Choque de egos

By CValdiz

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Manuela es una mujer idealista y con posturas un tanto radicales. Al regresar de una conferencia en Washingto... More

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Capítulo X - Un buen café
Capítulo XI - St Ives

Universidad de Falmouth

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By CValdiz

Olivier se marchó hacia Londres, no fue una despedida, puesto que él le aseguró que regresaría el siguiente fin de semana.  Ella no sabía qué pensar, no había nada romántico entre ellos. Él tenía novia y había sido muy claro y honesto al respecto. Tampoco podía percibir que estuviera ahí sólo para conquistarla y llevarla a la cama. Si no se equivocaba, él sentía lo mismo que ella hacia él, profundo respeto y admiración. Ambos disfrutaban la compañía del otro y nada más. Luego de un rato se dio cuenta que no valía la pena seguirle dando vueltas al asunto. Esa era una lección que le había costado aprender; vivir en el presente.

Por naturaleza es una persona ansiosa, y por el índole de su trabajo, vive siempre dos pasos adelante, tratando de predecir el futuro. Pero en su vida personal y a fuerza de golpes, había dejado de hacerlo. Un día a la vez, se decía.

Cuando su madre fue diagnosticada con cáncer terminal, vivía sufriendo, pensando en el día que ya no estaría a su lado. Era un infierno constante. Todo empeoró el día que descubrió la infidelidad de Arturo, su exnovio. Fueron días muy difíciles para ella, aparentar que todo estaba bien delante de su familia, puesto que consideraba injusto que la vieran sufrir cuando su madre estaba a las puertas de la muerte. Debió sacar fuerzas extrahumanas para ir a trabajar, y en las noches lloraba desconsolada. Pero fue de esa forma, en un día donde se sintió tocar fondo que se dio cuenta que el día lo había sobrellevado de una buena manera. En la oficina las cosas habían transcurrido sin mayor novedad. Su madre, aunque con los efectos de la quimioterapia y de la enfermedad, estaba bien. Había llegado al final del día sin mayor esfuerzo. Y así nació su nueva filosofía de vida, «¡Un día a la vez!». Comenzó a disfrutar más de la compañía de su madre, ya no lloraba desconsolada pensando en el día que ella no estaría, y agradecía por cada día que la tenía a su lado. Dejo de preocuparse por lo que sería vivir sin Arturo y sin su madre, a su madre aún la tenía y el día lo había vivido muy bien sin él. Por supuesto que lo extrañaba y le dolía muchísimo. Una infidelidad no sólo es un golpe al corazón, sino un golpe al ego. Ella se había enamorado ciegamente de él y solo el tiempo la ayudaría a sanar.

Manuela aprovecha la tarde para ir de compras. Necesita abastecer su alacena. Ha decidido hacer dos tiempos de comida en casa y uno fuera, para no gastar más de la cuenta.  Se había quedado sin ahorros con la enfermedad de su madre, junto a su padre y a su hermana habían decidido darle la mejor atención médica a su alcance. No podían curarla, pero le dieron calidad de vida hasta el final. Así que lo que había logrado ahorrar luego de la muerte de su madre, se lo estaba gastando íntegramente en este viaje.

Alrededor de las seis de la tarde, recibe un mensaje de Olivier, este ya ha llegado a Londres y quiere saber cómo está ella.

ODB: Hello there, llegué bien, sin mayor novedad, ¿tú?

M: Hola, todo bien. Ya hay comida en casa, pienso leer un poco e irme a la cama temprano.

ODB: Te envidio, preferiría quedarme en casa, pero Sabine puede asesinarme si no vamos a esa cena :)

M: Que lo disfrutes, ¡feliz noche!

Manuela decide lavarse la cara y ponerse una mascarilla que ha traído de casa. Cuando estaba empacando para su viaje vio el tubo y supo que era indispensable llevarlo. Su hermana se lo había regalado días antes de navidad y no lo había utilizado más de un par de veces. Es el momento de consentirse.

Con la mascarilla en el rostro, se sirve un plato de uvas, dos rodajas de queso y abre una botella de vino tinto, y se sirve una copa. Había comprado un vino italiano a mediano precio. Los vinos italianos son los favoritos de Manuela.

Se sienta en uno de los sofás del salón, abre su Kindle y prosigue con la lectura del libro «Red Rising», del autor norteamericano Pierce Brown. Había comprado la trilogía completa,  puesto que sabía que tendría tiempo de sobra para leerlos durante el viaje.

Cuando se siente adormitada, va al baño a enjuagarse la mascarilla, ya se la había dejado más tiempo del que debía. Apaga las luces y sube a su habitación.

A la mañana siguiente se despierta muy descansada, es sábado. Tiene todo el día para ella. Es una sensación extraña, el tiempo le pertenece. Comienza por un buen desayuno.
Mientras cocina, se toma una taza de café, había conseguido café Lavazza. Se prepara un omelette con espinaca, tomate y queso, y una taza de té negro. Twinings es una de sus marcas favoritas de té, y lo disfruta como no recordaba haberlo hecho antes.

Su decepción ha sido el pan, al parecer no es la costumbre en Penryn que hayan panaderías artesanales. Le dieron  la dirección de una pero no quedaba cerca de su casa, así que irá en otra ocasión.

Luego de desayunar, se baña y sale con su libreta de dibujo al jardín, acompañada de otra taza de café. Y se sienta a dibujar. Es un jardín hermoso, y comienza por lo más simple, los maceteros con las flores. El tiempo transcurre en un abrir y cerrar de ojos, había pensado salir de casa a cenar, pero opta por prepararse una pasta, y la acompaña con una copa de vino tinto, del mismo que había abierto la noche anterior.

Se lleva el Kindle a la cama para leer un rato más y se queda dormida. El domingo pasa todo el día en pijamas. Dibuja un rato, después del desayuno, siempre en el jardín. Se está convirtiendo en su rutina. Por la tarde, conversa por Skype con su hermana y su padre, quienes quieren conocer todos los detalles de su viaje.

Extraña a su familia, son muy unidos y la muerte de su madre los ha unido aún más. Sin embargo, Manuela no puede evitar sentir que ella está de sobra y que es una carga para ambos.  Su padre había rehecho su vida, Mercedes es una mujer estupenda. Ella les dice que perdió una hija pero que ha ganado dos. Adora a su padre y eso es lo más importante. Su hermana está felizmente casada y a los pocos meses de la muerte de su madre había nacido su hija. Manuela, se siente sola. Y aunque es su padre, y se alegra por él, no puede dejar de sentir cierta envidia. Él se había enamorado de joven y se había casado con el amor de su vida, la había perdido. En cuestión de dos años había vuelto a encontrar el amor.

No sin dificultad logra alejar esos pensamientos de su cabeza, odia sentir lástima por sí misma. Le parece patético. Ella está en Penryn, realizando su sueño y eso no tiene precio.

El lunes da un paseo por el centro de la ciudad y por la tarde toma el bus hacia la Universidad de Falmouth. Barbara no le había mentido, en veinte minutos se encontraba en el campus de la universidad. Pide direcciones para llegar a la escuela de arte, dónde Barbara la  recibe de forma muy cariñosa.

—¡Bienvenida Manuela! Me alegro que hayas decidido venir. El profesor de dibujo es excepcional, en realidad es solamente un maestro visitante.  Esperamos conseguir que regrese cada año a impartir clases, aunque sea sólo un trimestre al año. Él es profesor titular de la Universidad de Loughborough, cuya escuela de arte y diseño, es considerada la segunda mejor de Inglaterra, después de Oxford.

La clase comenzaba a las cuatro de la tarde, se impartía los lunes y los jueves. Barbara logra inscribir a Manuela en las clases sin mayor dificultad, y aunque el costo de las clases es elevado y no está dentro de su  presupuesto, las paga sin remordimiento.  Manuela tomará seis clases durante su estadía. Lleva consigo su cuaderno de dibujo y sus lápices.

Llegan con tiempo suficiente al salón, Barbara la presenta con el profesor Schoenwald, quien le da la bienvenida a Manuela. Le explica que en las próximas sesiones tendrían la presencia en clase de varios modelos de artes plásticas.

—El cuerpo humano, representa para los artistas una fase trascendental para el proceso de aprendizaje, explica el profesor Schoenwald. ¿Has tomado anteriormente clases de dibujo con modelos?

—Sí, lo he hecho.

—Excelente, entonces no tengo que explicarte los códigos de conducta que esperamos de los alumnos hacia los modelos. ¿Prefieres trabajar de pie frente a un caballete, sentada en una mesa de dibujo o simplemente en una silla? En realidad, no me gusta forzar a mis alumnos, creo que el dibujo debe de ser algo tan natural para ellos como respirar, y me gusta que lo hagan en la posición en que se sientan más cómodos.

—En una silla está bien, por lo general, dibujo con las piernas cruzadas, apoyando el cuaderno de dibujo sobre estas.

—Como te sientas más cómoda, me parece muy bien. Los alumnos están comenzando a llegar, escoge el lugar que prefieras.

Barbara se despide de Manuela, y la invita a almorzar con ella el día jueves, así podrá darle un paseo por el campus antes de su clase de dibujo. A lo cual Manuela accede encantada.

El salón comienza a llenarse con los estudiantes, a su lado se sienta un chico que no parece tener más de veinte años, y la saluda my cordialmente. Manuela se siente nerviosa, sabe que el profesor pasará haciendole comentarios sobre su dibujo y su técnica y eso la pone nerviosa. No conoce al profesor, y no sabe nada de él. Tan pronto llegue al cottage buscará su nombre por internet para averiguar quién es.

Se encuentra perdida en sus pensamientos cuando ingresa el modelo de artes plásticas. Manuela los respeta muchísimo, aunque es un trabajo que genera muchos prejuicios. Ella no tendría el valor de posar desnuda delante de un grupo de desconocidos. Aunque se siente cómoda con su figura, no se considera capaz de someterse al escrutinio de extraños. Los estudiantes no están ahí para criticar al modelo, sólo para dibujarlo. Pero somos humanos, y es imposible no hacer juicios de valor, aunque sea de forma interna, sobre la persona que estamos dibujando. Manuela ama la figura humana, era imposible  no hacerlo habiendo recibido clases con los Peter.

En el centro del salón hay una mesa baja, cubierta con una sábana blanca. El modelo se quita la bata que llevaba puesta, la deja caer al piso a los pies de la mesa, se recuesta boca abajo sobre la sábana y pone de lado su cabeza para estar más cómodo. Desde dónde Manuela está sentada no puede ver su rostro, y ella lo prefiere de esa manera. Por lo general, es lo último que dibuja. Le es más fácil concentrarse en el cuerpo antes de llegar al rostro. No le gusta verlos a la cara mientras dibujaba cuerpos, sus partes íntimas, sus genitales. Cuando dibuja los rostros se concentra sólo en ellos, y sabe bien, que en este tipo de ejercicios, el rostro es lo menos importante, tiene que concentrarse en el cuerpo.

Comienza a trazar sobre el papel, el cuerpo del modelo es perfecto, parece una estatua griega. Sus extremidades son largas y bien formadas, musculosas, es un hombre hermoso. Tiene unas manos fuertes y largas, quizás un poco anchas en la palma de la mano, lo que significa, Manuela piensa, que quizás es un hombre que hace trabajo con sus manos, un obrero o un mecánico. Éstas, aunque están bien cuidadas, tienen callosidades que confirman su teoría.

Cuando llega a sus muslos puede apreciar la firmeza de sus glúteos, son perfectos, redondos y  firmes. Le recuerda a David Beckham, de quien circulan varias fotografías donde se puede apreciar la perfección de su cuerpo. Este no tiene nada que envidiarle a Beckham, piensa Manuela. Le hubiese gustado que estuviera parado para apreciarlo mejor, de espaldas. Además de sus glúteos, su espalda es musculosa y elegante, hombros anchos y brazos largos. Está maravillada y el lápiz avanzaba sobre el papel, jamás había tenido oportunidad de dibujar a un hombre con un cuerpo tan perfecto, en Guatemala, había dibujado a personas mayores, mujeres hermosas y hombres bien formados. Pero jamás algo así, no contenía la emoción. ¿Quien no va a apreciar un cuerpo así? Piensa ella. Y lo hace sin ningún morbo, es simplemente un cuerpo maravilloso de dibujar y eso la hace feliz. Lo único que le molesta era el cabello, lo tiene largo y aunque se lo ha recogido en una cola baja, le estorba a la la hora de dibujar. ¿Por qué no se hizo un «man bun», su cuerpo se vería mas atractivo, y sería más fácil de apreciar y dibujar. Con esa cola parece un hippie de los años setenta, piensa.

No se ha dado cuenta que el profesor Schoenwald, lleva un rato observándola. Se lleva un pequeño sobresalto cuando se da cuenta, pero el profesor sonríe complacido. La felicita por su técnica y le hace algunas recomendaciones. Cuando Manuela observa detenidamente su dibujo se da cuenta de sus errores,  tiene que cuidar más las proporciones. Un cuerpo humano, por más hermoso que sea, no es perfecto, y no es un reflejo de la realidad dibujarlos perfectos. Siempre hay algo más ancho, o más corto, o más largo. Lo tomará en cuenta, y le sonríe al profesor, quien continúa con su recorrido con los demás alumnos.

Manuela nota que Schoenwald, se dedica a observar el trabajo del alumno con detenimiento antes de hacer alguna observación.

Al pasar la primera hora, el modelo cambia de posición, ella continúa evitando verle al rostro, pero se da cuenta que su cuerpo está relajado. Manuela cambia de hoja en el cuaderno de dibujo y se prepara para dibujar la nueva pose del modelo. Había veces en que el modelo no cambiaba de posición y otras en las que sí lo hacía.

Ahora se sienta relajado sobre la mesa, las piernas están levemente separadas, una pierna extendida sobre la mesa y la otra recogida hacia su cuerpo, donde apoya el codo y con la mano se sujetaba la cabeza. Es la pose de alguien relajado, que está contemplando algo. En este caso  contempla a los alumnos que lo dibujan.

Tiene un pecho ancho, musculoso pero no en exceso. Su abdomen es plano y bien definido. En la posición que se encuentra es imposible no ver sus genitales. Tiene vello púbico pero no lo suficiente como para cubrirlo. Es imposible no notarlo, el hombre está increíblemente bien dotado. Manuela considera que los hombres con circuncisión son más estéticos. Este no lo está, pero aún así es un hombre espectacular. Al terminar sabe que debe dibujar su rostro, en esta posición no tiene excusa para dejarlo sin cabeza.  Sube la mirada y se concentra en sus ojos, son verdes y pequeños, en ese momento nota que la observan fijamente y que brillan de la felicidad de que finalmente hubiese subido la mirada. Es como la mirada de un perro que espera ansioso la atención de su amo.

Manuela agita la cabeza desconcertada y baja la mirada, ve una nariz larga y puntiaguda, y luego nota una sonrisa amplia con unos dientes grandes, blancos y algo torcidos. 

Manuela emite en voz alta un sonido de asombro, el cuaderno se le desliza por las piernas, cayendo al piso y llamando la atención de todos los alumnos y el profesor. Siente que las orejas se le ponen calientes y sabe que se encuentra más roja que un tomate. Todos la observan con curiosidad y se escuchan algunos murmullos y risas.

Manuela está paralizada y se siente humillada, escasamente logra recoger su cuaderno del piso y pedir disculpas a los presentes, quienes la siguen observando con curiosidad, nadie comprende lo que ha sucedido.

En ese momento, el modelo se dirige a todos y les dice —Les ruego disculpar a la señorita Fernández, ella y yo nos conocemos. Al parecer se sorprendió al reconocerme, evidentemente no esperaba encontrarme aquí y sonrió.

Todos quedan satisfechos con esa explicación, y no falta quien los sigue observando con cierta curiosidad un rato más de lo normal, y hasta con cierto morbo.

¡Qué clase de imbécil piensa Manuela, ¿Cómo se le ocurre decir que nos conocemos? ¡Lo he visto una vez en mi vida! No podía evitarlo, se siente mortificada. Continúa dibujando el rostro sin subir la mirada, poco le importa si queda bien o mal, y mucho menos si tiene alguna semblanza con el rostro de James Wyatt.

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