo o un cornudo o como el que sale con la «puta».

Y ahí está, en eso radica la victoria de este hijo de puta, no en el golpe en sí, sino en que tenemos a todos en contra. En que sabe cómo me siento, en que sabe cómo la van a tratar a ella, en que la sociedad es así.

La deja a Martina sola, humillada y vulnerable, tal y como estaba cuando la dominó por primera vez.

Es claro que espera que me vaya, no lo pienso hacer; salvo que me lo pida ella.

¿Y si me lo pide? No, no puedo pensar en eso ahora, Martina me necesita de pie.

―Ahora vamos a ver que se puede hacer. En las fotos eras menor, tienen que poder eliminarse y respecto a él... No sé, no sé si es un crimen, calculo que sí. Vayamos a ver a un abogado, el papá de un compañero de la facu es abogado, le voy a escribir a ver si nos puede decir algo o explicar. Creo que él es civil, pero seguro sabe...

―Ema, no sé qué hacer... ahora todos saben, yo... apagué el celu, pero mis viejos... mi familia, mi hermano ¡Dios! ―vuelve a llorar―. Vos, Ema.

―Yo nada, amor. Olvidate de mí que no soy la víctima acá ―digo con firmeza para ella y para mí. YO. NO. SOY. LA. VÍCTIMA. Me repito intentando calmarme, intentando no darle el peso que Darío espera que se le dé. No pienso convertir esto en una lucha de machos marcando territorio.

Decirlo es una cosa, ¿hacerlo? ¡Qué mal me siento!

―Pero...

―Sin peros, Martina. Sin peros, que eso es lo que busca este hijo de re mil putas. Si me querés meter una patada en el orto, que sea porque no me querés, no por lo que pienses que yo puedo o no sentir por esta mierda. ¿Ok? ―Le levanto la mirada―. ¿Ok?

Asiente.

―Bien. Cuando terminemos con esto, te juro que lo voy a re cagar a trompadas. ―No me aguanto la furia. Trato de respirar y serenarme, lo hago por Martina que me necesita, pero en cuanto el día termine voy a explotar. Lo sé, siento como me palpita la sien por la bronca.

Termina de vestirse y yo llamo a mi compañero de la facu, le explico más o menos y él me dice que vayamos a su casa, que como tribunales está de feria, su padre tiene las tardes libres.

―Ya estoy ―dice con la voz ronca por el llanto y yo le doy un beso que intenta ser dulce.

―Te amo, Martu. Te amo, te amo, te amo. Vamos a lograr que pague este hijo de puta.

―Yo también te amo ―contesta sin mirarme y mi furia se alza hasta ponerme rojo. No quiero que sienta vergüenza, no quiero que Darío gane―. Hay que avisarles a los chicos que no vamos. Es el cumple de Alejo... ―se le quiebra la voz de nuevo.

―Yo les aviso después, por Alejo no te preocupes, va a entender.

«Y me va a ayudar a deshacerme del cuerpo».

Salimos al calor agobiante de la ciudad y busco un taxi. Debería llamar un Easy, pero no quiero volver a tocar el celular.

―Acá ―le aviso a Martina cuando paro uno y ella camina hacia mí. Se detiene un segundo y al ver su cara de pánico, sigo su mirada.

Darío. Estaba esperando en la esquina el muy hijo de puta, para deleitarse de su victoria.

―¡Martina! ―le grita y me pongo en el medio antes que la alcance. Quiero matarlo, lo juro; no es en sentido figurado, tengo un irrefrenable deseo de golpearlo hasta que no pueda moverse nunca más.

Es la primera vez que siento tanto odio, es abrumador.

―Subí al auto, amor ―le digo a ella en un inútil intento de mantener la cabeza fría.

―No vas a ningún lado, Martina ―demanda Darío y yo lo ignoro. Sigo poniendo mi cuerpo entre el de ella y él, impidiendo que la agarre del brazo como quiere.

―Vos... es mejor que te vayas ―amenazo con los dientes apretados―. Si sabés lo que te conviene, ya vamos a hacer una denuncia ¿de cuántas nenas más abusaste?

―¿Ahora Martina es una nena? ―replica.

«Lo trompeo, ya fue».

―No. No ahora, así que ya no está a tu merced, forro. Andate. ―Me giro para entrar en el auto y Darío aprovecha que le doy la espalda para pasar su mano y agarrar a Martina.

La toma de la cadenita que yo le regalé y retuerce el acero que se niega a ceder. La está ahorcando.

―¡Soltala! ―grito.

―¿Esta mierda te la regaló éste? ―le pregunta rojo por la furia.

―Da..ri... ―no puede contestar, no puede respirar, y yo pierdo el control. La está asfixiando.

Cualquier intento de controlarme se va al carajo y tiro una piña que lo hace trastabillar.

―¡Te dije que la sueltes! ―y vuelvo a arremeter. Me empuja, yo a él y sin querer, Martina también termina en el piso; eso me saca aún más.

Intento pegar de nuevo, ya sin que mi cerebro intervenga, y Darío se cubre. No somos expertos, nunca le había pegado de verdad a nadie, sólo un empujón y tirón aquella vez que molestaron a Alejo... no tengo idea de lo que hago, la ira me domina y no puedo parar.

Caigo con todo mi cuerpo sobre Darío y nos vamos los dos al piso, nos damos de lleno con un conteiner de basura y lo corremos hasta que golpea el auto que tiene estacionado delante. Salta la alarma y nos aturde.

A nuestro alrededor empieza a armarse un gran alboroto; me llegan los gritos de Martina, pero no entiendo lo que dice, lo único que escucho es el silbido de mi bronca dentro de mi oído.

Golpeo, me golpea y vuelvo a darle con toda mi fuerza. Quedo encima suyo, luego rodamos y soy yo quien queda debajo; no hay honor en esta pelea, lo siento, ya pasé el punto en que me importa algo. Le pateo los huevos y se retuerce. Cuando pienso que ya puedo deshacerme de él, veo que agarra una botella rota que quedó junto al conteiner y clava el vidrio en mi vientre.

Los dos nos paralizamos; por un segundo que se hace eterno, sólo puedo mirar a los ojos de Darío y ver en ellos pánico. Ni él pensó que llegaría tan lejos.

Comienzo a tomar conciencia del dolor, de la piel rasgada, de los gritos. Un hombre, creo que es el taxista, le da con el matafuego del auto a Darío y este se levanta tambaleante; luego se va corriendo. Yo sigo en el piso, me miro la herida como si fuese de alguien más.

―Vamos, nene. Nena, ayudame ―le dice el tipo a Martina―. Vamos a meterlo en el auto, que hasta que llega la cana se te desangra.

Intento pararme. ¿Alguna vez probaron moverse con un vidrio clavado en la panza? ¡Mierda! Ahora sí que duele.

―Se fue ―es lo único que me sale decir. Darío se escapó y no lo maté.

―Ema, vamos al hospital ―llora Martina.

Yo estoy medio boleado. Miro mi mano y está llena de sangre, creo que me bajó la presión.

No sé muy bien cómo subí al taxi, ni que pasó en el viaje. Sólo puedo escuchar a Martina que repite una y otra vez que me ama. Después me quedo dormido.

*************************

y llegamos al punto que dejé caer en la historia anterior

:O

¿Se lo habían imaginado?

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