Atraccion Intensa

By DeamLove

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Pensaron que seria solo una noche, pero ni a eso llego. El encuentro entre ellos dejo una intensa Atraccion y... More

Prologo
cap 2: Demasiado sola
Cap 3: Reencuentro
cap 4: ¿Has encontrado otro hombre?
5: Sabe la verdad
6: Lorenzo
7: Madam Myra
8: El hombre al que habia estado esperando
9: le quitaria la inocencia
10: Esto me esta empezando a gustar
11: Siempre que quieras
12: Como todo un ladron profesional
13: Hospital
14: ¿Me miras a mi y la ves a ella?
15: No puedo soportar la idea de perderte a ti tambien
16: Resultados de la Biopsia
17: Tres veces Si
18: Quiero decirle la verdad
19: A Ti
20: Quiero Todo
21: Celestinos
22: Lo siento
23: Te quiero a pesar de todo
24: No queria que lo perdone
25: No valgo la pena
26: Le habia robado el alma
AVISO IMPORTANTE

Cap 1

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By DeamLove


Mientras todavía resonaba la última melodía por los altavoces de la máquina de música, el alto y rubio desconocido eligió otra canción.

Rosana Rubio se sentó en el borde de la silla. Todo en aquel desconocido la fascinaba, incluso sus gustos musicales.
Hasta entonces, había elegido canciones de amor, baladas trágicas de gran emoción y letras que no iban muy acordes con su físico desafiante.

Cuando se alejó de la máquina de música, Rosana lo miró con curiosidad.
¿Sería un chico de campo o un hombre de ciudad? No había manera de saberlo.
En cualquier caso, se comportaba como una persona que no quiere saber nada de los demás.

Llevaba unos vaqueros, camiseta blanca y cazadora, el pelo largo le caía por la frente y casi le tapaba los ojos. Su rostro era fuerte y anguloso.

Ignorando a los demás presentes en el bar, se dirigió a su mesa, en la que había dejado una botella de cerveza. Se sentó, puso los pies en la silla de enfrente y dio un buen trago a la bebida.

-Aquí tienes -le dijo la camarera a Rosana, dejando sobre la mesa la copa de
vino e impidiendo que siguiera mirando al desconocido.

-Gracias -contestó Rosana sonriendo a aquella mujer que, según la tarjeta
identificadora que portaba, se llamaba Mara.

-De nada, cariño. Tu cena todavía no está preparada, pero te la traigo dentro
de unos minutos.

-Muy bien -contestó Rosana.

No tenía mucha hambre, pero había pedido champiñones rellenos para comer algo. Era la primera vez que comía sola en público y no había podido ser en otro sitio que en la cafetería cutre y mal iluminada de un motel de no muy buena categoría.
Por supuesto, quedarse sola en su habitación habría sido mucho peor.

Cuando la camarera se fue, Rosana volvió mirar al desconocido. Cuando él le devolvió la mirada, el tiempo se paralizó y el mundo se detuvo.
Sus miradas se encontraron y se atrajeron como imanes.
Ninguno de los dos parpadeó, ninguno de los dos apartó la mirada.
Rosana sintió que se le secaba la boca. En un instante la había dejado sin aliento, pero no estaba flirteando con ella. Era mucho más que aquello. La estaba mirando con apreciación masculina, como si supiera qué sentiría al tocarla, al
abrazarla, al acariciar su cuerpo.

Dios Santo

Decidida a recuperar la compostura, Rosana alzó la copa y dio un traguito, pero lo cierto era que le temblaban los dedos.

¿Qué pensaría aquel hombre si supiera que tenía cáncer? ¿Seguiría mirándola
con deseo?

«No pienses en eso», le dijo su subconsciente.

No había que compadecerse de sí misma, no había que tener miedo. No se iba a
morir. Tarde o temprano, conseguiría vencer al cáncer aunque eso significara perder parte de su piel.
Terminó una canción y empezó otra. En aquella ocasión, se trataba de una balada de Elvis que también había elegido el desconocido.

¿Viviría por allí o habría ido a el Hoyo a ver a algún familiar o amigo?

Rosana había ido a aquella localidad para ver a un médico. Aquella población estaba a una hora y media de donde ella vivía y podría haberse ido el mismo día, pero había decidido pasar la noche para estar sola y pensar.

En quince días la iban a operar para quitarle el tumor. En aquellos momentos de su vida, quince días le parecían una eternidad, pero los médicos le habían
asegurado que el melanoma que padecía no se iba a extender en dos semanas.
Rosana tomó aire.
Se había prometido a sí misma que no le daría miedo ponerse en manos de un cirujano y que no le iba a estar dando vueltas a la cabeza con la posibilidad de que el cáncer se hubiera extendido a los ganglios linfáticos.

Mara le llevó la comida y sonrió.

-Es muy guapo, ¿verdad?

-Sí -admitió Rosana dándose cuenta de que el desconocido seguía mirándola.

-¿Por qué no lo invitas a una copa?

-¿Cómo? -exclamó sorprendida.

-Invítale a una cerveza, que se está acabando la suya -la animó la camarera.

-No sé si es el mejor momento...

-No pasa nada, sólo era una sugerencia -dijo la camarera sonriendo y yéndose.

Una vez a solas, Rosana se preguntó si debería invitarlo a beber algo. ¿Ella? ¿La chica de pueblo a la que le habían diagnosticado un cáncer de piel?
Observó que el desconocido se terminaba la cerveza mientras ella jugueteaba con los champiñones.

Cuando lo vio apartarse el pelo de la cara, dejando al descubierto la frente y unas pobladas cejas un poco castañas, Rosana sintió que el cuerpo le ardía.

Al diablo con el cáncer. Tenía que conocer
a aquel hombre, hablar con él.
Reunió valor, se puso en pie y fue hacia su mesa. La camarera le guiñó un ojo para darle ánimos.
Cuando llegó a su lado, sentía que el corazón le latía aceleradamente y que la sangre se le había agolpado en las sienes.
El desconocido se puso en pie y Rosana se dio cuenta de lo alto que era.

-Hola, me llamó Rosana -se presentó alargando la mano.

-Hola, yo me llamo Julian -contestó él mirándola de arriba abajo-. Rossini -
añadió con un acento irreconocible-. Julian Rossini.

Haciendo un tremendo esfuerzo para respirar con normalidad, Rosana se dirigió hacia su mesa.

-¿Te apetece sentarte conmigo?

El desconocido no respondió. Se limitó a colocarse detrás de ella y a deshacerle
la coleta que llevaba agarrada con un pasador.

Sorprendida, Rosana no hizo nada. Se quedó de pie, esperando, sabiendo que
Mara estaba mirando igual de hechizada que ella por el extraño comportamiento de Julian.

Julian se guardó el pasador en el bolsillo de la chaqueta como si tuviera
intención de quedárselo.

-Me gusta el color de tu pelo -dijo-. Me recuerda a...

-¿A qué? -preguntó Rosana con el corazón en la garganta.

-Al de una persona que conocí -contestó Julian poniéndose serio de repente.

Rosana se dio cuenta de que todavía no lo había visto sonreír. Aun así, le parecía
guapísimo. Tenía una pequeña cicatriz en la ceja derecha, un hoyuelo en la barbilla y los pómulos altos, rasgo indudablemente
exitantes.

¿Sería Italiano o Frances? ¿Por eso estaría en El Hoyo?

Cuando se acercó todavía más a ella, sintió un escalofrío y se preguntó que
sentiría inmortalizando a aquel hombre sobre la tela.
Rosana se ganaba la vida sirviendo mesas en su ciudad natal, pero era una
apasionada del arte y vendía sus cuadros en ferias de pintura.

No pretendía nada más que pintar rostros que la fascinaban.

-Baila conmigo -le dijo Julian

-Pero si no hay pista de baile -contestó Rosana mientras él le acariciaba el pelo.

-No, pero hay música.

«Sí, la música que tú has elegido», pensó ella.

-Mara me dijo que te invitara a beber algo.

-¿Mara? -dijo Julian apartándole un mechón de la cara.

-La camarera -contestó Rosana, preguntándose si se estaría dando cuenta de que la estaba seduciendo.

Aquel hombre parecía mitad mago, mitad guerrero, mitad lobo... el héroe de
un cuento mágico.

-Baila conmigo -insistió.

Rosana debería haberle dicho que no, debería haberse ido porque, en lo más
profundo de sí misma, sabía cómo iba a terminar aquello, sabía que Julian Rossini le iba a pedir otra cosa que no era que bailara con él.

Era obvio que quería irse a la cama con una rubia, que quería tener una aventura de una noche que satisficiera sus necesidades. Aun así, Rosana permitió que la agarrara de la mano y que la llevara a un pequeño lugar situado cerca de la máquina de música.

Rosana también tenía necesidades, unas necesidades que habían permanecido
desatendidas demasiado tiempo. Se merecía sentirse deseada, verlo en el rostro de un hombre.

Sobre todo, ahora.

En aquellos momentos, no quería pensar en sus responsabilidades, pero no pudo evitar acordarse de su hermano de seis años, Lorenzo, a quien había dejado al cargo de una niñera.
Lo había llamado hacía un rato y había hablado con él alegremente porque el
niño no sabía que su hermana estaba...

-Rosana-dijo Julian sacándola de sus pensamientos.

La tomó en sus brazos y Rosana le puso las manos en los hombros. Comenzaron a moverse al ritmo de la música, lentamente.
Rosana sintió que los latidos del corazón de Julian se acompasaban con los suyos.

-Nos están mirando -dijo ella sabiendo que Mara, el camarero y los demás clientes estaban pendientes de ellos.

Julian bajó la cabeza y le acarició la mejilla con la suya, dejándole una sutil marca con la barba.

-Es normal, ¿no?

-Supongo que sí -contestó Ella

Que el cielo la ayudara, porque Julian era irresistible. Cuando le tomó el rostro entre las manos para besarla, Rosana se dejó llevar.
No invadió su boca con la lengua sino que la besó suavemente, ofreciéndole un aperitivo de lo que estaba por llegar.
Sabía a calor, a cerveza, a secretos, a una noche que Rosana jamás olvidaría.

Cuando terminaron de besarse, se miraron a los ojos y Rosana se preguntó cómo un alma tan torturada podía ser tan bella.
En aquel momento, Julian la volvió a besar.
Rosana era una chica muy decente, pero, aun así, rezaba para que aquel desconocido quisiera acostarse con ella.
Desde luego, eran una combinación nada usual. Ella le recordaba a él a alguien de su pasado y él no se parecía a nadie que

Rosana hubiera conocido jamás.
Julian le acarició la mejilla con el pulgar mientras pensaba que tenía una piel maravillosa y que era una mujer preciosa.
Preciosa y peligrosa.
Cuando la vio mojarse los labios, la volvió a besar, pero aquella vez sí le metio la lengua en la boca y la devoró con pasión.
Quería más, así que la apretó contra su cuerpo. Sintió su aliento mezclarse con
su saliva, cálido y sedoso como la brisa de una noche estival.
Cerró los ojos y absorbió la textura, el aroma y la calidad de su pelo, que seguía
acariciando. Se había prometido a sí mismo que no lo haría, que no iría a los bares de la zona en busca de sexo, pero lo había hecho.

Había encontrado a una dulce rubia en la primera noche que había salido, su primera noche de libertad.
Su primera noche fuera de la cárcel.

Rosana emitió un sonido y Julian se dio cuenta de que ni siquiera sabía cómo se apellidaba.
De alguna manera, le daba igual porque para él era Gabriela Su amante, su amiga, su esposa.

Julian abrió los ojos y dejó de besarla. Rosana dio un paso atrás para tomar aire. Estaba emocionada y era obvio que quería más.

-No voy a seducirte -le aseguró Julian.

-¿Ah, no? -dijo ella.

-No. Eres tú la que me está seduciendo a mí y se te da muy bien -dijo él sinceramente.

Lo estaba seduciendo con tanta maestría que le habría hecho el amor allí mismo, en un rincón oscuro.

-Me estás tomando el pelo, ¿verdad?

No, Julian no estaba de broma. Desde que la había visto había pensando en su esposa, en lo mucho que la echaba de menos.

-¿Te sigue apeteciendo invitarme a beber algo? -le preguntó, dándole la oportunidad de cambiar de parecer y apearse de aquel complicado juego.

Aquella mujer no era Gabriela y él no era Julian Rossini, aunque ése fuera el nombre que el Gobierno le hubiera dado.

Su verdadero nombre era Facundo Soler y era un expresidiario, un delincuente, un cómplice de asesinato y un ladrón.

Aquéllos eran sus secretos, el peso de sus pecados.

-Sí -dijo Rosana.

-¿Sí? -repitió él.

-Sí, me sigue apeteciendo invitarte a beber algo.

Se sentaron en la mesa de Rosana y Julian pidió una cerveza.

Mara no comentó nada sobre la escenita que acababan de protagonizar, pero
miró a Julian como si, de repente, se hubiera convertido en una monja y le estuviera reprobando su actitud.

-Está preocupada por ti -le dijo a Rosana

-¿Quién?

-La camarera.

-Pero si ha sido ella la que me ha animado a conocerte -sonrió dando un trago a su vino.

-Sí, pero debe de ser que se arrepiente. No debía de creer que yo fuera a ser tan... agresivo.

No, obviamente la camarera no había esperado que besara a Rosana en público,
que le metiera la lengua hasta el gaznate y que se bebiera su saliva.

Rosana lo miró con sus grandes ojos color esmeralda. También tenía los ojos del mismo color que Gabriela, el mismo color de las esmeraldas que él solía robar.

Julian se revolvió incómodo en la silla. ¿Se daría cuenta aquella mujer de lo tentadora que resultaba?

Se mordió el labio inferior y se quitó el poco pintalabios que le quedaba. Tenía el rostro ovalado, con la tez muy blanca y unas pestañas larguísimas. Desde luego, su aspecto físico le daba un aire de inocencia que no iba nada con él.

-No te voy a hacer daño -dijo Julian.
Rosana se acercó a él.

-Yo a ti tampoco.

-¿De verdad? -sonrió Julian conmovido por su ternura-. ¿Eso quiere decir que no estás loca y no eres una asesina en serie cuyas víctimas preferidas son pobres hombres que encuentra en los bares?

Aquello hizo reír a Rosana. Al oír su risa, Julian recordó a su esposa. Sin pensarlo dos veces, le acarició la mejilla y deseó volver a besarla.

La camarera le llevó la cerveza y, sintiéndose culpable, apartó la mano mientras ella pagaba.

-A la próxima invito yo -declaró.

La siguiente ronda llegó una hora después y, para entonces, el bar estaba vacío.
Los únicos clientes que quedaban eran Rosana y Julian.

Habían estado hablando de cine, música y cosas sin importancia.
A Julian le hubiera gustado bailar con Rosana de nuevo, pero pensó que era
mejor quedarse en la mesa hablando, fingiendo que le interesaba conocerla, para hacer que su encuentro sexual fuera un poco más normal.

-¿Te alojas en este motel? -le preguntó Rosana.

-Sí, ¿y tú?

Ella asintió.

Julian rezó para que se fueran a su habitación porque prefería que el policía que lo acompañaba, y que ocupaba la habitación contigua a la suya, no se enterara de que en su primera noche ya había hecho algo que se suponía que una persona protegida no debía hacer.

En cualquier caso, no estaba saltándose ninguna norma. El programa de protección de testigos no prohibía a sus miembros mantener relaciones sexuales.
Julian dejó a un lado la cerveza y se preguntó si Rosana se querría acostar con él.

Por supuesto que querría. No era tan inocente como parecía.

-¿Cuándo te vas? -le preguntó ella.

-Mañana -contestó Julian

-Yo también -dijo Rosana terminándose la segunda copa de vino-. ¿Vuelves a casa?

Julian intentó no fruncir el ceño, pues hacía años que no tenía una casa. Se había pasado un año y medio huyendo del padre de Gabriela, que era un señor del crimen, y otro año en la unidad de seguridad de una prisión federal testificando contra la mafia y cumpliendo condena por un golpe que aún lo atormentaba.
Después, había estado dos semanas en un centro de orientación donde le habían dado una nueva identidad y le habían explicado que tenía trabajo en El Bolsón

-¿Julian? -dijo Rosana.

-¿Sí? Oh, sí, me vuelvo a casa a primera hora de la mañana -contestó, pensando en que volvía a un lugar en el que nunca había estado.

-Yo también.

No le preguntó dónde vivía. No lo quería saber. A Julian Rossini no se le daba bien hablar de detalles cotidianos. A Facundo Soler, tampoco. Ambos tenían mucho que esconder.

-¿De dónde eres? -le preguntó Rosana.

Julian contestó utilizando las mentiras que el programa de protección de testigos le había proporcionado.

-Nací en Bahía Blanca, pero he vivido en muchos sitios -dijo, haciéndole una señal a la camarera para que les llevara la cuenta-. Me parece que están cerrando. Nos tendríamos que ir -añadió cambiando de tema.

Dejó una propina y acompañó a Rosana a la puerta. Sabía que la camarera los estaba mirando y le entraron ganas de decirle que se iba a portar bien con ella porque Rosana era su salvación, la compañía que necesitaba para una noche, pero no dijo nada porque era imposible decir algo así en voz alta.

Una vez fuera, Julian le pasó el brazo a Rosana por los hombros pues hacía viento. Anduvieron hacia el motel y se pararan bajo una escalera.

-¿Y bien? -preguntó Julian.

-¿Y bien? -repitió ella mirándolo con sus grandes ojos.

-¿Me vas a invitar a entrar en tu habitación? -le dijo él al oído.

Rosana asintió y lo besó.

Al instante, Julian se excitó.
Rosana suspiró y él se la imaginó completamente desnuda y excitada y él
lamiéndole todo el cuerpo como si fuera un limón mojado y...

Maldiciéndose por lo estúpido que era, se apartó de ella. No tenía preservativos.

-Soy un aguafiestas -dijo.

-¿Qué?

-Tengo que ir a comprar preservativos -le dijo señalando la tienda que había
al otro lado de la calle.

-Te espero en mi habitación -contestó Rosana tímidamente.

-Te acompaño.

Su habitación estaba en la segunda planta y, al llegar allí, se besaron con tanta pasión que les costó un gran esfuerzo separarse.

Cuando Rosana le tocó la bragueta, Julian pensó por un momento que daban igual los preservativos, que por una vez se arriesgaría.

Pero no podía hacer eso. Ya tenía un hijo. Sí, era padre de un precioso niño al que no había podido criar y al que echaba de menos terriblemente. Lo último que quería era tener un hijo con una desconocida.

-Ahora mismo vuelvo -le dijo apartándole un mechón de pelo de la cara.

-Te espero aquí -sonrió ella abriendo la puerta de su habitación.

Julian la vio desaparecer en el interior y, mientras caminaba hacia la tienda, pensó que aquélla no era la mejor manera de que Facundo Soler se convirtiera en Julian Rossini.


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Bueno aqui esta el primer capitulo que decidi subirlo ahora porque esto me emociona 😀
Espero les guste... de verdad me emociona
No esperamos mucho para lo emosionante
Asi que lean ...
Como dije son largos porque solo actualizo los lunes esta ff...

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