El llamado de la diosa muerta

By KayDiaz

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Una excursión, una amiga con problemas y un amanecer bastaron para meterme en el más grande problema de toda... More

Sinopsis
1. Un viaje para recordar
2 . Un tipo cabeza de águila rostiza un saltamontes
3 . Una casa con grabados de oro
5 . Una vieja farsante nos arruina la salida
6 . Sueños que terminan en crisis
7 . Una sesión de yoga que conecta con ancestros
8. Búsquedas sin retorno en confines no del todo agradables
9 . ¡Celebración de Hallowen en toda regla!
10 . Un montón de viejitos discuten nuestra marcha hacia la muerte
11 . La emoción y decepción en un solo combo
12 . Un encuentro con el dios experto en oprimir pulmones
13 . Un sol que achicharra a los navegantes hundidos
14 . Comienzo una guerra con abejas diminutamente mortíferas
15. Nos convertimos en el señor de los helados
16 . Una visita, un niño y la muerte cercana
17 . Un salto del nivel de grandes aventureros
18 . Un encuentro entretenido del tipo mitológico

4 . Irrumpimos en la paz eterna de un cadáver mal oliente

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By KayDiaz

Y corrimos casi sin sentido, salimos del museo sin darnos cuenta. El panorama me cambió de golpe, primero paredes blancas y pulcras, para luego ver bloques grandes y viejos. Entramos por una puerta aunque en realidad ya no le veía el caso de escondernos, el profesor debía estar muy lejos.

Vickie no se detuvo, en realidad parecía perdida. La seguí hasta el interior de una puerta donde dentro se veía oscuro.

— ¿Qué crees que sea este lugar? —murmuró.

—Y me preguntas a mí —dije irónica.

Ella observó con detenimiento las paredes, tenían las mismas inscripciones que en la casa anterior. Eran tan similares que parecían dibujadas por la misma mano. Vickie las tocó y empezó a murmurar.

—No se ose a profanar la sepultura de Yaxche, guardián del árbol de la vida.

— ¿Cuándo aprendiste maya? —pregunté.

Nunca me había dicho que leyera esos extraños dibujos. Y no parecía cosa sencilla. Según había escuchado, tardaron como medio siglo descifrando algunas figuras. Y la investigación continuaba aun en día.

—La escritura maya es ideográfica, lo que significa que no se pueden leer con la certeza de que así sea en realidad —explicó pasando sus manos por los dibujos—. Solo creo que eso dice, mira —señaló un dibujo de una mujer colgada—. Es Ixtab, la diosa del suicidio.

—Sí, la recuerdo —mustié.

—Y aquí, estas otras, si las ves bien, hay movimiento —señaló.

— ¿Quién está mal de la cabeza ahora? —ironicé—. Eso no se mueve.

—Mira bien.

Es cierto que si las observaba con detenimiento parecía que narraban un acontecimiento, pero de eso a moverse no era posible. Luego de observarlos con detenimiento aquellos dibujos no se movieron en ningún momento.

—Castigo y muerte espera a quien toque el fruto de su legado —susurró—. ¿Crees que sea cierto?

—Lo de la muerte, no —murmuré y toqué la sepultura.

Una gran piedra plana cubría el cuerpo del hombre y alrededor de esta, más símbolos. Algunas paredes se extendían más allá donde la poca luz de la puerta no alcanzaba. Y olía mal, muy mal. No me extrañaba que el cadáver tuviera más de cien años.

— ¿De qué legado hablará? —murmuré viendo que la tapa no permitía ver nada del cuerpo.

—Estará debajo con el cuerpo.

—Bien, ayúdame —dije antes de tomar un lado de la tapa y tiré con fuerza. Vickie no estuvo de acuerdo, pero al ver que la fuerza no me alcanzaba y que peligraba mi vida porque la tapa podía caerme, me ayudó. Me parecía extraño que la capa fuera tan delgada, no se suponía que fuera así.

—Estás loca, esto es un delito o al menos nos castigarán —me riñó.

—Solo si lo saben —canturreé.

Negó con la cabeza y observamos los restos del cuerpo. Era más una colección de huesos que otra cosa. Y varias joyas que se veían muy costosas. Algunas eran tan grandes como del tamaño de mi mano, y otras tan pequeñas que parecían arena.

—Es extraño —susurró Vickie.

— ¿Por qué?

—Hay joyas dentro, cuando fue descubierta debieron llevarse las joyas para ponerlas a resguardo.

—Seguro se les ha olvidado —comenté—. Digo, es muy normal que las personas olviden las cosas —me encogí de hombros y ella rio.

Pero ciertamente era imposible que se les olvidaran aquellas bellas joyas, sobre todo por el valor comercial que debían tener. Tomé una piedra negra, brillaba en varios tonos y era muy bonita.

— ¿Esto no será como los tesoros de dragones, verdad? —murmuré.

Las leyendas que rodeaban los tesoros, al menos en Narnia, siempre estaban malditos. Y eso era preocupante. Todavía me daba escalofríos al recordar a Eustace intentando quitarse la pulsera y luego secuestrando a Edmund.

Vickie no me contestó. Estaba hipnotizada por una joya gris, la verdad era muy elegante y grande, pero no le veía mucho de flipante como la que tenía en la mano. Moví las manos frente a su rostro, y ni aun así respondió.

—No juegues conmigo y vamos, que el profesor seguro ya se marchó —dije empujándola.

Pero siguió sin moverse. Me acerqué a la pared que ella había leído con curiosidad. Talvés allí había visto que esa joya te daba la felicidad eterna y por eso estaba tan alucinada.

Los símbolos tomaron un suave brillo y se movieron. Era como ver un escenario de teatro. Los personajes se movían, varios dibujitos raros que seguro eran representaciones de los dioses, bendecían la tumba. Luego sellaban todo para que nadie nunca entrara y tocara precisamente la semilla del árbol de la vida. La última de la historia, luego de que Kaskabal robara y destruyera las otras que quedaban.

Ups, alguien estaba en problemas.

Sacudí la mano de Victoria y la empujé para que reaccionara. Tomó unos cuantos instantes para que volviera en sí, de hecho tuve que arrojarle la botella de agua que ella misma cargaba.

— ¿Estás bien? —murmuré.

— ¿Por qué me has mojado? —gruñó.

—Te quedaste como tonta viendo esa joya.

La elevó y la observó, estuvo a punto de quedar hipnotizada de nuevo, pero cerró los ojos con fuerza y la guardó en su bolsillo. Se frotó las manos y se las sopló como si se las hubiera quemado.

—No la veas tú.

— ¿Por qué no?

—Debí leer todas las inscripciones antes de tocarla —murmuró levantándose—. No es una joya, es el fruto.

Observaba todo con cautela, como temiendo un maleficio.

—Teme mortal, su poder es inmenso, y su centro es el centro de la creación.

—No entiendo que rayos estás diciendo —dije confundida. Se acababa de quedar hipnotizada y parecía que volvía a estarlo, pero de otra manera.

—Esta es la última semilla que plantará el último árbol de la vida—dijo señalando su bolsillo.

—Acabas de decir que era una fruta, ¿y ahora es la semilla?

—La fruta al secarse se vuelve semilla, pasa con algunas —murmuró—. Yaxche era la representación de la ceiba, quien se encargaba de cuidarlo. Un investigador tenía la teoría que era el mismo árbol de la vida. Que por eso daba descanso a los cansados, no podía estar en diversos sitios a menos que solo se tratara de sus ramificaciones.

—No estoy entendiendo, de todos modos, ¿esa cosa es importante?

—Mucho, según los mayas era ese árbol el que sostenía las nueve capas del inframundo. Si algo le llegaba a pasar, el mundo entraría en un cataclismo del que nunca podría salir.

—Entonces deberíamos dejarla aquí, sana y salva.

¿En qué momento ella manejaba cosas como esa? Iba siguiendo la línea de glifos decorados por la marca de huesos. Por lo poco que entendía, eran el recorrido que debía hacerse hacia el Xibalbá, o sea, el infierno de los mayas. Que no debía ser muy diferente al infierno que conocíamos.

Victoria siguió murmurando, que si los colores iban en sentido correcto o si debían ser una clase de atajo. Honestamente yo iba comprendiendo menos. Quería ir y decirle que mejor nos fuéramos porque la cosa ya se iba poniendo muy mística.

—Debe ser esto —terminó.

—Oye, si ya viste e hiciste tu recorrido hacia la muerte, es mejor que nos marchemos a buscar a nuestra clase —susurré.

—Itzel, esto es gigante —sonrió, vale decir que yo nunca la veía sonreír, solo reír cuando le hacía cosquillas, pero eso no contaba—. Si tengo razón, este es una parte de la historia del popol vuh. Esto jamás ha sido visto por otros ojos más que los tuyos y los míos, también por los que lo enterraron, pero ellos murieron hace siglos.

— ¿Y qué es exactamente lo que es?

—Es el atajo al Xibalbá, a la capa más baja y oscura del Xibalbá. Al lugar donde la semilla debe ser plantada —suspiró—. Eso o los dioses deberán de volver a hacer miles de personas con unos dos granos de maíz que quizá sobrevivan.

—Oye, yo sé cómo es mi cuerpo, y créeme —dije y enfaticé—. Ninguna parte es de maíz, además de que tú me contaste esa historia del árbol y nunca mencionaste nada de que podría colapsar.

—Lo sé —bufó—. Pero te digo que aquí hay mucho material. Quizá como antes el planeta estaba técnicamente nuevo y lleno de vegetación no pensaron que el árbol podía morir y no lo incluyeron.

—Bien, he tratado de no ser grosera, pero tú me obligas, ¿dónde pintamos tú y yo en todo esto?

—En que descendemos de aquí, esto somos, ¿no te das cuenta?

—Es interesante, pero no voy a seguir aquí con ese cadáver oliendo mal.

—Bien, regresemos —gruñó.

Antes de que saliéramos, Vickie se dio la vuelta y en un impulso fue a levantar la tapa de la sepultura. Me obligó a ayudarla a ponerla de nuevo y entonces pudimos salir.

Mi consciencia decía que dejaba atrás una parte importante de mí misma. Que ya nada sería igual porque sin querer habíamos cambiado el rumbo del mundo. Sonaba exagerado y paranoico, pero no podía controlar ese latido rápido de mi corazón.

Me di la vuelta para registrar de nuevo el sitio, pero ya no había ninguna puerta, solo largos y oscuros pasillos.

—Esto somos, recuérdalo —mustió Vickie.

Sentía que desde nuestra llegada, las situaciones solo iban tornándose más extrañas. Y Vickie también, llevaba la mano dentro del bolsillo del pantalón y eso me recordó la semilla.

—Dejaste la semilla verdad —solo que ella nunca contestó.

Nos reunimos con el grupo de compañeros a la hora del almuerzo, comía una sopa muy olorosa cuando mi campo de visión se oscureció. No sé porque razón esperaba ver al esqueleto reclamándome por haber interrumpido su paz eterna. Con sus ojos siendo comidos por las ratas y su hedor pestilente ahuyentando a todos, dejándome sola ante su aterrante presencia.

Solo era Charlie quien luego se sentó frente a mí.

—No te hiciste la herida —murmuró satisfecha.

Se veía alegre por su triunfo. La sonrisa le quedaba grande a pesar de que su rostro era muy largo y su nariz encorvada le daba un aire al grinch. Pero desvaneció su sonrisa en cuanto elevé mi mano con total seguridad.

—De verdad que eres estúpida, debiste hacértela mientras llovía. Ahora te has metido en... na, será mejor que tú misma lo descubras.

Vickie gruñó viéndola marchar. Solté el aire, era imposible que admitiera su derrota. Ella siempre ganaba, en cualquier cosa. Los demás no solían meterse mucho con ella por su temperamento, le decías algo grosero y ella te devolvía golpes. Ya que lo pensaba mejor, tenía sentido que anduviera una navaja con ella.

Sin darme cuenta llevé una mano al bolso donde llevaba la navaja con fines de entregarla, bufé intentando hacer una nota mental para entregarla luego.

Por la tarde, nuestro único destino fue el lugar donde permanecían los animales, no era un zoológico enteramente. Las guacamayas eran más grandes de lo que se pensaba al ver las imágenes. Y los jaguares que estaban dentro de un cercado.

—Ese nació hace siete meses —dijo el guía señalando a un jaguar de menor tamaño.

Era la cosita más tierna que había visto en mi vida. Me acerqué al alambrado e incliné la cabeza para observarla mejor. Caminó frente a mí, como si dijera mírame, aquí estoy, que no se te vaya ningún detalle. Y antes de irse, me guiñó un ojo. Y no estaba loca o alucinada, era el segundo animal en ese día que me guiñaba el ojo.

¿Qué tenían esos animales conmigo?


La gran aventura de estas chicas está a punto de comenzar. Todo el cosmos está conspirando en su contra y las cosas se van a poner feas.

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