La Melodía de Aura 1 - Prelud...

Galing kay LenaMossy

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Aura terminó con su amor de la infancia la misma noche en que habían decidido mudarse juntos a la capital. Es... Higit pa

♡ AVISOS ♡
♡ Sinopsis ♡
❀ Dedicatoria ❀
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
♔ Obsidiana ♔

Capítulo 42

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Galing kay LenaMossy

The contact that you make

The moment when a memory aches

Who can tell

You do it well

Wishes on a wheel

How's it supposed to feel

Wishes Beach House

☆★☆

Estoy a punto de entrar en pánico como los demás, pero León me mataría. Arrebato las llaves de las temblorosas manos de Marina y le rodeo la cintura con un brazo.

—¿Qué haces? —pregunta contrariada.

—La ambulancia tardará —respondo y dejo que se recargue en mí al bajar los escalones—. Te llevaré al hospital y en el camino llamaremos a León.

—¡Puedo caminar sola! —chilla—. ¡Lo que tu quieres es matarme!

—¡Que no, mujer! —grito—. ¡Y baja con cuidado los jodidos escalones!

—¡No me levantes la voz, estúpida!

Resisto los deseos de darle un buen pellizco y abro la puerta del copiloto; Marina quiere asesinarme con la mirada mientras la ayudo a sentarse. Pido a los chicos del valet parking que le informen a Federico para que también avise a León, los mismos clientes están gritando que los dejen pasar rápido, y poco a poco se convierte en un pandemónium del que me alegra escapar así sea con Marina.

¡Las ironías de la vida! ¿Alguna vez he imaginado ayudarla? No, pero es justo lo que haré, aunque sea más por León y su hija que por la madre.

El interior del Buick me hace sentir en una nave especial y no tengo la menor idea de para qué se necesitan tantos botones.

—¡Enciende el automóvil, idiota!

—¡Yo no soy la idiota que está a punto de parir por corajes innecesarios!

—¿Llamas innecesario a venir a pedirte que te alejes de nuestras vidas?

Pongo en marcha el vehículo y las llantas rechinan cuando piso el acelerador... ¡Este automóvil es un monstruo en comparación de mi viejo Tsuru!

—¡Ya dije que no es nada de lo que piensas!

Una ligera llovizna cae y, luego de verme fallar horrorosamente intentando encender los limpiaparabrisas, ella lo hace.

—¡¿Entonces?!

—Primero deja de gritarme —le suplico lanzando una mirada antes de ingresar al tráfico de Prolongación Montejo—. Ya no hay nadie para escuchar el espectáculo.

Marina toca su abultado vientre y mira por la ventana.

—La vez que fui al departamento fue porque León estaba en El Coliseo cuando... —suspiro—. Bueno, cuando pasó algo y sólo me sacó de ahí para evitar que la humillación fuera mayor.

—¿Y no podía llevarte a tu casa?

Marina tiene un timbre de voz cantarín, como si no fuera mexicana, y no sé si es por simple vanidad o porque no lo puede evitar.

—No, porque ahí estarían las personas que hicieron eso...

—¿Hicieron qué?

—Algo —contesto levantando un poco la voz—. No es el punto ahora. No lo hizo con otras intenciones y no pasó nada.

Sólo un beso con el que terminé deseando más a Dimas... ¡No puedo pensar en eso ahora!

—Y las llamadas —continúo—. Como puedes ver... —digo mirando su vientre y ella levanta ambas cejas—. León me hizo mucho daño, pero conseguí superarlo. Alguien ha vuelto a dañarme y necesitaba un poco de apoyo, es todo.

—¿Puedes jurarlo?

—Lo juro, Marina. León te quiere.

La mujer no se relaja y no sé qué decirle porque jamás he presenciado un parto. De hecho, no tiene nueve meses embarazada y comprendo la preocupación que mantiene en guardia a mi copiloto.

—¿Cuántos tiempo tienes?

—Treinta y seis semanas... —responde con un hilo de voz—. Sentí un par de contracciones por la tarde, pero no pensé... No creí... ¡Todo estaba planeado! No podía nacer antes... Y entonces tenía que revisar su celular porque había estado muy extraño estos días y...

—Porque está planeando algo romántico para después del parto —la interrumpo—. Debe tener anotaciones o cosas así en la computadora. No estoy mintiendo.

—¿En serio?

—Lo es, los gritos eran innecesarios.

No necesito preguntar a qué hospital iremos porque sé que es al más costoso de la ciudad que se alza imponente a pocos metros de las dos enormes Crystal Towers. Ya sé que las llantas del Buick no se comparan con las de mi Tsuru, pero no quiero correr riesgos al llevar a Marina conmigo y conduzco algo despacio. Ella no grita de dolor ni nada parecido, por lo que me tomo mi tiempo.

—Deberías llamarle a León.

—Sí... Eso será difícil porque yo tengo su celular.

Entorno los ojos.

—¿Y no sabes en dónde está?

—¡Te digo que estaba muy raro! Creí que lo encontraría contigo...

Decido no preguntar más o puedo quedarme con una mueca de por vida. Es como verme con mis mil inseguridades. Marina llama a sus padres y, por los balbuceos, descubro que nadie sabía sobre el ataque sorpresa al bar.

La lluvia aumenta su furia y es muy difícil ver el camino incluso con las luces altas. Marina está haciendo ejercicios de respiración, o algo así, con el celular pegado a la oreja y doy un brinco en el asiento cuando recibo una llamada en el mío. Es un número desconocido, contesto con movimientos torpes y coloco el altavoz para continuar conduciendo.

—¡Aura!

—León —suspiro aliviada.

—¡León! ¡Rompí la fuente!

—Marina, estoy yendo para allá... ¿Qué hacías en el bar?

La mujer calla y me lanza una mirada de súplica.

—Una larga historia que luego te hará reír —le digo—. Estoy conduciendo, nos vemos en el hospital.

—Espera, Aura...

—¿Qué?

—Cuídalas, por favor.

—Sabes que sí —digo con una risita—. Hasta puedo ser la madrina.

León suelta una carcajada antes de colgar y Marina se cruza de brazos con determinación, es obvio que no seré la madrina... ¡Una lástima!

Conduzco hasta la entrada principal del hospital y, al bajar  del automóvil, recibo de golpe la frialdad de la lluvia. Suelto un chillido y corro hasta el interior a pedir ayuda para Marina. Las enfermeras dejan todo lo que están haciendo y se precipitan fuera con una silla de ruedas; creo que influye que he mencionado el prestigioso apellido de Marina.

Regreso al automóvil y lo estaciono a un costado de la entrada principal. Una enfermera me recibe, en el interior del hospital, con un par de toallas blancas impregnadas del característico olor a cloro.

—¿Es familiar?

—No.

—¿Amiga?

—No.

La enfermera parece contrariada y prefiero corregirme al decir que sí soy su amiga; no es un buen momento para explicar la complicada relación que tenemos.

A Marina la han llevado a una habitación, en donde no me permiten entrar, y permanezco en la sala de espera refugiada bajo las toallas; creo que me enfermaré. En la televisión transmiten un noticiero nacional y en el rincón del lugar está una familia rezando en medio del llanto.

Los médicos y enfermeros caminan de un lado a otro y sus zapatos producen un sonido plástico al tocar las baldosas.

Una inquietud se apodera de mí y siento el escalofrío más espeluznante lamer mi columna. De pronto, tengo miedo... ¿Y si me tardé demasiado en llegar al hospital? ¿Y si le pasa algo a Marina por mi culpa? ¿A la pequeña Georgina? Muerdo mis labios y tamborileo sobre mi muslo mirando de un lado a otro, pero no veo a ningún familiar de Marina o a León.

Tengo mucho miedo. Estoy temblando y no es por el frío.

—Disculpe... Necesito información sobre Marina Trueba —digo a la recepcionista.

—Un momento.

El apellido de la chica pesa demasiado. La recepcionista hace varias llamadas, en voz baja, y me lanza miradas rápidas con una sonrisa fingida.

—Un médico bajará en un momento para hablar con usted.

El corazón me tamborilea con fuerza dentro del pecho y vuelvo a temblar. Si no pasara nada sólo me dirían que está bien y ya... ¿Por qué tiene que venir un médico?

El temblor que me domina dificulta que llame al número desde donde llamó León y, cuando lo consigo, nadie contesta del otro lado. No sé los teléfonos de los padres de Marina y... ¡no sé qué más hacer!

Un médico baja y mira hacia ambos lados antes de detenerse en mí; debo verme muy cómica temblando bajo las toallas.

—¿Es amiga de la señora Trueba?

—Sí ¿Cómo está ella?

El médico es un hombre joven, recuerdo a mi madre decir que los buenos médicos sólo son los mayores y ruego que se equivoque.

—¿No ha llegado el padre?

—No, quiero saber cómo está ella. Por favor.

La súplica de mi voz se intensifica con el temblor y el médico le pide a una enfermera que vaya a buscarme algo de ropa.

—El bebé se ha enredado con el cordón umbilical y tendremos que realizarle una cesárea.

—¿Enredado? ¿Cómo se enreda un bebé con su cordón umbilical?

—Tranquila, estamos a tiempo y en un momento la llevarán al quirófano. Si pudiera comunicarse con sus padres o su esposo...

Un rayo resuena afuera del hospital y las paredes vibran. Cubro mis oídos y asiento al médico, quien se aleja revisando algo en su celular. Parece muy relajado y quiero que me contagie de ese sentimiento porque ya no lo recuerdo.

¡León, muévete! ¡Maldita sea!

Camino hasta la entrada principal y la lluvia sólo parece continuar intensificándose. El tráfico en Mérida baja a veinte kilómetros por hora apenas cae una ligera llovizna y supongo que ahora conducirán mucho más lento.

Rápido, León...

Una de las enfermeras me entrega una blusa, igual a la que lleva puesta, y me conduce hasta una habitación para que pueda cambiarme. Lo hago en tiempo récord y regreso hasta la entrada del hospital a esperar por la familia de Marina... Trago saliva y suspiro, León es su familia. Una luz de esperanza a la que me aferro porque significa que hasta las personas con heridas pueden ser felices.

León, ven rápido.

No sé cuánto tiempo ha pasado desde que llegamos o desde que me dijera el médico que someterían a Marina a una cesárea, pero parecen días. Intento comunicarme con mi ex prometido un par de veces más sin resultado.

Una ambulancia se detiene en frente y no me deja ver nada, maldigo por lo bajo mirando hacia los lados. No obstante, me aparto cuando los médicos se acercan con una camilla y, por la desesperación en sus rostros, parece un caso delicado.

Consulto mi reloj, casi son las dos de la mañana y temo ser la única aquí cuando nazca el bebé de Marina. Ella necesita a su esposo y a sus padres, no a la ex prometida del esposo a la que quería golpear hace un rato.

No me gustan las ambulancias, de pequeña lloraba al escucharlas y nunca he entendido por qué.

Un nudo se forma en mi garganta cuando veo al chico que están colocando arriba de la camilla y entonces sé cómo se siente cuando el corazón se detiene.

Sus rizos marrones están revueltos y hay sangre en la almohada. Mi cerebro no quiere aceptar lo que estoy viendo y atrapa demasiadas sensaciones, como el frío que me envuelve. Camino hasta él, pero los paramédicos me apartan; sin embargo, terminan por sostenerme cuando mis piernas fallan.

Quiero seguir la camilla, pero no tengo fuerzas.

—¿Usted sabe quién es? —me pregunta uno.

Asiento y las lágrimas se sienten hirviendo sobre mi piel helada. Mi cuerpo se agita sin control y sigo asintiendo cuando me preguntan su nombre. No quiero decirlo porque eso lo hace real y aquello sólo puede ser una pesadilla.

—Es necesario que llame a sus familiares... —insiste—. Puede decirle a una de las enfermeras que lo haga con pasarle los números...

—Creo que está en shock —murmura una mujer.

—Es León —digo con los labios tiesos—. León Cuevas.

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