Daron, un ángel para Nathalia...

By jane_n_johnmest

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LIBRO COMPLETO✓ Una joven normal, con una vida normal. Abandonada por su madre, pero amada y protegida por su... More

Sinopsis
Para ti, querido lector
Book tráiler
Epígrafe
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 9
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 21
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 28
Capítulo 42
¿Qué te ha parecido la historia?
¿Qué sigue después de esto?
Capítulo 46
Capítulo 47
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 20
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 43
Capítulo 44
Extras
Capítulo 48 [+18]
Capítulo 49

Capítulo 45

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By jane_n_johnmest

N/A: Gracias a todos los que llegaron hasta aquí junto conmigo. Gracias por el apoyo que le han dado a la historia, jamás me lo espere. Ustedes me motivaron y enseñaron a tenerme más fe en mi capacidad para escribir.  ♥️ Mil gracias.

NATHALIA

Dos semanas han pasado desde mi incidente en el hospital. Perdí la conciencia a causa del estrés que me provocó el saber que mi padre ya no se encuentra en este mundo. Daron me contó que un doctor lo ayudó y en mi mente tengo vagos recuerdos de haber escuchado que así fue. Cuando desperté, lo corroboré, porque me encontraba recostada sobre una camilla, con una intravenosa conectada a mi brazo; quise levantarme tan pronto como mis ojos se abrieron, sin embargo, el médico me lo prohibió, dándole instrucciones muy claras al ángel que me acompañaba, de no dejarme pensar demasiado en el dolor que me ha causado la pérdida de mi querido padre. Un nudo se ató a mi garganta cuando lo escuché decir eso, pero tuve que contener las ganas de salir corriendo.

Desde entonces permanecí encerrada en la casa y en mi habitación, sin ánimos de hacer absolutamente nada, torturándome cada día con mis propios pensamientos y culpa; haciéndome a la idea de que he perdido lo más valioso en la vida.

El sol se ríe en mi cara, golpeándome con sus resplandecientes y cálidos rayos. Haciendo que el cielo luzca un azul brillante, que las nubes se vean tan limpias sobre este, dejándome claro que hoy hace un día precioso. Prefiero un día gris, uno muy opaco y lleno de miseria, porque así es como me siento y porque en esos días mi padre solía vivir.

—¿No puedes hacer que toda esta alegría que irradia este día desaparezca? —Le pregunto a Daron, mientras caminamos por la acera.

—No, no puedo hacer eso y aunque pudiera, no lo haría —responde sin mirarme—. ¿Qué los humanos no pueden dejar de autocompadecerse?

—No me autocompadezco —digo tratando de convencerme más a mí que a él.

—Sí lo estás haciendo —afirma—. Desde siempre lo has hecho. Me molesta que creas que no puedes ser más fuerte que esto.

Cierro la boca que he abierto para decir algo en mi defensa, pero me detengo unos segundos a pensar en sus palabras. Tiene razón, siempre me he autocompadecido, ¿qué tan patético es eso? La respuesta es mucho.

—¿Dónde está tu motocicleta? —digo para cambiar el tema.

Recordando que cuando nos conocimos solía movilizarse en una, pero no la he vuelto a ver desde que decidió atravesarse en medio del autobús aquel día.

—La vendí.

Mi boca se abre de sorpresa, al mismo tiempo que mis ojos.

—¿La vendiste? —Es más un reproche que una pregunta.

Continúa caminando sin prisa a mi lado. Los rayos del sol golpean la dorada piel de su rostro, haciéndola parecer oro puro y sus ojos verdes se ven más brillantes que nunca.

—Sí, la vendí, ¿no entiendes lo que digo? Estoy hablando el mismo idioma que tú.

—Sí, entiendo —muerdo mi labio inferior.

—No la necesitaba a donde iba.

—Tengo que decir que estás loco —añado—. La hubieras dejado guardada —Mi ceja se arquea.

Una sonrisa minuciosa se asoma por su boca y sus ojos verdes se quedan fijos sobre mi rostro.

—El dinero me servirá mucho más, además, no me produce ningún apego algo que es inanimado. Prefiero a una persona con un corazón, labios que besar y un cuerpo al cual pueda tocar.

Los nervios quieren apoderarse de mí en este segundo, pero trato de evitarlo. Paso saliva por mi laringe y me limito a observarlo.

—¿Qué clase de insinuación es esa?

Sonríe de manera que sus ojos se vuelven dos líneas.

—De las que te hacen pensar exactamente en lo que estás pensando ahora —contesta y acto seguido me guiña un ojo.

Esta es su manera de hacerme pensar en otras cosas y de hacerme olvidar lo que realmente ha ocupado mis pensamientos en estos días. De cierta manera se lo agradezco, porque por unos momentos eso funciona de maravilla, como ahora.

Llevo mi vista hacia él, que mira con despreocupación su alrededor. Los mechones dorados de su cabello parecen perderse en la luz del sol; lleva las manos metidas en los bolsillos de su pantalón negro y sus brazos que parecen haber peleado batallas tras batallas, tienen líneas dibujadas que marcan cada músculo bajo estos.

Un montón de pensamientos sucios hacen que me estremezca y sonrío en mis adentros. Él vuelve sus ojos hacia mí y yo quito la mirada de inmediato, rogando porque mi rostro avergonzado y caliente no me delate.

—Quinientos euros, o mejor diez mil —dice.

—¿Qué? —volteo a mirarlo confundida.

—Si me dices lo que piensas, te doy diez mil euros.

Gira su cabeza para observarme unos segundos luego vuelve su vista al frente. Me carcajeo, entretanto una de mis cejas se arquea y me siento poderosa, porque no le diré ni de broma lo que pensé mientras observaba sus perfectos brazos.

—¿No que puedes saber lo que piensan los humanos? —cuestiono y él voltea a verme.

—Solo los que me temen y tú para mi desgracia, ya no lo haces.

—Pues qué lástima, porque no te diré nada —sonrío.

—Bien —sonríe—. Entonces haré mis propias conclusiones, luego no puedes reclamarme.

Los diez mil euros son tentadores, pero no demasiado como para ser capaz de revelarle los pensamientos sucios que he formulado en mi cabeza.

—Adelante —digo sin preocupación.

—¿Segura? —volteo a verlo y me encojo de hombros—. Suelo acertar en lo que digo siempre —añade con seguridad.

—Esta vez, no lo harás.

—Suenas muy segura.

Muevo la cabeza en gesto de negación, mientras una sonrisa se planta en mi cara. No tiene idea lo que he pensado y eso me da cierto alivio.

Ver la entrada del hospital otra vez me llena de una nostalgia que de inmediato invade mi cuerpo y mis pensamientos; ocupándolos de nuevo con aquella culpa y pena profunda que sigo sintiendo. El nudo en mi garganta se acrecienta y la negación de que esto en verdad esté ocurriendo, me perturba. No sé si pueda superarlo algún día, no sé cómo puedo hacer eso.

Daron toma mi mano para tranquilizarme y con un gesto de su cabeza, me dice que todo estará bien.

Inflo mi pecho con aire para darme la valentía de entrar otra vez a este lugar.

Nos dirigimos hasta el final del pasillo en donde perdí la conciencia la última vez. Un letrero blanco con letras enormes en color negro, tiene escrito las palabras: Médecin Légiste. Una joven de cabello negro muy largo yace sentada detrás del mesón, el lugar está en completo silencio y el olor a demasiado limpio inunda mis fosas nasales.

El terror de saber que me encuentro en un lugar que es más que probable que está lleno de cadáveres, me revuelve las entrañas. Pensar que mi padre estuvo aquí, me parte en mil pedazos el corazón y el alma. La joven de ojos color miel y piel pálida se pone de pie en cuanto nos ve, pero sus ojos permanecen en el chico que me acompaña.

Una sonrisa coqueta muestra los perfectos dientes que asumo debe cuidar demasiado. Mis ojos se entrecierran, mientras percibo las claras intenciones que tiene.

—¿Te puedo ayudar? —Pregunta, dirigiéndose a Daron.

La miro estupefacta y sin poder creerlo. ¿Acaso me he vuelto invisible?

Vuelvo mis ojos hacia Daron, quien le sonríe mientras a la chica parece caerle la baba por montones.

—Las zorras abundan hoy en día —murmuro entre dientes y ella dirige sus ojos hacia mí.

—¿Disculpa?

Dos líneas se dibujan en su entrecejo. Me ha escuchado, qué bien.

—Digo que zona —observo a mi alrededor—. Es demasiado perturbador estar aquí —explico volviendo los ojos hacia ella.

—Es fácil cuando te acostumbras —responde y vuelve sus ojos hacia Daron que parece querer lanzar una carcajada, pero se aguanta.

—Me imagino —añado cortantemente—. En fin, vinimos a buscar un certificado de defunción.

La chica me mira fastidiada y sin decir nada, se dirige a su silla rotatoria para sentarse frente a la computadora.

—¿Cuál era el nombre de la persona fallecida? —escuchar eso me parte en dos.

—Lucas Chardin —respondo acercándome al mesón para apoyar mis brazos sobre este

Ella teclea de manera rápida el nombre y con el ratón da unos cuantos clics.

Más tarde la impresora empieza a hacer su trabajo, hasta que una hoja sale. Ella la toma entre sus manos y luego vuelve a ponerse de pie, desliza las hojas por el mesón junto a un bolígrafo.

—Tienes que firmar aquí —Me señala la línea donde debo escribir.

Me quedo unos segundos observando el papel, tomo el lápiz entre mis dedos y me percato de que la mano me tiembla. Firmo cómo puedo. No tengo cabeza para nada, solo para pensar en mi dolor. ¿Por qué justo ahora que mi felicidad pensaba perdurar, la única familia que tenía se ha ido? He quedado completamente sola, huérfana, prácticamente. Más de lo que ya me encontraba.

Al terminar de firmar, la chica me indica que debo ir a otra área del hospital para legalizar el documento y que después debo dirigirme a la morgue para presentar el papel.

—Gracias —digo entregándole el bolígrafo.

—Cuando la legalices, debes traerme una copia —dice—. Debemos quedarnos con una.

La observo con mal gesto, mientras en mi cabeza la pregunta del porqué no ha sacado dos copias desde el principio, ronda mi cabeza.

Hago todo lo que ha pedido y cuando le entrego su copia salimos tan rápido como podemos para tomar el bus camino a la morgue. Doblo la hoja y la meto en el bolsillo de mi pantalón. Me mantengo en silencio, mientras Daron camina a mi lado.

—Ella era muy amable.

—Tan amable que querías quedarte, a mí solo me pareció muy zorra.

—¿Celosa? —Me detengo para mirarlo.

—Para nada —respondo—. Pero no sabía que los ángeles fueran tan promiscuos, eso lo pienso de los humanos, pero nunca de los hijos de Dios —suelta una risa.

—No somos promiscuos —Se defiende—. Bueno, solo un poco, pero no todos.

—Vaya, de todos, me toco estar con el que sí lo es.

—¿Te tocó? —cuestiona—. ¿Estar? —Arquea una de sus cejas.

Entonces caigo en cuenta de que realmente no somos nada, él ni siquiera me ha pedido que sea su novia, no hay nada formal entre nosotros y quiero morderme la lengua por lo que acabo de decir. Nadie está comprometido con nadie.

—Lo siento —Me disculpo.

—Si me quieres en tu cama, por lo menos deberías pedirme eso a lo que ustedes los humanos, llaman ser novios. Ya sabes, una relación —Los hoyuelos en sus mejillas se marca y le sonrío sin ganas, mientras la sonrisa burlona en sus labios me hace querer abofetearlo.

—¿Me estás diciendo que debo pedirte ser mi novio?

—Si quieres celarme y reclamarme, preferiría que sí. No me molestaría si lo haces ahora.

—Tal vez lo piense —digo siguiendo su broma.

—Me gustan las orquídeas blancas —agrega y me echo a reír.

Al llegar a la morgue, la misma señora que nos había recibido días atrás con una sonrisa. Nos atiende con el mismo gesto de aquella vez, el cual le devuelvo por cortesía. Le hago entrega del papel y mi cédula de identidad. Una vez que verifica la información, nos dice que sigamos por el pasillo que está a nuestra izquierda.

—En la última puerta habrá alguien esperándolos, solo debes tocar —dice la mujer y yo solo muevo la cabeza en gesto de aprobación.

Caminamos por el pasillo, hasta que llegamos a la última puerta, siento que mi respiración se detiene y mi corazón parece perder latidos por un momento. Mis manos se aprietan formando dos puños que pronto comienzan a sudar. No estoy segura de querer tocar esa puerta, allí seguramente se encuentra mi padre, o, mejor dicho, su cadáver; listo para serme entregado.

Toco la puerta de metal y un sonido hueco resuena en el desolado pasillo, la puerta se abre y un hombre de anteojos y cabello negro nos recibe. Al entrar lo primero que veo es una sala amplia y casi vacía, al fondo hay una pared, decorada con demasiados cuadrados metálicos y sé que en uno de ellos yace el cadáver de Lucas. El alma se me hace trizas y me giro inmediatamente dándole la espalda a aquel hombre.

—No es necesario que lo vea si se siente muy mal —habla el hombre.

Observo a Daron y este asiente con la cabeza, pero sí es necesario para mí, aunque no pueda ser capaz de mirar el cuerpo inerte de papá, debo darme el valor suficiente para poder asimilar que en verdad me ha dejado.

¿Qué es eso tan malo que hice para merecer esto?

¿Acaso la vida me odia y ha decidido quitarme todo lo que en verdad me importa?

—El cuerpo está listo para que decidan qué es lo que desean hacer con él —vuelve a hablar el hombre y me giro para observarlo.

—Quiero verlo —digo—, aunque no puedo devolverlo a la vida, quiero verlo.

—Antes de que lo haga, ¿ha decidido que hará con el cuerpo?

—Lo único que queda es enterrarlo —Una lágrima cae de mi ojo y el hombre me mira de manera condescendiente.

—Puedes cremar su cuerpo —sugiere—. Y guardar sus cenizas, muchos hacen eso para mantener a sus seres queridos cerca, además de que suele ser la voluntad de muchos difuntos.

—Nunca hablé con papá sobre esto —sonrío de manera dolorosa y un puchero se instala en mi labio inferior—. Nunca lo hicimos, no sé cuál es su voluntad.

Decir esas palabras me hace sentir terrible. El hombre guarda silencio tras ellas y por el gesto en su rostro, percibo que no sabe que decir y no lo culpo, yo tampoco sabría.

—¿Quieres un momento a solas? —La mano de Daron se posa sobre mi hombro.

—Sí... —respondo.

A pesar de que sé qué despedirme de él y pedirle perdón por todos los momentos desagradables que le hice pasar, no va a servir de nada ahora, porque él ya no puede escucharme, quiero hablarle.

El hombre se acerca a uno de los compartimentos en la pared y abre uno de ellos, para después sacar una bandeja hasta la mitad, me indica que me acerque y lo hago con temor. Su cuerpo está cubierto por una sábana blanca, el hombre destapa su rostro que está tan pálido, como si ninguna gota de sangre quedara en su cuerpo.

Daron y el hombre salen de la habitación, dejándome completamente sola con él. Y cuando mi mente es consciente de esa soledad, mi nariz comienza picar y mis ojos se llenan de lágrimas, el líquido salado no demora en deslizarse por mis mejillas y el dolor en mi garganta me asfixia.

—Au revoir, père —susurro cerca de su rostro, mientras una de mis manos acaricia su fría piel—. Lo siento mucho —lloro—. Perdóname, por favor —Le suplico—. Te quiero, papá, te quiero demasiado y no sabes cuánto te extraño. Quería abrazarte, tenía tantas ganas de decirte cuanto anhelaba estar a tu lado, pero no pude hacerlo. Perdóname, te lo suplico. Ojalá fuera yo quien estuviera aquí y no tú.

Sorbo mi nariz y aprieto los ojos, el dolor que siento en mi alma es profundo. Quisiera estar en su lugar, quisiera estar con él donde sea que se encuentre.

No quiero seguir aquí un minuto más.

Retrocedo tres pasos al mismo tiempo que rompo en llanto de manera silenciosa, me llevo el dorso de mi mano hacia los labios y ahogo en el dolor insoportable de este momento. Le doy la espalda mientras camino hacia la puerta, la cual abro para salir al pasillo. Daron está ahí, esperándome. Me abraza en cuanto me ve.

Todo esto me tiene muy mal, no quiero estar aquí, quiero irme muy lejos.

El hombre de bata blanca nos acompaña al mesón de la recepción, le digo a la mujer que quiero cremar el cuerpo, porque no quiero ser testigo de cómo es enterrado el hombre que alguna vez fue mi padre; no quiero verlo ser cubierto por un montón de tierra y menos deseo darle de comer a un montón de gusanos.

—Annette —El hombre se dirige a la mujer—. El informe de autopsia, por favor.

La mujer levanta una carpeta y se la extiende, él la toma y luego nos observa. Por la forma en que nos mira, puedo percibir que está a punto de decir algo que no será bueno en lo absoluto.

—¿Los comparaste? —Le pregunta y la mujer asiente—. ¿Coinciden? —La mujer niega.

—¿Qué significa eso? —Me apresuro a preguntar—. ¿De qué están hablando?

—¿Estás segura? —vuelve a cuestionar el hombre, ignorando a mis preguntas.

—Sí.

—¿Qué ocurre? —Mis ojos están fijos sobre él.

Se acerca a mí en silencio y del hombro me empuja suavemente lejos.

—Cuando trajeron a su padre del hospital, con él también venía un informe. No sé por quién habrá sido hecho, pero según el mismo, indica que tu padre murió de un infarto —explica el hombre.

—No lo leí, pero un amigo me dijo que había sido eso.

—Efectivamente, pero esa no fue la única causa de su deceso —agrega.

Siento que el mundo se detiene.

—¿Qué quiere decir con que no es la única causa?

Se queda callado unos segundos y luego toma aire para continuar.

—Su padre presentaba signos de estrangulamiento, no sé se dio cuenta de la línea sobre su cuello. Alguien lo ahorcó con una cuerda y lo más probable es que a causa de la desesperación por querer defenderse, sufrió un ataque al corazón.

Me llevo una mano a la boca, incrédula y estupefacta por lo que acabo de escuchar. Las manos empiezan a temblarme y los ojos se me llenan de ese líquido salado que abunda en ellos.

—¿Me está diciendo que mi padre fue asesinado? —interrogo, mientras mi cabeza se mueve en señal de negación—. Él... él no tenía enemigos. Eso no puede ser... posible.

—¿Está seguro de ello? —interviene Daron.

—Estoy seguro —afirma el hombre—. Alguien más lo estranguló, la marca en su cuello no índica que haya sido suicidio. Su cuello fue presionado en una dirección distinta a lo que suele quedar cuando alguien se quita la vida.

No me siento bien, necesito tomar asiento, porque caeré al suelo. Las piernas me tiemblan y no creo que sean capaces de sostenerme por mucho tiempo. Camino en completo silencio hacia uno de los asientos y me desplomo sobre este. Mi llanto silencioso brota desde lo más profundo de mi corazón, no puedo contenerme.

—Lo lamento —añade el hombre con pesar.

—Gracias —escucho como Daron le agradece.

—¿Esperan las cenizas? —escucho que el hombre pregunta.

—Vendremos por ellas mañana —responde Daron.

—No hay problema.

Entonces me pongo de pie y salgo corriendo tan rápido como me permiten mis pies de aquel lugar, sin esperar a Daron. Quiero desaparecer de este mundo, quiero que esta pesadilla termine. No quiero seguir más aquí.

El sol golpea mi rostro cuando estoy afuera, mi llanto se vuelve más doloroso y las lágrimas no se detienen. La gente que transita se detiene al verme, pero ninguna se acerca a preguntar qué sucede. Unas manos me toman por el brazo derecho.

—¿A dónde vas?

—Lejos de aquí —respondo entre llantos.

—¿A qué te refieres a lejos de aquí? —Su entrecejo permanece fruncido, mientras sus ojos verdes buscan respuesta en los míos.

Hace poco que he recuperado a Daron y yo estoy pensando en irme para dejar todo. Pero es que, con la muerte de mi padre parece he pagado el precio por querer tenerlo cerca. Quiero salir huyendo de toda esta pesadilla, irme lejos de esta maldita ciudad y si es posible del país; han pasado tantas cosas desagradables en este lugar, que no estoy dispuesta a aguantar cosas nada más.

—No quiero quedarme en esta ciudad después de todo lo que ha pasado. No quiero vivir recordando tantas desgracias —niego con la cabeza—. ¿Quién se atrevió a arrebatarme a mi padre? ¿Por qué? Él no tenía enemigos. ¿Con qué maldito derecho? No quiero esta vida.

—Hey... —Se acerca a mí, tomándome por los hombros—. Ni de broma repitas eso.

—Mi padre está muerto —digo como si él no lo supiera.

—Pero tú estás viva.

—¡Maldita sea! —Exclamo—. ¿Por qué a mí? ¿Por qué a él? Mis enemigos están en el infierno, ¿quién se atrevió a matarme en vida?

Le hago todas esas preguntas, como si él supiera todas las repuestas, pero sus ojos verdes me escrutan, como si en verdad tuvieran las respuestas que necesito.

—Lysander —pronuncian sus labios.

Entonces mis sollozos cesan y los ojos vuelven a inundarse de lágrimas.

—No —digo negándome a creerlo.

—Sé que lo ha hecho él —masculla Daron—. Y va a pagar por ello, te lo prometo.

Me atrae a sus brazos y me funde en ellos.

—Vid no sería capaz de eso... —Me interrumpe.

—No te ciegues por el cariño que le tienes —Su rostro es serio.

—Está bien que no lo soportes, pero no lo conoces, Daron...

Chista la lengua y lanza una risa carente de humor.

—¿Por qué no te dijo lo de tu padre en cuanto se apareció en la casa? ¿Por qué prefirió hablar de sus estúpidos sentimientos hacia ti, que decirte lo que le había pasado a Lucas? Es evidente que ha sido él, de otro modo, porque te iba a llevar a Grecia. Se estaba escapando y quitó a Lucas para que no interfiriera en su camino.

No puedo creer que Johnvid haya sido capaz de hacerme algo así, no lo imagino asesinando a mi padre. Pero la última vez que nos vimos, había tenido la osadía de amenazarnos y sé que estaba muy dolido. Las palabras de Daron me hacen dudar.

Guardo silencio, con los ojos fijos sobre el suelo, mi mente trata de procesar lo que Daron acaba de decirme, pero mi corazón duele demasiado y mi cerebro duda.

—Sí aún quieres irte —dice después de un suspiro—. Entonces nos iremos. A dónde vayas iré contigo.

—Johnvid no pudo hacerme esto... —murmuro.

—El dolor te lleva a hacer cosas que nunca creíste que serías capaz de hacer, y él está dolido contigo.

—Necesito que él me explique por qué, que me lo diga mirándome a los ojos.

Entonces retrocedo unos cuantos pasos, con la vista perdida en la nada.

—Nathalia... —La voz de Daron se escucha lejana.

Giro sobre mis talones y me echo a correr desesperada, debo buscarlo.

—¡Nathalia!

Continuará...

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