Entonces, me abrazó (Completa)

By Geiravor

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Martina está atrapada en una relación de la que sabe debe huir, pero no encuentra la fuerza para hacerlo. Has... More

Nota de la autora.
Glosario
1. Martina
2. Martina
3. Martina
4. Emanuel
5. Martina
6. Emanuel
7. Martina
8. Martina
9. Martina
10. Emanuel
11. Emanuel
12. Martina
13. Martina
14. Emanuel
15. Martina
16. Emanuel
17. Emanuel
19. Emanuel
20. Martina
21. Emanuel
22. Martina
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24. Martina
25. Emanuel
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30. Emanuel
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33. Martina
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36. Martina
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38. Martina
39. Emanuel
40. Martina
41. Emanuel
42. Martina
43. Martina
44. Martina
45. Emanuel
Epílogo
❤ Booktrailer ❤
Libro en papel
Al otro lado del miedo (Libro 1)

18. Martina

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By Geiravor

Me río y me pongo colorada a la vez.

También le doy descargar.

¡Dios! Tengo calor, si sabía que iba a ver esta foto no le decía de venir hoy a casa. ¡Qué lindo que es! Y ¡Qué celosa estoy de que ahora todo el mundo lo haya visto en calzoncillos!

Mejor me calmo.

Es hermoso.

―Martu, dejá de dar vueltas que me vas a marear ―dice Lore y yo sólo le sonrío antes de ponerme a caminar de nuevo.

Estoy nerviosa. Muy.

Quiero disculparme con Emanuel por lo que pasó la noche del cine. Una cosa es que no pueda decirle que lo amo, y otra muy distinta es actuar como lo hice.

Lo peor, es que sí lo amo.

Me enamoré. No pude evitarlo. Desde el día del abrazo que siento todo esto, pero ahora es imposible de negar que es puro amor y no un simple enamoramiento.

Nunca nada puede ser sencillo en mi vida ¿no?

No. Tengo que siempre complicarla. Por lo menos, si fuese la única con el corazón en juego... ni esa suerte tengo.

No sé qué le voy a decir esta noche, supongo que tendré que contarle algo de Darío.

Me da pavor. ¿Si no lo entiende? Creo que eso rompería más mi corazón que nunca tener algo con Ema.

Por supuesto, Darío no se mantuvo pasivo. Eso era mucho pedir. Sólo me dio esa semana de descanso, cuando volvieron mis viejos, tuvo la excusa justa para volver a mi vida.

Y a su rol.

Y a su control.

Tuve que volver a cambiar el patrón de mi celular.

Tiago usa mi celu para darse vidas en los jueguitos o para jugar con mi cuenta de Face ―No soy yo la que manda las mil solicitudes, les juro―, por lo que sabe mi clave.

Darío se la pidió «para ver algo» y mi hermano no supo que había malas intenciones detrás. Ahora mi ex sabe de Emanuel.

No había nada muy comprometedor, pero si es inteligente ―y por desgracia, Darío lo es― se puede leer entre líneas lo que pasa entre Ema y yo.

Nada y mucho. Menos de lo que quiero y más de lo que puedo.

Ahora siento a mi ex todo el tiempo como una respiración en mi nuca, una voz en mi conciencia, una mano en mi garganta...

Por eso es que tengo que poner distancia de Ema, no pasar más de amigos. Porque lo quiero demasiado como para involucrarlo en el medio de mi disputa con Darío, porque no puedo permitir que mi ex lo culpe a él de lo que es pura responsabilidad mía, porque no quiero confundir lo que hago por mí de lo que hago por él.

Por mí, estoy cortando con Darío. Por él, me mantengo lejos.

Porque lo amo y ahora lo entiendo todo.

Ahora entiendo sus palabras «No lo dije para que me des algo a cambio». Emanuel no me debe nada por mis sentimientos, no me debe correspondencia ni adoración ni mucho menos, sumisión.

Lo amo sin esperar nada de él por ello. Lo amo aún sin que podamos estar juntos. Lo amo, aunque no me beneficie de eso. Lo amo sin que sea mío. Lo amo y punto. Tan sencillo y tan distinto a todo lo que conozco que parece difícil de sobrellevar.

―No vas a poder poner distancia si lo miras con esa cara de boba ―advierte Lorena con humor.

―No sé qué hacer ―confieso.

―Lo va a entender...

―No si le explico la mitad ―digo algo triste y me siento frente a mi amiga que está terminando de pintarse las uñas.

Yo ni lo intenté, hoy mi pulso da pena, y eso que puedo hacer nail art hasta en un avión con turbulencias.

―Martu, no sé porque te ponés así con el tema. O sea, no entiendo...

Largo el aire y siento que me arden los pulmones.

No voy a llorar, no voy a llorar, no voy a llorar.

―Ya dije...

―Sí. Es complicado ―interrumpe y pone los ojos en blanco. Está molesta conmigo porque no me abro. Es que no puedo.

No puedo contarle quién es Darío, no lo va a entender. Yo, a veces, no lo entiendo.

Lo quise, una parte de mí siente que aún lo quiere. Es tan extraño, tan confuso. Y si mis amigos me dan la espalda, entonces voy a estar sola. Sola como estaba cuando Darío me dijo por primera vez que era especial...

Entierro mis recuerdos.

―Martina ―dice y larga el aire, resignada al darse cuenta que no voy a decir más sobre el tema―, si yo te entiendo, con lo poco que sé, él también lo va a hacer.

«Eso espero».

Lore le baja a abrir a Emanuel.

El saludo es algo incómodo y seco entre nosotros, como si estuviésemos adivinando el humor del otro.

Nos quedamos un rato mateando antes de que mi amiga se vaya a casa de una de las chicas. Lore habla e intenta relajar el ambiente sin mucho éxito.

Van a salir, yo preferí quedarme con Ema y arreglar esto de una buena vez.

―¿Cómida vegetariana? ―pregunta y sonríe.

―Sí. ¿Te gustan las empanadas de verdura? Sino pedimos ―le digo y mi voz suena bajita, como siempre que estoy inhibida.

Ya había superado esa etapa con Emanuel, pero los miedos volvieron todos de golpe esta noche.

Noto como me mira, con una mezcla de emociones difíciles de dilucidar. Sus ojos se clavan en mi pecho, dónde ahora descansa el regalo que él me hizo para mi cumple; una cadena de acero con una «M» que cuelga de lado. Me la puse la noche que terminé con Darío y desde entonces, no me la saco ni para bañarme.

―Como cualquier cosa, creo que de chiquito se me quemó el paladar. Si hasta aguanto los fideos con manteca de Alejo...

No puedo evitar reírme.

Entre los dos vamos armando las empanadas en un silencio tranquilo y evasivo. No queremos hablar de banalidades, tampoco estamos listos para tratar asuntos serios.

Nos extrañamos. Lo siento en el aire.

Ambos estamos aprovechando el momento, los minutos, los segundos, como si fuesen los últimos. Ninguno de los dos puede predecir cómo va a terminar la noche y no nos queremos apresurar.

Pongo música y al rato dejo que Ema elija los temas. Para mi sorpresa, pone Adele.

―No sabía que te gustaba ―le digo.

―No me disgusta, pero no es por eso que lo puse ―contesta y clava sus ojos dulces en mí.

Su mirada me dice «te amo». Como esa noche a la salida del cine, sólo que hoy no sonríe.

Nos sentamos y comemos. Yo sigo mi ritual de servir en un plato para no comer de la fuente, Ema me mira mientras lo hago y me pongo colorada.

―No creo que coma nueve empanadas ―acota mirando la fuente. Yo tomé las tres que me corresponden a la porción.

―Así estoy bien ―miento y después de pensarlo mejor, decido que estoy cansada de esconder todo sobre mí―. Bueno, capaz me quede con hambre. Entonces, espero una hora o un poco más y me como una manzana.

―¿Y por qué no...? ―se interrumpe al darse cuenta que me incomoda el tema.

―Era gorda ―confieso―. Toda la vida lo fui, pero a los trece pasé de sobrepeso a obesidad. Tengo problemas alimenticios...

―Perdón ―me corta apenado―. No sabía, nunca quise molestarte con el tema. De verdad, perdón si lo hice.

Apoya su mano sobre la mía en la mesa y siento una corriente en todo el cuerpo. No la retiro.

―No hay problema, es algo que uno aprende. Hay gente que puede controlarse, comer un día una porción más sin que eso lo afecte, yo no. Porque no como solo para alimentarme o saciarme; si no controlo y como sin pensar, suelo darme un atracón.

Él asiente.

―Mi hermano es igual, por eso lo molestan en la escuela ―sigo.

―¿A vos? ¿Te molestaban? ―pregunta preocupado.

―Sí. Mucho. A los trece, una profesora de gimnasia me habló de ir a la nutricionista, porque casi no podía seguir la clase. Se preocupó y ocupó todo ella, y me solía preparar rutinas para que siga en casa porque me daba vergüenza ir al gimnasio.

Por increíble que parezca, no me tiembla la voz mientras lo cuento. Emanuel me mira relajado y con una expresión comprensiva en su rostro. Es claro que nunca tuvo problemas de este tipo, pero no necesita haberlos padecido para empatizar con ellos.

―¿Tu familia? ―inquiere sabiendo la respuesta.

Claro que sabe. Si mi familia no me apoya ahora, con mi carrera, es fácil deducir que nunca lo hizo en ningún aspecto.

―Mis papás estaban pasando una crisis ―digo sin especificar que no era ni la primera, ni sería la última―. Eso era lo que me empujaba a mi compulsión, hasta el día de hoy lo hace... cuando tengo algún problema que me agobia, siento unas terribles ganas de comer. No es hambre, es...

¿Lastimarme? O tal vez llamar la atención de alguien; o suplir una necesidad con un placer ― aunque como hasta que ya no es placentero―.

Quedo en silencio.

―¿Acompañaste la dieta con psicólogo? ―se interesa Ema.

Lo miro, busco en sus preguntas, en sus modos, en su expresión corporal, algo que me indique que me está juzgando o compadeciendo como hace el resto del mundo. No encuentro nada.

Sólo la más pura transparencia.

―No ―contesto al fin.

―Sos muy fuerte ―dice admirado y me sonrojo. Nunca nadie había halagado esa parte de mí ―. De verdad, Martina. La mayoría de la gente no supera eso sin ayuda.

―Acá es cuando das el consejo ¿no? ―le sonrío y el me devuelve el gesto.

―Sí. ―Sus labios se curvan aún más mostrando su dentadura tan blanca que parece brillar.

―¿Usaste aparatos? ―pregunto con curiosidad al ver cuán parejos son sus dientes. Tiene tan solo un colmillo apenas más adelante que el resto y un poco más filoso; no más defectos en su sonrisa.

De paso, aprovecho a dar un giro a la conversación. Sé cuál es su consejo: terapia. Sé que la necesito, y no sólo por mis problemas con la comida; Darío y mis viejos entran en la cima de mis temas de diván.

―Sí, a los diez años más o menos, por dos años.

Vuelve a caer el silencio sobre nosotros, pero esta vez es tenso y anticipatorio.

―Martina... ―lo rompe Emanuel.

Lo veo morderse el labio buscando las palabras. ¿Está dispuesto a repetir sus sentimientos hacia mí? ¿Después de lo que pasó? ¿Después de cómo reaccioné?

Siento como mi corazón se acelera por la emoción.

La parte de mí que desea protegerlo de todo mal, sale a la superficie y se apodera de la situación interrumpiéndolo y ahogando a la Martina egocéntrica que sólo quiere escuchar otra vez que la aman.

―Ema, yo, estoy confundida ¿ok? ―Una mentira a medias―. Siento cosas por vos ―«Amor» grita mi mente y mi corazón desbocado―. Pero no me siento lista después de mi ruptura y no quiero atarte con promesas que no sé si voy a poder cumplir ―digo lo último con total honestidad.

En mi situación, no puedo prometer. No puedo prometer que Darío desaparecerá, que voy a ser libre de amarlo, que mi ex no lo lastimará. No puedo prometer que no va a llegar el día en que mi hermano me necesite y yo esté dispuesta a todo por él. No puedo prometer que tendrá un lugar en mi familia, en mi mesa, en la que sí tiene espacio Darío.

No. No puedo hacer promesas.

―Cuando te referís a cosas ¿de qué hablamos? ―Se muestra cauteloso. Su mano, que hasta hace un rato tomaba la mía, se retrae poniendo distancia física y emocional entre nosotros.

―Me gustás ―digo en un murmullo―. Y te quiero, te quiero lo suficiente como para saber que no puedo pedirte nada.

Vuelve su mano sobre la mía y con la otra me toma del mentón hasta alzarme el rostro y hacer que lo mire.

―Te amo ―repite su confesión de esa noche―. Y yo tampoco puedo pedirte nada, ni pienso hacerlo. Es lo que es. Ahora necesito dejar todo muy claro entre nosotros, porque después de hoy no podemos volver a fingir ¿no?

Niego con la cabeza y él me mira con tanta ternura que siento que me derrito. Lo amo tanto que me duele el pecho hasta las costillas. Quiero besarlo, quiero que me bese, quiero olvidarme de todo. Es tan hermoso, tan perfecto, tan... ¿inalcanzable?

―Podemos seguir siendo algo así como amigos, si querés. Esa sería mi opción. Estar cerca, juntos, seguir compartiendo cosas y seguir conociéndonos hasta que te sientas lista o hasta que pienses que no querés nada conmigo. O...

―Así también lo prefiero yo ―lo interrumpo a sabiendas que ese «o» viene acompañado de una opción que no quiero escuchar: no verlo más; poner distancia; terminar con lo poco que tenemos.

Emanuel me regala su sonrisa perfecta y yo no puedo evitar sentir que mis labios se curvan, imitándolo.

―Genial ―su voz suena ronca. Está emocionado. Yo también, sólo que, a diferencia suya, no puedo hablar―. Ahora ¿qué te parece si vemos Insidious?

―Sí. ―Lo tomo yo de la mano y lo llevo a los almohadones. A los pocos minutos de peli, ya estamos abrazados y un poco asustados.

Más le vale que se quede hasta pasadas las tres de la mañana de nuevo, o me voy a enojar mucho.

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¡Vamos que se puede!

Está difícil salir de la FriendZone XD

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