LA HIJA DEL TIEMPO (II GUERRA...

By MarinaCarabS

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2ª PARTE DE LA SAGA "LAS HIJAS DEL TIEMPO" Colette Leblanc estudia Ingenieria Aeronáutica, y es la mejor. Nom... More

Prólogo
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Epílogo

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By MarinaCarabS

El señor Müller viene a buscarnos por la mañana. Trae un coche y un chofer. Hoy lleva su uniforme de las SS al completo. El chofer es quien se encarga de meter algunas cosas en el coche. Todos son los productos de Margot, incluso la horrible muñeca que le hice. Yo llevo mi bolso cruzado, el traje más lujoso que me han prestado y que nunca podré devolver, el chaquetón y a Margot. 

La pistola descansa en un bolsillo interior oculto que he logrado crear en el bolso. Soy una genio, lo sé. Ni loca iba a dejar atrás una pistola. 

-He conseguido sus nuevos documentos, señorita Leblanc. Tal y como me dijo, sus antepasados son cien por cien franceses -me comunica el señor Müller mientras me entrega unos documentos escritos a máquina y firmados por alguien a quien no conozco. 

-¿Hemos de añadir una fotografía? -le pregunto mientras leo los documentos. 

-Nos encargaremos de eso cuando estemos en Luxemburgo -responde. 

-Y... ¿cuándo podré conocer a...? -mi pregunta muere poco a poco. 

-Después de los exámenes médicos, señorita Leblanc -responde, tratándome como si fuera una niña pequeña. 

Son cinco duras horas de viaje hasta Luxemburgo. Serían casi tres horas si esto fuese 2016 pero... como no lo es. Pues son cinco y sin parar. De hecho, ni siquiera llegamos a la ciudad de Luxemburgo, sino a un lugar en medio del campo.

-Esto era un antiguo hospital -explica el señor Müller mientras observo el gran edificio que se presenta ante nosotros. 

El edificio es de fachadas blancas, con tejado negro y se encuentra sobre una llanura. Hay algo de bosque a los lados, pero... el lugar está cerrado. De hecho, hemos tenido que cruzar una grandes puertas de hierro antes de pasar al camino que lleva hasta el lugar. Lebensborn, recuerdo. 

Bajo del coche con Margot en mis brazos. El señor Müller nos guía por los escalones de piedra de la entrada y hasta el interior del edificio. Escucho movimiento en el interior, pero no veo a nadie más a parte de nosotros. Subimos las escaleras de madera maciza hasta la segunda plantas. Y continuamos hasta una puerta doble de madera con una cuadro junto a la pared que reza una palabra en alemán. 

El señor Müller llama, una mujer responde en alemán desde el otro lado y pasamos al interior. El despacho es amplio y cuenta con muebles de mucha calidad. La mujer sentada trás el escritorio es rubia y ruda. Es como... tres veces mi tamaño, o más. 

El señor Müller y ella mantienen una conversación en alemán. Después, los dos se giran a la vez para mirarme. 

-Bienvenida, señorita Leblanc. Soy la señora Meier, directora de este Lebensborn. 

-Encantada -digo con cautela mientras permanezco en el sitio. 

-Sígame -me ordena. 

Poco tiempo después me hacen entregarle a Margot a dos enfermeras alemanas que no entienden nada de francés. Me resisto un poco a entregársela hasta que el señor Müller se aclara la garganta. 

-Procederemos a realizarle una fotografía para sus documentos de identidad y después al examen médico -anuncia la señora Meier. 

Su voz es ronca como la de un hombre. O como la de una adicta al tabaco. Tal vez lo sea. 

La señora Meier nos guía hasta una habitación sin más muebles que una mesa pequeña en la que hay una cámara más antigua que nada que yo haya visto. Me indica que me pegue a la pared, pero sin apoyarme y que mire a la cámara. Normalmente uno sonríe en sus fotos de carnet pero no en 1942 por lo visto. 

Recuerdo las banderas de las SS que cuelgan fuera del edificio. Sí, no parece que este sea el lugar ideal para sonreír en una foto. Tampoco es como si estuviera feliz. 

Una vez que han tomado la foto, la señora Meier me guía hasta uno de los baños y me entrega una especie de bata extraña. Es como un camisón de hospital pero sin apertura detrás y únicamente blanco. También me entrega unas zapatillas a juego. 

El señor Müller desaparece cuando salgo del baño. 

La mujer me guía hasta una nueva puerta en la segunda planta. Esta vez es una puerta de madera blanca que se encuentra en una zona bastante apartada dentro del gran edificio. 

-Ahora procederemos al examen médico -me comunica la mujer, antes de llamar a la puerta. 

Una mujer rubia, con un moño bajo, facciones bien marcadas, ojos claro y... bella en general, nos abre la puerta. Las dos mujeres mantienen una conversación en alemán y, después, la señora Meier se despide de nosotras. 

-Pasa -me dice la que identifico como doctora. 

De hecho, el interior de la habitación es totalmente prístino. Todo con baldosas blancas, armarios blancos llenos de pequeños botecitos y utensilios, un lavabo, lo que parece ser un burro... y muchas cosas más que no logro identificar. 

-A continuación vamos a proceder a realizarte un examen médico, ¿vale? -me explica la doctora-. La enfermera va a tomar tus medidas y algunos datos sobre ti. 

Asiento a todo lo que dice mientras una enfermera vestida con su uniforme se acerca a mí con unos papeles en la mano. Me realiza unas cuantas preguntas. Edad, si fumo, si bebo alcohol... cosas que ya me han preguntado en otros exámenes médicos reales. No es que este no lo sea pero seguro que no es tan eficaz como uno del año del que vengo.  Después de preguntas sin demasiada sorpresa, proceden a medirme y pesarme. No solo miden mi altura, sino la longitud de mis brazos, piernas, mi cintura, cadera, cabeza... y un montón de cosas más. Después de eso hacen que me siente en un taburete y toman una especie de papel con colores impresos. Uno va de los rubios oscuros a los platinos, y comienzan a compararlos con mi pelo hasta encontrar el color que más se le aproxima. Y lo mismo hacen con mis ojos, desde el azul más oscuro hasta el más claro. Los míos siempre los he considerado de azul pastel, pero no tengo ni idea del que han elegido ellas. 

Después vienen las partes más médicas del examen. Sacar sangre, comprobar mis reflejos, tomarme la tensión... y un largo etcétera. 

-Bueno, ya hemos concluido con el examen -me comunica la doctora-. Puedes volver con la señora Meier. 

Salgo de la habitación después de un simple «adiós». La señora Meier me está esperando fuera, sentada en un banco de madera del pasillo. Se levanta y me indica que va a llevarme a la habitación que voy a tener. 

-¿Sabe cuándo me devolverán a Margot? -le pregunto a la señora. 

-Las madres tienen un tiempo asignado para ver a sus hijos. Las cuidadoras se encargan de ellos -responde mientras sigue avanzando con rapidez. 

-Pero... yo soy perfectamente capaz de cuidar de ella -aseguro, adelantándome para estar a su lado y poder mirarla a la cara-. Es mía. 

-Todavía no -dice con rudeza. 

Suspiro con fastidio. No me gusta esta mujer, lo acabo de decidir. 

-Le mostraré su habitación -anuncia. 

La habitación es compartida, con cinco chicas más. 

-Compartirá habitación con las otras esposas -explica mientras me muestra mi cama y mi pequeño armario-. Aquí puede guardar sus posesiones. 

Las camas son de hierro, sencillas pero cómodas. Tienen colchas blancas. Las ventanas están cubiertas con cortinas de encaje. Y los armarios son pequeños pero de madera. 

-Dentro del armario encontrará su uniforme, ropa para hacer deporte, un camisón y ropa interior -continúa diciendo. 

-¿Y los objetos que traía? -pregunto mientras me acerco el armario para explorar. 

-Los puede encontrar ahí dentro -responde sin ganas-. Cuando termine aquí puede bajar a la primera planta y acudir al comedor para la hora del almuerzo. 

Abro el armario de par en par para curiosear. En efecto, como ha dicho, hay algunas cosas aquí dentro. Las que traían cuelgan aquí, y la bandolera descansa en la parte baja del armario. 

El uniforme es... feo, la verdad. 

Una especie de traje color mostaza con una camisa debajo. No... no me gusta nada. El mostaza no es mi color. 

De todas formas me lo pongo y bajo al comedor. Me gusta mucho menos vestir esa bata de hospital. 

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