13: Hospital

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Julián estaba sentado en una sala de espera del hospital, mirando fijamente a las paredes, contando los minutos.
Rosana no le había dicho que el melanoma podría habérsele extendido a los ganglios linfáticos y él había creído que después de la extirpación del tumor el cáncer habría terminado, pero tal vez no fuera así.

Suspiró ansioso, se levantó, fue hacia el Buffet del hospital y se compró una bolsa de Papas fritas y un gaseosa.

Suponía que debería haber comido de verdad, pero se le había contraído el estómago.

—¿Julián? —dijo una voz femenina a sus espaldas.

Julián se giró esperando ver a una enfermera, pero vio a una mujer embarazada ataviada con un vestido amarillo y estuvo a punto de tropezarse con ella.

—Perdón.

—Eres Julián, ¿verdad?

—Sí.

—Yo soy Daiana, la amiga de Rosana.
Julián le estrechó la mano.

—Rosana me ha hablado de ti —le dijo, calculando que debía de estar de seis o siete meses.

No era un experto, pero su mujer y su hermana habían estado embarazadas mientras huían de la mafia y él había ayudado a traer a los dos bebés al mundo, una experiencia que no quería repetir jamás porque su hijo había nacido fuerte y sano, pero su sobrino había nacido muerto.

—¿Es tu primer hijo? —le preguntó a Daiana.

La amiga de Rosana asintió.

—Según las pruebas, es niño.

—Enhorabuena.

—Gracias.

—¿Quieres algo? —dijo Julián señalando las máquinas expendedoras.

—Gracias, pero llevo todo el día comiendo porquerías —contestó Daiana—. ¿Qué tal está Rosana?

Julián sintió que el corazón le daba un vuelco.

—Está en quirófano y va a tardar varias horas en salir.

Dai se dirigió hacia una de las sillas de la sala de espera.

—¿Qué tal estaba de ánimo?

—Yo creo que bien.

—Eso es porque estabas con ella.

Julián también se sentó. No sabía qué decir porque no quería hablar de su
relación con Rosana. A veces, se sentía como un intruso, un mentiroso, un expresidiario que estaba engañando a una comunidad de personas decentes.

Se preguntó qué pensaría Daiana si se enterara de quién era en realidad. ¿Sería tan amable con él? ¿Estaría cómoda en su presencia?

—Rosana me dijo que la ibas a traer tú, así que supongo que te he quitado el sitio —comentó.

—No importa. Rosana te necesitaba. Si yo hubiera estado en su lugar, habría querido que me trajera mi marido.
Julián miró al horizonte y tomó aire.

—Yo no soy su marido, Daiana.

—No, claro que no —contestó Dai haciendo un gesto con la mano como para quitarle hierro al asunto—, no lo he dicho en ese sentido.

Se quedaron en silencio un rato.
«Al fin y al cabo, no nos conocemos de nada. Somos dos desconocidos
atrapados en una situación incómoda», pensó Julián.

—Quería estar con ella —dijo por fin—, pero no entiendo por qué no me ha contado que hay posibilidades de que se le haya extendido el cáncer a los ganglios linfáticos.

—Aunque sea así, se puede tratar —le aseguró Daiana.

Julián pensó en Gabriela, en lo avanzado de su cáncer, en lo poco que había tardado en morir.

—Por lo que he leído, cuanto más fino es el melanoma menos posibilidades hay de que se extienda al sistema linfático.

—Sí, pero por lo visto Rosana está en la frontera y querían asegurarse. Por eso, le van a hacer una biopsia.

—Sí, eso es precisamente lo que me preocupa.

—Es importante que se la hagan.
Julián asintió.

Sabía que el equipo médico que la estaba operando iba a realizar la biopsia en quirófano, que iban a analizar los ganglios linfáticos sobre la marcha para extirparlos, en caso de estar infectados.

De no encontrar nada, harían estudios después de la operación y ya en el laboratorio para asegurarse de que podían dar la enfermedad por terminada.

—Yo creía que operándola se iba a solucionar todo, que quitándole el tumor principal ya estaría todo en orden.

—Todo va a salir bien —contestó Daiana.

—Eso espero, pero es que odio esperar —dijo Julián mirando el reloj y sabiendo que hasta que no viera a Rosana sana y salva en casa no iba a estar tranquilo.



—Estoy bien —dijo Rosana a pesar de que parecía agotada.

—Acabas de salir del hospital —contestó Julián decidido a que no se levantara de la cama.

—No soy una niña pequeña.

—Te voy a cuidar como si lo fueras —sonrió Julián con un nudo en el pecho.

Los resultados de las pruebas que le habían hecho a Rosana iban a tardar una o dos semanas en estar disponibles.

—Me tendrías que haber dicho lo de la biopsia, me tendrías que haber
advertido con tiempo —le reprochó.

—No se me ocurrió.

—Mentirosa.

—No te pongas pesado —dijo Rosana.

—Está bien, pero no me pienso ir hasta que te recuperes —le aseguró.

Había tomado aquella decisión volviendo del hospital.

—Es más cómodo que venir todas las noches después de trabajar.

—No vas a poder dormir en mi habitación cuando vuelva Lorenzo.

—Entonces, dormiré en el sofá —contestó Julián sentándose en el borde de su cama—. Cuando tu hermano vuelva de casa de Jorge, me ocuparé también de él.
Seguro que está encantado.

—Claro que sí.

—¿Y tú?

Rosana le sonrió de una manera que le llegó al corazón.

—Supongo que también —sonrió acariciándole la mejilla.

Julián suspiró aliviado. No hubiera podido soportar que lo rechazara en
aquellos momentos. Tal vez, no pudiera soportarlo nunca, pero en aquellos momentos no quería pensar en el futuro.

¿Por qué? ¿Porque le daba pánico? ¿Porque Julián Rossini sería siempre Facundo Soler y Facundo tendría que pasarse la vida entera escondiéndose de la mafia?

Atraccion IntensaWhere stories live. Discover now