cap 4: ¿Has encontrado otro hombre?

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Sí, era él.

Rosana creyó que se desmayaba.

—¿Rosana? —dijo él igualmente sorprendido.

Ella dio un paso adelante con la cafetera en la mano fingiendo que le iba a servir como si estuviera haciendo su trabajo.

—¿Quieres más café?

—No, sí, de acuerdo.

Rosana comprendía que estuviera confundido porque ninguno de los dos creía que se fueran a volver a ver jamás.
Le sirvió una taza de café, convenciéndose a sí misma de que sobreviviría a aquel momento tan espantoso en el que el corazón se le había acelerado y sentía la sangre agolpada en las sienes.

Se fijó en que se había afeitado, pero de todas maneras seguía pareciendo un rebelde.

—Creí que me habías dicho que te ibas a casa —le dijo con voz trémula.

—Así es. Ahora vivo aquí, me acabo de mudar.

Santo Cielo.

—Por eso estaba en el Hoyo —le explicó—. Llegué  aquella noche y
me hospedé en el motel porque estaba un poco cansado. ¿Tú qué hacías allí?

—Yo… tenía una cita aquella tarde y no me apetecía conducir luego hasta casa.

—No era mi intención que esto sucediera, Rosana —se disculpó Julián.

—No pasa nada —contestó ella secándose el sudor de las manos en el delantal—. Te gustará vivir aquí.

—Vaya —dijo Harold a sus espaldas—, ¿se conocen?

Julián se giró hacia el otro hombre, que se levantó de su mesa y fue hacia ellos.
Rosana no se movió. No se podía mover.

Había intentado olvidarse de Julián Rossini, pero le había resultado imposible y ahora estaba allí.

—¿Es usted el nuevo ayudante de Dalila? —le preguntó Harold a Julián
sentándose en su mesa sin esperar a que el otro lo invitara.

—Así es, me ha contratado esta mañana —contestó Julian.

—Lo sabía —exclamó Harold—. Te lo había dicho, ¿a que sí? —añadió mirando a Rosana y de nuevo a Julián—. ¿Y de qué conoce a nuestra Rosana? ¿Qué es eso de El Hoyo que he oído?

Rosana vio cómo Julián doblaba el periódico intentando ganar tiempo.

Aquella pregunta lo había tomado por sorpresa y estaba buscando una contestación.

—La vi y me pareció guapa.

«Y quisiste acostarte conmigo hasta que te enteraste de que era virgen»,

pensó Rosana.

—A mí también me parece guapa —confesó Harold—. De hecho, por eso vengo aquí a comer… No se lo diga a las otras camareras, ¿eh? Ellas se creen que es por ellas —sonrió.

Julian sonrió y Rosana recordó el sabor de aquella boca.

Harold se presentó al recién llegado y comenzó a charlar con él.

—Así que vas a trabajar con Dalila, ¿eh? Pues te diré que está loca.

—A lo mejor, por eso me ha contratado —contestó Julian.

Cuando la miró, Rosana se preguntó si Harold le contaría que la iban a operar en un par de semanas porque tenía cáncer.

—Voy a ver si lo tuyo está listo —le dijo, rezando para que Harold volviera a su sitio.

Pero no fue así. El gurú del chisme se quedó con Julián, contándole cosas sobre Dalila. Cuando Rosana le llevó el desayuno, debió de pensar que ya había contado bastante por aquel día y dejó a Julian desayunar en paz.

Cuando el hombre pagó y se fue, Julián se quitó el sombrero y se dirigió a Rosana.

—Debieron de estar enamorados —le dijo.

—¿Cómo?

Rosana se dio cuenta de que se había dejado la cafetera en su mesa todo aquel rato. Desde luego, tenía la cabeza en otra parte.

—Me refiero a Dalila y a Harold.

—¿Tú crees?

—Sí, seguro, cuando eran jóvenes o algo así.

—Nunca se nos había ocurrido a ninguno. Harold no puede soportar a Dalila.

—Eso es porque no puede olvidarse de ella. A veces pasa. Conoces a una mujer y no te la quitas de la cabeza y… —se interrumpió al darse cuenta de lo que estaba diciendo.

Rosana no sabía qué hacer. Sabía que estaba hablando de la otra rubia, a la que ella le recordaba.

—Será mejor que me vaya y te deje comer en paz —dijo girándose para irse.

Pero Julián la agarró del brazo.

—Espera —le dijo.

—Dime.

—¿Has…? ¿Ha habido…?
—carraspeó—. ¿Has encontrado a otro hombre?

Avergonzada, negó con la cabeza.

—No era para tanto, no tenía tanta prisa.

—¿Ah, no?

—No, fue sólo un arranque —contestó Rosana, pensando que Julián estaba acariciando la botella del ketchup como si fuera el cuerpo de una mujer.

—Sólo quería asegurarme de que nadie había…

¿Qué? ¿De qué nadie le había quitado la virginidad? ¿De que nadie la había
hecho gozar?

Rosana se mordió el labio, recogió la cafetera y se fue. Julián se quedó mirando entonces la botella que había estado acariciando.

Rosana volvió al cabo de un rato a preguntarle si quería algo más. Julián  le dijo que no con la cabeza, sin mirarla, así que le llevó la cuenta.

Había llegado más gente y Rosana los atendió y charló con ellos como todos los días. Al cabo de un rato, cuando iba a servir dos especiales de la casa, miró a la mesa de Julián, pero éste se había ido.

Se acercó y recogió la mesa y la propina que le había dejado. Al hacerlo, comprobó que no era una moneda sino la horquilla con la que se había quedado la noche en la que se habían conocido.

La noche en la que la había dejado con las ganas.

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