11: Siempre que quieras

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Rosana se despertó antes de que amaneciera. Había dormido toda la noche abrazada por Julián y sentía su aliento en pelo.

Por su respiración, juraría que había fumado en algún momento de su vida y se dijo que era curioso lo que se aprendía durmiendo con un hombre.
También estaba aprendiendo cosas sobre sí misma. Por ejemplo, que
despertarse desnuda al lado de su amante era una cosa a la que podría
acostumbrarse sin problema.

Julián masculló algo, la atrajo contra su cuerpo y metió la nariz entre su pelo.
Rosana sabía que le gustaba, se lo había dicho el día que se conocieron.

—¿Estás despierto?

—No.

—Pues hablas como si lo estuvieras —sonrió Rosana.

—Sólo a medias. ¿Has dormido bien?

—Como en un sueño —contestó Rosana girándose hacia el hombre con el que había hecho el amor y pensando que no podía ser más guapo.

—Tengo que ir al baño —anunció Julián

Rosana lo observó levantarse y meterse en el baño. Se le olvidó cerrar la puerta, pero se acordó rápidamente.

Aquello hizo que Rosana se preguntara si habría vivido alguna vez con alguien.
Sí, seguro que había vivido con la rubia a la que ella le recordaba. ¿Debería preguntárselo? ¿Sería la mejor pregunta para su primera mañana juntos?

—¿Te pasa algo?

Su voz la sacó de sus pensamientos. Julián había vuelto del baño y la estaba mirando.

—No —contestó.

—Parecías preocupada.

—Qué va —mintió—. ¿Nos levantamos o seguimos durmiendo?

Julián miró la hora que era y volvió a meterse en la cama. Rosana sintió que el corazón le daba un vuelco como a una colegiala. Julián la volvió a abrazar por detrás y apretó su pelvis contra su trasero.

—Mmm —suspiró Rosana restregando el trasero contra él.

Julián carraspeó.

—¿Qué pasa? —dijo Rosana—. Oh —exclamó dándose cuenta de repente—. Perdón.

—No pidas perdón, pero atente a las consecuencias —le dijo acariciándole los pezones con los pulgares.

—Julián… —gimió ella, intentando girar el cuello para besarlo.

—No te muevas —le dijo él metiéndole la mano entre las piernas y acariciándole el clítoris.

Rosana creyó que no iba a poder soportar tanto placer. Se dio cuenta de que tenía una cascada corriéndole por los muslos y, justo entonces, Julián le dijo algo al oído, algo erótico y excitante.

Rosana jadeó y estuvo a punto de alcanzar el clímax. Se le nubló la vista y deseó besarlo con todas sus fuerzas, pero era imposible porque Julián le estaba mordiendo el cuello.

«Como un caballo que va a montar a una yegua», pensó.

Jamás se le habría ocurrido hacer el amor en aquella postura, pero sentía a Julián contra ella, excitado y duro y dispuesto a disfrutar de lo que era suyo.

Julián le tomó la mano y la animó a que se tocara ella, a que palpara su
humedad, a que extendiera sus fluidos vaginales, mientras él se colocaba el preservativo.

A continuación, la colocó en posición, la tomó de las caderas y se introdujo en su cuerpo con una certera embestida.
Sus labios se encontraron por fin con el mismo ardor y la misma pasión carnal que sus sexos.

Rosana se volvió loca. Quería que Julián lo tomara todo de ella, incluso el alma.

Quería hacer aquello con él para la eternidad, quería que la volviera loca todos los días.

Julián le mordisqueó el lóbulo de la oreja y volvió a excitarla murmurando palabras obscenas en su oído.

Rosana sintió que el orgasmo explotaba en su cabeza en forma de fuegos artificiales de colores. Se aferró a los brazos que la tenían agarrada de la cintura, los brazos del hombre que la estaba haciendo gozar como jamás había imaginado.

Julián emitió un sonido gutural y Rosana supo que estaba llegando al orgasmo.

Lo besó con pasión y él le contestó con un beso que estuvo a punto de devorarla.

—Perdona —se disculpó Julián al darse cuenta de que había terminado
tumbado encima de ella.

—No pasa nada, me ha encantado. Deberíamos repetirlo.

—¿Ahora?

—Ahora mismo —contestó Rosana.

Cuando recuperaron las fuerzas, ambos se rieron.

Julián se levantó y se dirigió al baño y Rosana supuso que era para quitarse el preservativo. Cuando volvió y estaba a punto de meterse en la cama, saltó el despertador

—No puedo creer que sea ya hora de levantarse —comentó.

Rosana se giró hacia él y observó aquel cuerpo glorioso de arriba abajo. Se dio cuenta de que seguía excitado.

—Tú ya llevas un ratito levantado —bromeó.

—¿Quieres desayunar? —sonrió Julián.

A Rosana no le apetecía que aquello terminara ya, pero comprendió que no había más remedio, así que se puso el camisón.

—¿Vas a preparar tú el desayuno?

—¿A estas horas? —contestó Julián poniéndose unos calzoncillos limpios—. No, yo creo que con un café y un pastelito de ésos que trajimos ayer está bien.

—Qué buena idea —contestó Rosana.

—Por supuesto. No hay nada para desperezar el cuerpo como la cafeína y el azúcar.

Acto seguido, fueron a la cocina, prepararon lo necesario en una bandeja y desayunaron en la cama.

Hacía mucho tiempo que Rosana no se lo pasaba tan bien, que no se sentía tan viva. Aquel día, no era una paciente con cáncer, era una mujer, la mujer de Julián Rossini

—¿Cuándo puedo volver a verte? —le preguntó él.

—Siempre que quieras —contestó ella chupándose los dedos manchados de
chocolate.

—Tú lo has dicho, espero que no te eches atrás.

—Claro que no —le aseguró Rosana.


Atraccion IntensaWhere stories live. Discover now