Cap 1

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Mientras todavía resonaba la última melodía por los altavoces de la máquina de música, el alto y rubio desconocido eligió otra canción.

Rosana Rubio se sentó en el borde de la silla. Todo en aquel desconocido la fascinaba, incluso sus gustos musicales.
Hasta entonces, había elegido canciones de amor, baladas trágicas de gran emoción y letras que no iban muy acordes con su físico desafiante.

Cuando se alejó de la máquina de música, Rosana lo miró con curiosidad.
¿Sería un chico de campo o un hombre de ciudad? No había manera de saberlo.
En cualquier caso, se comportaba como una persona que no quiere saber nada de los demás.

Llevaba unos vaqueros, camiseta blanca y cazadora, el pelo largo le caía por la frente y casi le tapaba los ojos. Su rostro era fuerte y anguloso.

Ignorando a los demás presentes en el bar, se dirigió a su mesa, en la que había dejado una botella de cerveza. Se sentó, puso los pies en la silla de enfrente y dio un buen trago a la bebida.

-Aquí tienes -le dijo la camarera a Rosana, dejando sobre la mesa la copa de
vino e impidiendo que siguiera mirando al desconocido.

-Gracias -contestó Rosana sonriendo a aquella mujer que, según la tarjeta
identificadora que portaba, se llamaba Mara.

-De nada, cariño. Tu cena todavía no está preparada, pero te la traigo dentro
de unos minutos.

-Muy bien -contestó Rosana.

No tenía mucha hambre, pero había pedido champiñones rellenos para comer algo. Era la primera vez que comía sola en público y no había podido ser en otro sitio que en la cafetería cutre y mal iluminada de un motel de no muy buena categoría.
Por supuesto, quedarse sola en su habitación habría sido mucho peor.

Cuando la camarera se fue, Rosana volvió mirar al desconocido. Cuando él le devolvió la mirada, el tiempo se paralizó y el mundo se detuvo.
Sus miradas se encontraron y se atrajeron como imanes.
Ninguno de los dos parpadeó, ninguno de los dos apartó la mirada.
Rosana sintió que se le secaba la boca. En un instante la había dejado sin aliento, pero no estaba flirteando con ella. Era mucho más que aquello. La estaba mirando con apreciación masculina, como si supiera qué sentiría al tocarla, al
abrazarla, al acariciar su cuerpo.

Dios Santo

Decidida a recuperar la compostura, Rosana alzó la copa y dio un traguito, pero lo cierto era que le temblaban los dedos.

¿Qué pensaría aquel hombre si supiera que tenía cáncer? ¿Seguiría mirándola
con deseo?

«No pienses en eso», le dijo su subconsciente.

No había que compadecerse de sí misma, no había que tener miedo. No se iba a
morir. Tarde o temprano, conseguiría vencer al cáncer aunque eso significara perder parte de su piel.
Terminó una canción y empezó otra. En aquella ocasión, se trataba de una balada de Elvis que también había elegido el desconocido.

¿Viviría por allí o habría ido a el Hoyo a ver a algún familiar o amigo?

Rosana había ido a aquella localidad para ver a un médico. Aquella población estaba a una hora y media de donde ella vivía y podría haberse ido el mismo día, pero había decidido pasar la noche para estar sola y pensar.

En quince días la iban a operar para quitarle el tumor. En aquellos momentos de su vida, quince días le parecían una eternidad, pero los médicos le habían
asegurado que el melanoma que padecía no se iba a extender en dos semanas.
Rosana tomó aire.
Se había prometido a sí misma que no le daría miedo ponerse en manos de un cirujano y que no le iba a estar dando vueltas a la cabeza con la posibilidad de que el cáncer se hubiera extendido a los ganglios linfáticos.

Atraccion IntensaWhere stories live. Discover now