Daron, un ángel para Nathalia...

Od jane_n_johnmest

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LIBRO COMPLETO✓ Una joven normal, con una vida normal. Abandonada por su madre, pero amada y protegida por su... Více

Sinopsis
Para ti, querido lector
Book tráiler
Epígrafe
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 9
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 21
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 28
Capítulo 42
¿Qué te ha parecido la historia?
¿Qué sigue después de esto?
Capítulo 47
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 20
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Extras
Capítulo 48 [+18]
Capítulo 49

Capítulo 46

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Od jane_n_johnmest

DARON

Francia, Borgoña

En el pasado

Al momento de la caída, pude entender que el conocimiento de las cosas más banales, de las que, por lo menos, debo tener un entendimiento mínimo, han ido desapareciendo lentamente con cada segundo que permanezco entre los humanos. Los recuerdos de aquellas cosas que en mi memoria yacían, han ido esfumándose del mismo modo que la humareda de un cigarrillo en el aire, entonces comprendo que esa es solo una de las muchas consecuencias de haber elegido vivir entre ellos.

¿Debo preocuparme? Tal vez, sin embargo, haber perdido el conocimiento de esas trivialidades, solo me vuelve en cierta forma a mi estado natural, como en el inicio de mi creación, es decir, mi alma vuelve a ser inocente. No obstante, decidir vivir entre humanos no hace a un ángel más inocente, sino más impuro.

Cuando un ángel cae, es como si tu alma atravesara un abismo. Los cuerpos caen en picada, sin poder usar tus alas para detener el azote brusco contra el suelo. Ellas entienden lo que significa caer y no te ayudan a amortiguar el dolor de tu decisión. Y la mente que antes solía resplandecer, de repente se vuelve oscura.

Mi rostro choca con la tierra de un húmedo y silencioso bosque de árboles inmensamente frondosos. La humedad de la tierra se percibe tan fresca ante mis fosas nasales, nunca había experimentado tal sensación.

Una chispa de exaltación florece en mi pecho, cuál llama en todo su esplendor. Tan desconocido y provocador al mismo tiempo.

—Vaya, de verdad es diferente no pertenecer al Coelum —le oigo decir a uno de los ángeles que cayeron junto a nosotros.

Tiene razón, es ciertamente distinto, como si algo en nuestro ser hubiese cambiado en un simple pestañeo; y sé que así ha sido.

—Claro que sí —afirma Lyron con una enorme sonrisa en sus labios—. Al fin nos liberamos de esos bastardos y sus invisibles cadenas.

—¿Y ahora qué? —pregunta otro ángel.

—Cada uno debe seguir su camino —contesta, mientras se sacude los hombros—. No les pusimos un arma para que nos siguieran, ¿o sí?

Me incorporo del suelo con la fascinación en mis ojos, todo lo que observo y escucho me parece increíblemente asombroso. La impaciencia por explorar este lugar me carcome a cada segundo.

—¿Qué camino se supone debemos tomar? —vuelve a preguntar el ángel.

Lyron le observa con el semblante completamente serio y lleno de cólera.

—Ese no es mi maldito problema, aquí ya no hay jefes, mandos ni reglas que seguir.

El ángel lo observa con escasa ganas de seguir alguna conversación más con él.

—¡Son libres, bastardos! ¡De ahora en adelante pueden hacer lo que se les plazca! —dice lleno de regocijo, mientras se dirige a todos.

Algunos empiezan a murmurar entre ellos y otros a alejarse por los espesos caminos que conducen a alguna salida. Cuando me dispongo a seguir el mismo camino que ellos, Lyron repentinamente detiene mi marcha empuñando su mano alrededor de mi brazo.

—Tú y yo debemos permanecer juntos —murmura, escrutándome con sus ojos azules.

Una pizca de preocupación cruza su mirada como una estrella fugaz. En sus palabras percibo el miedo a algo. Mi ceño se encoge sin comprender por qué debemos permanecer juntos. He logrado lo que él quería y lo que yo también anhelaba, y como dijo cada uno debe tomar su propio camino.

—¿Por qué? —cuestiono.

Mi semblante es serio y amenazante; mi vista se posa sobre su mano que sigue apretando mi brazo, inmediatamente nota mi mensaje y me suelta, mientras sonríe con desconfianza.

—Los arcángeles no nos dejarán en paz de ahora en adelante. Nos cazarán uno a uno, como si fuéramos aves, y nos enviarán al averno.

—¿De qué hablas? —digo sin lograr discernir—. Cialac nos dejó caer.

—¿Y crees que lo hizo porque simplemente él es muy bueno?

Me quedo en completo sigilo ante su interrogante y él solo me escruta esperando alguna respuesta de mi parte, pero no tengo ninguna, más que creer que Cialac ha sido demasiado bueno para habernos dejado llegar aquí, aunque prácticamente se lo impusimos, y cuando se impone algo contra la voluntad del otro, nunca se puede obtener nada bueno a cambio.

—Pensé que eras ingenuo, pero no tanto —dice mofándose—. Así no funcionan las cosas, Daron. Nos mandarán al infierno en cuanto puedan, no podemos permitirlo. Ha pasado mucho tiempo para poder venir aquí permanentemente y no podemos dejar que nos arrebaten lo que hemos logrado.

—¿Cómo evitar que eso ocurra? —interrogo con interés.

—Fácil —su rostro está serio—. Solo debemos arrancarnos las malditas alas, sin ellas nos podremos ocultar por algún tiempo. Los arcángeles no podrán saber dónde encontrarnos con exactitud.

—¿Arrancarlas?

No estoy seguro de querer hacer eso.

—Entiendo que no quieras deshacerte de ellas, porque son muy útiles, pero es lo único que nos ata al Coelum ahora, además, los humanos no tienen alas. Si no lo hacemos, estaremos en unas eternas vacaciones en las tinieblas, sirviéndole a alguno de los siete príncipes del infierno. Y tú no quieres eso, ¿cierto? Yo no salí del Coelum para ir a meterme al Sheol.

En verdad habla de deshacernos de ellas, ¿y cómo es capaz de comparar el Coelum con la Tierra de las almas rebeldes y olvidadas?

—No hay punto de comparación entre el Coelum y el Sheol —digo.

—Claro que lo hay, ambos son el mismo infierno, solo que uno tiene la apariencia de ser mejor que el otro. No voy a pasar mi eternidad en ninguno de los dos. Nos arrancaremos las malditas alas.

Hacerlo no es algo que estuviera en mi cabeza, ni siquiera en mis más remotos pensamientos. La incertidumbre se apodera de mí, la vacilación me hace dudar de qué decisión tomar, pero tampoco quiero pasar una eternidad en el infierno, no había cedido a mis sombríos deseos de estar aquí, simplemente para ser mandado al averno o peor aún, al Sheol.

He escuchado a algunos ángeles y arcángeles especular sobre lo desolador y peligroso que resulta para nosotros, el simple hecho de extirpar las alas de nuestra espalda; de solo imaginarlo, ni siquiera lo tomo como una posibilidad, pero Lyron sabe más que yo respecto a este mundo y ahora estoy aquí con él.

—Hagámoslo —digo audazmente.

Me echa una mirada orgullosa.

—Debemos ir a otro lugar y buscar algo con que hacerlo, no podremos hacerlo simplemente con las manos.

—Me acabas de decir que debemos arrancarlas lo antes posible, ¿y quieres buscar un paraje primero? —mi entrecejo se frunce—. Lo haremos aquí y ahora.

Los ojos de Lyron me observan inquietantes, no quiere hacerlo de este modo, la sombra de miedo que veo asomarse en su semblante, me lo deja claro y me parece tan mordaz que siempre exponga su autoridad ante todos, y ahora simplemente se acobarde.

—Sí que estás demente —ríe con nerviosismo—. Es imposible hacerlo ahora. Hay que buscar el lugar adecuado y esperar allí a que las alas se deterioren un poco, entonces lo haremos. Será más fácil así.

Mis ojos lo escrutan detectando, al instante en que atravieso los suyos, a un completo pusilánime carente de valentía.

Una carcajada irónica y escasa de humor sale de lo más profundo de mi laringe. Cómo es posible que sea tan arrogante y a la vez tan mediocre.

Su semblante es serio y solo se limita a observarme en silencio.

—Haz lo que quieras —digo finalmente.

Sin esperar una respuesta de su parte, arrojo el trapo de lino que cubre el color bronce bruñido de mi cuerpo, el cual ahora ha tomado una apariencia más humana. Extiendo mis desmesuradas alas, que yacen adheridas a mi espalda y las muevo por última vez, mientras Lyron observa lo que estoy a punto de hacer.

En su rostro veo la incredulidad, pero en el mío se ha postrado la seguridad. Acto seguido, doblo mi brazo derecho hacia atrás, tomando una de mis alas por la punta de esta y con todas las fuerzas que poseo, tiro de ella hacia abajo. Mis dientes se aprietan con energía suficiente para mostrar el satírico dolor que se hace presente en mis entrañas, el sudor yace sobre mi faz, mientras me dejo caer al suelo sobre mis rodillas.

Nunca he experimentado algo igual, pero mi mente se ha encargado de hacerme saber, que así es como es el dolor.

Mi otra mano se entierra en la húmeda tierra, mientras un quejido agonizante se escapa de mi boca; dejo de luchar contra mis fornidas alas por unos segundos, siento mi cuerpo debilucho y el aliento me falta. Permanezco de rodillas con la cabeza gacha, la brisa helada choca con la herida abierta sobre mi espalda.

Lyron permanece en silencio y yo solo respiro agitado y desganado.

Abrirse la carne a sangre fría no es para nada jubiloso.

Vuelvo a llevar mi mano al mismo lugar, entonces él dice:

—Detente maldito, indulgente, debemos ir a otro lugar y... —levanto una de mis manos para interrumpirlo.

Extiendo la palma de esta hacia su cuerpo que ahora yace de pie a un lado del mío, quiero que guarde silencio, porque si no lo hace, soy capaz de levantarme de aquí y arrancarle los ojos.

—Si no vas a ayudarme... —agrego con dificultad—. Apreciaría que guardaras silencio.

Entonces, como si fuera el filo de una espada atravesando mi espalda, siento cómo dos grandes líneas largas se abren paso en mi espalda. Lyron ha tirado de mis alas como si fueran dos pedazos de carnes mal incrustados, sin querer despegarse de la superficie que las retienen. Mi cabello se ha empapado rápidamente de ese líquido salado y termino de caer sobre mi abdomen al suelo, dejando de escuchar y ver.

Desconozco el tiempo exacto que ha pasado desde entonces.

Lyron yace sentado sobre el suelo con mis alas a un lado. Mi frágil cuerpo con apariencia humana se encuentra en la cúspide de lo endeble, y apenas puedo tragar mi propia saliva, cuánto dura este calvario.

Los quejidos sordos salen de mi garganta a cada movimiento que hago, y aunque el dolor que estoy experimentando es inerte a nivel físico, el suplicio espiritual es vivo en todo su esplendor, y deseo que cese tan pronto como sea posible.

—Casi una hora comiendo tierra y desangrándote —Lyron se queja con exageración—. Te he hecho un torniquete.

—¿Un qué?

—Un torniquete —repite, mientras me señala con el dedo índice—. Los humanos los hacen para evitar que la sangre siga saliendo.

Ha usado mi trapo de lino y lo ha amarrado en varias vueltas sobre mi torso y espalda.

—Ahora es mi turno.

—¿Lo harás? —cuestiono con duda.

—Si tú pudiste, ¿por qué yo no? —su arrogancia lo domina.

—Te advierto que desearás ir al infierno, cuando experimentes lo que yo.

—No puede ser tan malo —dice deshaciéndose de sus trapos.

—Como digas —un ápice de burla se planta en mí.

—¿Si te quedan fuerzas para levantarte? —me mira, mientras saca a relucir sus despampanantes alas.

—Claro que sí —respondo, poniéndome de pie tan rápido como puedo—. ¿Estás listo?

—Hazlo —ordena.

En el momento preciso en el que mis manos se ciernen sobre sus péndolas, estas se mueven involuntariamente. Sé que tiene miedo, sé que no está preparado, que simplemente lo ha decidido para demostrar su superioridad ante mí y para hacerse creer así mismo que es lo suficientemente fuerte.

Aprieto mis manos sobre ambas alas y con la fuerza que aún me queda, tiro sin piedad de ellas; un grito ensordecedor e inevitable sale de su boca, como las aves que vuelan lejos de las copas de los árboles. Cae de rodillas al suelo de la misma forma que yo, me mantengo firme sobre mis pies para no ser arrastrado por el peso de su cuerpo, dos grandes cicatrices en forma de líneas imperfectas y curvas se dibujan en su espalda.

Me quedo con sus pesadas alas en las manos, mientras mis ojos observan las horrendas cicatrices de aquella carne abierta que chorrea sangre sin parar.

—Hazme un torniquete... —murmura sin fuerza en la voz, al mismo tiempo en que cae al suelo.

Nos hemos librado de todo vínculo con lo sagrado, las alas ya no nos conectan con el Coelum y como lo ha dicho Lyron, sin ellas ya no podrán encontrarnos los arcángeles.

La noche cae sobre nuestros endebles cuerpos, mientras nuestros pies nos arrastran a las afueras del bosque.

Vamos con los torsos desnudos, amarrados en aquellos pedazos de trapos, con los pies descalzos y cubriéndonos con aquellos pantalones de lino.

Hay una carretera angosta y vacía, rodeada de inmensas arboledas a cada costado de esta. Alzo los ojos al cielo estrellado y la luna brilla más que nunca sobre el sombrío firmamento; escena que me transmite lo miserable que es la vida de todo ángel que es arrojado a esta oquedad colmada de perversiones y lúgubres deseos.

Mi mandíbula se contrae bajo la piel de mi rostro y mis ojos viajan de manera disimulada a los dos pedazos de péndolas que antes colgaban de mi espalda y ahora yacen en mis manos; ya no brillan y están cubiertas de ese líquido rojo.

La burla se apodera de mis pensamientos y el pesar de haber elegido esto empieza a mortificarme.

Mis pies siguen avanzando por la orilla polvorienta que adorna la carretera, con Lyron por delante; él también debe estar tan perturbado como yo con esta situación, y me lo confirma cuando de pronto azota sus alas contra el suelo. Suelta un bramido desde lo más profundo de su garganta y yo solo me detengo a observarlo con el rostro neutral.

—¡Maldito seas! —grita con la mirada puesta hacia el firmamento—. ¡Maldito seas tú y tu horda de ángeles inservibles!

Su pecho sube y baja de manera súbita, sus ojos azules están más vivos que nunca y en breve me observa, como si buscase algo de mi parte. Quizá, una reacción o palabra.

—Es increíble que un miserable humano no pase por aquí —entierra sus manos en su largo cabello negro—. A este paso no llegaremos a ningún lado.

—Tendremos que caminar —me atrevo a decir—. Por ahora no funcionarán ninguna de nuestras habilidades.

Al arrancarnos las alas, nuestro espíritu se ha debilitado y con ello, las habilidades; no la recuperaremos hasta que podamos volver a estabilizarnos.

—No queda de otra —resopla—. Ahora somos como "humanos". Debemos deshacernos de esto —recoge el par de alas del suelo.

—Se deteriorarán, no hará falta.

—No pienso seguir cargándolas, ya tuve suficiente de eso —murmura—. Pesan demasiado y no tengo paciencia. Tampoco voy a arriesgarme a que nos encuentren por ellas, aún pueden hacerlo y puede llevarles semanas dejar de servir completamente.

Las alas, a pesar de ya no formar parte de nosotros, aún siguen teniendo un lazo conectivo entre nuestra alma y ellas. Si bien, los arcángeles ya no podrán rastrearnos, otros seres iguales o superiores a nosotros podrían usarlas en nuestra contra. Con tan solo una pluma se puede abrir una brecha hacia el averno y encadenarnos a la eterna miseria de vivir allí a merced de siete bastardos príncipes, y a ningún ángel, eso le hace la mínima gracia.

Una eternidad, permaneciendo encadenado, no es lo más placentero que se pueda experimentar, o al menos eso profesan los arcángeles.

Nada es peor que ir al infierno, pero el infierno es un paraíso si hablamos del Sheol.


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