Warrior | l. t. |

By NephilimGirl

15.1K 1.7K 457

~Falling in love can be a dangerous game ~ ❝ En un pueblo donde los secretos, el pasado y la venganza son pro... More

Demons.
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 34
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71

Capítulo 16

198 31 2
By NephilimGirl

Darlin', I was there once a while ago. I know, that it's hard to be stuck with people that you love when nobody trusts. Pretty please, I know it's a drag, wipe your eyes and put up your head, I wish you could be happy instead.

Callie

En cuanto entré en aquella habitación, supe que había cometido un grave error al aceptar a esta locura del Psicólogo.

La sala, cuadrada y pulcramente ordenada, de paredes azules y el mismo suelo que había en el resto del hospital, estaba llena de diplomas colgados dondequiera que mirases. Tras el gran escritorio de madera de roble atestado de papeles se sentaba una esbelta mujer pelirroja que debía de tener entre cuarenta y cincuenta años y que, sin duda, iba acorde con su despacho: elegante, pulcra y un poco fría.

Se levantó de su enorme sillón en cuanto entré tras llamar un par de veces a la puerta y esbozó una sonrisa. Entonces, se acercó a mí y dijo:

-¿Caledonia Fraser? – Sin darme tiempo a hacer el más mínimo gesto o pronunciar una respuesta, me sacudió la mano como saludo y añadió: - Soy la doctora Jill Clemmens. Un placer. Por favor, siéntate.

Volvió a tomar asiento tras su escritorio y me hizo un gesto para que me sentase frente a ella, así que eso hice, sintiendo mis barreras defensivas más altas que nunca.

-Bueno, ¿cómo estás? – Preguntó, mientras tomaba una tablilla con un folio y un bolígrafo y se reclinaba en su silla.

-Bien. – Dije, sucintamente, con todo el cuerpo en tensión. Sabía perfectamente que aquello era una malísima idea; ni si quiera tenía que haber cedido frente a mi madre.

La doctora asintió una única vez y me observó con una mirada suspicaz, como si me estuviese analizando. Y, teniendo en cuenta que era Psicóloga, eso era probablemente lo que estaba haciendo. Y lo odiaba.

-He... hablado con la doctora que lleva el control de tu... diabetes, la doctora Williams, y también con tu madre. - ¿Cuándo vino mamá a hablar con ella? No pude evitar preguntarme en mi fuero interno, estupefacta ante esa revelación. – Y... bueno, me dijeron que, desde hace más o menos un año, han creído ver en ti... algunos síntomas bastante característicos de... depresión. – Habló de forma calmada y, en cierto modo, reticente, como si no supiese cómo abordar ese tema sin espantarme como un animal salvaje.

-Oiga, doctora, sinceramente no sé qué hago aquí. No tengo depresión. Si estoy aquí porque no estoy todo el día sonriendo, solo puedo decir que siento no ponerme a dar saltos de alegría por el hecho de tener diabetes mellitus. – Repuse, tratando de dotar a mis palabras de la mayor placidez posible; puede que fuese muchas cosas, pero desde luego sabía que debía respetar a la doctora.

La doctora Clemmens se me quedó mirando unos instantes de esa forma escrutadora que tan nerviosa me ponía. Entonces, asintió una única vez y anotó algo en el folio, lo que no hizo más que alterar aún más mis nervios.

-Bueno, vayamos por partes. En primer lugar me gustaría hablarte un poco de la relación que hay entre tu enfermedad y la depresión. – Tal vez vio un signo de contrariedad brillar en mi rostro a pesar de que me mantuve callada, porque a continuación alzó la mano y dijo: - Con esto no quiero implicar nada, ni mucho menos quiero decir que tengas depresión. Tan solo creo que es bueno que te familiarices un poco con ello, porque es normal que estés un poco desinformada en este respecto. – Cruzó las piernas y entrelazó sus manos sobre la rodilla. Entonces carraspeó y continuó: - Creo que es recomendable que sepas que las personas que sufren tu enfermedad tienen el doble de riesgo de sufrir depresión que las personas sin ella. Puede haber episodios depresivos algo más prolongados, lo que puede haber llevado a tu madre y tu doctora a pensar que sufres depresión, ya que, según ellas, los síntomas comenzaron a manifestarse hace ya un año. – Me guardé mi opinión para mí misma, ya que, sin duda, no haría ningún bien decirla en voz alta. Además, cuanto antes terminase esto, mejor. – Y puede que te estés preguntando para qué te estoy contando todo esto. Bueno, Callie, el caso es que la depresión es una enfermedad a la que la gente no suele darle toda la importancia que tiene. Piensan que con unas cuantas pastillas y un buen psicólogo se puede superar, pero es un proceso mucho más complejo. Y no es una excepción para las personas con... diabetes mellitus. Los últimos estudios han demostrado que el trastorno depresivo en personas diabéticas incrementa el riesgo de muerte por enfermedad coronaria y que, además, tiene una gran relación con el padecimiento de... hiperglucemias.

Aquella última parte de su perorata fue la que finalmente consiguió captar mi atención, y por la mirada de complicidad que me lanzó supe que esa era la reacción que había esperado de mí y que, además, sabía lo que aquello significaba para mí.

Al instante, sentí ese sordo dolor palpitarme con fuerza en el pecho, tanto que hasta me costó respirar, como si me hubiesen clavado flecha tras flecha en el corazón y estuviese sangrando copiosamente. Mi garganta pareció cerrarse y las manos me temblaron casi imperceptiblemente. No obstante, mis barreras se pusieron en marcha al instante, protegiéndome de todo dolor y volviendo a embadurnarme con aquella máscara que tanto me había costado crear, lo suficiente como para que mi voz sonase desenfadada de una forma más o menos convincente:

-Sí, ¿y?

La doctora soltó un leve suspiro.

-Mira, Caledonia...

-Callie, si no le importa. – La interrumpí, de forma lo más respetuosa posible.

La doctora esbozó una sonrisa de aceptación e inclinó levemente la cabeza.

-Callie. Cuando tu madre vino a verme para hablarme de ti, me contó que... que tu padre, Andrew, también padeció diabetes mellitus 1 y que... murió por una inesperada hiperglucemia provocada por una gripe... – Sentí cómo todo mi cuerpo se estremecía ante la mera mención de mi padre. – Y sería totalmente normal que, incluso después de diez años, sientas que aún no has superado su muerte...

Oh, no. Por ahí sí que no iba a ir. Cualquier cosa menos usar la muerte de mi padre contra mí.

Me puse en tensión al instante; tanto, que me daba la sensación de que un poco más y mis músculos podrían quebrarse como simples témpanos de hielo. Sentí la ira bullir en mis venas, provocando que me hirviese la sangre hasta que el calor me subió a las mejillas. Apreté los puños con fuerza por debajo de la mesa y traté de calmarme todo lo posible antes de decir:

-Preferiría no hablar de mi padre, doctora. Si realmente piensa que tengo depresión, de acuerdo, hágame pruebas, pregúnteme cosas, analíceme o lo que quiera, pero... mi padre no tiene nada que ver con esto. Si no le importa, preferiría dejarle descansar en paz. – Entonces, tomé una rápida decisión. De forma atropellada, añadí: - En realidad, si no es mucha molestia, preferiría que dejásemos la... sesión en este punto. Le agradezco su preocupación, pero, créame, doctora, no tengo ningún problema. – No sabía si con aquellas palabras estaba tratando de convencerla a ella o a mí misma, aunque supongo que tampoco importaba mucho.

Ni si quiera entiendo cómo conseguí que mi voz sonase tan equilibrada cuando dije aquellas palabras, sobretodo teniendo en cuenta el fuego que estaba desatándose en ese momento en mi interior, pero sinceramente lo agradecí. A diferencia de mi hermana, a mí no me gustaba montar numeritos. Ni si quiera cuando el tema de la muerte de mi padre, aquél que aún constituía una herida en carne viva en mi pecho, salía a relucir.

Aunque juro que estuve a punto de romper ese sosiego con el que me había cubierto al completo cuando la doctora se me quedó mirando nuevamente con expresión indescifrable. Entonces carraspeó, dejó su tablilla sobre la mesa y adoptó una posición mucho más relajada, apoyando las manos sobre la mesa.

-La Psicología es una de las carreras profesionales más estigmatizadas. – Comenzó, imperturbablemente seria. No tenía ni idea de qué tenía que ver aquello conmigo, pero decidí permanecer callada. - Cuando le dices a alguien que eres Psicólogo, al instante puede pensar que lo que haces es atender a gente con serios problemas mentales. Como si trabajases en un psiquiátrico y tratases a personas que llevan camisas de fuerza. Y, por la parte contraria, muchos de mis pacientes sienten vergüenza de decirles a sus conocidos, amigos o incluso familia que vienen a verme, por temor a que dichas personas puedan pensar que tienen un grave problema. Pero, sinceramente, no podría discrepar más de ello. En mi opinión, creo que no estaría mal que todos acudiésemos de vez en cuando a un Psicólogo; al igual que se recomienda hacerse chequeos anuales con el resto de doctores, ¿por qué no un chequeo con un Psicólogo? Puede que una persona crea que no lo necesita, que su vida no tiene ningún tipo de complicaciones y que es una persona mentalmente sana. Y puede que sea así. – Entonces soltó un leve suspiro y añadió, con tono más suave: - Pero te voy a decir algo, Callie: todos tenemos nuestros demonios internos. Todos. En eso ninguno nos diferenciamos de los demás. La diferencia radica entre aquellos que son capaces de reconocerlo y los que no. Aquellos lo suficientemente valientes como para plantarles cara y aquellos que simplemente fingen que no existen. Por mi experiencia tras veinte años de profesión, te puedo asegurar que es mejor enfrentarse a ellos. Mucho mejor. Y a veces, un Psicólogo nos puede ayudar a ello. – Volvió a reclinarse en la silla y continuó hablando: - Hace diez años, más o menos, vino a mi consulta una persona que tenía incluso más rabia que tú, Callie. – Sus ojos se tiñeron con el velo del pasado cuando recordó aquella época. – Creo que ese fue el caso más difícil de toda mi carrera. Dios, ese chico tenía tanto, tanto odio dentro de él y estaba tan ahogado por el sufrimiento... era como si tuviese un fuego en su interior que le estaba consumiendo cada vez más. Y no quiero colgarme medallitas, pero si su madre no hubiese acudido a mí antes de que fuese demasiado tarde, creo que ese fuego le habría consumido al completo, hasta que no quedase nada de él. Y sí, durante el proceso en el que se atrevió a encararse a sus demonios tuvo recaídas, duras recaídas, pero al final, tras mucho esfuerzo, consiguió salir adelante. Y ahora es una de las personas más felices que conozco, Callie. – Soltó un profundo suspiro. - Mira, tienes dos caminos que puedes seguir: el camino corto y más fácil, aquél en el que sientes alivio al volver a esconder a tus demonios tras una barrera defensiva que, aparentemente, te inmuniza ante el dolor externo, pero que, a largo plazo, no podrá protegerte del peor dolor de todos: el que llevamos en nuestro interior. Y el camino más largo y arduo, uno en el que puede que sufras y en el que seguro que tienes recaídas, pero que, con mucho esfuerzo, puede darte esa paz espiritual que creo que necesitas. Ahora es decisión tuya cuál escoger. – Muda como hacía tiempo que no lo estaba, no pude decir nada. Simplemente me la quedé mirando, convertida repentinamente en una estatua de hielo. Entonces, la doctora Clemmens miró su reloj de muñeca y dijo: - Ahora tengo que atender a otro joven, pero aquí tienes mi tarjeta. – Me tendió un trozo de cartón que tenía sobre una pila sobre el escritorio. Entonces, ambas nos levantamos (yo, como en una especie de repentina ensoñación) y me acompañó hasta la puerta. – Si quieres volver a visitarme, llama a mi secretaria y concertaremos una cita. Pero no te voy a obligar a ello, Callie. Nadie debería. Tiene que venir de ti misma. – Esbozó una dulce sonrisa que hizo rejuvenecer su pálido rostro y abrió la puerta. – Un Psicólogo puede ayudar mucho, pero solo si se acude a él con voluntad. Forzando las cosas no se conseguirá solucionar nada. Puede que incluso se empeore. Ten eso en cuenta.

***

Salí de la consulta de la doctora Clemmens con la cabeza abotargada, como cuando te quedas dormido en el sofá y te despiertas un par de horas más tarde, desorientado y con la cabeza como si te hubiesen metido algodón por las orejas. Aferré con fuerza la correa de mi bolso mientras me dirigía hasta donde me esperaba mi madre en la sala de espera, con la vista fija en el libro que estaba leyendo. Cuando me vio y me preguntó, realmente esperanzada, cómo me había ido, mascullé un simple "bien", evitando su mirada y sus preguntas, y le dije que, dado que en menos de diez minutos tenía mi cita con la doctora Williams, iría adelantándome mientras ella volvía a dar mi tarjeta sanitaria en recepción.

Durante todo ese tiempo, permanecí mortalmente callada y con la mirada fija en el suelo, sintiendo la mente muy lejos de allí. Por primera vez en mucho tiempo, sentía como si esa constante rabia que siempre vibraba en mi pecho hubiese sido sustituida por una sensación de frío vacío que parecía ahogarlo todo.

Y, sinceramente, no sabía qué era peor.

Era como si, tras la charla de la doctora Clemmens, ese oscuro ser que se alimentaba de mi odio y me llenaba la cabeza con sus palabras ponzoñosas hubiese encontrado una nueva línea de ataque. Decidió detener su rutinario ataque de odio y rabia y sustituirlo por ese hondo hueco en mi pecho que me hacía tiritar.

Y ese ser oscuro de mi interior estuvo regodeándose toda la tarde al comprobar que había conseguido dañarme más de lo que hacía tiempo que lo conseguía, tanto me había afectado (aunque tratase de convencerme de que no era así) la sesión con la Psicóloga.

Durante mi revisión rutinaria con la doctora Williams permanecí cabizbaja y tan solo hablé para responder a las preguntas que me hacía la doctora, aunque no lo hice con la fiera frialdad con la que solía hacerlo.

Y por eso, tanto mi madre como la doctora no tardaron mucho en darse cuenta de que algo me había ocurrido, aunque, claro está, cuando me preguntaron al respecto tan solo respondí con un sucinto "nada", tratando de sonar lo más desenfadada posible.

Durante diez años, ese odio hacia el resto del mundo me había dado un anclaje con el mundo, sentía que me había caracterizado y que me había ayudado a seguir adelante día tras día, casi como en una tregua que había pactado con el monstruo de mi interior para que ambos pudiésemos llevar una existencia lo más pacífica posible.

Y ese día, drenada de toda rabia y abandonada tan solo con ese vacío, por primera vez en diez años no sabía quién era.

-Cariño, tengo que hablar un momento con la doctora y... luego tengo que ir al taller a recoger nuestro coche. – Dijo mi madre, con delicadeza, aferrándome el hombro con suavidad. - ¿Te importaría esperar?

-No. – Dije, encogiéndome de hombros, desviando la vista hasta clavarla momentáneamente en un punto del suelo. Entonces, fui hasta una de las sillas libres de la sala de espera, me senté y me crucé de brazos.

Mi madre asintió, mostrando una mirada de intensa intranquilidad en sus ojos azules, y volvió a recorrer el camino que llevaba hasta la consulta de la doctora Williams, no sin antes lanzarme una mirada desasosegada por encima del hombro. Sabía que, viendo cómo había salido de la sesión con la Psicóloga, hoy dejaría el tema en paz, pero que tarde o temprano me preguntaría al respecto.

Y yo, por mucho que lo odiase, no podría escapar de su interrogatorio.

-Tantos encuentros fortuitos están empezando a parecerme un tanto sospechosos. – Dijo una voz desgraciadamente conocida junto a mí.

En el momento en el que alcé la mirada, Louis tomó asiento junto a mí, con su gran sonrisa. No obstante, el rostro le cambió por completo cuando me miró, y esbozó una mueca de recelo al decir:

-Uff, tienes una pinta horrible, ¿estás bien?

En un primer momento, aún abstraída como me sentía, me pregunté qué demonios estaba haciendo Louis allí, en el hospital, pero entonces recordé que, un par de horas antes, le había visto dirigiéndose hacia el ala de Psicología. Y por unos instantes, la curiosidad y esa irritación que él parecía hacerme sentir consiguieron sustituir a la sensación nihilista que llevaba sintiendo toda la tarde.

-No, definitivamente no estás bien. – Dijo, sin necesidad de que yo hablase, y me sorprendí al comprobar que no había nada de burla en su voz. - ¿Qué ha ocurrido, Cal?

-Nada que a ti te incumba. – Aquella era la frase más larga que decía en toda la tarde.

-Oye, que solo... - Trató de decir, pero le interrumpí, con un ademán cansado.

-Mira, Louis, hoy no... no estoy de humor para tus bromas y tu entusiasmo. Por favor, solo... déjame en paz. – Dije, pero en vez de dotar a mi tono de aquella característica frialdad, simplemente hablé mostrando lo increíblemente exhausta y vapuleada que me sentía.

Y aquello, claro está, fue algo que no se le escapó a Louis.

Se echó ligeramente hacia atrás, como si le hubiese dado una bofetada, y frunció el ceño con genuina estupefacción.

-Nada de insultos hacia mi persona, nada de rabia en tu voz y no has puesto los ojos en blanco ni una sola vez. Realmente ha tenido que pasar algo importante. – Puede que penséis que su nuevo intento por bromear consiguió sacarme de mis casillas (como en tantas otras ocasiones), pero en ese momento lo único que pude sentir fue indiferencia.

Volví a cruzarme de brazos y me quedé mirando fijamente la pared de enfrente, como si así pudiese fingir que Louis no estaba sentado a mi lado, o conseguir que desapareciese.

-Oye, lo siento, pero es que esto de animar no se me da muy bien, la verdad.

Solté un suspiro cansado y giré el rostro hacia él, tratando de no distraerme por la forma en que, bajo aquella tenue luz, sus ojos parecían más azules que nunca.

Definitivamente, aquel día no era yo misma.

-No necesito que me animes. Solo... solo quiero estar sola.

Louis fue a decir algo, pero justo en ese momento mi madre volvió de la consulta de la doctora Williams y se acercó hasta nosotros.

-¡Vaya, hola, Louis! – Exclamó mi madre, con su alegría habitual, cuando vio a Louis sentado junto a mí. - ¿Qué haces por aquí? – Preguntó, con educación.

-Buenas tardes, señora Fraser. – Respondió Louis, con su mejor sonrisa de anuncio de dentífrico. – Bueno, ya sabe, un chequeo rutinario de esos que recomiendan.

La mentira que le dijo a mi madre me pilló tan por sorpresa que giré el rostro hacia él y durante unos instantes no pude evitar mostrar mi incertidumbre. No obstante, al instante recordé que obviamente Louis no sabía que le había seguido hasta Psicología, así que me repuse rápidamente. Además, ¿quién era yo como para juzgar que tuviese secretos? Yo era la primera que los tenía.

-Eso está bien. – Repuso mi madre, con una agradable sonrisa. – Pues a ver si consigues animar a mi hija, porque lleva toda la tarde bastante decaída.

-¡Mamá! – Exclamé, indignada, al instante, sin poderme contener. Supongo que si vuestra madre se ha ido de la lengua sobre vosotros delante de otra persona, sabéis cómo me sentí en ese momento.

Louis rió e intervino:

-Sí, ya me he dado cuenta.

Mi madre, ignorando la mirada furibunda que le lancé en ese momento, se giró hacia Louis con toda la calma del mundo y dijo:

-Voy a ir ahora al taller de tu tío a recoger mi coche, y me estaba preguntando si...

-Claro, señora Fraser, llevaré a Callie a casa, no se preocupe.

No sé si me sorprendió más el hecho de que mi madre hubiese hablado del tío de Louis sin inmutarse (aunque sabía perfectamente por propia experiencia que, cuando uno quiere, se puede esconder cualquier sentimiento que no queremos que los demás vean) o el hecho de que Louis hubiese parecido leerle la mente. Los miré a los dos consecutivamente, incrédula ante el inesperado giro que había dado la situación.

-Muchas gracias, eres un cielo. – Repuso mi madre. Entonces, se acercó a mí y me dio un beso en la frente, aprovechando mi desconcierto. – Nos vemos en casa, cariño.

Entonces, antes de que me diese tiempo a decir nada o reaccionar, mi madre se alejó, se metió entre el gentío y se perdió de mi vista.

Y permanecí mirando la dirección en la que se había ido hasta que Louis dio una palmada y dijo:

-Bueno, vámonos. – Alcé la mirada hacia él enarcando las cejas, como si dijese: "¿En serio?", por lo que Louis esbozó una sonrisa torcida. – Venga, además tengo tu camiseta aún en mi camioneta. Digo yo que querrás recuperarla, ¿no?

Me lo quedé mirando unos instantes, tratando de vislumbrar algún tipo de burla en su sonrisa o sus ojos, pero, por mucho que le observé, no vi nada, nada tras esos ojos azules y esa sonrisa. Y por un momento casi hasta iba a replicar y decirle que lo que menos quería era irme con él, pues prefería volver sola, pero entonces me di cuenta de que estaría mintiendo. Algo dentro de mí me hizo ver que, en realidad, después de la tarde que había pasado lo que menos quería, sorprendentemente, era quedarme sola. Además, aquel día ni si quiera tenía fuerzas como para mantener mis defensas en todo su esplendor, así que simplemente dejé que se tambaleasen un poco, tan solo lo suficiente como para obligarme a mí misma a levantarme y caminar junto a Louis hasta la salida del hospital.

Durante el camino a casa, no hice ningún comentario sobre su destartalada camioneta, y por unos instantes casi hasta me pareció que Louis realmente esperaba que lo hiciese, aunque descarté ese pensamiento prácticamente al momento.

Incluso a pesar de sus intentos por mantener una conversación, le respondí con monosílabos y permanecí callada casi todo el camino. Y no lo hice porque él me resultase terriblemente tedioso, como en las ocasiones previas, sino simplemente porque aquel día había terminado machacada emocionalmente hablando y me sentía sin fuerzas hasta para hablar.

Al final, solo pronuncié una frase entera cuando le dije a Louis que, si quería, podía subir conmigo a casa para que le diese su sudadera, algo a lo que aceptó.

Cuando aparcamos frente a mi casa, entramos en mi portal y nuestro portero nos saludó con una sonrisa educada, aunque no se me escapó el brillo indiscreto que pareció brillarle en los ojos cuando me vio junto a Louis; probablemente aquello le extrañaba, ya que, por lo general, yo siempre estaba sola, como mucho acompañada por mi madre u Olivia.

No obstante, decidí ignorarlo, y directamente fuimos hasta al ascensor, aunque nada me preparaba para lo que me esperaba a continuación.

Teniendo en cuenta lo poco que conocía de Louis, tendría que haberme imaginado que, nada más cerrarse las puertas, trataría de sonsacarme algo de lo que me había ocurrido.

-¿Sabes? Esta versión tan alicaída de ti misma no me gusta. – Bromeó. - ¿Dónde ha quedado mi querida Cal, con su mal humor, sus insultos y sus continuos refunfuños?

Aquello, por alguna razón, consiguió hacerme reaccionar y, todo sea dicho, sacarme de mis casillas. Me giré hacia él, sintiendo que me iba a salir humo de las orejas, y repuse:

-Me da igual lo que te guste o no. Además, no soy tu Cal. ¿Quieres saber una cosa? Te la voy a de...

No obstante, apenas pude decir nada más, porque justo en ese momento sentimos una sacudida bajo nuestros pies y, repentinamente, todo se quedó en silencio. Louis y yo nos lanzamos una mirada alarmada, y no hizo falta que dijésemos nada para saber lo que ambos estábamos pensando en ese momento.

Casi siguiendo un instinto, corrí hasta el panel de botones del ascensor y comencé a pulsar aquél que tenía el número de mi piso. Sin embargo, y como ya me imaginaba de antemano, nada sucedió.

Oh, oh.

-No me jodas. – Mascullé, casi en un suspiro de desesperación. – No, por favor, no.

Me había quedado encerrada en un maldito ascensor con Louis.

____________________________

Si os ha gustado, por favor, votad, comentad y compartid :)

Muchas gracias :)

-Alice. xx

Continue Reading

You'll Also Like

122K 7.2K 28
𝐒┊𝐒 𝐂 𝐑 𝐄 𝐀 𝐌★ 𝐋 𝐀 𝐑 𝐀 no entendía el por que le temian tanto a su compañero de universidad 𝐓 𝐎 𝐌, el tenía actitudes raras pero no lo...
262K 21K 48
Historias del guapo piloto monegasco, Charles Leclerc.
2.2M 228K 131
Dónde Jisung tiene personalidad y alma de niño, y Minho solo es un estudiante malhumorado. ❝ ━𝘔𝘪𝘯𝘩𝘰 𝘩𝘺𝘶𝘯𝘨, ¿𝘭𝘦 𝘨𝘶𝘴𝘵𝘢 𝘮𝘪𝘴 𝘰𝘳𝘦𝘫...
53.6K 3.2K 9
El maldito NTR pocas veces hace justifica por los protagonistas que tienen ver a sus seres queridos siendo poseidos por otras personas, pero ¿Qué suc...